UN MES MÁS TARDE
—¿Cómo lo llevas, chaval?
Mañana, 7 de junio, tenemos el último exámen antes de las vacaciones de verano. Debo reconocer que para haber estado tan despistado las últimas semanas, no me va tan mal. Es cierto que mi nota media ha bajado mucho en comparación con la del año pasado, pero sigue siendo suficientemente buena como para mantener la beca.
—Aprobar..., apruebo —le aseguro a Dan—. Pero no creo que consiga más de un ocho.
Esa misma nota saqué en el examen de Psicología de la Educación. Todavía estoy celebrándolo.
—¡De sobra! —Dan se levanta y guarda el libro—. ¿Te sientas a mi lado y me chivas?
Miro a nuestro alrededor. Estamos en la biblioteca y me incomoda que puedan escucharnos otros alumnos o incluso profesores.
—¿Por qué no estudias más?
—Pues porque... no me apetece. Además, he quedado con Maria.
Se podría decir que mi compañera rubia y él son amigos con derecho a roce. Es el tipo de relación que ambos buscan.
—No me ha dicho que fuese a quedar contigo.
—¿Es que te lo cuenta todo?
—Más de lo que me gustaría.
Dan se cuelga la mochila del hombro izquierdo y se interesa:
—¿Tú qué vas a hacer?
—¿Yo? —Es obvio—: Estudiar.
Echa un vistazo al reloj e insiste:
—Chaval, ya casi son las 20.30. Te irás en breve, ¿no?
—Todavía no.
—Oye... Sé que sigues pillado por la pelirroja, y que estudiar es una especie de terapia para ti, que te ayuda a no pensar tanto en ella y... bla, bla, bla. —Empatizar no es lo suyo—. Pero hay más maneras de desconectar. ¡Vente conmigo y Maria a comer un helado!
—¿Perdona? —Me río—. No, gracias. Paso de aguantar las bromas de Maria sobre tu cucurucho. Yo me voy a quedar aquí, hasta las 21.30 h o...
—¿Tanto? ¡Vente con nosotros!
—¡Que no! —Me empieza a cansar—. Déjame tranquilo.
—Es que me siento mal si me voy y tú sigues estudiando. Parece que te exploto para luego copiarte.
—Dan... —Parpadeo repetidamente—. ¿Qué tontería es esa?
—Joder, Andrés. ¡Déjalo! Me voy a comer helado. —Tira la toalla y se marcha.
—¡Qué os aproveche! —Suspiro—. Ir con ellos dos... Lo que me faltaba.
Vuelvo a centrar la atención en el libro e intento decidir qué repasar. La verdad es que me sé todas las lecciones bastante bien. Lo mejor sería hacer un par de exámenes de prueba, o releer varias veces las partes más complejas de la teoría, o incluso...Suena mi teléfono móvil.
—¿Quién narices...?
—¡Chsssst! ¡Ese móvil! —riñe la bibliotecaria.
—¡Disculpa, Emilita!
Me tapo la cara con el libro y recibo la llamada de:
—¡Verony! ¿Qué quieres?
—¿Dónde estás?
—En la biblioteca.
—Pues ven a casa.
—¿Y eso?
—Maria se ha ido con Dan y me aburro.
—¡Estudia! —aconsejo.
—A buenas horas... —Suelta una carcajada—. Venga, vente. Hoy hay ensalada para cenar.
—Perfecto. Antes de las 22 h, me tienes ahí.
—¿Tan tarde? Se te va a enfriar la cena.
—¿No era una ensalada?
—Pero —añade—... con queso fundido. ¡Veeeen!
—¿Me estás vacilando?
—Si te quedas ahí van a ir a por ti. Dan le ha dicho a Maria que has rechazado ir a la heladería con ellos y ya sabes que nuestra amiga no acepta un no por respuesta.
—No van a venir...
—Tú sabrás. Pero si estuviese en tu lugar, decidiría rápido: ellos o yo.
Me aparto el móvil de la oreja y respiro profundo. Me desesperan. Aunque reconozco que no me vendría mal descansar un poco. Llevo días sin dejar de estudiar y, muy difícil tendría que ser el examen para que no consiguiese aprobarlo.
—¿Andrés? —se impacienta Verony.
—Sí, venga, voy.
—¡Genial! ¡Aquí te espero! —Antes de cortar, aclara—: Ah, y la ensalada no lleva queso, eh. Que no queda.
Me ha dado pena alejarme de la biblioteca. Después de tanto tiempo allí, no volveré hasta septiembre. O eso espero. Me he despedido de Emilita, y he puesto rumbo a mi edificio, donde me acabo de encontrar con la señora Rodríguez.
—¿Qué tal, jovenzuelo? —Deja libre el ascensor de la derecha y me dispongo a entrar.
—Todo bien, ¿y tú?
Me detiene en el umbral y me examina de arriba abajo.
—Eh... ¿Puedo pasar?
Niega, alza sus manos y, con sus largos y delgaduchos dedos, me peina.
—Ahora sí.
—¿Gracias...?
Avanzo al interior, me vuelvo hacia ella y pregunto:
—Por cierto, ¿a dónde vas a estas horas?
—¿Yo? —Se cruza de brazos—. ¿Acaso ahora el espía del edificio eres tú?
Las puertas se cierran y comienza el ascenso.
—Qué mala es la edad.
Me acomodo en la pared, y observo la barra que indica por dónde vamos, hasta que... se detiene en el número dos.
—Oh, jo-der.
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