El Solista

Ella me ve tocar el piano con gran indiferencia. Mientras, yo toco mi mejor pieza. La que todo el mundo adoraba cuando pisaban la tierra.

— ¿Por qué sigues tocando? Nadie te oye.

Continué tocando sin levantar la mirada, y ella se posó junto a mí en dirección con su mano sobre mi hombro.

— Ya es hora... Solista — su tono de voz triste me dio un poco de tranquilidad. Sabía que al menos, mi música había agradado a todo el mundo, incluyendo a la misma muerte.

— Adelante. Ya estoy listo — dije sin dejar de tocar.

Se puso detrás de mi. Y de pronto, todo quedó en silencio. Para siempre.



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