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Terminó de cantar y se me quedó viendo con intensidad como si esperase que dijera algo. Respiré profundo y miré hacia otro lado.

-La letra es muy buena, solo habría que anexarle unas cuantas cosas y compondré la melodía en base a eso.

—Bien— contestó y se levantó, tomó sus cosas y salió sin siquiera dirigirme la mirada.

Esto será más complicado de lo que creí.

Suspiré y salí del aula con mi mochila tras mis hombros, busqué a Grace y la vi en su casillero metiendo algunos libros; corrí hasta ella dispuesta a contarle todo lo que me estaba pasando y decirle mi plan.

—¡Grace!— Exclamé captando su atención.

—Vaya, pero qué entusiasta— rio un poco— ¿Qué sucede, rubia?

—Tengo que hablar contigo.

—¿Debo preocuparme?— Me quedé muda sin saber que contestarle y tiré de su brazo hasta adentrarnos a un aula vacía— De acuerdo, comienzas a asustarme, Rebecca. ¿Qué está pasando?— Cerré la puerta con seguro y giré a verla.

Tomé unas cuantas respiraciones ante su pesada mirada sobre mí.

—Mi padre me ofreció irme a vivir con él.

—...Eso es bueno, no estarás sola.

—Sí, pero es que... no quiero dejar a Mauricio— murmuré avergonzada.

—Debes estár de coña. ¡Ni siquiera te habla!

Hoy me habló》 pensé.

—Y por eso lo voy enamorar.— Puso los ojos en blanco y supe que la había dejado con intriga— Faltan nueve días para las vacaciones, podría intentar que sintiera algo por mí y sería un motivo más que suficiente para quedarme. Y si no lo logro, me iré a Cancún.

Ella pareció meditarlo por unos largos minutos— llegué a pensar que estaba durmiendo con los ojos abiertos—, hasta que me sonrio ilusionada provocando que sonriera.

—¡Al fin te animas!— Gritó y soltó una carcajada— Te ayudaré con todo.— Sonreí aún más.

Suspiré y salimos del aula sin saber que hacer, era la primera vez que haría algo respecto a Mauricio y no tenía nada. ¡Ni siquiera sé coquetear! Comencé a respirar con dificultad y solté un pequeño chillido al sentir que me observaban; miré a todas partes, pero en el pasillo nadie parecía ponerme atención, exceptuando a la morena.

—¿Estás bien?— Preguntó preocupada y asentí un tanto nerviosa— Ven, vamos por un té para que te calmes.

Pasó uno de sus brazos por mis hombros y me condujo hacia la cafetería. Me pidió que me sentara en una de las mesas y ella al los minutos me trajó una taza con té de manzanilla, le di un pequeño sorbo.

Grace comenzó a platicarme de lo que podíamos hacer, pero yo no la escuchaba; sus palabras eran como murmullos inentendibles. Las puertas de la cafeteria se abrieron y apareció el italiano junto a sus amigos; sus ojos se conectaron con los míos por unos breves segundos y luego volvió su vista al frente. Solté el aire contenido y tomé otro sorbo de la taza.

El chico de ojos aceitunas se sentó en la mesa de en frente y dejé mi vista clavada sobre él. Su cabello estaba un poco revuelto dándole un aire seductor y tenía una pizca de picardía en la mirada; sonreí poseída bajo sus encantos. Traía puesto unos pantalones azules y una camiseta roja con la que hacía juego; he de admitir que tiene muy buen estilo.

Me sorprende que no sea popula, a pesar de que según Grace, se ha tirado a la mitad de las chicas de la preparatoria y, me puse a pensar en si ella se lo habría tirado.

—Creo que debería pasarte la razuradora por la cabeza a ver si así me prestas atención— comentó la morena sacándome de mi ensoñación.

—Que ni se te ocurra, te cortaría la mano si le pones un dedo encima a mi cabello— repliqué tocándolo y ella rio con fuerzas, ganándose la atención de todos por un momento.

Dios, que vergüenza.

—Solo bromeaba— contestó riendo más bajo. Ya casi nadie nos miraba— Estabas tan idiotizada que estuve hablando sola por diez minutos— me reprendió y sonreí con inocencia— Te contaba que se me ocurrieron algunas cosas para que...— se vió interrumpida por el timbre.

—Me cuentas luego, vamos a clase.

***

Día uno

Todo el fin de semana nos la pasamos planeando que hacer para que pudiera enamorar a Mauricio; me sorprendí al ver que no era un cambio tan drástico el que tenía que dar. Compramos ropa nueva y algo sexy; me teñí las puntas del cabello de un rosa claro; Grace me planchó el cabello y lucía un maquillaje natural y algo llamativo que resaltaba mis ojos mieles.

En este preciso momento nos encontrabamos saliendo del auto. Nos dirigimos a la entrada de la preparatoria y antes de cruzar las puertas nos detuvimos, Grace volteó a verme con una gran sonrisa.

—¿Lista?

—No.

—Anda, camina— me tomó del brazo rodando los ojos y me metió a rastras.

La mayoría de los chicos que se encontraban en el pasillo se me quedaron viendo como animales a punto de atrapar a su presa. Tragué grueso y con inseguridad.

—Cabeza en alto y pasos confiados— murmuró la morena en mi oído y como pude le obedecí.

Cada paso que daba era el centro de atención, sentía que me iba a desmayar, pero recordé por qué estaba haciendo esto: por enamorar a Mauricio.

No me pienso rendir con ese italiano.

Caminé con más confianza al recordarlo, y Grace se dió cuenta de ello; sonrio en mi dirección.

—¿Qué tal lo hago?

—Como si este lugar fuera tuyo.— Sonreí emocionada y escuché como algunos chicos silvaban. Volví a la realidad.

Llevaba puesto unos pantalones de cuero rojo, una camiseta blanca que dejaba ver mi ombligo y unas botas de tacón negro. Sin duda este cambio me hace sentir poderosa.

Nos dirigimos a nuestros casilleros y recogimos nuestras cosas.

—Hey, pecas— murmuró la morena y la miré— Italiano a las doce.

En el último casillero se encontraba Mauricio recostado chequeando su celular. Comencé a sentirme nerviosa otra vez; pegué la frente al hombro de mi amiga.

—Vamos a clase— dijo en un tono de complicidad y tiró de mi mano.

Lo único que tenía que hacer era chocar contra él y seguir mi camino sin mirar atrás, es demasiado fácil.

Pero si es tan fácil, ¿Por qué no quiero hacerlo?

Cada vez nos estabamos acercando más y yo respiraba profundo para calmarme. Pasé por su lado y choqué ligeramente mi hombro con el suyo, seguí caminando y no volteé a mirarlo. Cuando llegamos al salón me senté en la segunda fila al lado de la ventana y Grace se recargó en mi mesa.

—¿Capté su atención?— Pregunté nerviosa.

—Se te quedó mirando hasta que nos perdió de vista.

Solté un pequeño chillido acompañado de la risa de la morena. Me sentía algo patética por hacer esto, no es la forma más madura para afrontar la situación, pero la madurez no es una de mis características.

Grace me guiñó un ojo y se fue hacia el fondo. Lo siguiente de nuestro plan era hacer que Mauricio se sentara junto a mí, y de eso se estaba encargando mi amiga llevándose a todo aquel que entraba al salón y sentándolos de manera que el asiento a mi lado quedara vacio.

No sé que haría sin tí, Grace.

Como siempre, mi italiano fue el último en llegar y, para mi suerte, solo quedaba un lugar. Mauricio caminó hasta mí y se sentó a mi lado; contuve la respiración.

No hablábamos, no nos rozábamos, no habían miradas prófugas. No pasaba nada. Nada de nada, y era desesperante; giré a ver a la morena y ella se encogió de hombros sin saber como ayudarme. Miré a traves de la ventana y esperé a que llegara el profesor de matemáticas.

Cuando llegó, dejó sus cosas sobre el escritorio y nos dedicó una mirada repulsiva.

—Muy bien, degenerados— espetó con asco y de mal humor— Abran el libro en la página 166 y resuelvan los casos 3, 4 y 7. Al que le falte un ejercicio, aplazará la evaluación. Pueden ayudarse con su compañero de al lado.

《Este tipo podría llegar a asustar al mismísimo Lucifer》

Abrí el libro y comencé a resolver; no era la mejor de la clase, pero sí entendía algunas cosas. Estaba por terminar cuando vi a Mauricio rascarse la cabeza y mirar dudoso su libro.

—¿Necesitas ayuda?— Oh, al fin una excusa perfecta.

—Eh... sí— admitió apenado y esbozó una pequeña sonrisa. Grité en mi interior.

—¿Qué no comprendes?

—El caso 4, siento que algo no está bien... ¿Cuánto te dió el resultado final?

—145.8— contesté segura— ¿Y a tí?

-Me dió lo mismo en negativo.

—¿Aplicaste menos uno al comienzo?— Se quedó mudo, sonreí con ternura. Su expresión es tan linda.

-... Lo olvidé.

Volvió su vista al libro y corrigió su error, aproveché para terminar el último caso. Cuando acabamos el azabache llevó nuestros libros hasta el escritorio del profesor y volvió a mi lado.

—Y bueno, ¿Qué me cuentas?— Me preguntó y luché para no soltar un gritito de emoción.

Al fin tengo la oportunidad de entablar una conversación con él, sin motivos curriculares de por medio.

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