22 | la espada de Godric Gryffindor

XXII. GODRIC GRYFFINDOR'S SWORD

El primer día de clases fue, sin lugar a dudas, el peor que Allison jamás había vivido.

Cuando se sentó en la mesa de Gryffindor durante el desayuno, casi podía jurar que era un día como otro cualquiera, que se giraría y le daría una colleja a Ron por una estupidez que había dicho, Hermione le echaría la bronca y Harry se reiría por lo bajo. En su lugar, al lado de Allison estaban un par de niñas de primero que se comían los cereales en silencio con la cabeza agachada.

Allison no podía sentir más pena por las pobres niñas de once años, que apenas habían entrado a la escuela por obligación. Ella había estado de lo más animada su primer día, descubriendo cosas nuevas en cada rincón del castillo. Pero, con la llegada de los mortífagos, una neblina cubría las paredes y el suelo y les impedía ver los colores, convirtiendo el castillo en un sitio gris y tétrico.

Hogwarts estaba apagado, igual que sus alumnos. Y eso que aún no habían visto nada de toda la maldad que les esperaba durante el curso.

Artes Oscuras era la primera asignatura en su horario del martes. Habían pasado de tener que defenderse de ellas a que quisieran que las abrazaran.

En cuanto llegó al aula y vio a gente que el año pasado no la cursaba, se mosqueó, pero cuando Amycus Carrow llegó y les empezó a soltar la charla, se dio cuenta de que ahora era una asignatura obligatoria no solo para nivel de TIMO, sino para todo el alumnado. Debería haberse percatado de ello al ver Estudios Muggles en su horario, en vez de pensar que era un error. Alecto impartiría esa asignatura, caía de cajón.

-Como estudiantes de último curso, no espero ninguna muestra de discrepancia por vuestra parte -acabó el discurso Amycus, girando su varita entre sus dedos con un gesto de diversión al ver las caras de terror que se les había quedado a algunos al escuchar las nuevas medidas de clase-. Quien se oponga a mis métodos, se atendrá a experimentarlos en una escala mucho mayor.

Dicho esto, salió de detrás de su mesa, para posicionarse en la mitad del aula. Daba vueltas con la mirada a la clase, evaluando a sus alumnos.

-Comenzaremos con una lección sobre las Maldiciones Imperdonables.

Una mano se alzó en el aire, temblorosa.

-Disculpe, profesor, pero ya vimos las Maldiciones Imperdonables en cuarto -dijo Ernie Macmillan, de cuya pomposidad no quedaba nada y apenas había atinado a decir las palabras correctas con sus balbuceos.

-Ya lo sé -respondió Amycus. Sus dientes se asomaron en un gesto que les provocó escalofríos-. Pero no las habéis visto como yo os las voy a enseñar. Señor...

-Macmillan, profesor.

-Señor Macmillan, le recomiendo que cierre la boca para no mancillar su preciado apellido. No tolero las correcciones sobre mis clases.

Ernie asintió. Seguramente, se arrepentía de dejarse llevar por su impulsividad. No se había salvado más que por ser de una familia perteneciente a los Sagrados Veintiocho, y por ser la primera vez. Porque las respuestas de Amycus les habían puesto los pelos de punta a casi todos los presentes.

-Necesito un voluntario. -Nadie movió un solo músculo-. He dicho que necesito un voluntario -repitió, más despacio-. Ahora.

Señaló con la varita a un chico sentado a un par de asientos de Allison. Michael Corner se encogió en su asiento.

-Tú vas a ser voluntario.

No le importó que Michael negara con la cabeza, porque pronunció con claridad el maleficio cruciatus y, durante unos segundos, los gritos del chico fueron lo único que se escucharon. Hasta que unas cuatro personas, Allison y Neville entre ellas, gritaron que parara.

La sonrisa burlesca le duró a Amycus toda la hora, y no le permitió a Michael acudir a la enfermería hasta que tocó la sirena porque, según él, durante esa clase iban a estudiar los efectos que la maldición tenía. El pobre se marchó junto a Terry Boot a ver a madame Pomfrey, con lágrimas en los ojos.

McGonagall se enfureció al enterarse durante su hora de clase, y les aseguró que se encargaría. Pero en su expresión se notaba que sabía de antemano que algo así pasaría. Como no había nacidos de muggles en el colegio, los mortífagos se desquitarían con cualquiera que no compartiera sus ideales y no fuera sangre pura.

El día se hizo largo, a pesar de que solo tenían dos clases más y fueron con Flitwick y Sprout. A la hora de la cena, las miradas de miedo eran más abundantes entre los estudiantes, puesto que los Carrow no se habían quedado cortos en ninguna de sus demás sesiones y los rumores empezaban a correr como la pólvora.

Allison había escuchado que Alecto le había clavado las agujas de un alfiletero en la mano de una niña de segundo, que habían castigado al menos a una docena de alumnos esa noche y que iban a torturarlos por ello. Se lo creía todo, principalmente porque Ginny era una de las que debían asistir al castigo.

-No puedo no ir -se negó Ginny cuando Allison lo propuso-. No es como si escaquearme hará que no me hagan algo aquí mismo si quieren.

-Es un asco -resopló Allison, revolviendo el puré. Se le había quitado el apetito por completo.

-Ya os contaré de qué forma deciden torturarnos. He visto unas cadenas en el despacho de Filch de camino a la cena que no me daban buena espina.

Esa noche, Allison también durmió en la cama de su hermano. Pero no fue la única que subió, porque a los quince minutos Lavender y Parvati llamaron a la puerta. Las dos durmieron juntas en la cama de Seamus, ya que él se quedó en la de Dean. Neville tuvo una pesadilla a mitad de noche que los despertó a todos por sus sacudidas, así que permanecieron despiertos desde las cuatro de la mañana, hablando sin ser capaces de conciliar el sueño.

Sabían que estaban en peligro, algunos más que otros. ¿Allison? Ella era la maldita hermana melliza del chico más buscado del mundo mágico. Los Carrow no le sacaban el ojo de encima en ningún momento y estaba tomando toda precaución para no llamar de más la atención. Sabía que no duraría mucho así y que ella sola se había metido en aquella situación, pero tenía que averiguar por qué quería Dumbledore que volviera a Hogwarts.

Se despertaron con noticias frescas del Profeta.

HARRY POTTER IRRUMPE EN EL MINISTERIO DE MAGIA

El pasado 1 de septiembre, Harry Potter se coló en el Ministerio Británico de Magia disfrazado de uno de sus empleados, usando poción multijugos. No se sabe la identidad de sus acompañantes, pero se estima que la hija de muggles Hermione Granger se encontraba con él, siendo que se ausenció en su juicio.

Harry Potter causó estragos en la organización del Ministerio, impidiendo llevarse a cabo los juicios predispuestos y llevándose con él a las personas que iban a ser juzgadas.

El artículo seguía unas páginas más, pero Allison ya estaba dando mil vueltas a las hojas, buscando otra información. Les habían pillado, pero no capturado. Habían logrado huir.

HARRY POTTER. INDESEABLE N° 1

Contacte inmediatamente al Ministerio de Magia si tiene información sobre su paradero. No reportarlo conllevará pena de prisión.

Premiaban con diez mil galeones a quien facilitara información verídica sobre dónde se escondía Harry. Le habían puesto precio a su cabeza y una diana en la frente.

Junto al cartel estaban otros tantos, como el de Hermione y el de Maddy. Habían acusado a su madrina de esconder a Harry, y Allison habría estado extremadamente preocupada de no haber leído la carta de Sirius que aseguraba que «todas las lechuzas de la casa estaban en perfectas condiciones». Mentía, porque seguía preocupada, pero al menos Maddy no había sido capturada.

Se preguntaba cuánto tardaría en estar su propia cara en aquellos carteles. O si acaso había caído en una trampa y estaba justo donde las mortífagos la querían.

Qué mejor lugar para tenerla si querían sabotear o chantajear a Harry que en el ojo del huracán, donde la tenían bien controlada.

El resto de la semana fue exactamente igual que el primer día. Las clases con los Carrow eran una tortura en toda la extensión de la palabra. Apenas le veían el pelo a Snape más que en las cenas, y suponían que estaría o en su despacho o pasándole información a Voldemort.

Hablando de Voldemort, justo eso era de lo que tenían que tener cautela. Habían descubierto que, cada vez que mencionaban el nombre de Voldemort, uno de los Carrow aparecía donde fuera que estuvieran. Investigando en los libros de Encantamientos y preguntándole al profesor Flitwick, a mediados de septiembre llegaron a la conclusión de que la palabra «Voldemort» había sido hechizada con un encantamiento tabú. Es decir, que siempre que dijeran su nombre en voz alta, esto alertaría su posición a los mortífagos. Así que Allison había comenzado a llamarlo el Sin Nariz cada vez que estaba con sus amigos, a pesar de las quejas que recibía por parte de ellos.

-También puedo llamarle el Pelón, si lo preferís -dijo Allison una noche, en la habitación.

Dormían los cinco siempre en el cuarto de los chicos. Separarse les recordaba lo solos que estaban, faltándoles la mitad de sus compañeros. Esa noche, Seamus había estado castigado y, como se había negado a torturar a un niño de primero que había dicho «hijo de muggles» en lugar de «sangre sucia», al que habían acabado torturando fue a él.

Así que Lavender le pasaba un trapo mojado por la frente, intentando que se sintiera mejor después de lo acalorado que había llegado. En menos de un mes ya los habían torturado a los cinco.

-O mejor no le mencionas de ninguna forma y dejamos de hablar de él para siempre -sugirió Parvati, abrazándose a sí misma.

Había pasado una tarde especialmente mala. Padma, su hermana gemela, no había aparecido a la hora de la comida y había llegado a la cena con una expresión tan sombría que todos temían lo peor.

-No vamos a hacer eso -intervino Neville con seguridad-. Hay que plantarles cara a Snape y a los Carrow. Hay que hacer algo que les demuestre que no vamos a callarnos, que vamos a luchar.

Allison sonrió. La valentía de Neville aumentaba cada día y eso le llenaba de orgullo.

Alguien llamó a la puerta. Todos agarraron la varita por puro instinto, y cuando Ginny la abrió se encontró con cinco varitas apuntándole. Alzó las manos en el aire y ellos las bajaron, suspirando aliviados.

-Nev, Ally, ¿podéis venir un momento?

Ellos asintieron y la siguieron fuera de la habitación. Bajaron las escaleras hasta llegar a la sala común, vacía porque últimamente nadie se quedaba ahí de noche.

-¿Ocurre algo?

-Se me ha ocurrido un plan -dijo Ginny, sonriendo con suficiencia-. Dijisteis que, en el testamento de Dumbledore, él le dejó a Harry la espada de Godric Gryffindor en herencia, ¿no? -le preguntó a Allison.

-Sí. Pero no se la dieron porque pertenecía al colegio -repuso Allison-. ¿Por qué?

-Porque vamos a robarla del despacho de Snape.

Neville y Allison se miraron por un par de segundos y luego se giraron hacia Ginny.

-Hagámoslo -dijo Neville.

-Estás loca -dijo Allison, a la vez.

Ginny se cruzó de brazos.

-Si Dumbledore quería que Harry tuviera la espada, sería por algo. Tenemos que conseguirla.

-¿Y qué vas a hacer? ¿Mandársela por correo? -ironizó Allison-. Dumbledore no sabe lo que quiere, se supone que yo tenía que volver a Hogwarts y lo único que me he llevado en este tiempo son más maldiciones de las que puedo contar.

-Debe de haber una razón -aseguró Neville-. ¿No te has tomado la poción de memoria?

-No funciona así. Tengo que tener una idea previa de qué quiero recuperar, o el recuerdo se perderá para siempre -protestó Allison.

Se mordió los labios, pensativa. Lo único que se le venía a la mente cuando pensaba en esa poción era Malfoy, porque la había preparado con él. ¿Querría Dumbledore que hablara con él porque tenía algo que ver, y por eso la había mandado a Hogwarts? De todas formas, no veía la manera de acercarse a él; siempre estaba cerca de sus compañeros de Slytherin.

-Neville y yo vamos a ir a por la espada, y Luna también está de acuerdo -concluyó Ginny-. Si no quieres venir, no lo hagas.

-Por Merlín que sois pesados. Está bien, lo haré. ¿Cuándo?

Ginny sonrió.

-Este sábado Snape no va a estar en el castillo, se lo escuché decir con una oreja extensible mientras cumplía un castigo -informó-. Nos colaremos en su despacho a la hora de la comida, cuando todos estén en el Gran Comedor.

Neville asintió, de acuerdo, y Allison acabó haciendo lo mismo, a su pesar. Aquel sábado sería el primero de octubre, lo que quería decir que llevaban más de un mes en el colegio y las cosas no habían mejorado un ápice.

Tampoco tenían noticias de Harry, Ron o Hermione. Ni buenas ni malas. Algunos magos y brujas dudaban de la capacidad de Harry, pensando que estaba oculto como un cobarde. Sobre todo porque El Profeta se encargaba de señalar precisamente eso.

Allison había empezado a comprar El Quisquilloso en lugar del otro periódico, porque este aseguraba que debían seguir a Harry si estaban contra Voldemort. Snape había prohibido el diario en la escuela, pero eso nunca había impedido que metieran los ejemplares de contrabando. Luna les decía que su padre estaba vendiendo más que nunca, más incluso que cuando publicó aquella entrevista con Harry hacía casi dos años.

El sábado llegó antes de lo que Allison planeaba. Mentiría si dijera que no estaba nerviosa, porque sabía lo que pasaría si les pillaban. Un Crucio sería el menor de sus problemas. No estaban negándose a escribir una redacción sobre por qué los hijos de muggles habían usurpado la magia de otros magos, estaban hurtando.

Eso no la echó atrás. Ni a Neville, ni a Luna, y mucho menos a Ginny. Antes de salir de la sala común, Allison le echó un último vistazo al Mapa del Merodeador. Los Carrow estaban en la mesa de profesores junto al resto y todos los estudiantes en sus mesas. Snape no aparecía en el mapa. Se lo guardó en el bolsillo de la túnica y salieron a hurtadillas de la Torre de Gryffindor.

Llegaron al tercer piso sin ningún inconveniente, mientras los cuadros más curiosos los perseguían con la mirada, oliendo que se tramaban algo. Estaban en el pasillo de la Gárgola, a la cual tenían que decirle la contraseña para pasar.

-Raíces de asfódelo -pronunció Luna, con una voz casi cantarina.

Habían conseguido la contraseña hacía un par de días gracias a la profesora McGonagall. Ella no sabía que iban a entrar al despacho ni mucho menos robar, pero les había facilitado la información.

A Allison, «raíces de asfódelo» le traía recuerdos de su primera clase de Pociones. Fueron dos horas horribles en las que Snape trató de humillarles de todas las formas posibles. Y después se pasó largos minutos con Ron discutiendo si había dicho «Asfalfo» o «Asfalto» en la cabaña de Hagrid, quejándose del profesor.

De repente, tenía muchas más ganas de entrar al despacho. Quizá se rompía algo por pura casualidad.

Subieron por las escaleras de caracol, sintiendo la adrenalina borbotear en su interior. El corazón de Allison daba pequeños brincos, en una mezcla de alegría -porque hacer el «mal» sentaba muy bien- y nerviosismo. La puerta del despacho se abrió con un simple Alohomora.

Al fondo de la sala circular se encontraba, metida en una urna de cristal, la reluciente espada de Gryffindor. Los cuatro sonrieron con satisfacción. Ginny y Neville se apresuraron a sacarla de ahí con los encantamientos que habían aprendido, mientras Luna hacía guardia en la puerta y Allison se adentraba en el despacho.

-Ingenuos -farfulló una voz.

A Allison se le resbaló de las manos el libro que estaba sosteniendo, cotilleando un poco. Se asomó y descubrió que quien había hablado había sido Phineas Niegullus Black, desde el cuadro al fondo del despacho.

-Al menos no somos pintura -refunfuñó Allison, y Phineas lució sorprendido.

En cuanto Ginny y Neville hubieron sacado la espada, a Allison se le iluminó la bombilla. Hermione había metido el cuadro de Phineas en su bolso. Si estaban en Grimmauld Place o si habían huido a otro lugar era un misterio, pero Phineas debía de estar con ellos.

Una euforia la invadió pero, cuando estaba a punto de preguntarle si había hablado con ellos, una exclamación de terror se escuchó a sus espaldas.

-Bueno, bueno, bueno. ¿A quién tenemos aquí?

La sangre se le heló al instante. Se giró lentamente. Snape tenía a Neville y a Ginny cogidos por el cuello de la túnica, y les dio un empujoncito para que se adelantaran junto a Luna. Allison se quedó con ojos muy abiertos y sintió ganas de vomitar al ver a Snape sosteniendo la espada de Gryffindor.

-Os habéis metido en un buen lío -dijo, negando levemente con la cabeza. Su tranquilidad desapareció en cuanto dejó de vuelta la espada en su urna-. ¿Cómo se os ocurre allanar mi despacho, intentar robar una posesión del castillo y, más encima, querer huir cuando os encuentro con las manos en la masa? -Esta última parte iba más para Ginny y Neville, y Allison adivinó que habían tratado de salir corriendo con la espada-. Estáis castigados.

-Más torturas -suspiró Allison, con una mueca de fingida emoción.

-Señorita Potter, no toleraré ninguna clase de sarcasmo -siseó Snape-. Tiene suficiente pudiendo seguir estudiando después de lo que su hermano ha hecho.

Allison se mordió la lengua, conteniéndose lo máximo posible. Quería pegarle un puñetazo. ¿Poder seguir estudiando? Pero si estaban encantados, torturándola cada vez que les venía en gana.

-Reuniros con Hagrid el viernes de la semana siguiente a las ocho de la noche. Vais a ayudarle con una tarea en el Bosque Prohibido.

Los cuatro se quedaron quietos.

-¡Salid de aquí ahora mismo, antes de que os castigue el doble!

Esta vez sí le hicieron caso. Allison pasó a toda prisa por su lado, agarrando el brazo de Luna por el camino y tirando de ella. Ginny y Neville abandonaron la habitación un segundo más tarde, y los cuatro se quedaron al lado de la Gárgola, mirándola con cara de idiotas.

Se esperaban algo más. Una maldición Cruciatus o dos meses de castigo todas las noches. Quizá Snape llamara a Filch para que los colgara del techo por el tobillo durante horas. Pero ¿mandarlos con Hagrid?

No encajaba nada.

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