Feliz cumpleaños, Mati
🦆🦄
En el pueblo de Encanto había un pequeño jardín de niños. Todos los pequeñitos del pueblo acudían a ese lugar pues no eran demasiados.
Aquella mañana el pequeño Gabriel Luna llegó con su mochila en la espalda, tomado de la mano de su mamá y mostrando una gran sonrisa en el rostro. Estaba emocionado por ir por fin a la escuela pues hasta ese día lo habían educado en casa.
La maestra Talia, una amable mujer de cabellos castaños y ojos verdes, le extendió la mano para recibirlo. Los grandes ojos pardos de Gabriel la miraron con curiosidad y de inmediato se soltó de su madre para tomar la mano de su maestra. No pensaba poner ni un poquito de resistencia, tan solo quería entrar.
— Adiós, mami —dijo con su vocecita mientras agitaba la mano libre para despedirse de su mamá.
Ella sonrió y se inclinó a él para darle un beso en la mejilla.
— Suerte en tu primer día.
Él se rió al sentir el besito.
— ¡Sí! Ya mami, vete.
Sin esperar más, tiró de la mano de su maestra para ir por fin al salón de clases. Era un lugar bonito, muy colorido, las mesas estaban esparcidas por todo el salón y detrás de ellos estaban los estantes con material escolar y juguetes llamativos. La maestra le indicó cuál sería su lugar en el estante. Él dejó la mochila y se giró para ver al resto de los niños en el salón. Había al rededor de quince niños y contempló a cada uno evaluando por dónde empezar. Fue al grupo más pequeño que en ese momento construían una suerte de edificio con bloques de madera. No le costó nada integrarse y comenzar a jugar con ellos.
Era una linda mañana y sería más linda todavía.
Después de jugar y reír con todos sus nuevos amigos, la clase comenzó y él tomó asiento en una de las mesitas junto a los niños que había conocido. Para su mente infantil, todo lo que dijo la maestra resultaba fascinante pero su capacidad de atención era corta y de vez en cuando se distraía mirando a su alrededor. Fue entonces que lo notó.
Había un niño que estaba solo en una de las mesas. No parecía molesto por estar apartado, al contrario, tenía en la mano una crayola y con ella dibujaba en el libro que tenía mientras una sonrisita iluminaba su rostro. Sus ojitos marrones estaban concentrados en su labor. Tenía el cabello castaño y preciosos rulitos que se movían al tiempo que él movía las manos para realizar su dibujo.
Gabriel sonrió y se propuso en ese momento ser su amigo.
Cuando la actividad terminó y volvieron a tener tiempo libre, se levantó de su asiento y fue caminando decididamente hasta la mesa del niño. Arrastró una silla y la colocó junto a él para sentarse después. Lo miraba atentamente sin borrar la sonrisa de sus labios.
— Hola, me llamo Gabriel Luna.
Le dijo muy seguro de sí mismo.
El chico volteó a verlo pero permaneció en silencio y solamente ladeó la cabeza un poco confundido. Parpadeó un par de veces pero como el niño de pelo negro no se iba, lo saludó.
— Gar…. Gra… ¿Luna?
Después de esos fallidos intentos para pronunciar su nombre que eran tan propios en los niños de su edad decidió llamarlo mejor por su apellido.
— Sí. Luna. ¿Cómo te llamas?
Puso ambos codos en la mesa y apoyó el rostro en sus manitos, observandolo atentamente a los ojos.
El niño le sonrió aunque algo tímido todavía pero estaba dispuesto a responder.
— Me llamo Mati.
— Qué bonito es tu nombre —le respondió Gabriel sonriendo— ¿Quieres jugar conmigo?
Y la respuesta del pequeño Mati no se hizo esperar. Asintió emocionado mientras ordenaba todas las crayolas debidamente en la caja de colores.
Gabriel se levantó y llevó su manita a la de Matías para hacerlo levantarse y lo llevó caminando así, sin soltarlo para nada, a la zona de juegos. Había muchos juguetes pero uno en especial llamó la atención de los dos pequeñitos. Tomó una casa de muñecas y la arrastró sobre la alfombra. Luego los dos se arrodillaron junto a ella. Mati la contemplaba con mucha curiosidad pues hasta ese día no había jugado antes con ella, pero era muy bonita y bastante colorida así que le agradaba.
Gabriel tomó un par de muñecos del estante y le extendió uno a Matías.
— Yo seré la mamá y tú serás el papá. Este gatito de aquí será el bebé. Es que no había muñecos de bebés que cupieran en la casa —explicó Gabriel, dejando el gatito en una cuna.
— ¿Cómo se llama el bebé? —preguntó Matias, tomando su muñeco y evaluandolo con una sonrisa.
— Juancho.
— Me gusta Juancho —coincidió Matías.
Los dos se quedaron jugando el resto del receso. Era divertido. Se entendieron de inmediato y se dieron cuenta de que sus ideas iban encarriladas en la misma dirección, en todo el tiempo que permanecieron juntos no se mostraron en desacuerdo ni una sola vez. Fue un día de lo más emocionante y perfecto, el comienzo de una hermosa amistad.
Los días pasaron y cada uno era tan bueno como el primero. Gabriel llegaba siempre emocionado por ver a sus amigos pero inevitablemente siempre terminaba con Matías, jugando a cualquier cosa durante el receso y manteniéndose juntos en las clases.
Como aún le era difícil la fonética de su nombre y no estaba conforme con llamarlo siempre Luna, buscó una alternativa y comenzó a decirle Gabu.
Cierto día Gabriel llegó como siempre a sentarse con Matías pero notó algo diferente en él. No era el mismo niño sonriente de siempre, de hecho sus ojos se veían hinchados y parecía más cansado que de costumbre. Gabriel apretó sus labios al verlo así y acercó más la silla a él.
— ¿Quieres que juguemos con los bloques?
Mati no lo miró, solamente dejó su vista fija al frente, una mirada ciertamente inexpresiva.
— No, estoy cansado.
Gabriel asintió.
— ¿Hacemos un dibujo? Mi mamá me enseñó cómo dibujar un perrito. Te puedo enseñar si quieres.
— ¿Tu mami te enseña a dibujar? —preguntó Matías, que lo miró ahora sí, con curiosidad.
— Sí, a veces pasamos la tarde dibujando me cuenta cuentos. Es un perrito muy fácil. Te puedo enseñar si quieres.
Pero Matías pareció ponerse más triste después de escuchar aquello. Solamente negó con la cabeza.
— Otro día me enseñas.
Después de eso, Mati no dijo nada más. No parecía muy dispuesto a hablar o jugar así que solamente se quedó ahí, sin prestar tampoco mucha atención en Gabriel. Pero el moreno sentía que debía hacer algo más aunque no sabía qué porque se le habían terminado las ideas. Así que solamente alcanzó la mano de Mati y la sujetó firmemente. Se quedó así por el resto de la clase y ni siquiera la soltó para realizar las actividades aunque de todas formas Matías no se veía dispuesto a trabajar aquel día.
Cuando la maestra les indicó que era hora de la siesta, ella, como de costumbre, dejó las colchonetas en el suelo y los niños llevaron sus mantas y almohadas para dormir. Como Gabriel notó lo cansado y desganado que se veía Matias, le dijo que se quedara sentado y él mismo se ocupó de llevar su manta al colchón y acomodar su almohada. No sin antes mover ambas colchonetas para que quedaran una junto a la otra sin un solo centímetro de separación.
— Vamos a dormir y después te sentirás mejor —le dijo Gabu con una sonrisa dulce aunque algo preocupada.
Los dos niños se metieron bajo sus respectivas mantas. Gabriel se acomodó de costado, para ver a Matías y le tocó el hombro para llamar su atención. Al notarlo, Matias hizo lo mismo girándose para verlo y le soltó la primera sonrisa de aquél día.
La maestra los observó, normalmente les pediría que se separaran y se acomodaran como el resto de los niños pero ella era observadora. Había notado el estado de ánimo de Matías y también ciertos detalles en la dinámica familiar que le llamaban la atención así que hizo una excepción y les permitió quedarse así.
Cuando la música de cuna comenzó a sonar en el tocadiscos de clases, los niños comenzaron a caer dormidos. Gabriel metió la mano bajo la manta de Matías para tomar nuevamente su mano. Le sonrió y el pequeño castaño correspondió a su sonrisa, entrelazando los dedos con los de Gabriel. Esté último dudó un segundo pero se levantó y le dejó a Matías un besito en la mejilla que a este sorprendió. No estaba demasiado acostumbrado a eso, pero le hizo sentir bien y se movió un poquito para quedar más cerca de él.
— Duérmete, yo te voy a cuidar —aseguró Gabriel y apretó más su mano.
Sin embargo, los ojitos del pelinegro, comenzaron a cerrarse antes que los de Matías y poco a poco se quedó dormido. Matias estaba demasiado cansado pero le parecía bastante tierno ver cómo su amigo dormía y eso lo relajó tanto que terminó por cerrar los ojos mientras acariciaba el dorso de su mano con el pulgar y finalmente se quedó dormido también.
🦆🦄
— Hoy es un día muy especial —le dijo su madre a Gabriel mientras ambos se encontraban en la mesa a la hora del desayuno. Ella terminaba los patrones de un vestido mientras él tenía hojas y crayolas junto a su plato de hotcakes. En su caso, él estaba dibujando un pato.
— ¿Por qué es un día muy especial?
— Esta noche iremos a la boda de tu tío Armando ¡Te verás muy guapo con traje! Y todos te van a mirar —ella levantó la mirada para verlo y le sonrió cariñosamente—. Acostumbrate a la atención, Gabu. Tú vas a robar miradas siempre.
Él no comprendía lo que quería decir su mamá con eso pero algo llamó más su atención.
— ¿Qué es una boda?
— Es una ceremonia en la que dos personas se casan. Cuando eres adulto y hay una persona a la que quieres mucho, de una forma especial, te casas con esa persona y viven juntos por siempre —explicó ella terminando sus bocetos, sin levantar la mirada.
Pero las palabras de ella habían captado completamente su atención. Pensaba en eso. Claramente, a sus cinco años no comprendía mucho las implicaciones de eso pero le parecía un concepto asombroso. Una sonrisa se apoderó de su rostro y continuó coloreando su pato mientras movía los piecitos que no llegaban a tocar el suelo.
— También es especial por otra razón este día —continuó hablando su mamá.
— ¿Por qué?
— Hoy es cuatro de diciembre. Es el cumpleaños de tu amigo Mati.
Aquello atrapó nuevamente la atención de Gabriel. Miró a su madre como si le estuviera diciendo la más importante de las noticias.
— ¿Mi Mati cumple años hoy?
A ella le causó gracia y ternura la forma en que lo había llamado.
— Sí. Es un amigo muy especial para ti ¿Verdad? Es un niño muy agradable y dulce. Tu maestra me dijo que lo quieres más que a los otros niños del salón.
Gabriel ladeó la cabeza meditando profundamente en esas palabras. En su mente, las ideas se presentaban una a una cargadas de significado.
— Sí, yo lo quiero más que a todos. De una forma especial.
La mujer asintió sin dejar de sonreír.
— Entonces tal vez quieras hacerle un regalo.
— ¡Un regalo! Sí, pero no tengo dinero mamá ¿Qué puedo comprarle para que sepa que lo quiero mucho?
Su madre por fin terminó el boceto y se levantó, dejando las cosas a un lado para prestarle total atención a su hijo.
— No siempre tienes que usar dinero para demostrarle a alguien cuánto lo quieres. Puedes hacer algo que a esa persona le guste.
Gabriel bajó la mirada a su dibujo. A él no le gustaban los patos pero lo dibujo pensando en enseñarselo a Matías porque sabía que a él sí que le gustaban. Así de pronto supo cuál sería su regalo. Escribió torpemente las únicas dos letras que le salían bien: M y G, y las encerró juntas en un corazón.
Se puso especialmente guapo ese día porque, como su madre le había dicho, era un día especial. Llevaba su dibujo en un sobre que su madre le ayudó a hacer. En el camino a la escuela cortó también algunas rosas rojas con el permiso y ayuda de su vecina la dueña del jardín, quien les quitó las espinas. Eran las flores favoritas de Gabriel y esperaba que le encantarán igual a Matías.
Cuando llegó al jardín de niños fue directamente con Matías. Él estaba sentado y también se veía mucho más guapo que otros días. Se quedó de pie a su lado y le dió el ramito de tan solo seis flores que había conseguido cortar.
— Feliz cumpleaños, Mati.
Matías lo observó sorprendido y con una gran sonrisa tomó las flores.
— ¡Gracias, Gabu! ¡Son muy bonitas!
En cuanto las tomó y sus manos quedaron libres, Gabriel le dió un intenso abrazo de feliz cumpleaños.
— También te traje esto —le dijo Gabriel, tomando asiento junto a él y entregándole el sobre con el dibujo.
Matías lo abrió contemplando fascinado aquél precioso dibujo y agradeciéndole con una sincera sonrisa.
— Me gustan los patos.
— Ya lo sé.
La sonrisa de Gabriel era la más enorme. Le hacía feliz ver cómo a su amigo le habían gustado sus regalos. Lo observó algo nervioso e indeciso pero finalmente se armó de valor y le dió un dulce beso en la mejilla. Matías le sonrió ligeramente ruborizado por tantas atenciones que estaba recibiendo.
— Una cosa más —dijo Gabriel, acercándose más a él para tomar su mano—. Cuando sea grande me voy a casar contigo.
— ¿Qué significa eso? —preguntó Matías riendo confundido.
— Que te voy a querer mucho y vamos a vivir juntos por siempre.
— Ah, entonces sí. Cásate conmigo.
Sin embargo, aquél fue el último curso que compartieron juntos. Cuando tuvieron que asistir a la primaria, fueron a escuelas diferentes. La vida de cada uno siguió por su rumbo y poco a poco los pequeños comenzaron a olvidarse entre sí.
Hasta que se reencontraron.
🦆🦄
4 de diciembre, 29 años después
Matías estaba aún dormido aquella mañana de diciembre. La luz se colaba por las ventanas y los rayos del sol alcanzaron su rostro, se removió y se cubrió completamente con la sábana para volver a dormir, pero de pronto sintió como ésta fue retirada de su rostro y un cálido y amoroso beso fue cayó en su mejilla. Abrió los ojos y tal como lo esperaba, su esposo Gabriel estaba ahí, sonriéndole amorosamente como siempre. Le acarició el cabello e inmediatamente después pegó su frente a la de él para mantenerse cerca.
— Feliz cumpleaños, Mati. Te amo.
Eso le arrancó al castaño una sonrisa y justo después le dio a su esposo un beso en la mejilla antes de abrazarlo para soltar finalmente un suspiro.
— Gracias, Gabu.
— ¡Ah! Te tengo un regalo —dijo Gabriel emocionado, levantándose para dejar ver a Matías el ramo de treinta y cinco rosas rojas que estaba sobre la mesa de noche—. Una rosa por cada año.
Matías se levantó de la cama y sorprendido por el hermoso regalo.
— Me encantan.
— Sí, si, pero no es todo y no es tan solo mi idea. Ahora levántate, holgazán, que te están esperando —Gabriel sujetó la mano de su esposo para ayudarlo a levantarse y él mismo le colocó la camiseta. Luego salieron los dos de la habitación.
En la sala del departamento, lo esperaba ya Tommy junto a un gigantesco pastel que había comprado (al que no pudo evitar probar quitando un poco de betún con el dedo). Matías se acercó para abrazar también a su otro esposo, quién no dudó en darle un beso.
— ¡Feliz cumpleaños, Mati!
Matías lo besó de igual manera, agradeciéndole aquel hermoso gesto. Mientras eso pasaba, su gato Juancho caminaba perezosamente pues estaba muy gordito para seguirle el paso a Mapache que le había robado su juguete.
El último en acercarse fue Billy, el hijo de los tres, que iba de la mano de su mejor amigo Max, un chico pelirrojo que por supuesto siempre estaba ahí, presente en todas las fechas importantes (y los días cotidianos) de aquella familia. Cada uno de los adolescentes lo abrazó y poco después se reunieron frente a la mesa para partir el pastel.
Matías observaba a Gabriel, éste último no perdía pista de su esposo y le daba las más amorosas miradas en cada segundo.
Aquella tarde en el jardín de niños, en su cumpleaños número seis, Matías no habría creído a nadie si le hubieran dicho que se cumplirían cada una de las cosas que él y Gabriel habían imaginado desde niños. Y ahora lo tenía todo y más
Era feliz por eso.
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