CAPITULO 4

GLORIA

La noche que ya cubrió la ciudad, es cálida y me encuentro con la grata sorpresa mientras costeo el río, que tampoco el fresco se adueña en sus orillas y lo agradezco por el fino abrigo que solo traje de casa.

Cosa que por tal y ya llegando, procurando adivinar quién puede ser el posible cliente, encuentro algo de gente en el lugar disfrutando la misma, como parejas arriba del puente, apoyado en sus piedras y conversación de por medio mirando el paisaje y otras caminando a su alrededor.

También nexo.

Sigo caminando y sin dejar de buscar.

De artistas del pincel.

Nada nuevo en realidad, ya que lo he hecho muchas veces de día como estrellado, porque su costanera es un escenario natural que te invoca para eso.

Pintar.

O simplemente, sentarte a sus orillas y buscar desde una inspiración hasta el resultado de la profundidad de cualquier pensamiento.

Por eso y divisando varios artistas callejeros, algunos cercanos a las farolas de la calle para mayor iluminación y resto en la simple oscuridad sin necesidad de ello, sin soltar la bolsa de pedido y consultando humano que me cruzo si es el del pedido, aprovecho en mirar cada obra en proceso y de la mano de su pincel.

No interfiero, me limito a solo observar a sus espaldas y distancia, como continuar.

- ¿Mon plat préféré? - En francés una voz tras mío, me detiene de mi andar.

Volteo notando en la semi oscuridad, la silueta masculina de alguien que lo dice sin dejar que su diestra continúe el curso del pincel que domina frente a un caballete portátil, al igual que su postura como mirada fija en ella.

Acercándome a él mi visión mejora, aunque la oscuridad de la noche juega parcialmente con la identidad de su rostro.

Pero sí, mis ojos siguen el movimiento de su mano como y con mucha tranquilidad, sus dedos reteniendo el pincel, se mojan con maestría en un color, para luego volver a acariciar el lienzo.

Al llegar, le elevo el pedido.

- ¿Si es una hamburguesa con extra queso y un extraño batido de menta granizada combinada con leche, pues sí. - Murmuro, haciendo que deje su mano de pintar al momento, aunque sigue apoyado en el mismo, para mirarme algo sorprendido, continuo a diversión.

Lo sé y no hay penumbra con su noche que me lo discuta.

Porque.

Santa.Virgen.De.Lo.Misericordioso.

Me deposita a medida que eleva su rostro hacia mí, una mirada y por más oscuridad bajo la boina que corona su pelo, de un azul claro tan intenso que invade cada rincón de mi cuerpo sin permiso.

Ojos, que los océanos mismos tendrían envidia de su color, al igual que cualquier mortal viril, porque este galanazo de figura y aspecto por más que sigue sentado.

Me obligo a tragar saliva.

Es un condenado hombre hermoso como las revistas muestran y leemos con Honor, cosa que me lo confirma al deslizar su banqueta sin jamás dejar el pincel.

No hace ningún paso, sin embargo, extiende la mano libre para recibir la comida.

Es extremadamente alto.

Bueno.

Cualquiera lo sería a mi lado, ya que no fui agraciada ni con la altura promedio.

Y estúpidamente pienso si lo conozco de algún lado, ya que jodidamente me parece familiar y por eso sacudo mi cabeza ante eso, porque todo él, denota que es extranjero y pese a lo poco diviso de su vestimenta siendo informal, como de calle que viste y calza cualquier cristiano, algo me indica que es sastrería y de la buena.

Me corrijo.

De excelencia.

Me sonríe al contacto de la caja y su batido.

- Merci. - Me da las gracias mientras huele a placer la comida chatarra cerrando brevemente sus ojos, para tomar asiento de vuelta y abrir el pedido, quedando estática desde mi lugar con la extrañeza sin saber que emoción me colma más.

La extrañeza de como le gusta para llamarla favorita, una simple hamburguesa de bajo presupuesto y un vaso de leche con menta granizada o la cierta contrariedad de que haya dejado de pintar, observando con suavidad como lo deposita sobre la paleta al fin el pincel para encargarse del sándwich que come con ganas y como si fuera lo malditamente más sabroso del mundo.

- Puedes mirar... - En mi idioma suelta de la nada, pero con un y por demás acento en el suyo, haciéndolo encantador, sin dejar de saborear ahora su bebida y tomándome de sorpresa.

Y niego.

Ya que, sí, me quedé como idiota sin seguir mi camino.

- ¿Lo que pinta? - Aunque a usted, también. - ¿Puedo? - Agrego y hace lo que no debe.

¿Les dije que era todo un galanazo el francés, no?

Nuevamente, sonreír.

Al afirmar y terminando de comer para retomar el pincel, mientras que alisando el uniforme de la cafetería, tímidamente me acerco al caballete con mis manos entrelazadas tras mi espalda.

Y pestañeo al descubrir que no solo pinta como Dios manda, además, con dominio pese a la poca luz, cosa que mirando su obra a nada de detalles por terminar, miro también por sobre esta y hacia detrás de ella, porque es una copia fiel a lo que su frente le regala.

La vista del puente de los deseos con la armonía de la noche y su paisaje nocturno.

- Eres bueno... - Le digo y mis palabras lo hacen otra vez sonreír.

En serio, va a tener que hacer algo este hombre con esa sonrisa demasiado poderosa.

- ¿Lo crees? - Responde con una pregunta, sin dejar de deslizar el pincel con un azul intenso sobre el lienzo, provocando la oscuridad exacta que una parte del horizonte muestra.

Y sin darme cuenta y siendo la respuesta, aplaudo por eso.

- ¿Te gusta la pintura?

- Lo amo. - Me expreso casi al momento y notando que su mirada está en mí, dejando unos segundos de pintar, me siento con la necesidad de explicar.

Por eso tomo asiento en la pirca de piedras cerca de donde estamos, cerrando con mis manos mi delgado abrigo.

- Soy pintora amateur... - Lo miro por sobre la media oscuridad sin poder distinguir en que forma lo hace él, aunque sí, que me presta atención. Su postura me lo confirma. - ...aunque no me catalogaría así. - Lo analizo. - Ya que lo hago desde muy niña y mis dedos sostuvieron un lápiz. Solo, que no tuve aún la posibilidad de que el mundo o en sí... - Sonrío con pocas ganas. - ...un grupo de personas puedan ver ellas, como el de mi propia ciudad.

- ¿Hablas de la postulación... - Toma su batido para beber y señalando atrás de él, la ubicación de la misma. - ...de la galería nueva y que se va abrir en el edificio cultural nuevo? - Curioso.

- ¿Estuviste ahí? - También curiosa.

- Sí, esta mañana. - No niega y tengo ganas de preguntarle como le fue, pero idiotamente focalizo en el movimiento de sus lindos labios reposando en el borde del vaso, conteniendo ese asqueroso batido mentolado.

Y resoplo, recordando en cambio como me fue a mí.

- El viejo L'Rou me rechazó. - Suelto de golpe, causando que por mi sinceridad escupa en el proceso de beber parte del licuado, seguido a una tos violenta mientras intenta limpiarse.

Quiero ayudar, pero un gesto de que todo está bien, me hace volver a tomar asiento.

-¿Viejo? - Repite ronco por el ahogo y con su pañuelo en los labios.

Me encojo de hombros.

- Y joven, no es. - No miento.

Pero alzo una mano hacia el extraño.

- Lo siento, no tengo molde. - Me justifico poniéndome de pie y sacudiendo la parte trasera de mi uniforme, por haber estado sobre las piedras.

Es hora de irme y Honor debe estar preocupada.

- ¿No eres como el resto?

- Exacto. - Porque comprendió y otra vez levanto mi mano, pero ahora a modo saludo y extendida hacia él. - Ya tengo que volver, fue lindo hablar... - Dudo y lo miro perpleja, porque no nos presentamos.

Cosa que y por más poca iluminación, percibo que al igual que yo, también vacila por eso.

Pero lo resuelve abandonando la banqueta para estar de pie frente mío sin moverse, permitiéndome con ello, recorrer su cuerpo y altura hasta encontrar sus claros ojos azules mirándome y con una expresión de media sonrisa de satisfacción, jugueteando en las comisuras de sus labios.

- Arturo. - Habla primero y se presenta.

Oh.

Sonrío.

Que agradable nombre.

- Gloria. - Y como si nada, nuestras manos se unen. - Un gusto. - Se la estrecho como si fuéramos camaradas de toda la vida, antes de retomar mi regreso a casa con pasos lentos.

Siento la necesidad de voltear y mirarlo por última vez, pero temo que él lo esté haciendo y descubra mi tentación.

Por eso, ajusto más mi caminata sin voltear, pero con mi mano tomando la que estreché con la suya.

La miro fijamente y sin dejar de caminar.

Ya que ahora y a solas, descubro tibieza por su contacto y que no se va.

ARTHUR

La primera vez que la vi, fue dejando que el muchacho lustrabotas en plena calle se hiciera cargo de los zapatos que llevaba, mientras me hacía camino a la galería.

Nunca notó mi presencia, ya que tanto ella como yo, muchos transeúntes que circulaban por la calle.

La segunda vez y nuevamente hoy, exponiendo sus obras a Didier, cual le negó su ansiada exposición como sueño de hacerlo, siendo testigo sin saberlo por permanecer sentado y a la distancia desde los sillones, solo escuchando.

La tercera.

Río por el recuerdo.

Su ataque terrorista a mi persona con la piedra y posterior huida después.

Y hasta una cuarta, ahora al traerme el pedido que me encargó uno de mis asistentes.

- Una vez en coincidencia, dos veces es casualidad y tres, es la acción del enemigo... - Recito en voz alta a Didier.

¿Lo será, la pequeñita?

No lo veo, pero siento su llegada.

- ...también la casualidad existe y a veces conviene... - Su anciana voz pronuncia parte de una frase de la escritora Silvina Ocampo, notando lo que pinté sobre el caballete, seguido a mirar el paisaje y me hace sonreír.

- Así es, viejo amigo... - Le doy la razón palmeando su hombro y sin abandonar este, mientras nos dirigimos al coche a mi espera.

Y suelto un suspiro.

Porque, realmente tiene toda la razón.

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