EXTRA II

69 DÍAS PARA CONOCERLAS

Extra de 69 SEGUNDOS PARA CONQUISTARTE de Jon Azkueta.

Sin spoilers de la novela.


69 DÍAS PARA CONOCERLAS es un capítulo en el que podréis conocer mejor a las amigas de Andrés: Maria y Verony. Este contenido extra transcurre un año antes de que comience la trama de 69 SEGUNDOS PARA CONQUISTARTE.

Este capítulo transcurre un año antes de que comience la trama de «69 SEGUNDOS PARA CONQUISTARTE», cuando Andrés tan solo lleva un par de meses viviendo con sus compañeras de piso: Verony y Maria. Espero que os sirva para conocer mejor a los personajes y, sobre todo, ¡espero que disfrutéis de la lectura!


69 DÍAS PARA CONOCERLAS

—¿Puedes abrir tú la puerta? —le pido a Verony cuando llegamos al portal.

—Yo también tengo las manos ocupadas —contesta, sin levantar la vista del móvil.

La diferencia es que yo llevo cuatro bolsas del súper y ella está enviando un mensaje.

—¡Verony! —insisto, me observa y cede:

—Vale, vale... —Me empuja a un lado mientras hurga en los bolsillos de su chaqueta.

Intento mostrarme paciente, pero siento que las bolsas de plástico me cortan la circulación de los dedos.

—Amiga —dejo que hable mi lado hipocondríaco—; temo que se me empiecen a gangrenar los brazos, y preferiría que no tuviesen que amputarme ningún miem...

—¡Chis! ¡Calla! —Alza las manos y pega un saltito—. ¿Escuchas algún ruido metálico? —Se sacude.

—¿Qué? ¿Es que has perdido las llaves?

—Las llevo encima, pero no sé dónde.

—Joder... No aguanto más, eh —protesto.

—Andrés, ¡pues deja las bolsas en el suelo!

Dicho y hecho. Las suelto de golpe.

—Pero... ¡¡¡Los huevos!!! —chilla y se agacha a comprobar su estado.

—¿Huevos? ¿Quién los ha comprado?

—¡Yo! —se nos une Maria.

Nuestra compañera se había quedado en el súper, ligando con el cajero.

—¿No os apetece cenar huevos fritos o qué? —propone.

Verony se incorpora y responde:

—Siento decirte que como no cenemos huevos rotos...

—¡Joder, Andrés! —me culpa Maria.

—¿Qué? No sabes cuánto estaban sufriendo mis articulaciones.

—Qué exagerado —me ataca Verony y, adoptando una chirriante voz aguda, me imita—: ¡Ay, preferiría que no tuviesen que amputarme ningún miembro!

—Andrés, si para lo que usas tú el miembro... Mejor dónalo a la ciencia —vacila Maria.

Verony suelta una carcajada, lo que provoca que las palabras de mi «amiga» me ofendan aún más.

—Oh, ¡perdonad si yo no ligo en los supermercados, eh!

—Andresote, ni en los supermercados —Maria me da un par de palmadas en la espalda—, ni en ninguna otra parte.

—Pero, ¿qué os pasa conmigo?

—¡Queríamos cenar huevos fritos! —exclama Vero.

—¿Desde cuándo os gustan tanto?

—Bueno, en realidad... —Maria reconoce—: A mí los únicos huevos que me apasionan, son los que se encuentran en la bragueta del Jonan.

—¡MARIA! —la cortamos Verony y yo al unísono.

—¿Qué?

Suspiro y, como nadie más parece tener llaves, saco las mías y abro la puerta. Entonces, Maria y Verony se me adelantan: se adentran en el portal y me dejan con las bolsas.

—¿En serio? ¿Será una broma, no?

Ambas me miran y se quejan, pero retroceden a ayudarme. Juntos cargamos las compras en uno de los viejos ascensores y esperamos a que se ponga en marcha. Subimos, lentamente...

—Oye. —Cuando vamos por la segunda planta, pregunto—: ¿De verdad creéis que no ligo? —Tal vez no sea el mejor tema de conversación, pero quiero salir de dudas—: Lo habéis dicho porque os habéis enfadado, ¿o es que lo pensáis? Sed sinceras.

—Mira, Andrés —empieza Maria—, lo único que sé es que te chorrean los huevos.

—Vaya... ¿Es una metáfora? —intento entenderla.

—Es literal. —Señala una de las bolsas del súper que hay a mi lado, sobre un pringoso charco amarillento.

La agarro del asa y, con cuidado, la levanto. Como me temía, el plástico está roto y manchado de clara. Observo mejor y veo que un trozo de cristal es el causante de la abertura por la que fluye el líquido.

—¿Quién ha comprado —echo un vistazo al interior de la bolsa—, una jarra?

—Para las cervezas —explica Maria.

—Ya tenemos vasos —le recuerdo.

—Como decía mi abuela... —Maria cita—: Cerveza en vaso, para el payaso.

—¿Tú abuela? —se asombra Vero.

—Sí. Ella era muy sabia. Y adelantada a su época. Toda una Motomami.

—Motoma... Mira, ¡me da igual! —Me desesperan—. Por culpa de esa jarra hemos manchado medio ascensor.

—Por culpa de la jarra, ¿o de la persona que la ha reventado? —Verony se escaquea—: Lo que sé es que yo no he tenido nada que ver. Os toca limpiarlo a vosotros. Además, yo soy la encargada de cocinar y vosotros de limpiar. En eso quedamos.

—Bien, tampoco es para tanto —se muestra positiva Maria—. A peores manchas me he enfrentado. Tendríais que ver mis sábanas después de pasar una noche con el Kevin.

Pongo los ojos en blanco, y continúo con la conversación:

—A ver, tenemos que dejar el suelo reluciente, porque bastante nos odian ya los vecinos.

—¿Nos odian? —se sorprende Verony—. Si no llevamos ni tres meses viviendo aquí.

—Pues, sí, nos odian. El otro día hablé con nuestra vecina de rellano y...

—¿Con la vieja? —deduce Maria.

—Con la anciana, sí —afirmo—. Y estaba muy enfadada. Al parecer, alguien —miro con descaro a Maria—, vino de fiesta y «regó» el ficus que tiene junto al felpudo.

—¿Measte en él? —Vero pone cara de desagrado.

—¡No! Tan solo vacíe mi cubata antes de entrar en casa.

—¿Le echaste alcohol? —Verony no da crédito—. ¡Pobre arbusto!

—Si está mejor que nunca —celebra Maria—. Lo que no entiendo es cómo se entera la vieja...

—Anciana —corrijo.

—...de todo.

Acabamos de llegar al décimo piso, las puertas se abren y, para nuestra sorpresa, nos topamos con la tan mencionada vecina.

—¡Oh! ¡Hola! —la saludo, nervioso.

—Me entero de todo, sí —nos confiesa ella, y su largo dedo índice se dirige al charco—. Y vengo a pediros que limpiéis esa asquerosidad.

—¡Ah, sí, sí! —Me comprometo—: ¡Quedará impecable!

La señora asiente, sin dejar de prestar atención al charco, y lamenta:

—Qué desperdicio.

—Si quieres se lo echamos al ficus —ofrece Maria, lo que provoca que nuestra vecina la mire con frialdad.

—Gracias, pero no —niega y nos amenaza—: Y no os paséis... No quisiera que os ocurriese lo mismo que a los anteriores inquilinos.

—Oh. —Doy un paso atrás, trago saliva y me atrevo a preguntar—: ¿Qué les pasó?

—Digamos que están... bajo tierra.

—Ya, claro. —Chulesca, Maria añade—: ¿Están en la maceta del ficus, no?

—¡Maria! —La fulmino con la mirada—. ¡Vale ya!

La señora frunce el ceño y, cansada de tanta tontería, advierte:

—Deberíais andar con cuidado. He tenido sesenta y nueve días para conoceros y...

—Espera —la interrumpe Verony—. ¿Has contado los días que llevamos viviendo aquí?

—Cómo se aburre —opina Maria.

—¿Quieres que te deje mi contraseña de Netflix? —Antes de que responda, Verony se la da—: La clave es «Tomyzendaya4ever»...

—¿Qué dices? —La anciana no puede soportarnos más, y explota—: ¡Lo único que quiero es que limpiéis el suelo! ¡¡¡Ahora!!!

—Ya, pues quítate del medio. —Maria la obliga a apartarse del umbral para dejarnos pasar.

Verony se queda en la entrada del ascensor —bajo los sensores que hacen que las puertas no se cierren—, mientras Maria y yo dejamos las compras en casa y regresamos con los productos de limpieza que vamos a necesitar.

Cuando volvemos, nos encontramos con que la señora Rodríguez ya no nos desafía con la mirada. Al contrario. Diría que nos suplica, nos pide que la libremos de nuestra compañera, quien le está diciendo:

—Si lo prefieres te dejo mi cuenta de HBO. ¡Ah! Y si te gusta leer, también puedo prestarte la de Wattpad. Ahí tienes muchas historias gratis y...

—Es que no la entiendo —nos musita la anciana.

—Ya. A veces nosotros tampoco. —Me encojo de hombros y salgo a favor de mi peculiar amiga—: Pero, es buena persona.

—¿Buena persona? —Maria sonríe con malicia y se dispone a malmeternos—: Si fuese tan buena, te hubiese ayudado con las bolsas.

—Es que estaba ocupada enviando un mensaje importante —la justifico.

—¿Eso te ha dicho? —Maria me enseña su teléfono móvil—: Andresote, te ha tomado el pelo. Estaba escribiéndome a mí.

—¡Oh! ¿¡¿Verónica?!? —Me vuelvo hacia ella en busca de explicaciones.

—Sí, eso... Eh, yo... —No sabe cómo reaccionar, y opta por atacar a Maria—: ¿¡¿Tú por qué dices nada?!?

—Vaya. ¿De verdad creías que conseguiría estar callada? —Maria alza las cejas y pone los brazos en jarra—. A ver, querida, ya sabes cuánto me gusta una buena movida. ¡Meter mierda es parte de mi vida!

—Hablando de mierda... —La señora Rodríguez vuelve a fijarse en el charco del ascensor—. ¿¡¿Vais a limpiarlo de una maldita vez?!?

***

Tras dejar el ascensor impoluto, nos hemos despedido de la señora Rodríguez y hemos regresado a casa. Ahora Maria y yo estamos viendo la tele en el salón, mientras Verony prepara la cena.

—¿Entonces, qué queréis? —nos grita desde la cocina.

Maria me mira, espera que yo responda:

—Pues... —Alzo la voz—: ¿Qué hay?

—Huevos fritos no, desde luego.

Pongo lo ojos en blanco y repito:

—¿Y qué hay?

Tarda un rato en contestar. Debe de estar pensándolo.

—¿Queréis que haga puré? —propone al fin.

—Ay, ¡no! —chilla Maria—. ¡Haz unas patatas fritas para picar!

—¡No hay patatas! —escuchamos a Verony.

—¡Sí que hay! —Maria recuerda—: Te he visto comprar una, ¡una enorme y muy alargada!

—¿Una patata alargada? —me extraño.

Maria coge aire, y sigue chillando:

—¡Verony!

—¡Dime!

—¿No lo recuerdas? La has echado al carrito de la compra diciendo que parecía el dedo de un...

—¡Troll de las cavernas! —se emociona Vero.

—¡Eso es! Y yo te he contestado que, más que parecer el dedo del tipo de las cavernas, parecía lo que le cuelga entre las piernas.

—Chicas, se me están quitando las ganas de comer patatas —protesto.

—¡Mejor, porque es un boniato! —aclara Verony—. Por eso tiene esa forma tan rara. Os haré un puré con él y os prepararé unas pechuguitas de pollo a la plancha —decide el menú—. ¿Os parece bien?

—Joder... —Maria masculla—: Si no hace un puré, revienta, eh.

—¡Chicos! —Verony insiste—: ¿¡¿Me escucháis?!?

—¡Jovenzuela, te escuchan ellos y todo el edificio! —nos llega una voz desde el piso de al lado. Ha sido la señora Rodríguez.

—Mierda... —me avergüenzo—. ¡Lo sentimos!

Hemos pillado la indirecta así que dejamos de gritar. Verony se pone manos a la obra y Maria y yo continuamos charlando en el sofá.

—Al final, ¿has conseguido que el cajero te dé su número de teléfono? —me refiero al chico con el que estaba ligando en el súper.

Maria arquea las cejas.

—¿Lo dudabas? Obviamente, sí que me ha dado... —No acaba la frase, por lo que lo hago yo:

—El número.

—Bueno, y lo que no es el número. —Se muerde el labio, cierra los ojos y confiesa—: Plas, plas, plas... En el almacén de detrás.

—¡Maria! —Suelto una carcajada—. ¿Cómo os ha podido dar tiempo? Si nos has pillado en el portal.

—Os he pillado en el portal porque Verony y tú andáis muy despacio. Habéis tardado media hora en llegar a casa desde el súper. —Se encoge de hombros—: Así que sí, mientras tú caminabas como un viejo, a mí me sacudían el conejo.

—Ay... ¡Qué desagradable! —No tiene remedio—. ¡Y yo no camino como un señor mayor! He tardado porque cargaba con las cuatro bolsas.

—Lo que tú digas.

—Bueno, entonces —retomo el tema principal—; ¿tienes intenciones de volver a ver al cajero?

—Claro, supongo que pronto tendremos que ir a comprar patatas. Las normales.

—Me refiero a si vais a tener una cita.

Maria niega con la cabeza.

—Ya sabes que no busco nada serio. Pero cada vez que tenga que hacer un recado... Pues plas, plas, plas, en el supermercado.

Suelto otra carcajada, y no puedo evitar decir:

—Te admiro, Maria Castro.

—¿A mí?

—Sí. Verás, no considero que yo ligue poco...

—Pero últimamente no te comes ni un moco.

Me lo pienso y acepto:

—Bueno, es una manera de decirlo.

—Chico, ¿quieres venir de fiesta conmigo? Así igual te comes algún higo.

—No tengo ganas.

—¿Prefieres las bananas?

—No, lo que no me apetece es ir de fiesta.

—Qué soso.

—¿Soso? —Verony entra en el salón con un puchero entre las manos. Lo apoya en la mesa y nos invita a cenar—: Pues echad sal. ¡Venga, que ya está la comida!

—Qué rápido has hecho el puré de la patata rara —me asombro.

—Ah, es que al final he hecho uno con las lentejas que han sobrado a la hora de comer.

—Joder... Es peor que mi madre —compara Maria—. Ella siempre me preguntaba qué quería, para luego hacer lo primero que se le ocurría.

—Mi padre hacía lo mismo. —La entiendo.

Tomamos asiento alrededor de la mesa y Verony nos explica:

—No sé lo que harían en vuestras casas pero, no iba a tirar las lentejas, ¿no? Tenía que aprovecharlas. Además, era la opción más sencilla y rápida. El boniato primero hay que calentarlo, luego pelarlo...

—Esos pasos me suenan —interrumpe Maria, pícara—, y seguro que al cajero también.

Verony la mira perpleja, creo que no la ha entendido, pero prefiere no preguntar. Hace bien. Comienza a servirnos y se interesa:

—Venga, contadme, ¿de qué hablabais antes de que llegara?

—De que Andresote no liga —me delata Maria.

—¿Todavía estás rayado por eso? —Verony suelta un resoplido—. Andrés, te tomábamos el pelo.

—No, pero tenéis razón. Nunca he tenido pareja.

—¿Y? —Maria no ve el «problema».

—Pues que me apetece... Quiero tener novia.

—Andrés, no te agobies. —Verony acaba de servir y se sienta a comer—. El universo te traerá el amor.

—El universo...

—Sí. —Maria prueba el puré, tuerce el moro en un gesto de desaprobación y sigue—: Cuando menos te lo esperes, el universo te dará lo que quieres. Yo nunca lo pido, y mira todos los guaperas que me he comido.

—Amiga, ¿tú no sabes hablar sin hacer rimas? —Verony parece cansarse de esta peculiar manía de nuestra compañera.

Maria traga —con exagerado esfuerzo— otra cucharada de puré, y ataca:

—Claro que sé, pero rimar es bueno para el cerebro. No te vendría mal probarlo, ¿sabes?

—¿Qué insinúas?

—Pues... —Maria le asesta un golpe bajo—: ¿Cuántos exámenes has suspendido en lo poco que llevas en la uni? Tía, si no me equivoco, estás suspendiendo todas las asignaturas.

—Oye, chicas, no cambiemos de tema —propongo, antes de que el ambiente se tense demasiado—. Hablábamos de mi vida amorosa.

—Esa sí que está suspendida. —Al parecer, Verony ha decidido pagar su enfado conmigo.

—¡Oye...! ¿Qué te he hecho yo?

—Romper los huevos.

—Ay, ¡es verdad! —Maria lanza su cuchara contra el plato—. Por tu culpa estamos cenando este asqueroso puré.

—¿Asqueroso? —se molesta Verony.

—No, ¡está muy bueno! —Agrego—: Y seguro que las pechuguitas de pollo también están riquísimas.

—Ah, no. Al final he hecho lomo a la plancha.

—¿En serio, Vero? —Maria se desespera—. ¿Es que siempre tienes que cambiar el menú?

—¿Importa?

—Claro que no —niego, pero Maria parece querer seguir con la disputa:

—Claro que, ¡sí! Verony, siempre haces lo mismo.

—Pues tú siempre...

Comienzan a echarse cosas en cara, y yo paso de hacer de intermediario. Dejo caer mi espalda sobre el respaldo de la silla, suspiro, y me convierto en un mero espectador.

Sé cómo son, y sé que pronto se les pasará el cabreo. Tan solo debo dejar que se desahoguen. Es algo que he aprendido durante los meses que llevamos viviendo juntos, y es que, según lo que ha dicho la señora Rodríguez, ya he tenido sesenta y nueve días para conocerlas.

Sin embargo, para mi sorpresa la riña dura aún menos de lo previsto, gracias a que nuestra vecina cascarrabias se atreve a intervenir de nuevo:

—¡Otro chillido más y llamo a la policía!

—Joder, qué casa —musita Verony—. Entre unos y otros... No soporto vivir aquí.

—Ay, ¡pues anda que no te queda! —Maria respira profundo y acaba—: Toda una historia entera.


CONTINUARÁ...

69 SEGUNDOS PARA CONQUISTARTE


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top