Carne de sirena
Uno ya no puede divertirse ni un poco. Lo haces y entonces pierdes a tus amigos. O peor aún: pierdes 10, 000 seguidores en Instagram. Y ese número se incrementa cada vez más. Debo actuar rápido. ¿Cómo iba a saber que lo que hice se considera crueldad animal? Era solo un calamar muerto. Lo compré muerto en el mercado, no lo maté yo. Y posé con él disfrazado de tiburón en Halloween porque me pareció gracioso. Mi descripción no era ofensiva. ¿O acaso "Raaawr, mi cena de hoy lol #halloween #lmao #funny" suena ofensivo para ti? Solo fue una foto estúpida. Pensé que los demás se reirían conmigo. Pero no lo hicieron.
¿Crees que es fácil ser yo? A simple vista puede que sí. Entras a mi perfil y lo primero que ves es a un hombre a mediados de sus veinte con un cuerpo torneado y musculoso gracias a horas en el gimnasio. Su cabello es rubio y su piel bronceada, es el estereotipo perfecto de surfista californiano. Come balanceado, visita las cafeterías de moda y gana mucho dinero por el contenido patrocinado. Tiene un apartamento muy bonito y se ve feliz. Pues te digo, amigo mío, que no soy feliz el noventa por ciento del tiempo. Tengo que cuidar como me veo, qué escribo y qué digo de una manera en la que se sienta auténtica. Tengo que ingeniarmelas para hacer creer a 90,000 personas (que se reducirán a 20,000 si mi plan fracasa) que son cercanas a mí. Es un trabajo muy duro. Y desde que me cancelaron por esa foto tengo tanto estrés y ansiedad que pasé la última semana llorando y comiendo cereal Reese's Puff sin leche. Ya te imaginarás cómo salió mi mierda. Tenía el culo tan abierto que podrías guardar un paraguas en él.
Pero eso ya quedó en el pasado, o al menos tengo fe en que así será. Apenas ayer subí mi video de disculpa en el que acepté mi error con los ojos inundados de lágrimas y tomé la firme decisión de volverme vegano. Eso funcionó mejor de lo que esperaba. Ya tengo planeadas mis visitas a los restaurantes veganos o con opciones veganas más populares de la ciudad. Y empezaré por el mejor de todos: Gogatsu. Un lujoso restaurante de mariscos estilo japonés justo frente a la playa. Su especialidad es el sushi de sirena, un platillo que me gusta bastante y suelo comer a menudo cuando viajo a Tokio. Pero ahora que soy vegano—al menos frente a mis seguidores—ya no puedo darme el gusto de comerlo en público. Iré al Gogatsu porque hace poco anunciaron un rollo de sirena vegano hecho con soya y algas. Dicen que sabe igual que la carne de sirena, pero lo dudo. Toda la comida vegana que he comprado en la sección de congelados nunca sabe a lo que dice que imita. El pollo de tofu sigue sabiendo a tofu con especias. Iré al restaurante sabiendo que me la meterán hasta el fondo por un rollito que de seguro vale menos de dos dólares, pero no me importa. Este es el primer paso de mi redención y quiero que sea memorable.
Voy al Gogatsu un miércoles por la tarde, el día en el que, según Google, hay menos gente. El clima es bueno, no me asfixia tanto como ayer. Me siento en una mesa cerca de una ventana, dando la espalda a los demás comensales. Sé que mi día está arruinado cuando, a los pocos minutos, escucho un coro de voces femeninas reír. Veo hacia atrás y me encuentro con media docena de mujeres ocupando una mesa a poca distancia de la mía. Son señoras escandalosas de mediana edad que visten como si aún tuvieran dieciocho años. Qué patéticas.
Tal vez hace quince años fueron esposas trofeo, pienso. Pero ya no. Ustedes se la están pasando de lo mejor aquí mientras sus esposos se follan culos más firmes.
Sé que debería cambiarme de mesa, pero me gusta donde estoy. Las otras que están junto a las ventanas les da el sol. Esta de aquí es perfecta. Y me sentiría contento si no fuera por estas barbies ancianas. Bueno, pues al carajo. Saco de mi bolso estilo cartero unos auriculares inalámbricos (los cuales me obsequió una empresa de electrónicos a cambio de publicar un reel) . Me los coloco y pongo en mi teléfono una lista de reproducción con bossa nova instrumental. Las voces desaparecen al instante y me dejo llevar por la suave guitarra. Sí, mucho mejor. Sonrío y espero a que me atiendan. Contemplo la playa solitaria. Las olas brillan. Luego bajo la mirada a mi pecho y frunzo los labios al ver la serie de pines que tengo en el bolsillo de la camiseta. Algunos tienen forma de tomates y cerditos sonriendo, y contiene frases como "Meat never, plants forever","Its a veggie life for me" y "Veganism is for lovers". Lo sé, es muy ridículo, pero se verán bien en las selfies que me tomaré junto a la comida.
Me siento mejor ahora. El día es bonito, comeré algo quizás no tan delicioso pero que me hará recuperar mi vida. Siento que todo está bien. Tomo una foto de la playa y la publico en mi estado. Muevo los hombros al ritmo de la música sin importarme que me vean.
¿Me sentiré satisfecho solo con el rollo vegano? Lo dudo. La comida vegana siempre me recuerda lo mucho que amo la carne. Tal vez pida otro con sirena de verdad ya que le tome fotos al primero. O no, mejor no. Creo que sería más prudente volver a casa y pedir algo a domicilio. Puede que alguien aquí me reconozca, y si me ve comiendo carne seré cancelado de nuevo. Y esta vez no me darían una segunda oportunidad.
De solo imaginarlo un escalofrío sacude todo mi cuerpo. Tomo aire. Exhalo. Debo tranquilizarme. Todo estará bien, todo estará bien, todo estará bien...
Consulto la hora en mi teléfono. Ya han pasado veintiocho minutos. ¿Qué rayos? Ya deberían de haber venido a tomar mi orden. ¿No se supone que es uno de los mejores lugares en la zona? No volveré a confiar en las malditas reseñas de Yelp, ahora deben estar repletas de bots. De nuevo miro hacia atrás.
Mis ojos estudian la escena. Mi cuerpo se paraliza. ¿Qué está pasando? Lo que veo no puede ser verdad.
—Qué...mierda...
El grupo de mujeres está bañado en sangre. Dos de ellas yacen en el suelo, y el resto tienen la cabeza o mitad del cuerpo sobre la mesa. A algunas les faltan los ojos, o tienen marcas de uñas en la cara. Sus bocas están muy abiertas. Sus peinados deshechos. ¿Quién les dio una muerte tan brutal? ¿En qué momento ocurrió todo esto? El charco de sangre bajo su mesa se extiende más y más. Entonces el olor a hierro llega a mí y comienzo a sentir arcadas. Esto es real. Muy real. Veo hacia otro lado esperando encontrar algo menos horrible, pero los comensales en las otras mesas me brindan un espectáculo aún peor: una pareja de novios—a juzgar por sus camisetas a juego—se están apuñalando el uno al otro con los vidrios de sus vasos rotos. Tienen la mirada ausente y no se quejan del dolor. Los filos desfigura sus rostros y la sangre brota de cada herida hasta dejarlos irreconocibles.
Entonces ya no puedo más y vomito sobre mis bermudas de Gucci. Llevo mis manos a ambos lados de mi cabeza para quitarme los auriculares, pero no sé si debería hacerlo. ¿Eso me ayudará? No creo estar listo para escuchar los gritos y puñaladas, todo este caos sin sentido. ¿Qué mierda está pasando? No puedo ser la única persona cuerda aquí, debe haber alguien más.
Pero a donde veo solo hay gente haciendo daño a otros o a sí misma; un hombre con un traje muy elegante se encaja palillos chinos en los ojos con una sonrisa; una joven en bañador golpea su cabeza una y otra vez contra la pared mientras que su amiga estrangula a una anciana.
Mi mano temblorosa toma el teléfono sobre la mesa. Debo llamar al 911, pero, ¿qué les digo? ¿Que todos perdieron la cabeza y no paran de matarse? Además, ¿qué podría hacer la policía al respecto? Lo mejor es irme de aquí cuanto antes. No quiero que me maten. Si me quedo en este lugar un minuto más no quedará nada de mí. Veo la salida. No está muy lejos, pero debo pasar por unas cuantas mesas. Y esas mesas están ocupadas. Tomo mi mochila y me levanto. Estoy llorando. Aprieto mis labios para no gemir ni sollozar. Los demás no me notan, y siguen enfrascados en su barbarie.
Tranquilo, Connor. Concéntrate en el bossa nova y ve a la salida. Estarás bien, estarás bien.
Avanzo unos pasos, pero me detengo en cuanto las puertas de la cocina se abren y aparece un cocinero manco y otro con la nariz rota. Detrás de ellos se arrastra una chica pelirroja cubierta de sangre y con una expresión de odio puro en su rostro. Los cocineros no tardan en molerse a golpes. Entonces noto que la chica tiene cola de pez. Es muy larga y de color verde con manchas azules. La veo abrir la boca y mostrar unos dientes muy filosos. ¿Estará gritando?
Todos voltean a verla casi al mismo tiempo. Ella no cierra la boca.
Aprieto los auriculares contra mis oídos. No quiero escucharla.
Y al pensar en eso, todo cobra sentido.
¡Los auriculares me salvaron! No la escucho, por eso no me he vuelto loco.
Vuelvo a sonreír aún y en medio de este apocalipsis en miniatura.
No sabía que las sirenas podían enloquecer a la gente con sus voces. Hacía no mucho vi un documental en Netflix dónde te explican todo sobre ellas: son un animal casi tan antiguo como el ser humano, pueden comunicarse por telepatía entre ellas y se reproducen de forma ovípara pero amamantan a sus crías como los ornitorrincos. ¿Cómo se les pudo escapar un detalle tan importante a los científicos? Aunque no los culpo, a fin de cuentas el ser humano no conoce ni la mitad del océano, y este tiene muchos secretos y animales aterradores en sus profundidades.
El recuerdo del documental me tranquiliza unos minutos, pero entonces una monótona voz de mujer dice a mi oído:
—Batería baja, favor de cargar.
Esta vez no contengo mis sollozos.
Maldita sea, no puede ser.
La sirena sigue arrastrándose, dejando un rastro pegajoso y carmesí. Yo decido que es ahora o nunca y corro hacia la puerta tratando de esquivar a quienes se interponen en mi camino. Pero justo cuando estoy a dos mesas de salir me resbalo con un charco de sangre y caigo boca arriba. Mis audífonos se impactan contra el suelo y después son pisoteados por un par de gemelas adolescentes que se persiguen con tenedores. Me quedo ahí tendido, manchado de sangre y quién sabe qué otras cosas. La sirena se acerca a mí. Tiene la boca cerrada, pero sé que no por mucho. Ladea la cabeza y me ve con atención. Sus ojos son verdes y no tienen nada de brillo. Me recuerda a un reptil. Alarga uno de sus brazos hacia mi rostro y veo sus garras negras. Son tan largas y filosas que podrían sacarme un ojo.
No quiero morir, no quiero morir...
—¡S-Soy vegano!—exclamo con la voz quebrada—. ¡Por favor no me mates, soy vegano!
Ella abre los ojos de par en par. ¿Acaso me entiende? Lo dudo, pero debo intentarlo.
—No como sirenas—le digo, y me siento para señalar mis pines—. ¿Ves? Tengo uno en forma de sirena, dice "Mermaids are humans too". Yo no te comería. Comer carne es malo.
Ella sigue viéndome sin inmutarse.
—¡Soy un humano bueno! Yo...yo puedo probártelo, uh...
Piensa rápido, Connor. Piensa rápido.
—Yo podría...
¿Quieres morir, cabrón? ¿Quieres convertirte en mierda de pez?
—¡Yo podría llevarte al mar! Es un camino muy largo desde aquí, más si vas arrastrándote. El sol va a secarte y te debilitará. Yo te cargaré y te llevaré a la orilla, soy muy fuerte. Y...y si ves que no te llevo ahí puedes cantar y volarme la cabeza o lo que tú quieras. ¿Te parece bien?
Ella me mira en silencio. Después asiente. Yo me orino en los pantalones y la sirena hace una mueca de asco.
—L-Lo siento, llevaba aguantándome desde que vi a esas de allá—señalo a las esposas trofeo con el pulgar.
Me levanto despacio y luego me inclino para tomar al monstruo en brazos. Está algo resbalosa por la sangre, pero no pesa nada. Ella rodea mis cuello con sus brazos. No me aprieta. Alza la mirada y por fin veo una emoción en sus ojos: alivio.
Pobre animal, pienso. Nada de esto hubiera pasado si la hubieran dejado en el océano.
Salgo del restaurante y me dirijo a la playa. Atraigo miradas al pasar por un café y una tienda de postres keto. La gente está horrorizada, mas no se me acerca. Y es mejor así. No quiero que la sirena se sienta en peligro y cante. Mi corazón late muy fuerte, y la felicidad de seguir vivo aún no me hace efecto al cien por ciento. Siento como si montara un león o llevara a un cocodrilo en brazos. Los rayos del sol me hacen entrecerrar los ojos y veo que la sirena no ha apartado su vista de mí.
—Ya casi llegamos—le digo.
Un par de minutos más ya estamos en la orilla. El agua lame mis pies. La sirena mira el mar. Su cuerpo se relaja al instante. Me arrodillo y la dejo en el agua. Ella no se va. Primero me mira y sonríe. Le regreso la sonrisa. Entonces se adentra en las olas cada vez más y más profundo hasta que solo veo su aleta. Me quedo ahí, muy quieto. Mi garganta está seca y tengo ganas de mear. Vuelvo a orinarme en mis bermudas.
La aleta desaparece bajo el agua. Ya que estoy solo un grupo de personas se acerca a ayudarme. Me preguntan qué pasó y si estoy herido. Escucho sus voces como si estuvieran en segundo plano. El sonido del mar y las gaviotas es mucho más intenso.
En mi puta vida volveré a comer carne de sirena.
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