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Acababa de terminar de hacer mis maletas. Fue dificil escoger lo que me llevaría y que todo entrara, pero al final lo conseguí. Grace durmió conmigo y no paraba de acariciarme el cabello. Me incomodó un poco, pero la dejé, era consciente de que me dolería mucho no tenerla conmigo después.

Me puse unos shorts y una camiseta, el calor era demasiado fuerte. Mauricio quedó en que en unos minutos vendría por mí y me sentía muy nerviosa. Es obvio que mis sentimientos están intactos con un poco de rencor, pero al menos es él quien me quiere cerca. No sería malo sacar algo de provecho de eso, podría saber más de ese chico que creía conocer.

Suspiré y salí del departamento, bajé por el asensor y mi vista se fijó en una camioneta negra.

Su camioneta.

Tomé una bocanada de aire y dirigí mi caminar hasta ella, abrí la puerta del copiloto y me subí. El estómago se me revolvió y quisé reír por el nerviosismo, pero me contuve. Lo miré y me di cuenta de que ya me estaba viendo.

-Me encantaría saber que piensas.

-Y a mí me encantaría descifrar tu sudoku- dije y agrandé los ojos.

Dios no, otra vez pensando en voz alta.

-¿Mi... qué?- Preguntó frunciendo el ceño confundido y con una sonrisa divertida. Quise que la tierra me tragara y los gusanos me devoraran.

Ugh, no, eso no. Que asco.

-¿A dónde vamos?- Le pregunté evitando que notara mi sonrojo y él comenzó a conducir.

-Te ves demasiado tierna- dijo muy bajo, tal vez no quería que lo escuchara, pero lo hice, y me mordí el interior de la mejilla- Pues, no sé, no creí que aceptaras a venir conmigo. Aunque podríamos ir a almorzar y después hacemos algo.

-¿Por qué pensaste que no aceptaría?- Solo se encogió de hombros con la vista fija en el camino.

-¿Qué te gustaría comer?

-... Puede ser comida china- musité y lo vi sonreír.

Esa sonrisa podría derretir hasta un iceberg, o mojarme las bragas.

-Me parece bien.

Me quedé callada unos segundos, pero no pude evitar preguntarle.

-¿Por qué me invitaste a salir?- Lo pillé mirándome de reojo y volvió su vista al camino, se quedó en silencio por unos segundos demasiado torturadores hasta que habló.

-¿Y por qué no? Me agradas.

Fue más simple de lo que esperaba. Creí que me diría que necesitaba ayuda con otra canción, o en el más descabellado de los casos, que lo hacia para compensar lo de la fiesta. Pero no, solo le agrado.

De todas formas no sé por qué me importa tanto eso, yo no quiero nada con él.

Aja, sí. Repítelo tantas veces hasta que te lo creas.- Dijo una vocesita en mi cabeza y bajé la mirada a mis piernas apretando los labios.

Lo oí murmurar algo pero no lo entendí, es probable que lo haya dicho en intaliano, aunque me dio mucha curiosidad. Aún así, mantuve mi mirada posada sobre mi regazo y mis labios juntos. Él posó su mano sobre mi hombro y le dió una ligera caricia con el pulgar; me estremecí. Levanté la mirada y vi sus ojos brillar, removiendo algo en mi corazoncito provocando que galopara con mayor velocidad. Le sonreí algo nerviosa, no sabía que otra cosa hacer, pero él me devolvió una esplendida sonrisa, tan perfecta que me hizo soltar un suspiro de forma involuntaria,  sentí mis mejillas arder. Mauricio soltó una dulce carcajada y me pellizco una.

-Ya llegamos- avisó y de inmediato me bajé. No podía más con la vergüenza.

Entramos juntos al establecimiento chino y nos sentamos en una barra, el chef se nos acercó y con un acentó mandarinez en su voz nos pregunto que qué ibamos a ordenar, y luego comenzó a freír y hacer trucos de cocina frente a nosotros. Mi rostro debió mostrar tanto asombro que volteé a ver al italiano, quien acababa de sacarme una fotografía.

-Por favor, borrala.

-Ni loco, saliste demasiado adorable- sentí mis mejillas incendiarse de nuevo.

-Al menos no la postees- le pedí en un murmuro y él me miró sonriendo con ternura.

-No lo haré. Lo prometo.

<<Altísimo, creo que está tardando mucho en venir por mí. ¿Podría ya mandar a la muerte?>>.

El chef nos entregó nuestros platillos y, haciendo una pequeña reverencia, se fue a atender a otro lado.

Le dí una provada y agrandé los ojos, volteé a ver al azabache y tenía la misma expresión que yo.

-¡Mierda, esto está buenísimo!- Sonreí y volví mi vista al plato- Realmente eres una hechizera, ¿cómo supiste elegir?

-Son cosas de la magía.- Estallamos en risas y seguimos comiendo.

Esta vez, sí fui rápida y pagué por los dos, Mauricio estaba un poco enojado, pero le dije que él podría pagar lo siguiente que fueramos a hacer y se calmó.

-¿A dónde vamos ahora?- Pregunté y agrandó los ojos 

-No lo sé, ¿te gustaría arrojar botellas por un presipicio?

En verdad, necesito descifrar su sudoku de pensamientos.

La idea no sonaba tan mal, me parece una buena opción. Podría liberar todas mis frustraciones. Es demasiado tentador.

-Extraña invitación- comenté y lo oí reír, tan melodioso como de costumbre- pero hagámoslo.

-Está bien... ¿Podría hacerte una pregunta?

-... Sí- titubeé.

-¿En qué te inspiras al componer? Tus letras siempre son impactantes y transmiten un mensaje, sin mencionar que las melodías la complementan. Es tan... atrapante. Podría vivir de tus canciones y no morir jamás.

Me quedé pasmada, me conmocionó tanto lo que dijo que sentí un pequeño nudo en la garganta, pero lo tragué y apreté la manduvula para permanecer impasible. Solo espero y no noté lo fingida de mi expresión.

Si supieras que tú eres mi fuente de inspiración.

-Todo depende de como me sienta, o puedo sacar ideas de una frase, o de un verso, o simplemente de un momento o circunstancia. Ya sabes, lo común- chasqueó la lengua.

-Yap.

El resto del camino fue en compañia de un silencio incómodo, como si la fluidez de nuestra conversación se hubiese extinguido, convirtiendo nuestra marea en un gran lago aburrido rodeado de flores marchitas.

Cuando aparcó en un estacionamiento salí de la camioneta. Di unos cuantos pasos al frente con confianza y en uno de esos, mi pie no tocó nada.

Nada.

Sentí como me abrazaban y me halaban hacia la superficie. Pegué un pequeño gritito.

-Carajo, Rebecca. ¿Te encuentras bien?- Me preguntó Mauricio preocupado acunando mi cara entre sus manos.

Asentí como pude, y me perdí entre su mirada aceitunada, pero me sentí segura. Mi miedo desapareció al tiempo en que en sus labios se iba formando una sonrisa, sonreí debilmente y él me soltó. Sentí un vacio desgarrador y de pronto me entró frío. Quisiera volver a acurrucarme entre sus brazos.

Con cautela, caminé hacia donde estaba hace unos segundos y miré hacia abajo. Dios, debe ser una caida de 80 metros. Me alejé algo asustada y al girarme Mauricio me tendió una botella.

-¿Te gusta hacer esto?- Le pregunté tomándola.

-Sí, es muy liberador. Ademas, debo desacerme de las botellas, mi papá me pidió que lo hiciera.

Él tomó una y la arrojó, el sonido del cristal rompiéndose me hizo dar un pequeño respingo. Miré la mía con duda y la arrojé con algo de indesición; el estruendo no se hizo esperar mucho.

El silencio me desesperaba, y la lengua me picaba por comenzar a hablar. Cogí otra botella de la caja y volteé a mirarlo.

-¿Por qué no tienes el acento?

Me miró sorprendido y agarró una.

-Pues, de pequeño me vine para acá y supongo que al estar con personas que no lo tenían, no se me pegó.- Arrojé la que tenía en la mano.

-¿Sabes hablarlo?- Asintió y aventó la botella- ¿Puedes decirme algo en italiano?

Le tendí una botella y la tomó, se me quedó mirando tan fijamente que mis pulsaciones se incrementaron. Respiré profundo con disimulo y le mantuve la mirada.

-Mi fai mangiare dal palmo della tua mano e non te ne sei ancora accorto. Mi hai stregato.

Sonreí confusa y él me miró con dulzura.

-¿Qué dijiste?

Negó con la cabeza algo desepcionado y lanzó la botella con brutalidad, el impacto fue más rápido de lo esperado y solté un chillido casi inaudible. Se acercó a pasos apresurados y estampó sus labios contra los mios, fue tan suave que me sentí derretir. Mis piernas comenzaron a fallarme. Él posó su mano sobre mi mejilla y le hizo una delicada caricia con el pulgar, secando el rastro de lágrimas.

Estaba llorando. Sabía perfectamente por qué, y me sentí tan avergonzada que me alejé de golpe, sintiendo como algo se desprendía de mi pecho.

Pero, ¿qué?

-Lo siento- musitó y me miró preocupado- Rebecca, ¿Estás bien? Aagh, soy un idiota.

-Mau- mi voz sonó más débil de lo que imaginé y él volteó a mirarme dolido.

-¿Sí?

-Creo que ya debería volver- murmuré y sus ojos me mostraron el más puro y legible arrepentimiento, pero con un asentimiento me subi de copiloto.

El trayecto al departamento fue tan silencioso e incómodo que me removía en mi asiento como si tratara de soltarme de algo que me mantenía atada. De vez en cuando lo pillé mirándome por el rabillo del ojo y lo oía suspirar; miraba por la ventanilla para calmar mi ansiedad.

Al llegar, nos miramos por unos cuantos segundos sin saber que decir, y nos bajamos de la camioneta. Él se posicionó a unos metros manteniendo una distancia adecuada. Mi mirada estaba clavada en el suelo.

-Rebecca- pronunció su melodiosa voz y me estremecí.

Levanté la vista y me entraron ganas de llorar de nuevo y, sin saber si era lo correcto, lo abracé de manera automática. El italiano me correspondió y acariciaba mi cabello con tanta gentileza que se me escapó un sollozo.

Sus brazos parecían una barrera de protección, haciéndome sentir segura. Como un lugar pacífico, y su olor no hacia mas que calmar mi alboroto de sentimientos.

A pesar de todo, sentí ese abrazo como una despedida, porque eso era.

Una despedida.

Me estaba despidiendo del chico que quería odiar, pero no podía. Me estaba despidiendo del chico de ocurrencias y perspicacia.

Me estaba despidiendo del chico del que aún seguía enamorada, y deseé con todas mis fuerzas que eso no fuera una despedida.

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