Epílogo

"Lamento su perdida", fue lo que le dije a los señores Berardi.

Pero, ¿quién lamentaba la mía?

Recuerdo que en las noticias de ayer hablaron del accidente del hijo de uno de los empresarios más importantes a nivel mundial: el italiano que traía babeando a mi pequitas. Cuando apuntaron al cuerpo, logré detallar que un cuaderno muy familiar se encontraba a unos centímetros de él. ¿Qué hacía Mauricio con ese cuaderno? ¿Por qué lo tenía?

Supe de inmediato que tenía que conseguirlo a toda costa, tuviera que pagar lo que tuviera que pagar.

Eso era lo único que quedaba de la rubia.

A pesar de no querer ir, fui a ese velorio. Muchos periodista se encontraban allí y eso solo aumentaba mis nervios y ganas de llorar.

¿Cómo tantas personas podían ignorar el dolor de los demás y solo chismear?

Le pedí a la madre del italiano que me devolviera el cuaderno y lo hizo sin dudar. Me preguntó que por qué yo lo quería, le dije que era mío.

Una mentirilla que supongo motivó su llanto.

Salí de ahí sin siquiera echarle un vistazo al cuerpo. Se había reventado el cráneo y otros huesos; la imagen sería demasiado traumática.

Apenas me subí al taxi, lloré, sin importarme que el chofer me viera por el retrovisor. Había sido yo la que le había informado a los padres de Rebecca su muerte.

¿Acaso creen que eso es facil? ¡Ni siquiera puedo asimilarlo!

Me duele tanto el pecho que siento como si fuese a morir. Tantos recuerdos solo vuelven mi visión más borrosa.

Y lo peor es... que nunca le pude decir lo que sentía por ella.

Nunca tuve el valor de decirle que la quería... y no de la forma en que lo hacen las amigas.

Estoy enamorada de Rebecca, y nunca pude decirselo.

Por un momento deseé con toda mi alma que Mauricio la hubiese convencido de quedarse así fuese por él solo para que ahora no se hallara lejos.

En un lugar que obviamente no le permiten regresar.

Si tan solo le hubiese dicho que nunca quise que se fuera, que podía ir a Canadá conmigo e iniciar una nueva vida juntas. Si hubiese estado para ella como debí estarlo... podría...

Podría haberla salvado.

El no poder darle la vuelta al reloj, el no poder retroceder el tiempo solo hace que los recuerdos me duelan más.

Debí aunque sea abrazarla más fuerte.

Debí haberle mensionado que era bisexual. Ella me hubiese apoyado y talvez...

No, no puedo pensar en los talvez porque nunca podré saber la respuesta. Ya no.

Nunca había amado tanto a alguien como la amé y amo a ella.

Por curiosidad revisé el cuaderno, nunca me permitió verlo, y solo logré que mis lágrimas corrieran con mayor velocidad por mis mejillas.

Ella estaba enamorada de Mauricio, y él de ella. Yo solo era el mal tercio, algo que no encajaba. Y ya lo sabía.

Siempre supe que ella no me veía de la misma forma, pero algo dentro de mí tenía la esperanza de que eso podía cambiar.

Tenía la esperanza de que yo podía cambiar eso.

Debí salir del closet, pero ahora es demasiado tarde.

Al llegar al departamento, me tiré en su cama. Su olor de inmediato me hizo volver a reventar en llanto.

Cuando salió del departamento ese día, no imaginé que sería la última vez que la vería. De haberlo sabido, no la hubiese dejado ir.

-Ay Rebecca. En donde sea que te encuentres, quiero que sepas que estoy enamorada de tí. De tu cabello, de tu sonrisa, de tu voz. Hasta de tu aburrida forma de vestir.- Sollocé y seguí hablándole a la nada- Estoy enamorada de esa hechizera que negaba serlo, pero yo me empeñaba en molestarla. Estoy enamorada de cada una de las pecas de tu rostro, que ahora deben ser pequeñas estrellas que adornaran el cielo por las noches.

《Estoy enamorada de tí, Rebecca White, pero sé que ninguna de mis fantasías se harán realidad, pues tú eras la única que podía cumplirlas, y desafortunadamente ya no estás.

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