26 | trols
XXVI. TROLLS
Ignorando a Malfoy, Allison se adentró en la Sala de los Menesteres. Una habitación tan grande y repleta de cachivaches donde podías perderte, tú y cualquier cosa que necesitaras. Harry había abandonado su libro del Príncipe Mestizo ahí, con la intención de que desapareciera de ojos curiosos. ¿Por qué Voldemort no haría lo mismo?
Si era cierto que estaba en Hogwarts, a Allison solo se le ocurría un sitio mejor donde dejar la diadema de Ravenclaw: la Cámara de los Secretos. Pero a esta sala podía acceder pasando tres veces por delante, y a la otra necesitaría invocar a tres demonios antes de pronunciar bien las palabras en parsel para abrirla.
Con asombro, Allison observó cómo, aun alzando la mirada, las estanterías parecían no tener fin. Los pasillos se entrecruzaban y daba la sensación de sumergirse en un laberinto polvoriento. Incluso sus pensamientos hacían eco entre tanto silencio.
—Allison, vuelve a tu sala común —le ordenó Malfoy desde la apertura de la puerta, apenas asomándose. Parecía incómodo—. Vendrán los Carrow.
—Tú a mí no me mandas. Y no me llames Allison, para ti vuelvo a ser Potter —reprendió ella, arremangándose.
Se sentía extasiada y no quería que le jodiera el momento, porque notaba que estaba cerca de algo importante. No sabía si funcionaría, pero por probar no perdería nada.
—Accio diadema —susurró, apuntando con la varita al pasillo del medio. Nada ocurrió.
Lo repitió un par de veces, vislumbrando el objeto en su mente. Pero lo máximo que consiguió fue que una careta de trol acabase en sus manos, por alguna razón que desconocía.
—¿Qué haces?
—Plantar un huevo. ¿A ti qué te importa? Piérdete por ahí.
Allison le lanzó la careta y Malfoy se quedó recalculando. Acabó dejándola caer en el suelo, con expresión asqueada, y cerró la puerta tras de sí.
Las cosas habían cambiado tanto desde la última vez que estuvieron a solas en aquella sala. De noche, acalorados, desenfrenados. Con mucha más simpatía que ahora, y mucha menos ropa. Hasta que el telón de realidad cayó sobre sus cabezas.
Allison también había cambiado, o eso quería creer. No, en realidad, estaba convencida. Su ironía y las ganas de maldecir a Malfoy permanecían intactas, pero sus sentimientos eran diferentes. Reconocía los resquicios de esperanza en su interior, los cuales le decían que quizás aún podía ayudarle. Pero él nunca había estado dispuesto a que ella le prestase ayuda, y ahora no iba a ser distinto. Porque la misma Allison se había dado cuenta de que no debía romantizar a la gente que le hacía daño.
—Estás intentando convocar algo —dijo Malfoy.
—No me digas, Sherlock.
Él juntó las cejas, sin comprender qué acababa de llamarle.
—¿No sabes quién es Sherlock Holmes? Los sangre pura estáis muy poco culturizados, de verdad.
—Si dejaras de insultarme por unos cinco segundos...
—Tú has estado insultándome por unos cinco años, así que te jodes y te aguantas. —Allison se encogió de hombros con una sonrisa poco simpática en los labios—. Tengo cosas que hacer.
—Puedo ayudarte. —Antes de que Allison le mandara a la mierda por décima vez en la noche, Malfoy siguió hablando—: Me pasé en esta sala la mitad del curso pasado, si quieres encontrar algo lo vas a tener difícil.
Allison sopesó sus opciones. Podía empezar a buscar como una loca un objeto diminuto que tardaría meses en encontrar, si es que lo hacía. Podía descansar, despertarse pronto a la mañana siguiente y pedirle ayuda a Cameron. Lo que no podía hacer, bajo ningún concepto, era aceptar la oferta de Malfoy: desvelar que buscaba la diadema perdida se Rowena Ravenclaw sería un suicidio. Y Allison empezaba a apreciar más su vida ahora que estaba en continuo riesgo.
—No te voy a decir qué busco —se negó en rotundo.
Suspirando, Malfoy se metió ambas manos en los bolsillos de la túnica y emprendió una caminata por los vertiginosos pasillos. Allison, fastidiada, le siguió. A cada paso miraba a izquierda y derecha, al frente y a sus espaldas, esperando dar con alguna pista. Si Voldemort quería recuperarla, no podía estar tan escondida, solo lo suficiente para que nadie la tomara por accidente.
Las telarañas cubrían gran parte de los muebles y los objetos antiguos que los decoraban. La mayoría de estos estaban estropeados y rotos. Desperdigados de cualquier manera, y muy desorganizados. Libros de todos los colores, máquinas brillantes de desconocido uso, montones de disfraces usados, sillas de formas estrambóticas, pergaminos arrugados y empapados...
Malfoy se paró frente a un armario y esperó a que llegara Allison a su lado.
—Por aquí es por donde colaste a los mortífagos, qué mono —comentó ella con sarcasmo—. ¿A quién vas a colar este curso, al Sin Nariz? Aunque no hace falta, puede venir aquí cuando quiera, con tantos mortífagos pasándolo chachi en el castillo.
—Parece que nada te importa, ¿eh? —resopló Malfoy—. Si vieras cómo es en realidad, no lo llamarías así.
—Ya sé cómo es —se defendió Allison, más indignada por momentos—. Mató a mis padres, cabezahueca.
—Pero no te ha amenazado directamente. No todavía, claro, pero debe quedar poco —admitió—. No estaba nada contento estas Navidades. Cuando vieron a tu hermano en casa de Lovegood y esos carroñeros no lo lograron atrapar...
Draco se estremeció.
—Espero que siga sin estar contento, porque eso significa que algo estamos haciendo bien —repuso Allison.
—También significa que pasarás a su punto de mira. Y acabarás muerta.
Allison entrecerró los ojos y se mordió la lengua. Se giró y se marchó por donde habían venido. No aceptaría ninguna lección del cobarde de Malfoy. Sobre todo si esa lección se basaba en no hacer nada arriesgado para salvar su propio pellejo, porque eso era lo que él llevaba haciendo todo ese tiempo.
Y Allison no estaba dispuesta a quedarse en silencio cuando había tanta gente por la cual gritar.
* * *
Ted Tonks había sido asesinado.
No recibieron la noticia hasta principios de marzo debido a la incomunicación del castillo. Los Carrow les habían confiscado la radio por la que escuchaban Potterwatch, y debían esperar hasta que les llegara una nueva de contrabando.
Allison y Liz se derrumbaron por la muerte de Ted. Era un hombre encantador, que siempre sacaba una sonrisa en las ocasiones que más lo ameritaban, animando a todo aquel que lo necesitara. Recordaron cada uno de sus chistes malos y sus anécdotas se extraños sucesos que les ocurrían a los muggles. Y lloraron. Mucho. Pero no pudieron faltar a clase.
No era capaz imaginarse lo destrozadas que Tonks y Andromeda se habrían quedado. Tonks, quien estaba tan emocionada por el próximo nacimiento de su hijo, que iba a tener al mejor abuelo del mundo. Andromeda, quien había dejado todo atrás por Ted, comenzando una nueva vida con él. Era devastador. Injusto.
Pero la vida cada día se volvía menos justa para quienes sí lo eran, y menos desdichada para aquellos que más merecían infortunios.
Ahora, sin embargo, Allison estaba más decidida que nunca a encontrar la diadema cuanto antes. Tenían que destruir los Horrocruxes para derrotar a Voldemort y acabar con esa guerra que tanto daño estaba causando.
Desafortunadamente, no daba con ella. A pesar de haber puesto a Cameron al día, contándole sobre sus sospechas de que se encontraba en la Sala de los Menesteres. Pasaron febrero y marzo en su inútil búsqueda, convocando complementos para el pelo con todos los Accios que conjuraban. Y estatuillas con forma de trol, o pies verdes y fofos, uñas amarillentas, y, en resumen, cualquier cosa relacionada con los trols. Eso era algo que escapaba la comprensión de Allison. Pensaba que la sala se estaba quedando con ellos.
—¿Y no puedes escuchar los pensamientos del Horrocrux, o algo así? —cuestionó Allison, exhausta, una madrugada de finales de marzo.
Tenían que acudir tarde para no ser pillados por los Carrow, ni por Snape. Allison le había enseñado a Cameron cómo usar el Mapa del Merodeador, en caso de que necesitaran huir y él tuviera que cerrarlo para no descubrir sus secretos.
—¿De verdad crees que funciona así?
—Bueno, es un pedazo del Calvo. Quizá tenga pensamientos. ¡Inténtalo!
Cameron bufó, pero, al menos, fingió hacerlo. Porque era obvio que no iba a poder escuchar lo que pensaba una dichosa diadema, por muchas almas de Voldemort que guardara en su interior.
Unos días más tarde, repitieron lo de siempre. Buscar y buscar como dos pollos sin cabeza. Allison, aburrida, se había dedicado a disfrazarse con una de las caretas de trol que había convocado ese día, y con un tutú deslucido que encontró por ahí.
Allison caminaba perezosamente al lado de unas baldas repletas de figurillas con forma de rana, cada una de un color diferente y todas ellas compuestas de vidrios. Agarró una y se quedó mirándola con aburrimiento. Era una imagen de lo más cómica, la chica vestida con un tutú rosa y una careta del trol más feo que había visto en su vida, sujetando la figurilla de una rana amarilla mostaza que practicaba algún tipo de arte marcial.
—Creo que estoy perdiendo la cabeza.
No recibió respuesta. A saber dónde se había metido Cameron.
—Accio objeto de trol más horrendo de toda la sala —dijo Allison, apuntando a su derecha con el brazo cansado.
Un busto con la cabeza de un trol se estampó contra su tripa a rápida velocidad. Allison se dobló en dos del dolor. Pero miró hacia abajo y casi se queda de piedra.
Una diadema.
La diadema.
Ahogó un grito de exaltación al ignorar el dolor y agacharse para cogerla. Era esa. O una copia muy buena. Allison trató de partirla en dos para comprobar que no fuera de plástico, pero esta no se torció ni un poquito.
—¡No lo puedo creer! ¡Cam! ¡Cam! ¡La he encontrado! ¡La llevaba puesta el busto de un trol feísimo!
Escuchó una exclamación lejana y echó a correr llena de felicidad. Se cayó a medio camino, tropezándose con un sillón en medio de la vía y clavándose algo en la palma de la mano al frenar la caída. Allison gruñó y se sacó el clavo oxidado de la piel. Le sangraba. Pero le daba igual.
—¡¿Dónde estás?! —gritó Cameron, escuchándose más cerca.
—¡Aquí!
Allison dobló una esquina, aferrándose al mismo tiempo —y a duras penas— a su mano herida y a la diadema. Se topó entonces con Cameron. Su rostro de júbilo se tornó burlesco por las pintas que Allison tenía, y al final contrariado al ver su mano.
—Estás sangrando, ¿qué ha pasado?
—¿Qué más da? ¡La diadema! ¡Justo aquí! —chilló Allison con emoción, blandiéndola y soltando la mano mala. Dolía como los mil demonios—. Podría ponerme a bailar ballet. Tengo la ropa ideal para la ocasión.
La diadema brillaba tanto como cabría esperar de una joya nueva. Pero era un objeto oscuro, así que no se sorprendieron más de lo debido. Cuanto más la miraba, más convencida estaba Allison de que estaban un paso más cerca de la victoria. Si había encontrado esa diminuta diadema entre miles de cosas de lo más aleatorias, podía sacarle un ojo a Voldemort con la varita si era necesario.
—¿Seguro que es la verdadera? —inquirió Cameron cuando Allison se la prestó, examinándola por sí mismo.
—Eso parece.
—¿Y qué hacemos ahora?
—Averiguar cómo destruirla. A no ser que, además de Legeremante, también hables parsel y puedas colarnos en la Cámara de los Secretos.
Allison fue a visitar a Madame Pomfrey a la mañana siguiente, cuando se despertó con la mano enmudecida. Apenas la sentía. Se alarmó mucho, sobre todo cuando Pomfrey le echó la bronca por no haberla ido a ver de inmediato tras clavarse algo cuya procedencia desconocía.
—No sé, Poppy. Era un clavo. Uno normal y corriente, algo oxidado.
—¿Y puede saberse dónde fue? Porque alguien le ha echado un buen maleficio.
Allison ahogó un jadeo de miedo. Pero Madame Pomfrey la intentó consolar al darse cuenta de que la dureza no era la mejor herramienta. Era normal que se hartara de ver a Allison; era la primera vez que visitaba la enfermería en abril, pero en marzo habían sido cuatro ocasiones. Temía que no llegara a Pascuas, con aquellos mesecitos. Y no quería mandarla a casa pareciendo un alfiletero humano.
—Tómate esto todos los días. Es para frenar la infección mágica. —Le tendió un frasco con poción—. Y esto es para la normal.
Agarró un bote de la repisa más cercana y le huntó un ungüento que olía a agua de mar. Escocía, pero Allison se aguantó y se mordió la lengua. Le pasaba por patosa y por enredarse el tutú en un sillón viejo.
* * *
—Vienen a por vosotras, corred.
Ally y Liz compartieron una mirada de dos segundos antes de emprender una carrera escaleras abajo, saliendo por el retrato de la Señora Gorda.
Habían permanecido en alerta constante durante dos semanas, esperando aquel momento con desaliento. Remus, Tonks y Andromeda habían aparecido en la lista de personas en busca y captura, las que apoyaban a Harry Potter. Era cuestión de tiempo que los Carrow fueran a por Allison y Eliza, que poco podían hacer por escapar dentro del castillo. Por mucho que trataran de retrasarlo, ahora solo podían refugiarse.
—Vía libre por el medio, métete en el aula 113. Vamos, Liz, vamos —apremió Allison, empujando la espalda de la pelinegra en cuanto salieron de la Torre de Gryffindor.
Allison observó desde el interior del aula cómo las etiquetas de Alecto y Amycus Carrow pasaban de largo en dirección a la sala común de los leones. Abrió la puerta por donde se habían ocultado tras comprobar que no fueran a darse la vuelta, y retomaron la ruta hacia el pasillo del séptimo piso.
—Filch a las diez, Filch a las diez —se alarmó Allison, y Liz tuvo que tirar de su jersey para esconderse detrás de unas armaduras. El conserje no las vio—. Eso ha estado cerca.
—A este paso no llegamos a la Sala de los Menesteres, Ally.
—Calla y sígueme, solo queda esquivar a la Señora Norris; Snape sigue en su despacho, no se ha movido en todo el tiempo. Este hombre es más idiota de lo que creía.
Salieron de su escondite y viraron por la esquina. En cuanto la Señora Norris apareció en su campo de visión, esta se quedó mirándolas con sus ojos amarillentos, irguió el cuerpo y soltó un escalofriante maullido.
Allison sujetó las asas de la mochila en la que guardaba todo lo importante para que nada se cayera, agarró el brazo de Liz y ambas echaron a correr en la dirección donde estaba parada la gata. En el mapa, los Carrow ya habían dado media vuelta, y Filch estaba cada vez más cerca. Pero tan solo les faltaban unos metros.
«Un sitio donde escondernos de los mortífagos». «Un sitio donde escondernos de los que nos quieren hacer daño». «Un sitio seguro».
La puerta de la sala que tanto había visitado Allison esas semanas se materializó enfrente de sus narices. No perdieron un solo segundo en lanzarse contra esta, irrumpiendo en la habitación y cerrándola estrepitosamente.
—Cuánta adrenalina. —Allison dejó deslizar su espalda por la puerta, cayendo de culo al suelo mientras respiraba agitadamente por la carrera—. Joder.
—Y que lo digas. —Lizzy había imitado su gesto, llevándose las manos a la cabeza y pasándose el pelo por detrás de las orejas, atándolo en una coleta baja.
Los rumores de que se planeaba algo en contra de Potter y Lupin-Black empezaron haría unas dos semanas. Fue unos días más tarde cuando Remus Lupin, Nymphadora y Andromeda Tonks se ocultaron con un Fidelio en Merlín sabía dónde. Allison intuía que se habrían marchado a casa de Lyall, con Maddy, Sirius y Jake. En ese preciso momento sintieron que estaban perdidas de forma definitiva, y que no tendrían escapatoria.
Pero después pensaron que no necesitaban escapar del castillo cuando podían refugiarse en él. Y, hacía solo unos segundos, habían demostrado ser capaces de hacerlo. Estaban protegidas.
No sabrían qué habrían hecho en otra ocasión, porque al día siguiente debían volver a casa por Pascua. Y lo que sí sabían era que los mortífagos nunca les permitirían irse tan campantes. Las secuestrarían como habían hecho con Luna. Y ahora estaban incomunicadas y no podían decirle a su familia que habían escapado de las garras de los Carrow.
La Sala de los Menesteres se había transformado en una habitación pequeña y acogedora. Contaba con dos hamacas colgantes, un tapiz de Gryffindor y otro de Ravenclaw, una mesa de gran extensión al fondo y velas flotantes que iluminaban la estancia. Además de un cuarto de baño diminuto.
—¿Qué has traído? —le preguntó Liz a Allison.
—El mapa, algo de conservas que Seamus robó ayer, una botella de agua que podemos rellenar con Aguamenti, y... —A medida que hablaba, Allison iba sacando cosas del bolso. Observó la diadema y la volvió a guardar— y una diadema...
—... de la cual todavía no vas a explicarme nada —concluyó Liz, rodando los ojos.
Allison no respondió. Acabaría hablándole de ella si tenían que estar mucho tiempo encerradas ahí, pero no por ahora.
Se adelantó unos pasos hasta una de las hamacas, dejó el bolso en la mesa y se echó. Estaba agotada, era media tarde y no había dormido nada en toda la noche anterior, aguardando a que comenzara la persecución. Lo cierto era que habían hecho enfadar mucho a los Carrow, para que adelantaran el momento y se dejaran de intrigas. Allison se miró la mano herida. A veces se le dormía y no la sentía. Otras veces se movía por su cuenta. Madame Pomfrey le había echado la bronca por su imprudencia, pero lo había dicho que se le pasaría en menos de un mes y solo había pasado medio.
Había un reloj en la pared, así que al menos podían controlar el tiempo que pasaban ahí metidas. Durmieron una siesta. Lizzy se levantó a las dos de la madrugada con un hambre voraz, pero aguantó hasta las cinco, cuando Allison se despertó, para comer algo de lo que había traído. No sabían cómo conseguir más comida.
Y eso se les complicó llegada la próxima noche. Estaban hambrientas y, si salían, se arriesgaban a una emboscada asegurada. Los alumnos se habían marchado esa mañana en el tren y habían aprovechado para meter a algunos mortífagos en el castillo, que patrullaban cada rincón. Allison veía sus nombres en el mapa. Dolohov, Rookwood, Nott, Avery... No era posible salir.
Sin embargo, contra todo pronóstico, no les hizo falta. En torno a las doce de la noche, cuando la tripa les rugía, pidiéndoles alimento, una nueva puerta se materializó en la pared de la derecha. Ellas, asombradas a la vez que asustadas, decidieron investigar aquel misterioso acontecimiento. Al otro lado de la puerta se encontraron con un oscuro pasadizo que no aparecía en el mapa, por lo cual no sabían dónde acabarían saliendo.
—Es esto o morir de hambre, y soy demasiado guapa y joven para morir —instó Allison.
—Mi cerebro quiere que me quede dentro, pero mi estómago está tomando las riendas ahora mismo —apoyó Eliza, de acuerdo con ella.
Así que echaron a andar con cautela.
Se sintieron siglos lo que tardaron en llegar hasta unos escalones, los cuales bajaron para llegar a una salida similar al hueco del retrato de la Señora Gorda. Debían estar fuera de los terrenos de Hogwarts, con todo lo que habían andado. Allison empujó la apertura de la salida hasta que esta se abrió y la estancia se iluminó.
Estaban encima de la repisa de una chimenea, en una habitación algo sucia y descuidada. No les dio tiempo a indagar, porque un hombre les apuntaba directamente con la varita y casi se cayeron al suelo del susto.
—¿Quién sois? —preguntó. Pero, en cuanto les vio la cara, siguió hablando—. ¿Potter? ¿Lupin-Black?
—Escuche, señor, no sabemos dónde estamos, pero no somos ninguna amenaza —dijo Liz, para que bajara la varita. Allison tenía la suya agarrada bajo la manga del jersey, por si acaso.
—¿Amenaza? ¡Ya lo sé, niñas! Estáis en Cabeza de Puerco. En mi dormitorio, para ser más exactos —gruñó el hombre, dejando la varita—. Albus me avisó de esto...
—¿Conocía a Dumbledore? —preguntó Allison. esperanzada.
Dio un salto para bajar de la repisa. Le incomodaba tener que agachar la espalda y el cuello. Liz tardó unos segundos más en seguir sus pasos.
—¿Que si...? —Parecía molesto por su pregunta—. Yo también soy un Dumbledore, joven. Aberforth Dumbledore.
Ambas formaron una pequeña «o» con la boca. Era su hermano. Harry le había hablado del tema en su estadía en Grimmauld Place durante el verano.
—Es un... placer conocerle —dijo Allison, intentando sonreír—. Verá, es que estábamos en Hogwarts y hemos, mmm... Hemos tenido que escondernos de los Carrow, como comprenderá...
—Ya estabais tardando, la Orden temía por vosotras. Supongo que habéis venido a por comida, ¿no?
Ellas asintieron, ansiosas.
—Sería un detalle, señor Dumbledore, muchas gracias.
Se pasaron unos minutos relatándole la situación, mientras devoraban un bocadillo de pavo cada una. Pasada una hora, decidieron que era hora de regresar al castillo.
Podrían haber escapado del todo, largarse por Hogsmeade y desaparecerse. Pero Liz todavía tenía quince años y el detector activado, por lo que no podrían hacer nada por ocultarse. Además, las calles del pueblo contaban con alarmas programadas, que llamarían la atención de los carroñeros y no durarían ni dos segundos en libertad.
Hogwarts las necesitaba.
Capítulo dedicado a HiddenFear porque 1. me dijo de coña que Ally llevaría un tutú; 2. No me digas, Sherlock; y 3. la quiero mucho y lleva apoyándome en esta historia desde el principio <3333 (no os preocupéis tengo más caps dedicados de los que quedan, envidiosas)
ahora, la verdad es que me encanta este capítulo. ¿de qué otra forma iba a encontrar Ally un Horrocrux que no vestida de un trol bailarín? la sala de los menesteres la estaba ayudando sin darse cuenta, jejejej
nos veremos dentro de dos semanas, el día 23 de febrero, con el capítulo 27. solo queda ese, el último, que está dividido en dos partes, y el epílogo. no tengo fuerzas para dar fechas, lo haré próximamente ;') <//3
*nota: TENÍA SÚPER CLARO QUE LA DIADEMA ESTABA EN UNA ESTATUILLA DE UN TROL PERO SE VE QUE ERA SOLO UN MAGO FEO. mis disculpas pero lo voy a dejar así porque le quitaría toda la gracia
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