CAPITULO 14

GLORIA

No me di cuenta el tiempo que pasó, solo y por girar mi rostro, pero aún inclinada encima de la hoja como sin soltar el grafito hacia la ventana detrás de Arthur que me señala la oscuridad exterior, me indica que la noche llegó.

Pero lejos de alarme eso, un suspiro silencioso y agradable libera mi pecho, mientras dejo descansar un lado de mi mejilla arriba del papel empapado de mi dibujo, para observar en silencio.

Paz.

A Arthur, sentado y muy concentrado detrás de su caballete.

Creo, que tampoco él se dio cuenta de la noción del tiempo, ya que su actitud concentrada.

Por demás hermosa.

Y sin dejar por un instante de pincelar lo acusa, bajo su diestra magistral yendo y viniendo.

Como sus ojos de ese azul intenso y prácticamente sin vida, siguen cada uno de los movimientos de su pincel.

Él ve de otra manera, pienso y ese aire que se instaló en mi pecho desde que lo conocí, ahora siento que fusiona con admiración, ya que en el estudio no es mucha la iluminación por el crepúsculo colmando y locamente yo con todos mis sentidos a pleno, interfiere más mi proyecto.

Sonrío sin dejar de mirarlo en mi postura descansando.

Que él a falta de uno.

Bostezo.

Como la noche que lo vi por primera vez y le llevé el pedido al puente de los deseos.

Otro bostecito se me escapa.

Noche en su totalidad, para Arthur como para este lado del mundo, sin embargo, él podía trasmitir lo que veía con su corazón cuando nosotros con la vista, no.

ARTHUR

Una delgada cobija pongo con cuidado sobre ella que me alcanza Didier al notar que Gloria se quedó dormida.

De pie la observo y por más que me cuesta distinguirla por la poca luz del estudio, cual niego con un gesto a mi amigo que encienda las demás para que no la despierte y en el proceso, intento a mi placer y rogando a mis ojos que me permitan dilucidar lo que contemplo.

A Gloria siendo una obra.

Porque, lo es.

Una de arte recostada en su postura durmiente, relajada como ajena a todo y bajo ella, ese gran papel plasmando el dibujo que como yo hasta momentos antes, nunca dejó de concebir por sus dedos.

- ¿Didier? - Me inclino, percibiendo sus pies descalzos desnudos de la cobija, que tapo ante cualquier frío.

- Señor. - Responde a mi llamado en voz baja como yo, acercándose.

- ¿Sería mezquino de mi parte, si no la despierto? - No me atrevo a tocarla por más que mi sistema lo desea, conformándome con solo tomar asiento en el piso y a su lado.

Presiento como Didier se sonríe ante mis palabras, mientras me alcanza un vaso de agua como mis pastillas siendo el horario de tomarlas y lo hago, bebiendo un buen trago.

- Creo que egoísta sería, no preparar una cama para la huésped en el cuarto de invitados para que descanse y sea eficiente como su secretaria en la jornada de mañana. - Recoge el vaso. - Vendré por ustedes cuando la cena esté lista. - Conciliador y se lo agradezco en mi silencio, escuchando como se marcha.

Y me recuesto en el piso como Gloria y a poca distancia de ella, pero boca arriba mirando el techo, para luego girara hacia a ella tras unos segundos.

Donde puedo desde mi perspectiva sentirla cerca mío.

Giro mi rostro hacia el otro lado, donde a su vez, además.

En mi caballete, también lo hago.

Sentirla.

Ya que descansa, casi mi obra finalizada.

GLORIA

Pestañeo y hasta me desperezo de buena gana y limpiando un lado de mis labios por babear.

Indiscutiblemente, creo que la siestita me devolvió diez años de vida me digo, mientras mi vista peleando con la pereza intenta focalizar donde demonios me encuentro al notar que no es mi cama.

Sigo mirando.

Ni mi casa.

Me detengo en la persona que dormita al lado mío en el piso.

Ni tampoco Honor.

- ¡Jesús! - Exclamo con mis manos en mi boca sorprendida.

Arthur se mueve algo por mi dicho.

- Lamento defraudarte, Gloria. - Abre sus ojos. - Solo, soy Arthur. - Se incorpora como yo y con un bostezo que oculta su puño, pero me contagia.

Sonrío mirando la cobija que me cubre como a él.

- Lo siento...

- ¿Por quedarte dormida?

Acomodo mi pelo que debe ser un desastre.

- Sí, no significa que la clase me aburrió. - Me justifico.

- Ambos.

- ¿Qué?

- Cansancio por parte de los dos... - Arthur me explica, aunque no comprendo por qué, lo hizo a mi lado. - ...parece... - Dice con su vista a lo que yo también percibo y miramos hacia un lado al mismo tiempo.

El aroma a comida que y como nosotros en el piso, pero sobre bandeja es para nosotros.

Deducimos por Didier al entrar al taller y vernos dormidos.

Donde un sabroso caldo de verduras con trozos de carne, rodajas de pan como quesos y frutas, nos aguarda.

- Honor debe estar preocupada por mí... - Murmuro procurando adivinar la hora, cual me dice que temprano no es.

- Me tomé el atrevimiento de mandar al chófer para avisarle a la amiga de la señorita. - Su voz como su acto de presencia Didier responde, trayendo otra bandeja conteniendo una jarra de agua como vasos. - Para luego y siendo tan tarde... - Percibo una exageración protocolar y Arthur ocultando su diversión con un pedazo de pan me lo confirma, mientras nos sirve un poco en cada vaso. - ...prepararle la habitación de huéspedes para pasar la noche. 

Y lo miro rara al ancianito.

Lo señalo con la cuchara de plata para servirle un poco a Arthur.

- ¿Sabes que cuando mientes, se te va tu acento francés al hablar? - Me pareció y el viejito se ruboriza, aunque no se altera su semblante, irguiéndose y a la espera de una nueva orden o servicio de su joven amo.

- ¿Le parece a la señorita? - Dice como si nada y quiero ver algún tipo de vestigio en su hermetismo y me sonrío sobre su seriedad, porque logro divisar de su parte una sonrisa leve y cual procuran ocultar sus tupidos como grises bigotes prolijamente cuidados.

Afirmo riendo, mientras acerco el tazón de comida a Arthur como su cuchara, cosa que me agradece al tomarlo y hasta creo, que entretenido por la charla de su fiel amigo conmigo.

Sirvo un poco para mí, mientras veo como Didier y ante una consulta de Arthur, el hombre presto le alcanza unas hojas del interior de un bolsillo interno de su exquisito saco oscuro de vestir.

Cosa que me apuro, ya que siendo yo misma propensa a mancharme y aumentando eso por estar en el piso y no comiendo en una mesa, que la sopa manche mi propia ropa, me acomodo al lado del jefe y sin dudar.

Y sinceramente, sin analizarlo mucho como pidiéndole permiso.

Me encuentro abriendo la servilleta blanca como la nieve misma, para acomodarla sobre el cuello de la camisa de Arthur, así puede comer mientras yo veo los papeles que sostiene una de sus manos para acto seguido, leérselo con naturalidad probando la sopa.

Que dicho y sea de paso, sabrosísima.

Pestañeo, deteniendo mi lectura que habla de la fiesta de inauguración el próximo fin de semana.

En realidad, los tres lo hacemos sorprendidos.

Por mi acciones anteriores sin su consentimiento.

- Prosigue, por favor... - Me pide Arthur y lo miro avergonzada por no saber si estos jodidos actos involuntarios estuvo bien.

Y me encuentro, no solo con la calidez de su siempre sonrisa.

También.

En sus ojos con poquito futuro pero mucha vida, porque me lo dicen en mil idiomas diferentes por más dejo francés.

Elevo mi vista hacia Didier.

Y este segundo hombre es otra cosa.

Sí.

Además de gratitud.

Mierda.

¿Hay felicidad?

¿ Y eso?

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