Día 7.35



Viajar por las sombras. Había sentido antes curiosidad de no concretar el proceso, pero si la curiosidad no impulsa a la acción no sirve de nada. No sabía a qué plano pertenecía la oscuridad que utilizaba para transportarme de un lugar a otro, cómo se hacían las conexiones ni por qué el frío y los lamentos de las almas en pena propio del inframundo.

Se lo pregunté en alguna ocasión a mi padre y que la respuesta que me dio solo me confundió más.

La oscuridad no pertenece a ningún lugar, ni si quiera a la existencia. Al mismo tiempo forma parte de todo. Lo que hay entre un viaje de sombras es esa oscuridad neta. La consciencia pasando a través del vacío de todos los átomos mientras que el cuerpo físico de desintegra en quarks. Por eso es tan agotador. Viajar por las sombras implica dispersarse por completo y volver a construirse usando la energía vital divina. Las sombras son un conducto catalizador, que arrastra como ausencia de luz una sensación quimérica de ausencia de calor. Pero al mismo tiempo, al concentrar la consciencia fuera del cuerpo físico, arrastramos un cuerpo espiritual y creamos una realidad donde lo lógico desaparece, a la que nadie se aventura.

Yo no sabía mucho de física, ni de metafísica. Tampoco pensaba que la magia pudiera entenderse con la ciencia. Decidí en ese entonces no darle vueltas al asunto.

Mi padre me lo comunicó en tono neutral, no intentando convencerme de no ir ni de ir. Sólo informándome. Ese es su modus vivendi. Imparcial y práctico, no bueno ni malo. Un esclavo de su papel en el mundo cuya única luz soy yo. Eso lo entiendo ahora. Por eso rompió las reglas del matrimonio con algunas humanas, pese a conocer las consecuencias. Habían momentos en los que un atisbo de una humanidad inherente latía en su corazón y anhelaba dejar de ser una marioneta atrapada entre la soledad y el deber. Por eso también secuestró a Perséfone, pero no es un dios el que debe complacer los caprichos de otro dios, porque cada dios atiende a sus propios caprichos.

Detuve el viaje y me quedé flotando en la negrura, tratando de imaginar mi cuerpo reducido a partículas no compactas, incluso cuando podía mirarme y tocarme las manos. ¿Y si me quedaba así? ¿Me volvería loco? ¿La oscuridad me consumiría? ¿Me terminaría de disolver y me convertiría en parte de ella? ¿Mi consciencia se quedaría por siempre atrapada en este plano oscuro e insondable?

Por el momento, solo necesitaba despejarme. Era lo único en lo que podía pensar. Por eso estaba ahí y no en otro lugar del mundo. Todo mi cuerpo palpitaba a un son frenético, como si fuera una bomba en sus últimos segundos.

Una bomba de tiempo.

Finalmente, sí lo era. Tenían razón todos, incluidos los que me habían evitado desde un principio. Al igual que Will, no podía desafiar mi destino. No nací para ser ser ninguna excepción. Hijos de Hades atrayendo muerte. Hijos de Hades destructores.

¿Pero y los hijos de Apolo? ¿Había imaginado que el sol sería distinto a las tinieblas? Puedes perderte en la oscuridad, pero si lo miras directamente, el sol te deja ciego. A veces uno olvida que el sol quema cuando se cobija tanto en su luz.

Percibí un cambio en el entorno y agucé el oído. Los lamentos fueron esclareciéndose hasta hacerse inteligibles. Ya no eran lamentos y sus voces se percibían como si el silencio hablara sin la necesidad de romperse.

¿Escuchas?

Está entendiendo.

No había pasado en siglos.

Nadie nunca se preocupó por nosotros.

—¿Quiénes son? —pregunté en voz alta—. ¿Qué es este lugar?

Las voces aguardaron un momento, como si estuvieran reflexionando.

Estamos en el vacío y nosotros somos tu reflejo.

—A... qué se refieren.

El vacío no debe explicación. Es donde no hay nada salvo nosotros, que no somos nada si no hay alguien.

Los humanos no tienen solo un reflejo. No hay mejor espejo que el vacío. La oscuridad revela los reflejos ocultos.

Cuando no podías entender, no querías escuchar a tus reflejos.

—¿Qué son en sí los reflejos?

Partes inherentes expuestas.

Todo tiene un aspecto.

Ahora mismo en tu reflejo predomina el rencor.

—Pero... —Fruncí los labios, los cuales temblaron— lo que siento es miedo.

Miedo a aceptar tu rencor. Lo común es que sea al revés, cómo estás pensando, pero hay casos como el tuyo también.

Apreté los puños a mis costados.

Retenerlo no te ayudará.

—¿Qué hago entonces? —pregunté, dejando traslucir mi desesperación—. No puedo permitirme perder el control de nuevo. Solo he causado desgracia.

Has venido por una razón.

No hay mejor lugar que este para desahogarse.

Después de todo, aquí sólo estás con tus reflejos.

Cerré los ojos y traté de respirar a conciencia. Tenían razón. Yo había desatendido mi defecto fatídico, enmascarándolo con inseguridades y excusas que lo volvían contra el objetivo en apariencia menos dañino, yo mismo. Lo había hecho desde los diez años, cuando en realidad estaba lleno de resentimiento hacia factores externos y no me permití validarlo. A pesar de echarle en cara la culpa a alguien me hacía creer a mí mismo que el problema solo estaba en mí, y utilizaba la injusticia de mi modo de actuar para invisibilizar la culpa del otro, arrimándola en un basurero psicológico que ya se había extendido demasiado. No era de extrañar que mi cuerpo se empeñara en rebelarse, mandándome todo tipo de malestares y manteniéndome al límite de la irritabilidad.

Rememoré una vez más aquella ocasión en la que yo intenté terminar con Will. Tuve el mismo problema de acumular sentimientos nocivos y me di cuenta de que ese había sido el inconveniente. No obstante, aun reconociéndolo, no saqué lo más importante, aquello que solo pude aceptar echando un vistazo a los errores flagrantes de otros.

Yo no tenía siempre la culpa de todo y no debía vivir para complacer a nadie. No era necesario exigirme ser algo que no soy ni necesitaba sentirme como sería correcto que debía sentirme. No podía vivir todo el tiempo con miedo de mí mismo, reacio a concederme la libertad mínima que tenía por el simple hecho de ser humano.

—Estoy enojado —cedí, temblando—, sí, estoy enojado. Y decepcionado. Ben... —Mi inflexión ardió aún más—. Will...

Will es cruel.

Will no es quien esperaba.

No merecía nada.

Ahora las voces realmente sonaban como yo. Me sentí mareado y avergonzado, pero no intenté ir en contra. Estos eran mis pensamientos puros. Aquellos en los que ni si quiera quería reparar, los que despachaba ni bien los formulaba y forzaba al olvido. O lo que yo creí que sería el olvido. Iban a parar a ese basurero psicológico que nunca limpié.

Los zapatos de Ben me quedaban y desde allí no reconocía a Will, aunque sabía que se trataba de la misma persona. ¿Ignorar deliberadamente a alguien que se siente completamente solo? Es como si Percy hubiera representado un papel distinto en mi vida. Y de repente me sentí con tanta suerte de que él hubiera sido mi primera figura a seguir y no... mi novio.

Imaginé una realidad en la que Percy me menospreciaba desde el principio. En lugar de intentar salvar a Bianca, la hubiera dejado a su suerte mientras ella le gritaba por ayuda. Luego se hubiera hecho el desentendido conmigo. No me habría dado la noticia personalmente. No me habría hecho ninguna promesa. No me habría ni mirado una segunda vez. Minos me habría convencido fácilmente de realizar el intercambio de almas, sin tener que recurrir a la violencia. Si yo hubiera estado más cegado por el odio, me habría podido manipular mejor. Habría terminado muerto, o matando a alguien de verdad. Yo puedo matar semidioses si considero que es justo. ¿Si hubiera estado tan dolido y resentido, no habría podido matarlos sin necesidad de ponderar si era justo? Solo justo para mí.

—Yo pude haber sido un asesino —murmuré —, lleno de odio y desesperanza. Ben lo hizo a conciencia, pero al mismo tiempo estaba siendo aleccionado. No sé si puedo perdonarlo, pero puedo entenderlo. Pero a Will... no puedo ni entenderlo.

Me decepcionó.

Me ocultó sus errores a propósito mientras reprobaba los míos.  

Me manipuló.

Creyó que podría compensarse a través de mí.

Hizo mal a propósito.

Es un cobarde. 

Cobarde, cobarde, cobarde. 

Negué con la cabeza, las manos en mis sienes.

Sí, eso creo.

Es un cobarde, egoísta, manipulador, posesivo.

Y por eso me ama, porque yo soy distinto.

Y por eso odió a Ben, porque él le recordaba a mí y al mismo tiempo a sí mismo.

Intenté, por impulso natural, llevar la contraria en ese juicio pero los reflejos me devolvieron un contraataque inmediato, multiplicando y levantando sus voces en coro.

Mi egoísmo es un escudo.

Me alivia creer que lo soy porque así me explico por qué no merezco que me quieran.

Me condeno a mí mismo cuando me fuerzo a serlo.

No puedo dejar a nadie atrás.

Por eso me parece inhumano lo que han hecho Will y Ben.

Tanta empatía, tanto amor que llego a sentir, es por eso que soy tan propenso a sufrir.

Intenté razonar en medio de ese caos argumentativo. Will me había impuesto cosas por mi bien, de eso estaba seguro. En lo que no había reparado antes era en que también lo hizo porque estaba seguro de que tenía la razón sobre qué era lo mejor para mí. Y resultó que estaba equivocado. Me había reprimido, empujado a odiar mis poderes y alimentar mi miedo hacia ellos. Y sólo cuando vio los resultados por sí mismo, se dio cuenta de su error.

Para controlar mis poderes debía dejar de verlos como algo que debía ser reprimido, precisaba reaprender a valorar su utilidad y a usarlos a mi favor, para que se conviertan en la fortaleza que deben suponer ser. Acumular tanto miedo a perder el control me había hecho más vulnerable a que sucediera; me había hecho irritable, evasivo y reactivo.

Pero ya no más.

Sentí mi poder hirviendo en mí, como el agua en una olla llegando al punto de ebullición, respondiendo a la agudeza de mis emociones. Más fuerte, más fuerte. El golpeteo de un tambor interno intensificándose.

La oscuridad no daña a la oscuridad. Los terremotos no funcionan donde no hay tierra. La muerte no se esparce donde no hay vida. Grité mientras la basura salía a borbotones.

Rencor, debía ya decirle rencor.

Mis reflejos hicieron eco. Eran un montón de espejos a mi alrededor que me devolvían lo que les lanzaba y lo reproducían al rebotar en otros espejos. Las sombras se sobrecargaron de tanto poder que me sentí en llamas. Iba a hacerme a mí mismo explotar. No me contuve.

La oscuridad se colmó de aullidos inhumanos mientras mi consciencia parecía fragmentarse. Me destruí. Lo sentí. Me hice trizas la piel y los huesos. Sequé mi sangre. De mí solo debieron quedar cenizas, tal vez ni eso.

No obstante, al terminar, estaba entero. Flotaba en el vacío sin fuerzas, pero sentía que el furor de mi rencor había terminado.

Ahora tengo que irme. No estuve seguro de si fue un pensamiento consciente o algún reflejo. Tal vez ambas.

Abrí un portal y lo crucé con mis últimas fuerzas.

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