ENCONTRADA
Leo la nota unas cinco veces. Es breve. Muy breve. Pero suficiente para hacerme perder la cabeza durante unos minutos analizando su perfecta caligrafía y su formal manera de expresarse. Incluso me he quedado embobado por su olor. La nota huele a ella. Aunque ya no debería llamarla así porque, desde ahora, la chica del ascensor tiene nombre: Rebeca, Rebeca Abazo.
¡Toc, toc!, llaman a la puerta de mi habitación.
—¿Se puede? —pregunta Verony, aunque ya está dentro—. ¡Ay, Andrés! ¿Estás bien? —Mi cara debe de reflejar mi desequilibrado estado de ánimo.
Supongo que tengo el rostro enrojecido y húmedo de haber llorado, los ojos abiertos exageradamente de la emoción de tener una notita de la chica del ascensor, y una extraña sonrisa a causa de haber leído su nombre y de saber que... ¡me considera su compañero!
Asiento indicando que me encuentro bien, genial, en realidad.
—O sea, ¿ya no estás enfadado?
Yo niego con la cabeza.
—Entonces, ¿puedo decirle a Maria que venga?
Quiere pedir refuerzos. Vuelvo a asentir. Se podría decir que solo muestro movilidad del cuello hacia arriba. Parezco uno de esos muñequitos que, colocados en el salpicadero del coche, menean la cabeza de lado a lado.
—¡Maria, ven! ¡Ya! ¡Andrés está aún más raro!
—¿Qué pasa ahora? —Aparece mi amiga rubia, y se detiene a observarme junto a Verony—. Es verdad. Qué mala cara tiene...
—Pero feliz, ¿no? —intenta descifrar mi mueca Verony.
—Qué turbio —dice Maria.
Yo me levanto, doy un paso hacia ellas, estas dan un paso hacia atrás, las miro fijamente y les muestro la figurita del delfín.
—¿Qué es? —me pregunta Maria.
—Es un marcapáginas —aclara Verony.
No se me había ocurrido antes, pero tiene todo el sentido del mundo.
—Rebeca ha escrito una notita en él —informo.
—¿Quién? —preguntan.
—La chica del ascensor.
Sus ojos parecen salirse de órbita, y ambas se abalanzan sobre mí. Leen la nota repetidamente, hasta que Verony se cruza de brazos y opina:
—¿Qué simple, no?
—Más bien, borde —comenta Maria.
—Para nada. Es maravillosa. ¡Y ya sabemos su nombre! —celebro—. Es... ¡Rebeca! Me pregunto si sus amigos la llamarán Rebe.
—Lo que yo me pregunto es si tendrá amigos —ataca Maria.
—Eso no importa porque —suspiro—... me tiene a mí.
—Red flag —Verony me hace ver lo posesivo que ha sonado eso.
Avergonzado, pido disculpas y vuelvo la vista hacia la nota. Releo las pocas palabras de Rebeca una y otra vez, hasta que mis amigas parecen cansarse.
—¿Qué estás mirando? —me interrumpe Maria—. ¿Es que hay un código secreto o algo?
—Tanta atención... Ni que fuese una de las notas de Da Vinci —se burla Verony.
—No lo entendéis —me ofenden—. Es la mejor carta que se puede recibir.
—La mejor carta es la de Hogwarts —corrige Verony—. Se te tiene que parar el corazón al recibirla.
—A mí también se me paró el corazón con una carta. —Maria nos explica—: Era una multa de control de tráfico.
Las ignoro y sigo con la mirada sumergida en la nota, disfrutando de la frase, de cada una de sus letritas... hasta que Verony me pregunta:
—A todo esto, ¿cuándo te ha dado ese marcapáginas?
—Debió de meterlo en el libro el día que me lo prestó, en el ascensor. —Hago memoria—. Se giró a hurgar en su maletín, y ahí debió de escribir la notita.
—Qué bonito. ¿Y cómo piensas responderla?
Ni multa de tráfico ni carta de Hogwarts, ahora sí que se me ha parado el corazón.
—¿Responderla?
—Te he escrito un mensaje —afirma Maria—. Lo mínimo es contestar. No querrás ser aún más borde que —mira el nombre en la nota—... Rebeca, Rebeca Abazo.
—Ay. —Sonrío tontamente—. Abazo... Suena a abrazo.
—A mí me suena a haba gigante —confiesa Verony, mostrando su afán por la cocina y las legumbres.
—¿En serio? Es la señorita «R. Abazo» —dice Maria—. A mí me suena a rabo gigante. Rabazo.
Verónica y yo la miramos en silencio durante un par de segundos, y seguimos con la conversación principal:
—Bueno, dadme ideas. —Necesito ayuda—. ¿Cómo contesto?
Maria pone los ojos en blanco, y pasa de mí tumbándose en la cama con mi portátil.
—Verony —me dirijo a la única que me sigue haciendo caso—, ¿qué podemos hacer?
—Está complicado. Lo mejor sería llamarla o mandarle un mensaje, pero no tenemos su número de teléfono...
—Es que no tenemos nada —me desespero—. Tendría que mandarle una carta por paloma mensajera.
—Tardaríamos demasiado en educar a esa ave. —Verónica se plantea seriamente la propuesta—. Pero tal vez si fuese una lechuza...
—Era una broma —declaro, y le corto el rollo.
—A ver, par de frikis —se reincorpora Maria a la conversación—. Buscaremos a la chica en internet, encontraremos su perfil en alguna red social y la contactaremos por el chat. —Mientras habla no deja de teclear.
—¿Y si no está en internet? —pregunto.
—Entonces huye.
—También podemos dejarle una notita en la puerta de casa —propone Verony.
—Solo sé de qué piso a qué piso va, no tengo ni idea de cuál es su puerta —le recuerdo.
—¿Nunca te has planteado bajar con ella y acompañarla? —quiere saber Maria.
—Pues no —niego—. Qué vergüenza. Eso sí que sería red flag.
—Qué complicado todo —se muestra negativa mi compañera morena.
—Triste realidad —dramatizo—. Esa chica es un misterio. Es imposible encontrar la manera de...
—¡Ay! ¡Ya! ¡Encontrada! —celebra Maria, y se sienta en la cama con las piernas cruzadas y el ordenador sobre ellas.
—¿Encontrada? —preguntamos Verony y yo al unísono.
—Nuestra chica está en internet. ¡Yo tenía razón!
—¿Y cómo has dado con ella? —me asombra.
—¿Tú no has visto You? —vacila—. He descubierto que nuestra vecinita se creó un usuario en una extraña plataforma hace un par de años.
Nosotros nos lanzamos sobre la cama y nos situamos uno a cada lado de ella. Siento cómo se me acelera el corazón, no puedo esperar para saber qué es lo que Maria tiene entre manos.
—Déjame ver —suplico.
Mi compañera baja la tapa del portátil y se hace de rogar:
—Espera, espera... ¿Seguro que estáis preparados para, gracias a mí, descubrir quién es el espécimen del ascensor?
—No la llames espé...
—¡Síííííí! —grita Verony por encima de mí.
—Pues allá vamos.
Poco a poco, Maria levanta la tapa del portátil. Cuando nuestras caras se iluminan ante la luz de la pantalla, Verony es la primera en reaccionar:
—No puede ser... ¡¡¡Qué fuerte!!!
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¿Qué será? Hagan sus apuestas... Jajaj
¡Enseguida subo un nuevo capítulo!
Aprovecho para deciros que Maria tiene su propia historia (autoconclusiva e independiente; no tiene nada que ver con esta) y que podéis encontrarla en Wattpad y en papel. ¡Si la leéis espero que os guste!
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