Muertos y Moschino
Barbara contiene un chillido de gusto al vislumbrar el centro comercial. Apura el paso lo más que le permiten sus tacones altos y se detiene justo en la entrada.
—¡Por fin llegué!—exclama, aplaudiendo. Un muerto viviente con uniforme de camarero pasa frente a ella cojeando y se detiene para verla. Barbie—acostumbrada al olor de la carne podrida gracias a su trabajo y gustos bizarros—esboza una leve sonrisa. El muerto tiene la mirada gris y ausente, está encorvado y le cuelgan los brazos. Sin duda era guapo cuando seguía vivo, a juzgar por la forma de su nariz y las espesas pestañas que aún conserva.
—Hola, hola—dice ella, guiñandole un ojo—. ¿solías trabajar aquí?
El cadáver ladea la cabeza y, tras un breve quejido, sigue con su camino. Barbara gira los ojos.
Cada vez son más difíciles, piensa.
Antes de entrar al lugar, la mujer se coloca sus auriculares y los conecta a su Ipod. Reproduce All I want for Christmas is you de Mariah Carey en loop para sentirse festiva. Esta es su primera navidad en el que llama "su mundo perfecto" y quiere pasarla en grande. Se abrocha su largo abrigo rosa, cierra su bolso estilo cartero y se dispone a explorar. El centro está casi vacío con excepción de algunos cadáveres tirados en el suelo o en las mesas de lo que queda del food court; hay otros dentro de la fuente principal, cuya agua estancada posee un tono que no se decide entre el gris o marrón. Al no haber electricidad, el enorme árbol de navidad tras la fuente está apagado.
No puedo creer que solo han pasado veinte días, dice en su mente. Veinte días son suficientes para destruir toda una ciudad.
Barbie contiene un suspiro enamorado al admirar el tétrico paisaje, y se preguntan si habrá más camareros muertos como el que estaba afuera. Apuesta a que sí, pero tal vez no tan lindos como ese. Conforme avanza, se topa con algunos muertos vivientes comiendo partes humanas o merodeando por ahí. Ella los ignora, dando toda su atención a las tiendas.
Si no hay sangre no hay peligro, se dice a sí misma en su mente.
Barbara sube las escaleras que la llevan al segundo piso del centro comercial y avanza a la zona de las tiendas de lujo. Solo hay dos: una de Gucci y otra de Moschino. Ella esboza una gran sonrisa. Esto es como el paraíso, pues no solo se deleita viendo muertos por todos lados, sino que ahora puede disponer de toda la ropa y accesorios de marca con los que siempre soñó cuando era adolescente y veía sus DVD de The Simple Life después de clase.
Merodea por la tienda de Gucci sin importarle el hedor putrefacto de los cadáveres que se encuentran cerca de las vitrinas donde se exhiben carteras y accesorios. Hay cuerpos bastante frescos. Ella sonríe. Era de esperarse que no fuera la única mujer a la que se le ocurrió venir aquí por cosas bonitas. Barbie está contenta de que no hayan sobrevivido, pues aún quedan bastantes peinetas y collares para elegir. Ella se quita un stiletto para romper el vidrio con su tacón. Elige una cartera blanca y otra rosa chicle. Son muy simples, pero tienen el logo de la marca justo en el centro y de un tamaño considerable. Eso es suficiente para que le gusten. Después toma un par de aretes en forma de estrella, idénticos a los que vio usar a Paris Hilton en una de sus tantas fotos tomadas por paparazzis. En ella aparecía ojerosa y con el maquillaje corrido, saliendo de un club nocturno con sus zapatos en la mano. A pesar de eso lucía muy glamorosa. Barbara se pasa las manos por su cabello. Luego debe ir a buscar un tinte rubio para retocarlo.
Me sorprende que no muriera con esa vida tan loca que llevaba, piensa, quitándose los auriculares para guardar el Ipod en su bolso. Después se coloca los aretes con una sonrisa de suficiencia. La joven recuerda su vida antes del virus, cuando soñaba con una vida de socialité mientras limpiaba y sanitizaba cuerpos en la morgue. Las horas se le iban volando. Los muertos siempre le daban paz. Le gusta el olor y las texturas y colores de la piel, que siempre varían dependiendo de la causa de muerte. Cuando llegaba el cadáver de un chico o chica especialmente guapa, Barbara los veía con lujuria y se preguntaba cómo habían muerto y a manos de quién. ¿Habría sido un novio celoso?, ¿una amiga llena de rencor? ¿O alguien totalmente desconocido, obsesionado con ellos?
En más de una ocasión fantaseó con el día en el que llegara el cuerpo de Paris Hilton, bronceado y totalmente lampiño. Barbara se veía a sí misma lavándola con total delicadeza, un poco triste de que jamás volvería a verla en los tabloides.
Me pregunto si sigue viva ahora. Lo más probable es que sí. Ella y toda su familia se habrán resguardado de este apocalipsis. Puede que hasta tengan una cura.
La joven se estremece cuando alguien roza su hombro. Voltea y mira a una muerta viviente pelirroja, quien contempla los brazaletes en la vitrina. Después llegan otras cuatro chicas. La ropa que aún conservan se ve cara, así que Barbie supone que solían comprar aquí a menudo.
—Una siempre vuelve a donde fue feliz, ¿verdad?—le dice, sonriéndole.
La joven escucha a un par de hombres discutiendo. Se va al fondo de la tienda y los observa. Están peleándose por un cinturón, cada uno tira de un extremo. Uno de los hombres es castaño y el otro latino. Al final éste último logra quitárselo y entonces ambos se agarran a golpes. El castaño termina encima del otro y con sus uñas—largas y teñidas de azul turquesa—le araña el rostro a su rival hasta que sangra. Barbara siente cómo se le encoge el corazón en el pecho al ver la sangre escurriendo en su cara.
Idiotas, piensa, notando que las muertas vivientes empiezan a olfatear el aire. Una de ellas gruñe y mira alrededor. Las cinco se percatan del origen de ese aroma y se dirigen a donde los hombres, quienes están muy enfrascados en su riña como para darse cuenta de lo que está por ocurrir. Barbara piensa en advertirles, pero desea ver un buen espectáculo.
Feliz navidad, imbéciles.
El latino ríe cuando logra quedarse con el cinturón. Lo aprieta con ambas manos. El castaño está por darle la revancha, pero los cinco cadáveres los rodean y se abalanzan sobre ellos. Hunden las uñas en su carne. Aunque estén muertas poseen una fuerza monstruosa. Barbara aprieta los labios, viendo a las mujeres morder la carne tierna de sus víctimas y luego comerla, ignorando sus gritos desgarradores. Dos de ellas—una asiática muy menuda y la pelirroja que saludó hace un rato—arañan el estómago del latino hasta dejar al descubierto el músculo sanguinolento. No se rinden hasta llegar a los dentros. La asiática tira del intestino delgado y, cuando sale una parte considerable, la come tranquilamente sentada en el suelo de piernas cruzadas. La pelirroja no está muy conforme con los órganos internos y decide tomar los ojos del hombre. Barbara la mira morderlos como si fueran bombones.
El castaño—ahora sin cabeza—yace boca abajo con la ropa y la espalda hecha girones. Tiene a una chica de cada lado, comiendo sus brazos sin tomarse su tiempo para disfrutar la carne.
¿Qué prisa hay?, dice Barbara para sus adentros.
El quinteto de muertas se pone de pie cuando termina de comer y se va, ignorando a Barbara. Esta, ligeramente ofendida, se encoge de hombros y acomoda los artículos que tomó de la tienda en su enorme bolso. Aún queda espacio para un par de cosas más.
Se va a la tienda Moschino. A diferencia de la anterior, esta aún tiene sus vitrinas y mostradores llenos. Hay mucha ropa y zapatos para elegir. La chica considera dejar algunas cosas de Gucci para hacer espacio, mas no sabe si en los siguientes centros comerciales encuentre esos objetos. Camina por un rato entre las prendas y entonces encuentra un par de mostradores enormes en forma de tacones. En ellos hay mochilas de diferentes tamaños estampados con ositos usando gafas en forma de corazón. La mujer esboza una gran sonrisa y toma la mochila más grande. Esta tienda es más pequeña que la anterior, pero tiene más muertos vivientes caminando por ahí. Casi todos, por supuesto, son mujeres. El olor de sus perfumes caros se mezcla con el de carne podrida y sangre seca. Barbie aspira el aroma y su sonrisa se ensancha. Alza la mirada y contempla el techo. Parece un tablero de ajedrez. Barbara se siente una reina. Todo es tan perfecto, como si el mundo se hubiera ajustado a su concepto de felicidad.
Y pensar que muchos odian esta realidad y sufren por ella.
Barbie llena su nueva mochila con camisetas, un vestido y tres pañuelos. Las muertas a su alrededor se prueban ropa y zapatos con torpeza, como si ignoraran su condición actual. La joven se va a la sección de carteras y joyas para tomar una última cosa. Encuentra un brazalete de plata con dijes en forma de moños, corazones y ositos de peluche. Es muy bonito y el único que queda. La chica lo toma con una mano y lo desempolva con la otra. Después se lo pone en la muñeca derecha y la agita para que los dijes tintineen. Suelta una risita, complacida. Mira a la mujer a su derecha—otra rubia teñida como ella—y le muestra la joya.
—Es muy bonito, ¿no crees?
La muerta gruñe y se va. Barbie gira los ojos.
—Tomaré eso como un cumplido.
Ya satisfecha, Barbara abandona la tienda y regresa al primer piso. Entra a una tienda de dulces por una bolsa de ositos de goma, y después a una librería por revistas de moda. No queda ninguna, así que se conforma con un par de comics de Batman. Drew, su compañero de trabajo, siempre leía historietas DC en su hora de comida. Él era un geek con la cara repleta de granos, pero a pesar de ello Barbie se sentía un poco atraída a él. Nunca se lo dijo.
Me pregunto si sigue vivo, piensa, ligeramente nostálgica. Yo creo que no. Lástima, era un buen amigo.
Mientras se dirige a las mesas del food court, Barbie se da cuenta de que no tuvo muchos amigos en su vida antes del apocalipsis. Eso la entristece un momento, pero se anima al recordar todas las cosas que consiguió hoy. ¿Y qué si no tuvo amigos? Hubiera sido una pérdida de tiempo. El fin del mundo como lo conocía los hubiera matado y ella estaría ahí, llorando por haberlos perdido. Haber estado sola tantos años fue algo bueno al final. Ella es capaz de disfrutar su vida sin añorar tiempos mejores, y no tiene que cuidar de nadie. En esta vida solo es Barbie y su mundo de muertos y moschino.
La joven saca un pañuelo de su bolso y limpia el polvo de una mesa antes de sentarse. Abre la bolsa de gomitas y se lleva un puñado a la boca. Mira la portada del cómic. Aparece Harley Quinn besando la mejilla del héroe murciélago, quien está atado a un cohete espacial. Barbara comienza a leer sin muchas expectativas, pero a mitad del libro la trama se pone especialmente interesante y ella, sin dejar de comer ositos, pasa páginas cada vez más rápido.
—Esto no va a terminar bien para Bats—dice—. ¿O si?
Sigue leyendo. Entonces, al seguir pasando página, se hace un pequeño corte en el dedo índice con papel. Contiene un grito y se lleva el dedo a la boca. Siente un escalofrío en todo el cuerpo.
Puta madre.
Mira alrededor. Hay algunos muertos vivientes en las mesas. No se inmutan. Barbara suspira con alivio.
Gracias a Dios.
Ella piensa en tomar una vendita de su bolso para su herida, pero sería algo muy peligroso aquí. Lo mejor es ir a una parte del centro comercial donde no haya muertos. La joven medita por unos segundos y decide que lo más prudente es volver a su auto. Justo cuando se iba a poner de pie, un muerto detrás de ella la toma del brazo y tira de él. Barbie muerde su dedo y forcejea, pero él es mucho más fuerte y logra sacar su dedo de su boca. El hilito de sangre se escurre entre sus dedos y baja a la palma de su mano. El muerto comienza a salivar y abre la boca. Barbara grita. Logra zafarse de su agarre y corre. Los demás cadáveres andantes voltean a verla y ella no sabe a dónde ir. Hay muertos en todas las salidas y no tiene tiempo para sacar su arma.
Me iré a un baño y cargaré mi pistola ahí, piensa. Sí, eso haré.
Sus tacones la traicionan y se le dobla un tobillo. Se incorpora con dificultad, agradeciendo que los muertos caminen tan despacio. Se muerde los labios y sigue corriendo a pesar del dolor. Regresa a la librería y se encierra en el baño. No deja de temblar. Ve su rostro en el espejo y sus ojos se llenan de lágrimas; el rímel se le corrió y no queda nada de su labial rosa brillante. Qué navidad de mierda.
Con mucho dolor, Barbie se quita sus tacones—unos hermosos Prada negros— y se ata el cabello con un listón que había al fondo de su bolso. Saca una botella de agua con la que lava sus manos y se pone la vendita.
—Carajo, debí traer algo de alcohol—dice—. Seguiré oliendo a sangre y esos hijos de puta no me dejarán en paz.
Se queda ahí un rato, sentada en el suelo. Llora como no ha llorado en mucho tiempo, ni siquiera cuando su padre las abandonó a ella y a su madre por una joven veinte años menor que él. No se suponía que las cosas terminarían así, con ella perdiendo el glamour y obligada a luchar por su vida. Este era su mundo perfecto, ¿no? ¿Entonces por qué no puede ser feliz en él? ¿Por qué algo siempre debe salir mal?
Barbara no se limpia los mocos. Ya no le interesa ser bella ni elegante.
¿Esto era lo que planeaba hacer por el resto de mi vida? ¿Ir de un centro comercial a otro robando las cosas que no pude tener cuando era adolescente? Qué patética. Cualquier otra persona tendría aspiraciones más serias. Otros en está ciudad están luchando por los seres que aman, porque tienen la esperanza de que esto va a terminar. Y yo estoy sola y no hay nadie que me ame.
Barbara frunce el entrecejo, pensativa. Luego se sorbe los mocos.
Estoy sola ahora, pero eso no significa que lo estaré siempre, ¿verdad?
Nunca es tarde para empezar. Barbie sonríe entre sus lágrimas.
Mi próxima navidad puede ser mucho mejor que esta.
Si logra salir con vida de aquí, va a dejarse de frivolidades y conocerá a más personas. Tarde o temprano tendrá amigos, y, con un poco de suerte, un novio o novia. Sonríe al solo imaginarlo. Se pone de pie y deja la mochila de lujo en el suelo. Ya no la necesita. Saca la pistola de su bolso y la carga. No es la primera vez que la usa. Si ha logrado sobrevivir por tanto tiempo es porque sabe cómo y cuándo disparar. Es cierto que nunca había tenido que enfrentarse a tantos cadáveres andantes, pero estará bien. Todo este asunto no será más que una anécdota interesante que le contará a sus futuros amigos y pareja.
Un novio muerto viviente sería perfecto, piensa. Pero debo ser realista. Quiero que mi novio me bese, y un novio muerto viviente no puede hacer eso.
Barbara sale del baño con el arma frente a ella. Sabe que su aroma ahora es más débil, pero sigue ahí. Le tiemblan las manos. Camina por la sección de libros clásicos y se encuentra con un par de muertos, quienes la ven de arriba abajo. Barbie gime de frustración, pues ese era el camino más corto a la salida. Los muertos captan el olor y avanzan hacia ella. La chica se da media vuelta y corre a los estantes de manga, después pasa por los de novelas de terror y por fin sale de la librería. Media docena de muertos comienzan a perseguirla y la joven, con la adrenalina a tope, sigue corriendo. Cada vez son más y más, pero eso no importa. La salida está cerca. Barbie pasa por la fuente. Hay más muertos ahí, y se acercan a ella también. No tardarán en rodearla.
Mierda, mierda, mierda.
Barbara les dispara y logra abrirse camino, pero tropieza. El arma resbala de su mano y ella estira el brazo para recuperarla. Se incorpora a la brevedad y sigue corriendo. Sus pies descalzos duelen mucho, pero eso no le importa. Este es el inicio de su nueva vida, y no quiere perderla. El brazalete en su muñeca derecha tintinea a cada paso. Ella se imagina obsequiándoselo a su futura novia. Aparecen más esperpentos de carne podrida, y la chica les dispara. Está cada vez más cerca. No se sorprende. Barbara sabe de lo que es capaz.
Cuando está a unos pasos de salir, un muerto la toma del brazo y la jala hacia adentro. Ella grita y lo apunta con la pistola. Dispara, pero se ha quedado sin balas.
No puede ser. Creí que las había contado bien.
Su cuerpo vuelve a temblar y no se percata del peligro en el que se encuentra hasta que otro muerto la toma de una pierna. Entonces grita y se retuerce, pide que alguien la ayude aunque sabe que no hay nadie más en el lugar. No, ella no puede morir ahora. Acaba de encontrar el sentido de su existencia, iba a rodearse de gente buena y ayudar a otros a sobrevivir. ¿Por qué este mundo no la aprecia ni un poco?
Barbara cierra los ojos y deja que sus lágrimas escapen. Demasiado tarde para tener deseos nobles. Iba a irse de este mundo sin haber hecho la diferencia.
Espero que Drew siga con vida y aún lea historietas de Batman en sus ratos libres.
Ella no sufre mucho al morir. Uno de los muertos la muerde en el cuello, justo en la yugular, y la sangre sale a borbotones, atrayendo a más cadáveres que se dan un festín con su cuerpo. Lo único que queda de Barbara es parte de su brazo derecho. Los muertos vivientes se dispersan una vez saciados, y la única que queda ahí es la rubia muerta a la que Barbie le mostró el brazalete con dijes. La mujer se arrodilla junto al brazo y le quita la joya, para después ponérsela en su muñeca podrida. La gira para ver cómo brillan los ositos y moños de plata. Esboza algo parecido a una sonrisa y se pone de pie. Entonces se va de regreso a la tienda Moschino.
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