Capítulo 27: Medicación y debilidad
SoMin despertó dando un salto debido a un estruendo que no cesó. Poco a poco su audición se hizo más nítida a la par de su vista; seguía mareada y llevó una mano a su cabeza sintiendo como la misma parecía dar vueltas.
—¡¿Sabes?! ¡¿Sabes por qué prefiero estar lejos de ti y de toda esta mierda?! —Fue lo primero que escuchó con claridad. No entendía nada, solo que el dueño de aquella voz era su padre.
Miró a su alrededor y supo entonces que no estaban en la casa, sino en el departamento de su madre. Había pasado mucho tiempo desde que fueron allí, pero entendió que durmieron en ese lugar ya que era el más cercano. Dedujo que estaba rendida cuando llegaron y que el chófer y amigo de su padre —un hombre algo mayor, pero con mucha fuerza— la cargó hasta la recamara.
Salió de la habitación grisácea, aquella que le parecía triste, arrastrando los pies vestidos por unas pantuflas y usando de apoyo la pared fría como esa madrugada.
Retrocedió asustada al ver estallar un jarrón de alto precio contra la pared que estaba segura de que la había lanzado su padre en una etapa de rabieta que solo vio una vez en su vida; se sintió pequeña, reviviendo aquella escena.
Tiritaba por el frío y miedo que empezó a sentir antes de llegar a la sala donde provenía los gritos y entre ellos reconoció el llanto de su madre. Pero allí se quedó, ahogando sus lamentos sin darle importancia a sus ojos llorosos.
Estaba a un paso, a uno solo de ver la escena, pero se encondió en ese lado de la esquina de la pared porque no quería hacer nada.
Porque supo que no iba a poder contra él y sí misma.
—Baja la voz, por favor. Vas a despertar a SoMin —sollozó la mujer. Estaba tirada en el suelo sin asimilar aún cómo llegó allí.
—Que se pudra, no me interesa y tampoco tú —escupió. Estaba sentado en el sillón grande, ese blanco donde en infinitas ocasiones dejó derramar el vino de su copa y no le importó. Seguía manteniendo algunas marcas de zapato y comida que nunca le interesó ocultar sabiendo que sería el único culpado, por ser el único ser que seguía visitando el lugar y no solo.
—Estás borracho. Solo ve a dormir —La mujer de cabellos cortos gateó con lentitud hasta él, esperando que no reaccionara mal otra vez.
SoMin apretujaba la tela por encima de su pecho, aguantando la respiración y buscando el valor para salir corriendo hasta su habitación triste, donde ocultaría su rostro bajo las sábanas y obstruiría el sonido hacia sus oídos con la almohada, para contar ovejas hasta quedar rendida y despertar sin conocimiento de nada, como esa vez.
Maldijo a todo el mundo y deseó que no fuese ella la testigo sorpresa. En el fondo, quería que JiWoo experimentara su dolor en vez de desear tener a unos padres como los de ella. Si no estuviese tan inestable en ese momento, reiría y les daría aplausos a sus padres por la buena actuación, tan buena que por poco se la iba a creer.
No podía asimilar el hecho de tener a unos que envidiaran su familia, porque estaba tan podrida como las de ellos.
Cuando se armó de valor para retroceder, solo escuchó un golpe, fuerte y claro. Ese valor le hizo avanzar ese paso y dejarse ver como un soldado con los brazos alzados, rindiéndose.
Lo único que vio fue a su padre sobre la mujer llorando e implorando tras los golpes de su marido borracho y furioso sin aparente razón. La tenía apresada y bajo ella estaba la mesa de cristal hecha añicos, algunos vidrios rotos atravesaron la tela de su bata blanca y piel delicada, aquella que ese hombre dejó de acariciar sin aviso.
SoMin supo que tampoco habría esperanzas en ella y se dejó caer.
***
Los trámites del divorcio no tardaron en llegar. SoMin no quería verse afectada por la situación, pero seguía teniendo que consumir pastillas y abusar de las que la llevaban a dormir. Pausó su estudio presencial, pero por petición de sus padres más que separados. Ella se sentía bien, estaba bien.
—¿Tienes algo? —La observó solo menear su helado, con la vista perdida sobre la mesa—. Hey, ¿estás bien?
Asintió porque su mente solo parecía reconocer esa pregunta y su cuerpo respondía de forma automática.
—No, no lo está. Miren —Se preparó—. SooBong...
—Que se joda, ya no me interesa —interrumpió. La voz le salió gutural, como si estuviese enferma. Aquella respuesta ya parecía mecánica.
—¿Ven? Si estuviera bien lo estaría maldiciendo y deseando que le fuese mal.
—No nos casemos. El matrimonio apesta —tomó de su helado, parecía un batido cualquiera.
—¿Dónde quedó nuestra SoMin amante de la moda, malvada, gruñona, mandona y hermosa?
Los tres la vieron, decaída, vestida con lo que parecía ser la ropa de dormir de algunos de los dos muchachos, la más vieja y pasada de moda, con el cabello en un moño sin orden y las marcas del golpe que se dio al caer sobre cerámica triturada.
Estaba mal y no lo veía.
Pero seguía riendo sin razón alguna, parecía fuera de sí, tanto que incluso a JiWoo le ponía la piel de gallina.
El ventaje en su mano derecha hizo que explicara lo sucedido. Cuando salió del hospital lo hizo sola, siquiera había un chófer que acudiera a ella. Caminó hasta su casa en vez de tomar un taxi, estaba decaída, los pantalones anchos y su camisa larga le dio esa apariencia desaliñada que tanto criticó de otros, pero no le importaba.
Teniendo la oportunidad de llegar a su casa, solo optó por ir al departamento para tener privacidad. No le agradaba la idea, pues allí había pasado los hechos más fuertes de su vida y estaba más que consciente que el lugar estaría de la misma manera antes de caer al suelo; pero para ella era mejor lidiar con un amargo recuerdo reciente antes que estar rodeada de personas que apenas veía mientras la atienden de forma excesiva. Necesitaba paz mental y solo ese lugar se lo iba a conceder.
De sus amigos no supo nada durante ese tiempo, se molestó al despertar y no ver a nadie junto a ella.
En ese lugar solo pudo ver los hechos repetirse en su mente una y otra vez, terminando con un plazo de tiempo oscuro que fue su pérdida de consciencia. Ya consideraba el sitio triste y oscuro, pero cuando puso el pie sobre ese suelo frío el ambiente pesado se hizo presente. Triste, se duchó sin darle media importancia a nada de su alrededor o su cabello enmarañado. Al salir solo lo recogió en una coleta sin pies ni cabeza, volvió a ponerse la ropa grisácea como su habitación sin aplicar ningún perfume de alta gama que tanto le gustaba.
No sentía la necesidad de arreglarse.
Abrió la primera caja de la mesita de noche con una lámpara con poca luz, solo vio las pastillas y algunos frascos que, al revisarlos, estaban vacíos. Había dejado de tomar píldoras, pero esa vez, en ese momento bajo esas circunstancias, las necesitaba como nunca.
Quería mantener la calma, por ello solo tomó los frascos con contenido y salió de la habitación arrastrando los pies arropados por sus pantuflas rosas y peludas. Se sentó en una butaca del bar, observando su alrededor, reviviendo esa escena otra vez. Su vista se posó en las múltiples botellas de licor de todo tipo y procedencia. No pudo evitar recordar las veces que su madre se sentaba a esperar a su padre hasta altas horas de la madrugada con varias botellas que al iniciar el día ya estaban vacías, a veces lloraba, otras veces no.
Se levantó, quizá un poco más animada, y buscó una copa para llenarla de ese líquido que pocas veces osaba probar. Sonrió al tener la copa llena de un vino que se le hizo conocido por su nombre, pero desconocía su sabor. Introdujo la pastilla para tragarla con en líquido en esa copa.
Al rato estaba borracha con media botella vacía.
Fue a servir otra vez el vino en su copa, pero la vibración de su mano se lo impedía tanto que terminó teniendo más vino en sus pies que en la copa. Resignada, se dispuso a posicionar la botella en la encimera, pero cuando abrió su mano para soltarla, no fue eso lo que dejó de poseer, sino la copa en su otra mano. Abrió la correcta y miró desde arriba el crimen, poco a poco se fue bajando hasta quedar en cuclillas.
Acercó su mano, tentada, sumida en un pensamiento blanquecino u oscuro, no estaba segura. Y fue entonces cuando los vidrios se incrustaron en su piel, pero no sentía dolor, aún así lloraba y sangraba mucho. Estuvo así más de lo que quería, cuando empezó a sentir dolor alejó su mano de prisa para sacar los pedazos de cristal y vendarse la mano con lo primero que encontrara luego de lavarla con agua.
De la nada estaba cerca de la casa de SooBong, no sabía si estaba tan molesta que por eso lloraba, o por el dolor que le producía su mano dominante.
Abrió la puerta y la vio, mas no le importó en absoluto y rió.
—¿Te has dado cuenta que no puedes vivir sin mí? ¿Estás así por mí?
—SooBong...
—¿O es por lo de tus padres? —Se recostó en el umbral, riendo cínico—. Está en todos lados, me sorprende que no estés tomando como lo hace tu padre. A ver, espera —acercó un poco su rostro a ella para olerla, no le dio importancia a su mala cara, ojeras y las lágrimas que surgieron otra vez. SooBong arrugó el rostro—. Hueles igual a borracho viejo callejero. Das lástima.
SoMin sonrió, desviando la mirada.
—Esto es lo que has hecho, SooBong. ¿Por qué tuviste que aparecer en mi vida? ¡¿Por qué?! ¿Crees que puedes andar por ahí haciendo lo que se te place, haciendo de menos a otros y jugando con los demás? SooBong, ya te superé y no me importas porque nunca me interesé tanto en ti. Estoy aquí porque es momento de dejarte en claro que no deseo que sigas apareciendo en todos lados hacer eso que siempre haces, metiéndote en asuntos que no te incumben y hablar de cosas que no sabes —Se notaba molesta. Ya estaba cansada de todo y de él. Su venganza terminó siendo más que eso y arruinó su vida por alguien que no lo valía tanto. No quería mostrarse débil porque no lo era—. Puedes hacer lo que quieras con tu vida, pero no me sigas más, ya no quiero seguir jugando tu maldito juego. Lo que sea, solo déjame en paz, no menciones a mi familia nunca, no seas imprudente y tampoco aparezcas en nuestras fiestas, olvídate de mí y de todo esto, sigue con tu maldi...
La tomó por la cintura para aferrarla a él e intensificar el beso, el cual fue interrumpido por la misma SoMin seguido de un bofetón.
—SoMin, en verdad te amo. Nunca quise lastimarte, yo... Mentí, no me iba a casar con nadie, siquiera ella era mi novia. Era mi prima. Regresó del extranjero, ella quería pasar tiempo conmigo y como bueno, nosotros terminamos quise darte celos. Yo... yo no quería llegar a esto, SoMin, en verdad te a...
—No me interesa, eres un maldito mentiroso y no te creo. Quieres volver a jugar conmigo porque se te hace divertido, ¿quién termina con alguien que ama humillándolo frente a muchas personas como lo hiciste conmigo? ¡De todas las cosas, SooBong, por qué así! ¡¿Por qué?! —secó las lágrimas con la manga de su suéter—. Nunca he amado, pero estoy segura que no se ama así. Adiós, SooBong, espero no verte nunca más.
Quiso protestar, pero estaba consciente que tenía razón y la dejó alejarse, cerró la puerta tras sí y en unos minutos salió corriendo al escuchar el escándalo de afuera.
—¡Una ambulancia! —Fue lo último que escuchó al ver al chófer con SoMin entre brazos y las compras regadas en el suelo.
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