CAPITULO 2

GLORIA

La puerta que abre una de las muchachas y que me invita a pasar, es alta y cruje al ser apenas abierta por ella, seguido a un ademán, que continúe yo solamente.

Y lo hago, demostrando entereza, aunque debo reconocer que los nervios y expectativa me carcomen por dentro.

La habitación o más bien, salón que me recibe, es enorme y su techo tan alto como la puerta auguraba, que tuve que contener otro silbido de admiración, porque y sin exagerar esta, era casi o más grande en tamaño que nuestra propia casita con Honor.

Tapiz empapelada las paredes, asombrosamente llenas de obras de arte, tanto de cuadros como creaciones abstractas y no, sobre sus pies por manos de artistas, también.

El sonido de mis tacos bajos con cada paso que doy, lo único que corta el silencio profundo del lugar con mi respiración.

Lenta ambas cosas, sobre mis ojos mirando todo lo que me rodea, procurando no perder detalle de nada.

Pero es imposible, ya que mucho para procesar con toda la historia del arte que resguarda el gigante cuarto y quería embellecerme o tal vez memorizar, más el cierto manojo de nervios por mi postulación que soy.

- ...señorita Fuerte, ¿no es cierto? - Una voz masculina con acento francés, que jamás noté la presencia del dueño, hace que voltee a su dirección.

Y con ello, un hombre de exquisito traje negro contrarrestando a su tupida barba como bigote entrecano me encuentro.

Ronda en edad la mitad de sus 60, mientras viene caminando a mi dirección, ya que se encontraba en el final del salón, donde se ubican y diviso en la distancia, no solo una elegante mesa de gran tamaño con su forma oval y sillas a juego, además, unos importantes sillones en cuero y madera dando la espalda.

- Gloria Esse Fuerte. - Me presento, mientras ambos estrechamos las manos.

- ¿Gloria es Fuerte? - El hombre me mira curioso, intentando pronunciar con su dejo francés, pero en mi idioma y sonrío.

Olvidé mencionar otra cosa.

Mi segundo nombre.

Esse.

Más mi apellido y obviamente con mi primer nombre, se escucha gracioso, siendo motivo divertidos desde que tengo uso de razón.

Y sí.

Mis padres como los de Honor, competían por quién daba el nombre más original a sus hijas.

- Solo, Gloria Fuerte. - Le digo al terminar nuestra presentación, mientras busco mi portafolio y el hombre comprendiendo, asiente divertido.

Supongo, ya que lo siento soltar una risita lejana, cuando me inclino para comenzar a sacar mis obras.

Y eso me hace exhalar un respiro aliviada en mi espacio, como pensar rápidamente en organizarme mentalmente que decir en la entrevista.

Sin embargo y al enderezarme, me sobresalto.

Guau.

Porque, su figura se encuentra frente mío y no, como pensé alejado.

Y ahora soy yo, la que lo miro interrogante o curiosa, porque, cuando soltó la risa.

Miro hacia la otra punta del salón, donde se encuentran la mesa como sillones.

¿No estaba por allá?

Inclino mi cabeza, pensativa.

¿Cómo diablos o que mierda vudú hizo, para llegar tan rápido?

Pero no puedo seguir con mis conclusiones, buscar una teoría o felicitarlo en el buen estado que se encuentra por la rapidez de sus movimientos.

Ya que al apoyar cada uno de mis lienzos sobre el largo de una madera que me indicó para eso, yo permanezco en silencio, mientras el hombre y muy en detalle como tan silencioso como yo, comienza con el escrutinio y análisis sin quitar sus ojos en cada pintura mía.

Demás decir o agregando mientras lo observo y aún de puros nervios, acosando con mis dientes mi labio inferior.

Acicalando minucioso con una de sus manos, su barba como bigotes blancos.

¿Minutos?

¿Horas?

No tengo idea en cuanto al tiempo que pasa.

Solo sé, que son desgarradoramente lentos, sin moverme de mi lugar y esperando su deliberación sobre los ocho lienzos pintados por mí, y que no deja de mirar correlativamente.

Pero indicando que terminó de examinarlos, por un prolongado suspiro y elevar luego sus ojos a mí.

- Paisajismo, figuras muertas... - Sus dedos van indicando cada lienzo y con cada paso. - ...también abstractos...

- ...y retratos. - Me acerco para señalar dos de ellos.

Porque, quiero por más que veo en su mirada conocimiento del tema, que hago diversidad.

Uno siendo mi propia amiga de modelo, porque Honor es de una belleza impactante por sus orígenes centroamericano y el otro personificando también su hermosura, una compañera Irlandesa de arte, que pedí que sea mi modelo y quedó tal cual, reflejada en sus rojos como ocres con mis pinceles.

- ¿No son buenos? - Le pregunto, notando que sigue callado y pensando.

Pero, niega.

- Son excelentes, mademoiselle... - Me los alaba, pero su tono no, aunque reconozco que le apena decirlo. - ...señorita Fuerte, lo lamento. - Mierda. - Pero, no es lo que busca...

¿Busca?

No comprendo en su totalidad, su forma de hablar y expresar.

Sin embargo lo interpreto, ya que el hombre siendo de origen francés, le debe costar hablar mi idioma, cosa que bastante bien lo hace.

- Su trabajo como obras son impecables y no pongo en juicio su talento. - Prosigue, tomando uno entre sus manos sin dejar de mirarlo como al resto. - Pero y siendo una pintora de muy buena clase, le falta algo... - Piensa. - ...y su galería, no trabaja con obras así.

Me cuesta asimilar, porque mierda, tengo ganas de llorar.

Y por eso negada a ello, me obligo a enderezar mi postura, ocultando mi tristeza.

¿Ninguna valió la pena?

¿Falta algo?

¿Tan pésima artista soy?

¿Pero, qué?

Docenas de preguntas, atraviesan mi mente.

- ¿Dijo que ellas son impecables, pero a su vez que falta algo? - Murmuro. - ¿Qué es? - Le pregunto como puedo y ya, sabiendo que no fui aceptada.

El hombre medita brevemente con su vista a los sillones y la condenada mesa de aquel rincón del salón, para luego volver a mí.

- Transición. - Es su respuesta.

- No lo comprendo. - Digo y se sonríe, levemente.

- Lo sabrá cuando lo encuentre.

¿Qué?

Con algo de furia y un poco de tristeza.

Ok.

Mucha de esta última también y tras ir al baño o como su cartel decía, cuando lo busqué antes de salir, porque me hacia pis de la amargura.

Toilette.

Cosa, que llegando a las escaleras del edificio y afuera, continuó sin éxito haciéndose cargo el inodoro de llevárselo.

Porque descargué mi frustración contra el señor Arthur L'Rou y su negativa, con un puntapié a una de varias piedritas del piso por escombro de la condenada reforma de un lado de la futura galería, causando.

Virgen de la malas patas.

No lo que quería y era, que ruede escalinata abajo y se lleve parte de mi ira a modo desahogue.

- ¡Carajo! - Exclamo, llevando una mano a mi boca para ahogar mi blasfemia.

Sino.

Que la muy jodida vuele y le pegue a alguien en su hombro y rebote perfectamente sobre él, seguido a volar un par de metros más adelante, interrumpiendo la tranquilidad del hombre fumando y sentado escalón más abajo.

¿Huyo?

¿Me escondo?

¿Señalo al par de obreros a metros mío, culpando?

Nuevamente docenas, pero esta vez excusas, invaden mi mente en el momento que el hombre tras el golpe y le dolió.

Lo acusa su mano sobando la zona de su hombro, mientras se levanta y mira hacia atrás.

Decidiendo con cobardía.

Miro veloz para ambos lados.

Lo segundo.

Sí, me escondo antes que note mi presencia.

Creo.

Detrás de la columna más cercana que forman el frente del edificio, agradeciendo su tamaño y cual, voy rodeando para no ser vista a medida que siento al hombre sube las escaleras, como otros que trabajan en la seguridad y advirtiendo lo ocurrido, le preguntan al acercarse si se encuentra bien.

Cierro mis ojos.

Mierda, mierda y mierda.

- ¿Se encuentra bien, jefe? - Escucho que le dice uno, mientras sigilosamente e intentando pasar inadvertida por otras personas entrando al lugar y que me ven como me paso a la siguiente columna para mayor escape y estúpidamente, llamando más la atención.

¿Jefe?

¿No jodan?

- ¿Es de la policía... - Susurro muy bajito desde mi escondite. - ...ay, no... - Me maldigo para mis adentros.

Y asomo apenas para poder ver, parte de mi rostro hacia el tipo y sus hombres, acomodando mejor mi portafolio, que y por su tamaño, no me descubran.

Pero, solo veo bien a los hombres con su vestimenta de seguridad, mientras mi víctima.

Guau, que alto, ahora estando de pie.

De traje.

Guau de nuevo, porque es uno costoso.

Y rascando, aún su hombro y hacia ellos.

Otro guau, porque, que brazo como espalda tonificada, marca esa posición.

Le responde algo que no llega a mis oídos, por más que pego mi oreja al nivel del concreto.

Pero sí, aunque en mi idioma, su acento igual que el viejo L'Rou es francés.

Cosa que al voltear en busca del culpable.

O sea, yo.

Vuelvo a mi postura escondida de principio de espalda y contra la columna a la velocidad de la luz.

Lo supongo, porque camina con su hombres y aunque no vuelvo a mirar, siento que lo hace.

Y por eso, esa cantidad de pasos que ellos se adentran, yo también lo hago deslizándome sobre el cimiento que me oculta hacia el lado contrario de ellos, abrazando mi portafolio y respirando cortito por las dudas.

Cosa, que lo suelto a placer y mirando hacia arriba.

Gracias, Cristo.

Cuando escucho, tanto a mi víctima como sus hombres, que abren la puerta de entrada para ingresar al interior del edificio.

Me desmorono contra el piso del puro susto y por la posibilidad de que mis piernas fracasen en el intento de ir a las escalinatas, permitiéndome respirar como se debe por unos segundos, ya que todo pasó.

- Que mala suerte... - Suspiro por mi día malo y bautizado por una manada de elefantes con su meada, mirando con tristeza mi maletín.

Y con otro ya repuesta, me pongo de pie mientras sacudo mi hermoso pantalón, como acomodo un lado de mi sostén, porque jodidamente molesta uno de mis pechos y lo rasco con ganas, mirando desinflada a la nada.

Eso creí.

Vergüenza.

En realidad, mi vista reposaba en la puerta de ingreso y con su vidrio.

Ay, no puede ser...

Ya que tras ella, mis ojos chocan con los de mi víctima.

Bueno.

Eso creo, ya que solo lo vi de espalda, pero viste el mismo traje que él.

Apoyado sobre un lado y mirando a mi dirección por más que la luz de sol frente mío, no me permite hacerlo muy bien, pero lo compruebo, usando parte de mi portafolio como visera para ver mejor y obstaculizar su reflejo.

Confirmándolo.

Retrocedo.

Una leve sonrisa divertida que alza un lado de sus labios, causando que, con o si fuerzas de mis piernas, corra escalones abajo, ocultando mi rostro con mi maletín y llegando a la acera sin permitirme tomar aire o pensar y lo siga haciendo, hasta un par de manzanas después.

¿Qué diablos fue eso?

¿Siempre supo que fui yo, la de la piedra?

¿Y me vio rascándome las chichis?

Y no lo aguanto.

Lo intento.

Pero, si tuve miedo o pudor, ahora se transforma en diversión y comienzo a reír con ganas.

Muchas.

Una gran carcajada por este día nefasto como singular, apoyada contra la pared de una tienda y maldiciendo por eso al señor L'Rou rechazándome, como al guapo hombre de traje que golpee y media sonrisa impactante que percaté por más luz de sol.

Pero compensé mi ataque, analizo.

Lo justo, es justo.

Con el regalo del primer plano de mis pechos acomodándolos en vivo y directo a su mirada azul.

Resoplo, retomando la caminata para casa y poder llorar en el hombro de Honor, consolándome.

- No se puede quejar. - Me digo, seguido a con una mueca curiosa por lo poco que llegué a ver de él. - ¿Eran azules? - ¿Sus ojos? - ¿Dónde los vi antes? - Murmuro.

Y registro mi mente, pero nada.

- Lo que sea... - Bufo sin más, encogiéndome de hombros y dejando de pensar en eso o él.

Creo...

ARTHUR

Puedo sentir su desilusión desde uno de los sillones que me encuentro sentado, sin verla y donde Didier, mi viejo amigo, le da la devolución de sus obras.

Desde la distancia, ella no nota mi presencia por el mobiliario a espaldas y porque yo, no hago ningún movimiento tampoco, por más que antes no pude ocultar una risita ante la confusión que se hizo con la presentación y escuchar su nombres como apellido.

Fue gracioso, lo reconozco.

Solo uno hago y ajenos ellos, de entrelazar mis dedos bajo mi barbilla al escuchar atento su pregunta, ante la respuesta de Didier negando sus obras en mi galería.

¿Si no son buenos?

Y afirmo para mí, por más que no ve.

Claro que lo son, pese a que no estoy delante de ellos para ver y conociendo a Didier desde que era niño, cual confío plenamente en su juicio como si fuera yo mismo y la respuesta que le dio a la muchacha, hubiera sido la mía sin dudar.

Yo, no podía interferir.

No podía ver su postulación.

Muchas casualidades en el mismo día con la muchacha.

Primero y decidiendo caminar del hotel que me hospedo hasta mi galería para familiarizarme en la ciudad y detenerme ante un niño ofreciéndome el lustre de mis zapatos y aceptar, mientras en el proceso me ponía al día con el periódico, llamar mi atención.

Y no a mí, únicamente.

Con su presencia, caminando por la concurrida acera.

Y no solo por su bonita apariencia, cual sospecho que no tiene idea de ello, por más baja altura y calzando pantalones como zapatos bajos con tendencia masculinas, en vez de ajustados como exquisitos vestidos femeninos que abundan en cada mujer con tacones.

Toda ella gritaba feminidad, pura y exclusivamente por su actitud.

Mucha de ella y llamó mi atención mientras la seguí con la vista, hasta olvidando la lectura de mi periódico y al muchachito cuando finalizó de lustrar y tocó mi pierna por eso, despabilándome.

Luego, antes de ingresar a la entrevista y verla admirando el retrato y reconociéndola tras llegar a la galería y retirarme a fumar a solas en un rincón, por el pañuelo rojo como sus labios, sosteniendo su pelo rubio.

Sonrío negando, por recordar sus sinceras como descriptivas palabras hacia el retrato.

Y como final de todo, tomando asiento fuera de mi edificio y en sus escalinatas, encendiendo un cigarrillo para deliberar todo eso.

Un "todo eso" de pelo rubio, bajita y con pantalones, que luego fue la mano maestra o mejor dicho pie, la causa de recibir un atentado contra mi persona por parte de ella.

¿O castigo, por tal?

Aunque disimulé no verla al ponerme de pie buscando el agresor, la divisé con pánico y escondida detrás de una de las columnas de la fachada.

Pensé que ya se había ido.

Marchado.

Y más, después del rechazo para ser parte de la la exposición de mi galería, concluyendo con lo último, un acto de consecuencia involuntaria de frustración.

Pero a mí, un castigo o señal por más inconciencia de su parte con la piedra, que soy Arthur L'Rou por el mismo destino.

Aún no lo sé bien, pero directo a mi persona, aunque no sabía quién era.

Un karma.

Descanso todo el peso de mi espalda contra el respaldo de mi silla.

¿Una justicia por sobre mi acto contra ella?

¿Por haber negado sus trabajos?

¿Tengo que equilibrar algo?

En mi escritorio, ojeo el papel con su informe completo y cual dejó.

Rasco mi mandíbula.

- ¿Qué, entonces? - Me pregunto, por no encontrar respuesta.

Cosa que decirlo en voz alta, causa que Didier eleve su vista del servicio de té que trajo y está sirviendo, para mirarme con atención.

- Disculpa, nada... - Le digo con un gesto de mi otra mano y que no tome importancia, volviendo mi vista al papel.

Trae una bandeja con mi taza de té junto a algunas masas finas para acompañar, para dejarla a un lado de mi escritorio y se lo agradezco, bebiendo un poco.

Entrecruzo mis manos.

- ¿Didier, sabes algo más de la última muchacha de la entrevista?

- ¿La rubia y bajita, señor Arthur? - Consulta de pie a mi lado.

Y sonrío.

Viejo rapaz, ya que perfectamente sabe que me refiero a ella, siendo la única que él entrevistó.

Afirmo.

- Puedo si necesita, averiguar de eso. - Eficiente y como siempre.

Y no hace falta que afirme otra vez.

Comprende mi pedido, marchándose y dejándome solo en mi estudio mientras me pongo de pie y llevando la taza conmigo, camino hacia mi caballete y pinturas.

Bebo un poco de mi té antes de dejarlo sobre la mesa, donde mi paleta, oleos y docenas de pinceles se acumulan.

Y tras hacer a un lado las cortinas para que el sol inunde el recinto, también y tomando un lado de una tela que con su tamaño, cubre lo de abajo.

De un movimiento se desliza por mi acción, dejando al descubierto lienzos en blancos ya enmarcados y listos para ser usados.

Resoplo.

Mucho que no pintaba.

Años...

No sentía hacerlo.

Tomo el más grande y lo sacudo por cualquier polvillo, antes de ponerlo contra mi caballete.

Pero, indescriptiblemente.

Vuelvo a sonreír, mientras me deshago de mi saco de vestir y arremango hasta la altura de mis codos las mangas de mi camisa sin importarme en manchar de pintura la vestimenta cara que llevo y resoplando un rulo que molesta mi frente.

Tomo el grafito y me encuentro trazando sin dudar sobre el lienzo, bajo la mención de la muchacha.

Se me escapa una risa.

Y por el recuerdo de ella y su comezón poco femenino a sus pechos y mirada de espanto, al descubrirme que la observaba detrás de la puerta y como conclusión.

Comienzo a grandes rasgos, con el contorno de una silueta.

Huir escalinatas abajo.

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