Día 2.5




Lara tuvo que dejarme tras su exitosa arenga por motivos que no me dio a conocer. Intuí que era por el trabajo y me pregunté qué nomás haría ella en el centro médico, pero decidí que lo averiguaría después. Me quedé en la habitación, tendido boca arriba en la cama, dándome tiempo suficiente para reflexionar acerca de lo que me había dicho. Lo repasé tantas veces que dejé de entender las palabras y mi cerebro comenzó a quejarse, mandándome señales de dolor en forma de pálpitos.

Lo abandoné.

Poco tiempo después, me dormí. En el sueño yo era Will y me veía a mí de niño desde sus ojos, excitado por haber viajado en el carro solar de Apolo con Percy Jackson. Bianca y yo nos habíamos convertido en el centro de atención circunstancial de los campistas adyacentes. Pero, así como lo veía desde sus ojos, sentía lo que sentía Will.

Dolía. Esa era la primera vez que veía a mi padre y desapareció sin preguntar por mí, o alguno de mis hermanos. Parecía no importarle en lo absoluto.

El dolor transmutó en rencor. Quise creer que Apolo no era un completo arrogante egoísta, pero acababa de demostrármelo.

El rencor cambió de blanco, transformándose en envidia. Percy Jackson, quien solo había llegado para buscar y generar problemas, ganaba más beneficios que todos en el campamento. Desde que llegó, todo pareció girar a su alrededor. Y esos chicos, los nuevos, ¿por qué llegaron junto a dos dioses? ¿Por qué parecían ser más importantes que los demás? El chico parecía tener mi edad, pero solo saltaba de emoción frente a todo, como si fuera una utopía hecha realidad.

Me di la vuelta y comencé a alejarme, pensando en su pronta desilusión.

Pero me detuve, no entendí bien por qué. Quizá instinto, o una repentina curiosidad. Giré la cabeza hacia atrás y lo vi apartándose de los demás con su hermana.

Los seguí. Ella le decía que estaría a salvo en el campamento y que debido a su nueva condición de cazadora ya no tenía permitido juntarse con hombres; él escuchaba con la cabeza baja. Noté sus lágrimas a lo lejos y se me encogió el corazón.

La hermana se alejó, reuniéndose con las cazadoras. El chico se limpió los ojos con el antebrazo y salió corriendo.

Yo estaba nervioso, no quería que se enterara de que lo había estado observando. Me preparé para irme, pero no fui capaz. Mis piernas se negaban a obedecer esa orden. Suspiré y volví a seguirlo.

Lo encontré acurrucado detrás de los establos, llorando. Quise acercarme, intentar animarlo, pero tenía demasiado miedo. Seguramente lo intimidaría, o pensaría que soy algún tipo de acosador. De modo que solo observé y el chico comenzó a hablar solo pasados ciertos minutos. Así que yo no era el único que hablaba solo.

Habló sobre su hermana, que descubrí que se llamaba Bianca. Dijo que no podría seguir sin ella, que ambos habían estado juntos toda la vida. Le reclamó, le preguntó por qué, qué había hecho mal. Dijo que hubiera preferido jamás enterarse del mundo de los dioses griegos inscrito en su juego favorito con tal de que siguieran juntos como antes. También dijo otras cosas en un idioma distinto que no reconocí bien. Italiano, quizá. En algún momento también mencionó su nombre.

Derramé lágrimas con Nico di Angelo. Siempre fui sensible y tenía la habilidad de percibir el nivel de dolor de las personas. Hasta ese momento, no me había esforzado por sentir el dolor emocional.

Nico estaba lleno de dolor, miedo y frustración. Había perdido todo lo que tenía ese día, porque lo único que tuvo siempre fue a Bianca.

Amaba tanto a su hermana, que su amor no cabía en mi corazón. Lo sabía porque su dolor lo decía. Nico sufría tanto porque amaba demasiado.

Me sentí extrañamente unido a él, subyugado de alguna manera. Me encontré queriendo tomar el lugar de su hermana con tal de terminar con su congoja. No quería que se sintiera tan solo y abandonado, quería acercarme y convertirme en alguien con quien pudiera contar en su vida.

Pero hice ruido sin querer y, entrando en pánico, huí.

Todos los días me decía a mí mismo que iría a hablarle pero jamás lo efectué. Luego perdí mi oportunidad, porque Nico escapó del campamento y la noticia nos fue comunicada junto con la de la muerte de Bianca y la de la lugarteniente de Artemisa, Zoë Belladona.

Resultó ser hijo de Hades, el dios más temido por todos, del que por instinto se alejaban. Aquello solo me hizo sentir peor por Nico, no me imaginaba cómo debía sentirse enterarse de algo así al mismo tiempo que la muerte de un ser querido.

Fue uno de los días mas tristes que recuerdo. Era como si exponerme al dolor de Nico nos hubiera conectado psíquicamente de modo que todo lo que le sucedía me afectaba.

Con un poco más de edad y experiencia, me encargué de la enfermería, tarea que incluía curar a todos los campistas que resultaran heridos, porque al parecer, yo era el único con poderes de sanación. Tener una responsabilidad tan importante y noble me hacía sentir valioso. Cuando trabajaba me olvidaba de todo, nada se comparaba con las expresiones de contento y agradecimiento con que me retribuían los campistas.

Pero, tan ensimismado en mis emociones, fui incapaz de ver que me estaba entregando por completo a la labor. Me abstraía de comer, dormir y darme tiempo de ocio. Lara, una de mis hermanas que siempre me apoyó con la enfermería, me decía todo el tiempo que debía cuidarme mejor, pero yo hice caso omiso, ni siquiera la escuchaba.

Llegó la batalla del laberinto y con ella heridos en proporciones masivas en comparación con lo rutinario. Solo pude apreciar la escena a último momento, mis ojos moviéndose desesperados por la devastadora imagen de los rescoldos del campo de batalla.

Vi a Nico tirado en el suelo, aovillado y con las extremidades rígidas. Me encontré corriendo hacia él, pero Percy estaba más cerca y se agachó para gotear néctar en su boca. El tiempo de expectación fue tanto que creí que ya había muerto. Entones aspiró y solo cuando parpadeé y solté el aire me di cuenta de que había estado conteniendo la respiración y el impulso de parpadear.

Perdí a uno de mis hermanos ese día, Lee Fletcher, el monitor jefe de nuestra cabaña. Fui informado cuando hube terminado con todas las sanaciones requeridas y me sentó como una bomba de impotencia en el pecho. Ni siquiera tuve la oportunidad de atenderlo. Tampoco fue el único fallecido. Nico casi forma parte del número de bajas y no entendía por qué eso me afectaba tanto.

Ese día fue una batalla perdida para mí, aunque no lo haya sido para el resto del campamento. Desde entonces me ensimismé más en mi trabajo, tenía que buscar a los más graves, en vez de esperar a que lleguen a mí. Debía establecer prioridades. Debía salvarlos.

En eso pensaba cuando escuché a alguien mencionar la participación de Nico en la lid. Decían que tenía poderes aterradores y que se alegraban de que hubiera huido otra vez. Lo dijeron de manera burlesca.

Apreté los puños, resistiendo el impulso de ir con ellos y defenderlo. Solo me quedé paralizado hasta que ellos desaparecieron de mi campo de visión.

La guerra del titán no se desembocó mucho después. El cansancio había empezado a hacerse notar en mí pero no me importaba. Estaba preparado para darlo todo, y, secretamente, esperaba encontrarme con Nico.

Fue una experiencia sangrienta y despiadada. Intentaba meterme en el campo de batalla para ayudar a los heridos, pero todos me gritaban que me fuera. Fui necio hasta el momento en que un ataque fue dirigido hacia mí y un campista lo interceptó para salvarme. Logró vencer al oponente pero cayó de inmediato. La acuchillada había cortado su aorta abdominal. Intenté curarlo, pero murió demasiado rápido. Solo alcanzó a decirme que mi vida era más importante que la suya.

Nunca podría perdonarme aquello, pero corrí a resguardarme para honrarlo. En el tiempo que no estuve, se habían acumulado heridos. Procedí a hacer mi trabajo con la mayor concisión posible. Hubo tanta presión, tanta sangre y desesperación por vivir. Estaba abrumado, mis manos temblaban, mi cabeza daba vueltas.

Se me otorgó un descanso después de curar a Annabeth Chase. Sentía que en cualquier momento podría vomitar o desmayarme. Así que Lara me llevó a descansar a un balcón, desde el cual podía respirar aire libre y apreciar el fragor de la batalla.

—Vaya, esa sonrisa solo puede significar una cosa —me insinuó, hincándome las costillas con el codo.

Había encontrado a Nico. Apoyado con un séquito de zombies, abatía a todo enemigo que se cruzara en su camino con una espada negra. Hallé en sus ojos la chispa de la primera vez y cuando miré más allá lo entendí. Luchaba junto al mismísimo Hades.

No pude dejar de mirarlo, y el concepto que me había hecho hace segundos cambió. Ese brillo en los ojos no se debía solamente a la presencia de su padre. Nico no luchaba para aniquilar, luchaba para resguardar a los demás. Y lo peor es que ni él parecía notarlo. Se arriesgaba por completo, exponiéndose como una liebre en el bosque. Incluso notablemente agotado, continuó. Estaba ojeroso, demasiado delgado, demasiado pálido, y aun así seguía luchando, sacando fuerzas de donde no tenía para mantenerse en pie en la refriega.

—Hasta hace un par de segundos, estabas embelesado. ¿Qué hizo que te molestaras así?

—¡Debería tener más cuidado! —exclamé—. ¡Si sigue así morirá en cualquier momento! —Percibí el calor de la ira quemándome el rostro—. ¿Acaso no se da cuenta? ¡No puedo creer que sea tan tonto!

Lara carraspeó, haciendo un gesto dramático con las manos hacia mí. Entonces algo hizo clic en mi cabeza. Entendí lo que me había estado intentando hacerme entender tanto tiempo. Entendí mi error, acepté mi estupidez. Entendí lo que se siente estar en la perspectiva ajena, un brusco cambio a un entorno desconocido. Y también entendí otra cosa, todo lo que había sentido hacia Nico todo el tiempo era algo similar a la atracción pero más profundo, como si el hijo de Hades se hubiera enganchando en mi alma desde el primer momento en que lo vi, cuestión que solo se afianzó con el tiempo. Me había enseñado más cosas que nadie sin pretenderlo. Y siempre fui demasiado cobarde como para acercarme.

Fue un día oscuro para el campamento, sojuzgado por la muerte. Otro de mis hermanos, justamente el nuevo capitán de cabaña, pereció. Fue demasiado para nosotros, la cabaña siete.

Sin embargo, las muertes ya no me afectaron a nivel personal. Sabía que había hecho cuanto estuvo en mis manos y que había salvado muchas vidas con ellas. Con ese pensamiento, me paré en frente de todos y alcé mi voz junto con mis palabras, atizando los rescoldos de la moral de la cabaña. Después de eso fui escogido como el nuevo capitán.

Desde ese día me llené de determinación y seguridad, como si por fin me hubiera alineado conmigo mismo y con mi destino.

Busqué a Nico, listo para enfrentar mi miedo, pero ¡oh, sorpresa!, se había ido otra vez. Pensé en lo mucho que había cambiado, en cómo parecía haberse desgastado con los meses, volviéndose una versión esmirriada de sí mismo. Me prometí que cuando lo volviera a ver no lo dejaría escapar, ni le permitiría seguir con su insano modo de vida mientras estuviera yo ahí.

No más.

Desperté con los ojos lagañosos y regueros secos de lágrimas en las mejillas. ¿Cómo fue que nunca lo noté? ¿Por qué no pude comprenderlo sin experimentarlo? ¿Cómo fue que terminé soñándolo?

Tal vez yo me merecía lo que estaba sucediendo. Ya no era solo Will quien quería enseñarme la lección, sino el mismo destino.

Me pregunté si podría. Hasta el momento no se me había pasado por la cabeza preocuparme por mí mismo. Con Bianca éramos apenas unos críos distanciados en edad por dos años, cuidándose el uno a la otra en igual proporción. Intentábamos darle al otro más de lo que nos dábamos a nosotros mismos; el pedazo más grande de tarta, la cama más cómoda, la mayor cantidad de fichas de juego. Era como una competencia en la que ninguno podía salir vencedor.

Y si me preguntaran por qué me afectó tanto el abandono de mi hermana, diría que la respuesta se encontraba allí. Ella rompió ese circuito perfecto cuando se unió a las cazadoras. Quiso desprenderse de la responsabilidad de cuidar de mí y empezar a preocuparse por ella, dejándome aturdido y con una inminente sensación de haber sido traicionado. Ella esperaba que yo hiciera lo mismo, pero no lo entendí y no pude complacerla.

Seguí preocupado por ella cada segundo que se mantenía lejos de mí, y más con el peligro de la misión en la que se embarcó. Luego tuve las pesadillas de su muerte, que descubrí reales, y las cosas solo sobrepasaron su límite para mí. Enloquecí un tiempo, con lo que me refiero a que no pensaba en las consecuencias de nada, ni me importaba nada más que un deseo tóxico.

Si ya no podía preocuparme por Bianca viva tendría que preocuparme por resucitarla a todo costo, y si no podía hacer eso, ya no me quedaba nada por qué preocuparme. Al ser Bianca lo único que sabía amar, la rabia que me provocaba lo que me había hecho fue redirigido hacia una cara ajena, la del héroe que me había prometido que la cuidaría. Pero me di cuenta de que era demasiado tarde para odiarlo y el odio fue nuevamente redirigido, en esta ocasión a mi persona.

Y de continuar en la historia, solo encontraremos a más personas y causas a las que puse sobre mí mismo, siguiendo siempre e inconscientemente los patrones de mi crianza.

Incluido Will.

Quizá me prendí tanto de él porque me hacía sentir como me sentía en la infancia, completamente protegido y a sabiendas de que ambos nos teníamos y lo daríamos todo por el otro, inmersos en ese circuito puro y perfecto que yo buscaba retomar inconscientemente.

Solo que, a diferencia de Will, yo no lo demostraba. Will no tenía idea de todo lo que daría por él. Ni siquiera yo lo sabía hasta que pensé en ello.

—Deja de hacer eso —musitó Ben.

—¿Mhmm? —Parpadeé, perezosamente saliendo de mis elucubraciones.

El día había pasado volando sin yo hacer mucho más que dormir, comer todo mi plato en el almuerzo y darme un baño en mi cabaña. También me desenredé el pelo y me cepillé los dientes, supuse que me daba puntos extra. Se sentía raro hacer todas esas cosas, pero bueno, todo se siente extraño cuando es nuevo. Volví al centro médico cuando la tarde comenzaba a caer y Ben me cogió a cargo en seguida, diciéndome que debía hacerme un chequeo médico. Y en eso estábamos.

Ben me recriminaba con sus ojos lavanda protegidos por lentes de marco dorado mientras revisaba el estado de mis heridas y cambiaba los vendajes.

—La espada. Si sigues mirándola así creeré que planeas matarme.

—No planeo matar a nadie. ¿Eso es suficiente? —contesté sin dejar de mirarla.

El muchacho se rindió con un suspiro.

—¿Por qué lo haces entonces?

—Eso no te incumbe. ¿Ya terminaste?

Debo admitir que no me esperaba lo siguiente. Ben me pellizcó, retorciéndome la piel y haciéndome gruñir y brincar en mi lugar.

—Conozco los puntos sensibles del cuerpo humano, no me provoques. Deberías agradecer que no hinqué tus heridas. —Colocó el último seguro para las vendas de mi bíceps y palmeó sobre ellas con fuerza, induciendo una corriente de dolor que me llevó a sujetarme el brazo y dirigirle una mirada asesina—. Ooops. Listo. Ya no necesitarás de mí para recuperarte, solo tendrás que volver para sacarte las vendas y rondar este lugar por las posibles toxinas en tu sangre. Los últimos exámenes que te hicimos esta mañana no mostraban anomalías, las toxinas podrían actuar de distinta manera según la persona y tú, como hijo de Hades, ser inmune a ellas. De todas formas tendremos que evaluarte algunos días, para estar seguros.  —Irguió su espalda, apoyando las manos en su zona lumbar—. Sabes que puedes quedarte aquí la noche si lo deseas, pero será mejor que no lo hagas. Eres un polizón y hoy diste un gran paso saliendo al aire libre.

Lo último me hizo ruido, pero traté de ignorarlo. Caminé hasta el velador donde mi espada estaba apoyada y la recuperé, pero algo llamó mi atención a último momento en mi vista periférica. Se trataba de un bisturí, acomodado junto con más instrumental médico sobre una tela verde en la superficie del velador. Guardé el bisturí en el bolsillo de mis pantalones con un movimiento ágil, y me enganché la espada en mi cadena-cinturón de plata.

—Tranquilo, no lo haré —respondí, correctamente equipado.

Si Ben notó algo, no me lo dijo.

Diez minutos después me encontraba sentado en el camastro de mi cabaña con mi espada en mano, practicando movimientos mientras esperaba que la caracola anunciara la cena. Impresionantemente, ya no sentía esa urgencia apabullante de estar con Will. Podría decirse que había satisfecho mi dosis del día, y ahora sabía que en estos momentos él querría que me dedicara tiempo a mí mismo.

Del día. Will llevaba dos días inconsciente y casi me vuelvo loco porque en uno no me dejaron verlo.

—Nico, ¿qué estás haciendo? —Una voz de niña me sobresaltó, haciéndome tirar la espada y el bisturí de las manos. Contemplé a la figura parada en el umbral con la boca abierta.

—Hazel. ¿Cómo...?

—Arión me hizo el favor —respondió mi hermanastra, recogiendo mis cosas y entregándomelas de vuelta—. ¿Puedes responder ahora mi pregunta? Luego podemos hablar de lo que quieras. —Ella giró la hoja de la espada negra en mis manos, allí donde yo había dibujado dos rayones con el bisturí, el último un poco chueco debido al sobresalto.

Fruncí el ceño a la espada y luego al bisturí. Al principio no sabía exactamente por qué lo había hurtado, y por fin podía comprenderlo. Llegué a asociar el coma de Will con mi estancia en el jarrón de Otis y Efialtes, cuando llevaba el registro de los días trazando rayas con mi espada en la cara interna del jarrón.

—Estoy llevando la cuenta —susurré, y mi hermana pareció complacida con mi respuesta.

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