Golpean la puerta de mi casa frenéticamente, mientras una niña grita desesperada.

— ¡Papá, ayúdame por favor, abre la puerta! — era mi hija, Sara.

Me apresuro, pero luego me detengo frente a la perilla, sin tocarla. 

— ¡Ayuda por favor! — Los golpes se volvieron más y más fuertes. — ¡Papá!

Retrocedí sin darle la espalda. Volví a mi habitación y reforcé la seguridad de las ventanas y la de mi puerta. 

Nunca debimos dejar que esas cosas convivieran con nosotros. Pensamos que querían apender de nosotros, cuando en realidad querían ocupar nuestro lugar en la tierra. Y con el tiempo, se volvieron idénticos a nosotros.

Llevan meses intentando deshacerse de los humanos sobrevivientes usando trucos como el pedir ayuda disfrazados de niños y cosas de ese tipo.  

— Casi caigo — dije con una sonrisa.

Sabía muy bien que no era mi hija, ya que ella estaba muerta, y estaba justo en frente de mí, al lado del cuerpo que intentó ocupar mi lugar ya en proceso de descomposión.

Quizás lo que estaba frente a mí no era uno de ellos y en realidad mi hija si estaba allá afuera gritando por ayuda. Pero prefiero darme el beneficio de la duda, si eso me mantiene con vida.