24 | la diadema de Rowena Ravenclaw

XXIV. ROWENA RAVENCLAW'S DIADEM

Luna le había asegurado a Allison que había una réplica de la diadema de Rowena Ravenclaw en la sala común de la casa de las águilas. Y Allison quería darle una forma a esa idea que llevaba revoloteando por su cabeza desde hacía más de un mes, así que le pidió que se la enseñara.

Allison siguió a Luna por los pasillos en dirección a la Torre de Ravenclaw, tratando de esquivar a todo aquel que pasaba por su lado. Ambas iban contracorriente porque los estudiantes bajaban al Gran Comedor para cenar; precisamente por eso habían escogido ese momento, porque a Allison se le caería el pelo si la vieran en la sala común de otra casa.

Era una diadema de plata con unas piedras preciosas de color azul, y con unas letras diminutas se leía «Una inteligencia sin límites es el mayor tesoro de los hombres». Allison se movía alrededor del objeto, analizándolo, mientras Luna le explicaba la historia. Evidentemente, la diadema estaba perdida, pero Luna creía con firmeza que no podía andar lejos.

Cuando salía de la Torre de Ravenclaw sacó el Mapa del Merodeador. Snape y los Carrow habían escogido meticulosamente a los prefectos de aquel curso, con el propósito de que les sirvieran de guardias. Cualquiera que pillaran rompiendo las normas era una persona más a la que castigar. Y adoraban infligir castigos.

Por eso Allison se asustó al ver la etiqueta de Draco Malfoy cruzando la esquina. Tres segundos más tarde, el chico apareció en su campo de visión, justo a tiempo para que Allison guardara el mapa, ya en blanco, en el bolsillo de su túnica.

Ambos se quedaron quietos. Era la primera vez que Malfoy le dirigía una mirada desde principios de curso. O, al menos, ella no se había dado cuenta de lo contrario. Antes pensaba que era normal porque llevaban mucho sin hablar y siempre se habían detestado, que el desliz del curso pasado solo había sido eso; un cúmulo de errores sin sentido, como la mayor parte de las cosas que Allison hacía. Ahora sabía que eso no era cierto, que tan solo cinco meses atrás habían compartido un último beso antes de que ella perdiera la esperanza.

Pero, también ahora, Allison sabía que un tatuaje de la Marca Tenebrosa cubría el antebrazo de Malfoy con una lengua serpenteante, siseando en silencio. Podía verla en su mente a través de la manga de su túnica, igual que recordaba el pánico que reflejaba la noche que lo descubrió. En ese momento, lo que los ojos de Malfoy guardaban era una mezcla de arrepentimiento y cansancio.

—No deberías estar fuera del Gran Comedor, Potter —dijo con un tono de voz neutro.

—No deberías borrarle la memoria a la gente que intenta ayudarte —le espetó Allison.

Quizá era valentía, rabia contenida o, lo más probable, otro comentario imprudente que acabaría costándole caro. Le daba igual. Llevaba un mes aguantándose las ganas de darle un puñetazo.

—Ya lo recuerdas. —Malfoy se metió las manos en los bolsillos de la túnica, sin dejar de mirarla, como si eso compensara haberla ignorado por completo en los tres meses que llevaban en el castillo.

—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —Allison se cruzó de brazos, indignada.

¿Qué esperabas? ¿Una disculpa?

Malfoy se encogió de hombros.

—No sé qué más quieres que te diga. Ni siquiera tendría que estar hablando contigo, Potter.

—Ya. —Allison se mordió el labio, absteniéndose de soltar una risa sarcástica. Por supuesto—. Eres increíble. Te habríamos ayudado. No estaríamos en esta situación, encerrados en el maldito castillo con unos mortífagos de pacotilla.

Con un resoplido, Malfoy se llevó una mano a la manga de la túnica y la subió hasta destapar la marca. Allison dio un paso hacia atrás instintivamente.

—¿Sabes lo que significa esto? —preguntó él de forma retórica—. Significa que estás hablando con un mortífago de pacotilla en persona. Significa que te acostaste con uno y lo intentaste consolar y, oye, casi lo consigues. —Se volvió a bajar la tela, acercándose la distancia que Allison se había alejado—. Estuviste a punto de hacerme ceder.

Ceder —repitió ella, mirándolo con atención—. ¿Ceder a no convertirte en un puto asesino? Mírate, caminando por los pasillos como si fueras intocable... Como si no tuvieras idea de las veces que torturan a los niños, como si no estuvieras...

—Detrás de la varita —completó Malfoy, flaqueándole el semblante—. No he torturado a ningún niño.

Allison, esta vez, no contuvo su risa irónica.

—No lo he hecho porque no he podido, aunque lo he intentado. Porque si conoces eso de primera mano, no puedes lanzar el hechizo...

—Ibas a lanzárselo a mi hermano en el baño el año pasado —le cortó el monólogo, con hastío.

—¿Acaso no escuchas? —dijo con cansancio—. No puedo.

En vez de replicar, Allison arrugó la nariz y desvió la mirada. Le importaba bien poco lo que hiciera o dejara de hacer. No iba a tragarse el cuento de que estaba triste y roto y solo necesitaba que lo perdonaran. Lo que necesitaba era dar la cara por una vez en su vida y no esconderse como un cobarde.

Si quería una redención, iba a tener que ganársela.

—¿Vas a correr a decirles a los Carrow que estoy fuera del Gran Comedor, o me puedo ir ya?

Como él no le contestó, Allison decidió avanzar y pasó por su lado, rozando su brazo en el camino. Malfoy se volteó y, antes de que ella doblara la esquina, le dijo:

—Echo de menos a la Allison que me llamaba idiota para que dejara de llorar.

Ella se paró, con una mano sobre la pared.

—Yo también la echo de menos —dijo, dándole la espalda—. No haberle borrado la memoria.

Y, sin decir nada más, se perdió de su vista.

Qué cara tenía.

* * *

La primera vez que intentó acercarse a Cameron para preguntarle sobre la diadema, él puso una vaga excusa antes de que pudiera mencionarla y se marchó.

La segunda, en cuanto pronunció «diadema», fingió un ataque de tos y corrió diciendo que iba a la enfermería.

Pero Allison pensaba que a la tercera iba la vencida, y por eso tuvo que involucrar a Eliza en su plan, para que Cameron dejara de rehuirla. Era realmente complicado pillarlo solo —tenía que estar muy pendiente del Mapa del Merodeador—, así que no podía desaprovechar sus oportunidades.

—Esto es una encerrona —protestó Cameron, al entrar en un aula detrás de Liz, que le apuntó con la varita de forma amenazante.

—Sí —dijo ella con resolución—. Me debes una. Os dejo solos.

—Pero... —Él no pudo acabar la frase, porque Lizzy ya había cerrado la puerta y se había marchado. Se volteó, encarando a Allison—. ¿Qué quieres?

—¿Por qué le preguntaste a Dumbledore sobre la diadema de Rowena Ravenclaw?

—¿Por qué me preguntas por qué le pregunté a Dumbledore sobre la diadema de Rowena Ravenclaw? —dijo Cameron, evadiendo la pregunta.

—No rices el rizo, Nott. Contéstame.

—Tenía curiosidad —respondió, encogiéndose de hombros—. Soy Ravenclaw, no puedes culparme.

Allison daba toquecitos impacientes al suelo con la suela del zapato, sin levantar la vista del chico.

—¿Te crees que nací ayer?

—... Sí.

Achinando los ojos, Allison se acercó a Cameron en un gesto amenazante. Iba a lanzarle uno de los libros que había sobre la mesa si no le contestaba.

—No tienes que ponerte tan agresiva, Potter —se quejó Cameron, tragando saliva y observando de reojo el montón de libros—. Oye, no puedo decirte nada, ¿vale? Si los Carrow me ven hablando con la líder de la resistencia en Hogwarts...

—¿Líder?

—Está claro que, entre Lovegood, Longbottom y Weasley, tú eres la que mueve los hilos —dijo él, como si resultara obvio—. Ahora que nadie sabe dónde está tu hermano... Es como si lo hubieras relevado aquí dentro.

Lo entendía. Por una vez en su vida, Allison estaba sintiendo que la atención que recibía no era buena.

No le gustaba que los Carrow tuvieran el ojo siempre fijo en ella, esperando a que cometiera el mínimo error, interrogándola sobre Harry. Tampoco disfrutaba cuando sentía la culpa carcomiéndole al no poder salvar a un alumno de una tortura, al ver a sus amigos arriesgarse día a día. Las ganas de llorar por tener que mostrarse fuerte no hacían más que aumentar.

¿Así se ha sentido siempre Harry? Creo que le debo una disculpa.

—¡Estás intentando distraerme! —le acusó Allison, viendo cómo el chico se había movido hasta la puerta—. Cameron Nott, escúpelo todo por esa sucia boquita.

—Se la escuché mencionar —susurró, con una mano sobre el picaporte—. A Quien Tú Sabes.

—¿Cómo? ¿Habló de ella...?

Cameron miró a todos lados, como si temiera que alguien fuera a salir de detrás de la estantería o de debajo de un pupitre. Asintió.

—Hablaba de ella como si supiera dónde está —añadió—. Solo quería que... Quería que Dumbledore lo supiera, pero no podía decírselo. Allison, el Señor Tenebroso es mucho peor de lo que puedes imaginar...

—Pero ¿cómo es eso de que parecía que sabe dónde está? ¿De verdad la ha podido encontrar?

—Es Él. ¿Hay algo que no pueda hacer?

Peinarse.

Allison se contuvo a tiempo porque no era el momento.

—¿Puedo hacerte una última pregunta?

Él asintió.

—¿De qué lado estás, Cameron?

Tomándose unos segundos para responder, Cameron soltó el pomo de la puerta. Respiró hondo y dijo:

—Del que ayude a quitar a Quien Tú Sabes del poder. —Se quedó callado un momento, con la boca abierta a media frase—: Pero estoy acojonado.

—Todos lo estamos, querido Cameron. Bienvenido al lado bueno de la guerra. O eso dicen.

Cameron sonrió con cierta incomodidad. Era la primera vez que decía algo así en voz alta a alguien que no fuera Eliza. Ni siquiera él mismo tenía claro qué pensaba.

—Sabes que Draco tampoco está de acuerdo con Él, ¿verdad?

Allison hizo un gesto con la mano para que guardara silencio.

—No me hables de Malfoy. Él ha hecho mucho más mal que tú. Y, si de verdad quieres estar en nuestro lado, vas a tener que demostrármelo.

—¿Cómo?

—Primero, me vas a ayudar a descubrir dónde está la diadema perdida de Rowena Ravenclaw.

—¿Y segundo?

A Allison le sorprendió la rapidez con la que parecía haberlo aceptado.

—Y segundo, no puedes decirle a nadie que la estoy buscando.

La diadema era otro de los Horrocruxes.

Allison no se permitió pensar en ello hasta que no estuvo recostada en la cama. Pero estaba claro.

Voldemort había encontrado la diadema perdida, la había transformado en un Horrocrux, y después la había vuelto a esconder.

Al menos, ya sabía por qué Dumbledore la había mandado a Hogwarts.

* * *

La vuelta a casa por Navidad significaba un suspiro.

Un suspiro de los castigos, de la fatiga física y mental, de los mortífagos que se hacían llamar profesores. Un descanso de la tortura y las noches en vela llorando hasta que se le quedaban los ojos rojos e hinchados, con grandes bolsas bajo ellos, teniendo que mantenerse en pie.

También era una pausa. Por unos días, podía fingir que no estaban en guerra. Que si había mortífagos alrededor de la casa era porque no tenían un lugar mejor por el que merodear, y que si Harry, Ron y Hermione no estaban con ellos era porque tenían asuntos importantes que atender. Que no les esperaba la tragedia dentro de dos semanas.

Pero, obviamente, tenía que estar equivocada en eso, como en todo. Porque un respiro no significaba que los mortífagos irrumpieran en el tren y se llevaran a Luna antes de llegar al andén nueve y tres cuartos. No significaba que estuvieran a punto de llevarse a Allison cuando intentó aturdir a uno para que soltara a Luna, ni que acabara en el suelo retorciéndose de dolor por una maldición.

No se acostumbraba a llorar enfrente de otras personas, pero Neville, Ginny y Eliza también lloraron hasta que llegaron a la estación. Así que le daba igual. Porque se habían llevado a Luna y no habían podido hacer nada para impedirlo y se sentían impotentes e inútiles y debían hacer algo para traerla de vuelta. Eso les dijeron a Remus y a los señores Weasley cuando los vieron en el andén, y eso tuvieron que comunicarle a Xenophilius Lovegood. Recuperarían a su hija.

—Ha sido por lo del Quisquilloso —dijo Liz, todavía limpiándose las lágrimas de la mejilla—. No les ha gustado nada...

Tendrían que pasar la Navidad en casa de los Tonks. La semana anterior, Sirius se había unido a la lista de indeseables, y se vio en la obligación de esconderse junto a Maddy. Estaban en casa de Lyall, con Jake, bajo el encantamiento Fidelio.

A Allison le temblaba el cuerpo entero. Le había dado un ataque de ansiedad en el trayecto y no se había recuperado del todo, pero Remus la atendía con cautela y le pedía que respirara con él.

Uno, dos, tres, cuatro. Se han llevado a Luna.

Uno, dos, tres, cuatro. Mi cuerpo no aguanta más.

Uno, dos, tres, cuatro. ¿Cuánto tiempo tendremos que seguir así?

Al décimo cuatro escondió la cabeza en la almohada y ahogó un grito. Remus le echó el pelo hacia atrás, atándolo en una coleta, pero se le escapaban mechones porque se lo había vuelto a cortar por encima de los hombros.

—La encontraremos —le prometió—. Ahora mismo iré a hablar con... —Se quedó en silencio. El año pasado habría dicho «con Dumbledore». Ese mismo verano, «con Ojoloco». Kingsley era su opción más reciente, pero había tenido que huir tras ser perseguido por carroñeros—. Lo mencionaremos en Potterwatch. Si corre la voz, habrá más posibilidades de dar con ella.

No estaba resultando la bienvenida que Allison esperaba. Ella quería abrazarlos a todos y comer galletas y ver la tele, no escuchar cómo planeaban el rescate de Luna sin Maddy ni Sirius ni Jake ni Lyall. Ni siquiera sabían dónde la habían llevado, podría estar en cualquier parte. Como todos los que habían tenido que huir. Como Ted. Andromeda y Tonks lo llevaban lo mejor que podían, pero la partida de su marido a principios de septiembre les había dejado destrozadas.

—¿Estás mejor? —le preguntó Remus a Allison, cuando esta ya se había arropado en la cama—. Te he traído un vaso de agua por si te entra sed. Si quieres más agua, solo tienes que...

—Usar Aguamenti, lo sé, no te preocupes. —Allison sonrió y le dio un beso en la mejilla—. Gracias, Remus.

—Sé lo mal que se pasa con los ataques. Cuando tenía tu edad, me pasaba con demasiada frecuencia —admitió Remus, haciendo un mohín—. Si necesitáis algo, me avisáis —añadió, dirigiéndose también a Lizzy.

Allison y Liz le dieron las buenas noches y él apagó la luz de la habitación. Era tarde, la una de la madrugada. Había sido una tarde larga.

* * *

Fueron las peores Navidades de la historia.

Sin Maddy, Sirius, Harry, Ron, Hermione, Beatrice... Echaba de menos a todo el mundo mientras fingían que las cosas marchaban bien, que la mesa no estaba más vacía que de costumbre. Remus y Tonks estaban sentados en la esquina más próxima a la puerta. Tonks estaba embarazada de cinco meses y de vez en cuando tenía que levantarse corriendo al baño. Andromeda bebía de su copa de vino blanco en silencio.

Al otro lado de la mesa, Allison se había quedado mirando su plato por quince minutos seguidos. Se había acostumbrado a comer poco durante su estadía en Hogwarts, porque a veces les castigaban sin cenar o sin comer y debían guardar y racionar las comidas, sobre todo para los niños más pequeños. Las cocinas habían quedado selladas y no había forma de acceder a ellas, por lo que debían contentarse con lo que podían meter en sus bolsillos en el Gran Comedor.

No dejaba de pensar en George. Había conseguido mandarle un mensaje, ahora que no estaba en Hogwarts, y releía la carta una y otra vez bajo la mesa.

Querida (no) Allison:

Nunca hablo en serio, pero ahora te estoy escribiendo con toda la seriedad que soy capaz de reunir. ¿Por qué has vuelto al colegio? Ginny me ha contado todos los asuntos en los que os habéis metido. ¡Te pueden matar ahí dentro! ¿Y qué voy a hacer yo si te matan? ¿A quién voy a perseguir cuando salgas de ahí para volver a conquistar?

Además, serías un fantasma horrible. Seguro que me meterías un dedo chupado en la oreja todas las noches solo para molestar.

Quiero verte. Te echo de menos. Y me detesto porque prometí no inmiscuirme y te dije que tenías que descubrir quién eras por tu cuenta. Pero eres una cabezota, Allison, eso es lo que eres.

Lo siento. Solo estoy preocupado, ¿vale? Puedes mandarme una carta insultándome tú también, si te sientes mejor.

Se despide,

El idiota que te sigue esperando

George había tenido razón en algo, y era que en ese tiempo, Allison había descubierto unas cuantas cosas sobre sí misma.

La primera: tenía más resistencia de la que ella pensaba. No solo para aguantar el dolor físico de las maldiciones o para escuchar a Snape sin fingir arcadas y hacer sonidos obscenos. También para demostrar su valía. Para quedarse en vela por las noches elaborando planes o curando heridas. Para plantar cara ante las injusticias. Para echarse la culpa de cosas que ella no había hecho.

También que sus celos siempre habían sido infundados. La vida de Harry nunca fue tan envidiable. Ahora que Allison captaba prácticamente toda la atención en Hogwarts, se había dado cuenta de que no era tan fantástico. Todos esperaban demasiado de ella. Si reía en clase para salvar a uno de sus amigos, debía hacerlo la siguiente vez que estuvieran en peligro. Si tomaba la poción multijugos para que una pobre niña de once años no sufriera el castigo de los Carrow, lo tendría que hacer con el resto de sus compañeros.

Igual que todos esperaban que, como Harry ya había salvado al mundo mágico de Voldemort, lo haría de nuevo.

Ojalá pudiera ayudarte a hacerlo, Harriet.

Ya estás haciéndolo, Ally.

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