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El timbre había sonado, indicando la culminación de las clases. Guardé mis cosas en mi morral y salí a pasos apresurados del aula; no quiero pasar ni un segundo más encerrada entre esas cuatro paredes de aburrimiento, hambre y desesperación.

Caminé por los pasillos abarrotados de estudiantes hasta llegar a mi casillero, inserté mi contraseña y lo abrí. Vacié mi bolso y, al cerrarlo de un tortazo, me sobresalté al toparme con mi mejor amiga recargada a mi costado.

—Olvidaste tu teléfono en el salón— dijo extendiéndomelo. Lo tomé con un poco de vergüenza, suelo ser muy despistada.

—Gracias.

Comenzamos a caminar en dirección al aparcamiento mientras hablábamos de lo aburrida que fue la clase de la señorita Robinsson, pero uno de sus comentarios me descolocó; no tengo idea de cómo terminamos hablando de él.

—Me sorprende que no haya empezado a salir con otra chica; hace una semana que terminó con Adriana, y sabes lo rápido que es en buscar conquistas.— Agrandé los ojos y detuve mi andar, provocando que ella se parara frente a mí.

—¿Qué?

—¿No lo sabías?— Negué levemente— Claro, de lo único que estás pendiente es de verlo como una estúpida enamorada. Te perdiste del mayor chisme del año.

—¿Cuándo terminaron?— Le interrumpí sintiéndome torpe.

—La semana pasada, y levanta esa cara que chocaras con el poste.— De inmediato despegué mi vista del suelo y lo esquivé.

La morena pasó su brazo por mis hombros y nos subimos al fiat. Conduje hasta nuestro departamento mientras Grace me manipulaba para que preparara la cena de hoy; de igual forma tendré que prepararla, ella ni siquiera sabe encender la estufa.

Estacioné el auto y nos bajamos, subimos al elevador y Grace presionó el botón 7. Entramos en la pequeña estancia y me lancé exhausta al sofá; la morena se sentó en el suelo frente a mí y me extendió una lata de limonada, la agarré con flojera y la destapé. Di un pequeño sorbo y me fijé en que ella tenía la mirada clavada sobre mí. Tragué con incomodidad y entorné los ojos.

—¿Qué sucede?

—Es que...— lucía un poco confundida— Nunca me contaste... por qué aceptaste vivir conmigo, y ni se te ocurra decir que querías hacerme compañía porque ese cuento ya no te lo creo.— Solté una pequeña risa nerviosa— ¿Todo estaba bien con tu mamá?

Diablos, y tan bien que me lo tenía guardado. Mi padre ni siquiera sabe que vivo con Grace.

—No pasa nada si no me quieres decir, es solo que me pasó por la cabeza y...

—Te dio curiosidad, lo sé— sonreí con nostalgia. Respiré profundo y me preparé para contarle— La verdad es que no, nada marchaba bien con Betania. Ella es muy impulsiva y brusca; muchas veces me ofendió, y sabes de sobra que no se me da bien defenderme de ninguna forma— la vi asentir y se instaló un nudo en mi garganta, retuve las lágrimas y seguí— Cuando me propusiste vivir contigo lo pensé mucho, aún no tenía la mayoría de edad y por más que el dinero que me enviaba mi padre era suficiente como para independizarme, no quería dejar a mamá.— Sollocé y sequé mis mejillas.

《Una noche estaba preparando la cena, quería comentarle que me había apuntado a clases de música con el profesor Felix. Estaba muy feliz, así podría estar más cerca de Mauricio, pero... apenas le sonreí... me pegó una cachetada; no era la primera vez que me pegaba, aunque esa la sentí más dolorosa. Me dijo que era despreciable, que solo era un estorbo para ella y que sería feliz si yo desaparecía— sollocé con fuerza, Grace me abrazó y me oculté en su pecho— Empaqué mis cosas, llamé un taxi y cuando llegó me vine directo para acá. Ella ni siquiera me dirigió la mirada.

Gimoteé entre sus brazos y me permití llorar sin interrupciones, saqué mis frustraciones, maldije por enésima vez a aquella mujer y me quedé dormida con pensamientos violentos y sentimientos apáticos.

***

Eran las 7:15pm cuando desperté, mi cuerpo era cubierto por una frazada. Me senté y tallé un poco mis ojos; miré hacia todas partes en busca de la morena, pero con lo único que se toparon mis ojos fue con una caja de pizza sobre la mesa del comedor. Me levanté con pereza y a pasos arrastrados me dirigí hasta ella; la caja traía una nota encima, la leí bostezando.

Hey Becca. Fui a la fiesta de Scott, espero no te haya molestado que no te avisara, pero no te quise despertar. Te dejé pizza y hay pastel de manzana en la nevera.

Te quiero, rubia.

Era de esperarse, Grace nunca puede estarse quieta, ni siquiera un miércoles. Abrí la caja y cogí una revanada; mi celular comenzó a sonar y bufé.

Le di un mordisco a mi pizza y contesté la llamada. Es mi padre.

—Hola, papá.

—¡Rebecca! Me alegra escucharte— dijo efusivo sacándome una sonrisa— ¿Cómo has estado?

—...Bien.

—No me mientas, pequitas. ¿Y Bety?

—No lo sé, no he vuelto a saber de ella desde que me mude.

—¡¿Te mudaste?!— Ay, lo olvidé— ¿Cuándo? ¿A dónde? ¿Con quién? ¿Necesitas dinero?

—Sí. A principio de año. A un departamento. Con Grace. No, lo que me mandas es suficiente— contesté arrepentida de haberle dicho.

—Ay, cielo. Lo siento tanto— expresó dolido— ¿Por qué no vienes conmigo?

—¿Contigo? ¿A Cancún?

—Sí, te extraño mucho y me encantaría que viviéramos juntos, como cuando eras pequeña.

—...No lo sé, tendría que pensarlo.

—Bueno, faltan muy pocos días para que acabes la prepa, y aquí hay buenas universidades. Podrás estudiar lo que desees y disfrutar de la vista que tenemos hacia la playa.

Su entusiasmo me hizo planteármelo por un momento, y es que en verdad lo he echado de menos, pero no puedo dejar la vida que construí aquí nada más.

—Dejaré que lo pienses, cuando hayas decidido me avisas, ¿okey?

—Okey— musité y me despedí de él con el típico "Te quiero".

Arrojé el teléfono al sofá y pasé mis manos por mi cabeza. Dios, en serio debo pensarlo bien, tan solo queda una semana para que acaben las clases y hasta ahora lo único que tengo claro es que quiero estudiar Ingeniería.

Suspiré con pesadez y me encaminé hacia el baño, me despojé de mi vestimenta y me adentré a la ducha. Abrí el grifo y el agua caliente chocó contra mi cuerpo, relajándome y despejando mi mente por un momento, pero los pensamientos comenzaron a fluir a medida que el vapor empezaba a empañar las puertas de vidrio.

Recuerdo que esta mañana Mauricio llevaba un pantalón vino tinto y una camiseta blanca con un estampado extraño, lucía tan guapo que no pude terminar mi almuerzo de lo concentrada que estaba admirándolo. Dios, me encantaría acercarme a él, persivir su aroma de cerca y poder pasar mis dedos por esa cabellera oscura como el alquitrán. Besar cada uno de los cuadros de su abdomen a apresar esos labios delgados que deben tener el sabor de la gloria.

Suspiré ilusionada. Que bello es imaginar.

Le he visto tantas veces conversar con chicas que he llegado a preguntarme qué tendrán ellas de especial.

Si tan solo pudieran compartir su secreto.

He oído muchas veces que se lleva chicas a la cama y era el mejor del instituto en la fantástica labor, y aún teniendo novia seguía en ello.

Sé todo lo que dicen de él, pero trato de convencerme de que no es cierto. Me gusta desde la primaria y podría considerar que lo que siento por él es más que una simple atracción, pero jamás se lo diría a Grace, se burlaría de mí hasta que estuviéramos arrugadas como pasas.

Salí de la ducha y me envolví con una toalla. Fui a mi habitación y me coloqué una bata violeta de terciopelo; me senté sobre la cama y empecé a revisar las redes sociales. Una notificación fue la que llamó mi atención de tal manera que casi me desplomo en el suelo.

Mauricio Berardi comenzó a seguirte.

Fue la notificación de Instagram que más me ha emocionado, y eso que Tom Holland es uno de mis seguidores.

Respiré profundo y decidí poner mi alarma para mañana.

Eran las 10:46 y no tenía ni idea de que hacer; miré al rededor de entre las cuatro paredes y decidí tocar un poco con la guitarra. La tomé y me senté sobre la cama; cantar nunca había sido mi fuerte, ni siquiera me gustaba, pero cuando hablábamos de la guitarra, la realidad perdía todo su sentido.

Comencé a tocar una melodía que compuse hace unas semanas para mi italiano favorito, así como todas las que he componido, pero claro, jamás las escuchará.

Dejé que mis sentimientos encontrados se mezclaran al compás de la música y una lágrima cayó sobre una de las cuerdas y se partió por la mitad. Suelo ponerme muy sensible ante las melodías.

Sonreí al acabar la pieza y dejé el instrumento donde estaba. Encendí la televisión y me metí a la cama. La película era tan aburrida que al poco tiempo me dormí.

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