CAPITULO 11


GLORIA

- Buen día, Gloria. - Me saluda muy correcto.

- Buen día, señor. - Respondo mientras veo como camina a su escritorio y al escucharme, niega divertido, causando que dude.

¿Lo hice mal?

¿Tendría que haber dicho, señor L'Rou?

- Viniste temprano. - Me dice tomando asiento y tras susurrarle algo a Didier al tomar unas carpetas que le entrega y se marcha.

Sí, es verdad.

Lo hice casi hora y media antes de lo que me indicó ayer, pero la emoción me podía.

- No dormí mucho anoche y madrugué. - Me acerco a su escritorio. - También, pasé por la cafetería para avisar al dueño de que dejaba el trabajo.

- Espero que no hayas tenido inconveniente con eso... - Me dice, abriendo una carpeta.

- No, muchas chicas quieren ese trabajo y me deseó lo mejor. - Es muy buen hombre. - Sabía lo importante que es para mí, el arte.

- Me alegro. - Contento.

- Gracias. - Lo que se me ocurre del otro lado de su escritorio.

- ¿Desayunaste? - Me cambia de tema y recordando para que estoy, indico la puerta.

- ¿Quiere le traiga café o té con algo? - Tendré que averiguar, dónde está la cocina o parecido, pienso en el momento que la puerta se abre nuevamente por Didier y justamente, trayendo una bandeja de plata.

Guau.

Con tazas, tetera y platito de porcelana, compuesto por variedad de masas finas.

Y se lo señalo indecisa.

- ¿No se supone que como su asistente, yo debo hacerlo?

Arthur se sonríe al igual que su longevo amigo vestido de etiqueta dejando todo sobre el escritorio, seguido a mi nuevo jefe de indicarme con la pluma que sostiene entre sus dedos, que tome asiento en la silla que amablemente Didier acerca para que tome asiento del otro lado.

En silencio, vemos como sirve cada taza y depositando una frente mío, y otra a Arthur, luego se retira feliz.

Sí, el viejito está muy feliz.

Su rostro lo dice.

- Yo no lo hice. - Bebe un sorbo con ganas, tras ingerir una pastilla que descansaba sobre su platito.

- Debería... - También lo hago, sin preguntar por ese remedio, pero llena de curiosidad.

Eleva su rostro de la taza y me mira cálido y mierda, en serio lo digo.

Tiene que dejar de hacer eso, vea poquito o no, porque es muy lindo.

- También me costó dormir anoche... - Me confiesa. - ...y quise salir temprano, no quería perder tiempo.

- ¿Emocionado por su galería y pronta inauguración? - Deduzco.

- En parte. - Toda su respuesta con esa linda sonrisa que nunca abandona su rostro y me doy por satisfecha, bebiendo más de mi elegante taza.

Ya que, yo lo estaría si fuera dueña de una y la agitación de que el mundo vea lo maravilloso de la pintura en una exposición, también me sacaría el sueño como las ganas locas de venir al lugar.

Y la mañana como el mediodía transcurren rápido.

Demasiado para mi gusto o placer, porque no solo la galería con su edificio son magníficas desde la restauración antaña y estilo greca amalgamando en una perfección absoluta el nuevo diseño contemporáneo, que en su compañía recorro y admiro con grandes exclamaciones mirando absolutamente todo y cada detalle que me indica Arthur muy orgulloso.

Además y sin dejar de tomar nota en un cuadernito que me traje.

Cada piso, porque se compone de cuatro y cada uno, con su diseño armonioso con sus respectivas habitaciones o salones.

Y la que se llevó todos mis aplausos al abrirse sus dobles puertas por un encargado y pisar su interior, totalmente maravillada guiando a mi jefe.

La galería de exposición.

Enorme y la mitad de sus paredes vidriadas.

Y las que no, como su piso, de un blanco puro, diáfano y lustroso, pidiendo perdón por lo maravilloso al pisarlo con cada paso que doy.

Solo somos nosotros y poco más de media docena del personal que con su uniforme perfecto en tono oscuro y llevando guantes tan blancos como el piso mismo, se encuentran en pleno armado del lugar, cual y al vernos saludan con cortesía, para luego seguir con su labor y tanto Arthur como yo, devolvemos de la misma manera mientras lo recorremos.

Algunos, acomodando los pocos mobiliarios como decoración.

Y otros, lo que me estremece de ansiedad y que prolijamente siguen envueltos en sus diferentes tamaños.

Cuadros.

Obras de arte, aún envueltas en papel por protección y otras dentro de cajas de madera todavía, para ser sacadas y listas para colgar en una pared.

Todas apoyadas con cuidado y devoción en su lugar asignado y por eso mirando hacía un rincón, lo hago curiosa por notar su vacío.

- ¿Ahí, no va ninguna? - Le pregunto y Arthur mira hacia esa pared.

No sé, si es la más importante, pero sí, me doy cuenta que sería una lástima, ya que y aunque me falta mucho por aprender, reconozco que esa ubicación es la mejor, porque permitiría ver la obra desde cualquier punto de la galería.

Arthur se sonríe y camina unos pasos al mural blanco y vacío.

Y yo, sigo sus pasos hasta ponerme a su par.

- ¿Qué ves, Gloria? - Me pregunta de la nada y volteo a mirarlo extrañada.

¿Será, que no alcanza a ver bien?

Me encojo de hombros, pero obedezco y hasta me acerco un poco para analizar.

- Una hermosa pared blanca sin imperfecciones, que y por su gran tamaño, un desperdicio que no haya nada para ocupar su espacio... - Miro hacia atrás y las dimensiones de la galería prosigo. - ...porque se vería desde cualquier punto.

Y una risita se le escapa, causando que lo mire por segunda vez perpleja.

- ¿No lo hice bien?

Se sonríe.

- Lo hiciste. - Pese a que no me felicita, asiente.

Pero de golpe y tomándome de una mano.

Dios.

Me obliga a retroceder varios pasos para tomar distancia de la pared.

Inclusive, más que antes y cuando lo cree correcto.

Y sin soltar mi mano.

Me habla.

- Lo que dedujiste por su excelente ubicación es la correcta y veo que tampoco te pasó desapercibida, pero quiero que veas más allá de ella con su pulcro blanco y lejos de imperfecciones, Gloria. - Su mano reteniendo la mía, se aferra más y me hace mirar ambas entrelazadas.

Calor y ese aire de nuevo, dentro mío.

- Arthur... - Murmuro subiendo mi vista, para encontrarme que sus ojos del color de todos los océanos, los tiene cerrados.

- ¿Qué ves, Gloria? - Me vuelve a repetir, interrumpiendo.

Y me siento algo abrumada.

Por su mano y la mía, esa pregunta, lo que me está colmando y hasta por algunos empleados que con poco disimulo, nos observan.

Pero su pulgar levemente acariciando mi palma, me hace reaccionar y vuelvo a la realidad.

Una, que no termino y como siempre estando Arthur cerca, difícil de concebir sin tomarte tus horitas para eso.

Pero, interpretando su pedido por lo que soy para él, ahora.

Su asistencia, guía y aprendiz.

Por eso y sosteniendo más su mano entre la mía, provocando que Arthur se sonría más y que piensen lo que quieran sus empleados y hasta mi corazón que se aceleró sin mi permiso.

Exhalo decidida, ya con mi vista frente a la pared.

Me dejo llevar por ella, pensando unos segundos.

- Puedo ver vida... - Suelto sin dejar de mirarla y aunque dudé por un instante a mi veredicto, sin dejar de ver la pared, me encuentro ahora totalmente afirmando.

Porque.

Y hasta río, por entender y convencida.

- ¡El blanco con su vacío, es el proyecto de algo, Arthur! - Maravillada exclamo y me escucha atento, comenzando a enumera. - El paño del cine, refleja la historia de alguien... - Fascinada por comprender. - ...una simple hoja de papel, el comienzo de la crónica o narración de un poeta o escritor. El levantamiento de una, el inicio de la casa de alguien, cuando lees un libro y te sumerges en la novela, reflejas en un punto sus escenas al quedar pensando en lo linda de ellas. - Y finalizo. - Y en un lienzo blanco...el principio de una pintura... - Chillo de alegría y sé, que se siente y hasta hace eco por el vacío del salón. - ...y eso es vida... - Mi brazo libre la señala. - Esa pared, tiene que tener la mejor historia contada, señor... - Determinante y con energía le pido.

Y hasta ruego ferviente, porque la pared se lo merece.

Cosa, que lo hace sonreír y me toma de sorpresa que su mano se suelta de la mía, pero para sorpresivamente, palmear mi cabeza.

En otro momento esa actitud sería una mandada a la mierda, ya que muchas veces y por carecer de altura, fue motivo de compañeros en edad escolar hacerlo por dar ternurita, tanto sea el entusiasmo o berrinche de turno.

Pero, tontamente que lo haga Arthur.

Mierda.

Me agrada y mucho, haciendo que jodidamente ese aire interno se expanda más.

- Así será, Gloria. - Con suavidad y sin dejar de acariciar mi cabeza me confirma mi pedido, aunque no me dice con que obra. - Y solo Arthur, por favor. - Dice, mientras retomamos a su oficina.

- No entiendo. - Camino a su lado.

Me mira desde su altura de reojo.

- Me agrada más como me llamaste en la galería, solo Arthur y sin el señor.

- ¿Hice eso?

- Sí.

- Disculpe...

Se detiene.

- Deseo que te olvides de los honoríficos, sea en una palabra, términos o gramática convencional por razón social por respeto o cortesía en cuanto a nuestro trato diario y te concentres en otra cosa.

¿Eh?

- ¿Qué cosa? - Consulto, cosa que lo hace inclinarse para nivelar mi altura y esos ojos azules que dicen que no ven, pero lo hacen y mucho a su manera a pocos centímetros de los míos.

Vuelve a posar su enorme mano sobre mi cabeza.

- En mí, Gloria....solo en mí. - Reafirma.

Y mi corazón late fuerte, maldición.

Ok.

Bastante, que lo disimulo por las dudas que se sienta, interponiendo mi libretita de apuntes sobre él para que Arthur no escuche.

Muchas cosas y para apenas haber pasado mi primer mediodía laboral como asistente de este hombre guapo como dos infiernos.

Dándome cuenta.

Otra razón.

Que Arthur en algo simple como lo fue esa pared y en un un blanco que tal vez y sobre esa oscuridad, paradógicamente ese tono es parte de lo que solo puede a observar.

Él me enseñó, a ver vida...

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