Capítulo 6: Mal día

Al escuchar los fuertes gritos de auxilio, Sofía se despertó de golpe, asustada. Luego, fue rápido hasta la habitación de su abuela y trató de calmarla.

—¡Abuela! Tranquila, estas en tú casa

—¡Ayuda! —gritó Gladis mientras se movió lo poco que podía.

—¡Shhh!, abuela. Soy Sofía. —Subió a la cama y se puso delante de ella para que pudiera verla.

—¡Aaahh!, ¡llamen a la policía! —siguió Gladis, moviendo la cabeza de lado a lado, sin quitar la vista del techo.

—¡Soy tu nieta, abuela! ¡Mírame!

Por más que intentaba calmarla no podía, su abuela seguía gritando. En ese momento, escuchó unos golpes en la pared.

—¡Silencio! ¡Son las 3 de la mañana, queremos dormir! —se quejó el vecino, furioso.

—¡Lo siento! —respondió Sofía, en un vano intento por disculparse. Sin detenerse, continuó tratando de calmar a su abuela de uno de sus ataques. —¡Por favor, abuela, ya basta!

Esto duró unos segundos más, los cuales parecieron eternos. Cuando por fin Gladis entró en sí y se quedó en silencio, Sofía suspiró aliviada mientras sostenía la mano de su abuela.

De todas formas, el momento de paz duró poco, aún no iba a poder relajarse.

—¡Es la tercera vez en estos días que me despiertan por los gritos de esa anciana! —Golpeó la puerta con fuerza el vecino, había llegado para quejarse.

Sofía fue hasta la puerta y se apoyó en esta, no iba a abrirle, sabía que era una mala opción. Él estaba bastante enojado.

—¡Lo siento! Ya se calmó, puede s...

—¡Que me interesa que ya se haya calmado! —Dio otra patada a la puerta—. ¡Ya me despertó! ¡No puede ser que tenga que soportar esto!

—Lo siento —repitió asustada, aguantándose las ganas de llorar.

—¡Esa señora no se encuentra bien, tienen que internarla en algún lugar donde no moleste a los demás!

Sofía cerró sus ojos y con fuerza apretó sus puños, deseando que este momento se acabará.

—¡Voy a hablar con el dueño del lugar para que los echen si esto sigue así! ¿¡Me escuchaste?!

—Sí... lo siento.

—¡Que no se repita! —dio una última patada a la puerta y se fue.

Ella seguía tratando de contener sus lágrimas, estaba bastante asustada. Se tomó unos momentos sin moverse, luego fue con su abuela, quien estaba mirando hacia el techo.

Sofía al darse cuenta de la situación en la que se encontraba, se dio cuenta de que no iba a dormir. Suspiró de frustración, sabía que la noche iba a ser larga. Después, empezó a acomodar los muebles de la habitación para hacer espacio; fue a buscar una silla y la puso en el medio, volvió a la sala para tomar el televisor y llevarlo a la habitación de su abuela, con un poco de esfuerzo lo dejó listo para que ella se entretuviera.

—¿¡Ves bien desde ahí, abuela!? —preguntó, a la vez que ponía un par de almohadas debajo de la cabeza de Gladis para que pudiese ver desde la cama.

Gladis asintió.

Antes de ponerse a su lado, ella miró a su abuela. Sus tiempos de gloria ya habían pasado, ahora solo quedaba una mujer delgada, cubiertas de arrugas, con el poco pelo que tenía todo blanco y una mirada perdida que dejaba la desagradable sensación de que no quedaba nada dentro de ella.

Sofía se acostó a su lado y se quedó en silencio. Tratando de no pensar en "su antigua abuela". Puede que la persona a su lado jamás vuelva a ser su tan amada guía y compañía, pero aún seguía siendo su familia y por nada en el mundo dejaría de cuidarla. Al igual que Faustino, Gladis lo es todo para ella.

Sofía estaba bastante incómoda, pero de todas formas, pudo dormirse. Se despertaba cada tanto y miraba a su abuela, no sabía bien cuántas veces pasó esto, pero luego de ver que la anciana seguía sin hacer nada, volvía a su sueño...

Luego de unas horas, Sofía abrió los ojos de repente, le pareció escuchar un ruido. Miró a su alrededor, todo estaba tranquilo y su abuela se encontraba durmiendo. Se acomodó de nuevo, lista para seguir, pero al instante escuchó que golpeaban la puerta.

«¿Qué hora es?», se levantó rápido y fue a ver quien era. Al pasar por la sala vio el reloj que marcaba las 7:10 a.m. «¡Maldición!», pensó al mismo tiempo que abrió la puerta.

—Hol...

—Hola, Martita, adelante —dijo mientras fue corriendo a su habitación para despertar a su hermano. —¡Faustino, arriba!

—Hmmm.

Ella prendió las luces y se puso a buscar su ropa.

—¡Son más de las 7, llegaremos tarde! —Dejó todo separado en su cama y fue a sacudir a su hermano—. ¿No escuchaste la alarma?

—Sí, la apagué —respondió —. Sueles dejar tu celular cuando te levantas y a veces tengo que apagarla para dormir un poco más, pensé que ya te habías levantado. —Salió de la cama y empezó a prepararse de manera lenta, tomándose su tiempo para dejar escapar un largo bostezo.

—Vístete rápido, iré a preparar el desayuno.

Fue a la cocina con su uniforme bajo el brazo, prendió el fuego y puso la pava. Luego, entró al baño y se cambió lo más rápido que pudo, se cepilló los dientes y esta vez no tuvo que luchar para hacer sus necesidades, ya que no tenía tiempo para pensar en eso.

Esto le llevó cuatro minutos, una vez que estaba "lista" fue a la cocina para servir el desayuno.

Martita, trajo a su abuela y la sentó en su lugar. A los segundos llegó Faustino, vestido pero todo despeinado y apenas abriendo los ojos.

—¡Faustino! No te peinaste.

—Tú tampoco. —Bostezo y acostó su cabeza en la mesa.

Sofía sirvió las galletas y el té. Después tomó del brazo a su hermano para llevarlo al baño. Le tiró agua en la cara y empezó a hacer que se la lavara, una vez que hizo esto, comenzó a peinarlo.

—Ahora, si ve a desayunar. —Lo empujó hacia afuera y aprovecho para arreglarse un poco ella.

«¡Estúpido nudo, muere de una vez!», luchaba contra su pelo, el cual, no le estaba facilitando las cosas. «Esto pasa por irme a acostar después de bañarme», dejó de lado la sutileza y a pesar del dolor, pudo deshacerse del nudo. Esto hizo que sonriera de manera leve por su pequeña victoria.

Fue rápido a su cuarto para tomar su celular y vio la hora, 7:32 p.m. Salió corriendo con su mochila y la de su hermano.

—¡Vamos, Faustino! Se nos pasa el autobús.

—No termin...

Movió la silla donde estaba sentado su hermano para que se levantara y le puso la mochila al instante.

—Anoche tuvo uno de sus ataques, mantente atenta a ella, Martita. —aviso mientras se iba con su hermano.

—Entendido. Estaré pendiente —respondió a la vez que los despedía.

Los hermanos salieron de su departamento y fueron directo al ascensor. Una vez que bajaron de este, corrieron lo más rápido que podían, todavía estaban a tiempo. Para su mala suerte, llegaron justo cuando el autobús se fue.

—Maldición, tendremos que esperar el que sigue —comentó mientras recuperaba el aliento—. Vamos a llegar un poco tarde, nada más.

—¿No podemos faltar? —mencionó él con la esperanza de que pudiera volver a dormir.

—Pensé que te gustaba ir a la escuela.

—Sí, pero tengo sueño. Prefiero dormir.

—No seas vago, no puedes faltar solo porque sí.

Trató de sonar como alguien responsable, pero si fuese por ella, faltarían sin dudar. Sabía que tenía que darle el ejemplo a su hermano, no podía esquivar sus responsabilidades, de lo contrario no podría reclamarle nada si él hiciera algo malo.

Llego a clases quince minutos tarde. Al entrar pidió disculpas, se sentía incómoda, ya que interrumpió la clase y tenía las miradas de todos sobre ella. Fue rápido a su lugar, el cual se encontraba casi al centro del aula, tratando de evitar hacer contacto visual con sus compañeros y se sentó en su lugar.

La profesora le informó que tendría una tardanza, pero esto no le importaba. Solo quería que todos dejarán de mirarla y siguieran con la clase.

Acomodo todos sus útiles sobre la mesa y sin perder tiempo empezó a escribir lo que había en la pizarra. Trataba de no distraerse, el grupo de Griselda por alguna razón se reían desde que entró, le era difícil no pensar que estaban diciendo cosas "feas" sobre ella, pero mientras no las mirase ni las escuchase no pasaría nada.

La clase continuó sin ninguna complicación y al sonar el timbre, guardó todas sus cosas rápido, se puso su mochila y salió primera. Quería ir a conectarse para ver lo que le respondió su amiga, tenía que hacerlo rápido, así una vez que conteste los mensajes, se escondería en otro lugar para que no la molestarán

«¿De qué se ríen tanto?», pensó al salir del aula y escuchar a todos sus compañeros riéndose. «No estoy tan despeinada, ni tengo nada en la cara», dudo por un momento, pero no había forma de que se hubiese ensuciado, no llegó a sentarse a desayunar. «Bueno, no importa, n...» antes de relajarse, empezó a sentirse preocupada, los demás alumnos con los que se cruzaba también se reían, por lo que cambió de dirección y fue hacia el baño.

Apenas llegó, se miró en el espejo, sin encontrar nada raro. «Lo sabía... es mi imaginación. Tanto que me molestan, estoy empezando a exagerar», acomodó un poco su pelo y salió, aún tenía tiempo para ir a conectarse.

Observó a todos lados y notó que no estaban las chicas, así que se sentó y sacó su celular. Esperó unos segundos y empezó a sonreír, le llegaron varios mensajes de su amiga. Se tomó su tiempo para leerlos y pensó en que escribir: le contó todo lo que paso anoche para desahogarse un poco, pero para que no fuese todo malo lo que le decía, empezó a escribirle sobre Ian y que por primera vez se había dado vuelta a mirarla, ahora sabía que la tenía en cuenta.

Estaba algo avergonzada por contarle eso, pero quería hacerlo. «¡Bien! ¡Todo listo! Aún tengo tiempo, pero tengo que volver por si me sacaron mi asiento».

Satisfecha porque pasó un recreo tranquilo, volvió para su curso. Esto la preocupaba un poco, si las chicas estaban ahí, iban a molestarla hasta que tocará la campana. Para su desgracia, cuando le faltaba poco para llegar, las vio en la entrada.

Empezó a caminar con la cabeza agachada, así evitaría hacer contacto visual con ellas.

Notó que empezaron a reírse en el momento que pasó por su lado.

—¡Ay, Sofía! Eres una chica sucia —se burló Griselda—. Tienes que cuidarte un poco, no puedes andar así.

Ella la ignoró, no entendía a qué se referían.

—Sí, es verdad. Nos haces quedar mal a las otras mujeres —agregó Fátima.

Todas empezaron a reírse de manera exagerada cuando entro al curso. Sofía vio que no tocaron su lugar, por lo que fue a sentarse. Se sacó la mochila y antes de acomodarse se dio cuenta de que la silla estaba manchada. Por reflejo, se miró la parte de atrás de la pollera y vio que también se encontraba sucia.

«¡¡No puede ser!!», pensó mientras se llevó una de sus manos a la boca. Luego se dio cuenta de algo raro, por lo que vio más de cerca la silla. «Es... ¿fibra?», no sabía con qué rayaron el asiento, pero al pasar el dedo esta se corría y ensuciaba. «Con razón todos se burlaban... vieron que tenía la pollera con una mancha roja...», esta broma hizo que se sintiera muy mal. Pensó que todos los que la vieron se iban a acordar de ella por eso, ya que no sabrían que en realidad era fibra.

Salió molesta del aula, ignorando a las chicas que seguían burlándose y fue a buscar a la preceptora en la sala de profesores. Golpeó la puerta del lugar y la atendió un maestro.

—Hola, profesor. Disculpe la molestia, ¿está la preceptora Liliana?

—No hay problema, alumna. No, no se encuentra. Saco licencia por unos días.

Esto desanimó a Sofía, pero igual tenía que quejarse con alguien.

—Profe, vine a quejarme porque unas chicas me ensuciaron el uniforme.

—Ya veo, ahora llamó al suplente de Liliana para que le cuentes tu problema.

—Gracias.

Pasaron unos segundos y la atendieron.

—Hola, dime ¿qué sucedió? —preguntó el hombre de rulos y piel morena.

—Mire lo que me hicieron. —Giró y le mostró la mancha—. Rayaron con fibron la silla donde me siento para que pareciera que me ensucie.

—¿Sabes quien lo hizo?

—Sí. Griselda Guzmán, una compañera.

—Entra —la guió entre los demás profesores hasta llegar a una oficina que había adentro de esa sala—. Espera aquí sentada, voy a ir por ella. ¿De qué curso eres?

—"5º A"

Asintió y se fue. No tardó mucho en volver con Griselda e hizo que se sentara al lado de ella.

Griselda era la típica chica linda, de tez bronceada, pelo de color castaño que mayormente se encontraba con algún tinte para cambiar su color, en este momento tenía algunos reflejos rubios. Su cara estaba bien proporcionada, con rasgos delicados y asimétricos. Una nariz pequeña, ojos grandes y pestañas largas. Sus labios siempre mantenían un rosa brillante, dando la impresión de que eran un sabroso caramelo. O es lo que pensaban muchos de sus compañeros. Poseía una mirada dominante, al igual que su actitud, no dudaba a la hora de "fulminarte" con ella.

Una vez que Griselda se acomodó en su lugar, cruzó los brazos y se recostó en el respaldo de su asiento.

—¿Sabes por qué te llamé, señorita Guzmán? —preguntó el preceptor mientras se sentaba.

—No, ni idea —Puso cara de desentendida.

—La compañera a su lado, dice que le ensucio la silla a propósito. —Cambio el tono amigable en el que hablaba, se notaba molesto —. Es de muy mal gusto lo que hicieron, no tiene nada de gracioso.

—¿Eh? ¿Por qué me echan la culpa a mí? ¿Acaso me viste hacerlo? —Enojada miró a Sofía, dejando lucir su fuerte mirada.

—No... —respondió Sofía, evitando cruzarse con sus ojos—, pero siempre me estás molestando.

—No puedes culparme si no sabes bien quién fue. No dejaré que me llamen la atención en la escuela por tú culpa, voy a llamar a mi madre para que venga a quejarse.

—Si tú no fuiste, ¿quién fue? —El preceptor sabía que no podía sancionarla si no había pruebas.

—No sé. Es su culpa por no prestar atención.

—¿Mi culpa? Ustedes fu...

—Ni siquiera te fijaste donde te sentaste, llegas tarde a clases y te la agarras conmigo solo porque no te caigo bien.

—¿Y por qué crees que sospecho de ti? Te estuviste burlando desde que llegué y durante el recreo sin decirme nada.

—No es mi problema.

—Ya, chicas —intervino él—. Voy a ir a su aula a preguntarle a los otros alumnos, de todas formas ya acabó el recreo.

El preceptor al levantarse, fue a hacer sonar la campana. En ese instante, Griselda sonrió de manera burlona, sabía que se había salido con la suya.

Luego, el preceptor vino y llamó a las chicas, fueron todos juntos al aula y antes de que el profesor empezará la clase, se tomó un momento para hablar de lo que estaba pasando.

—A una de su compañera le ensuciaron el uniforme, ¿quién fue él que rayo la silla?

Era obvio que todos se iban a quedar en silencio. Esto era inútil en una secundaria, pero era lo que tenía que hacer.

—Chicos, esto no es gracioso. Bromear con ese tipo de cosas es de muy mal gusto, ya son grandes para estar haciendo eso —les reprochó—. ¿Alguno vio quien fue?

Esperó unos segundos en silencio mientras miraba a su alrededor, viendo que no iba a ningún lado y que estaba perdiendo el tiempo dejó de insistir.

—Durante los recreos pueden ir a decirme lo que saben, no diré quién fue. Sean buenos compañeros y no protejan a los que hacen este tipo de maldades. —Se preparó para irse, pero antes se dirigió a Sofía—. Cuando la clase acabe ven de vuelta así vemos como seguimos con esto.

Ella asintió, frustrada ya que todo esto había sido en vano. El preceptor suplente se fue y el profesor preguntó qué era lo que sucedió. Luego de que se enteró de todo, empezó a dar un discurso de quince minutos sobre lo mal que estaba eso que hicieron. Cuando al fin terminó, siguió con la clase de manera acelerada para recuperar el tiempo perdido.

Durante el siguiente recreo Sofía estuvo en la oficina del preceptor, escuchando toda la charla de disculpa del preceptor por no poder hacer más, pero si nadie hablaba y no tenían pruebas no podía hacer nada. Intentó animarla y que no le diera importancia a la burla de algunos de sus compañeros, ya que, es "bastante normal" este tipo de situaciones en el último año de secundaria.

A decir verdad, Sofía no prestaba atención a lo que le estaban diciendo. Si no podía ayudarla, prefería que no tratase de buscar una excusa que sonara bien para consolarla.

El lado bueno de todo esto era que estando ahí, nadie la molestaría y pudo pasar el recreo tranquila. Aburrida escuchando el sermón y angustiada por toda la situación, no sabía como se lo iba a tomar Griselda a todo esto. Por lo menos, no le harán nada más por hoy, o eso era lo único que podía pensar para sentirse un poco aliviada.

—¿Tienes otro uniforme? —preguntó el preceptor para terminar.

—No.

—Hmm, sé que puede ser complicado quitar ese tipo de manchas de los colores claros —dijo mientras pensaba en qué hacer—. Mañana puedes venir sin la pollera de la escuela, intenta conseguir otra, ¿si?

Ella asintió.

—Si sucede otro tipo de problema con tu compañera no tengas miedo en avisar, trataré de ayudarte en lo posible.

—Entendido.

Él se levantó, dando a entender que la charla había acabado. Mientras Sofía volvía al aula, sonó la campana finalizando el recreo.

Una vez que Sofía entró al curso junto con sus otros compañeros, al instante llegó la profesora.

«Me gusta que la pollera sea de color beige, aunque ahora desearía que fuese diferente», no estaba prestando atención a la clase, se distrajo pensando en que hacer cuando llegará a casa para tratar de que la mancha desapareciera.

—¿Escuchaste, Sofía? —preguntó la profe, cuando le dejo un libro encima de su pupitre.

—¿Eh?

—En las nubes... como siempre —dijo en un tono animado la mujer de baja estatura y pelo corto—. Busca un compañero para hacer el trabajo.

Miró a su alrededor y vio que otros ya se estaban juntando. No pudo evitar suspirar, este tipo de actividades no le gustaban.

—¡Yo quiero ser la compañera de Sofía! —Levantó la mano Fátima para que la profesora la viera.

—¡No, yo! —Se sumó Eugenia, quien se levantó del lugar para llamar aún más la atención.

—Creo que yo debería ser su compañera, me lo debe —comentó Griselda, sonriendo de forma perversa.

—Vaya... se pelean por ti, es lindo ver eso —opinó la profesora de manera inocente.

«Sí... quieren que les haga el trabajo mientras ellas están con el celular, obvio que van a querer estar conmigo», agachó la cabeza, mientras esperaba a que su día siguiera empeorando.

—¿Te molesta si yo soy tu compañero? —preguntó a la vez que puso su pupitre al lado del de ella.

Sofía levantó la cabeza sorprendida, le fue imposible no emocionarse al ver aquella sonrisa que tanto le gustaba, delante suyo. Se pasó la mano para acomodarse un poco el pelo y respondió de manera tímida.

—No... no hay problema, Ian.

Él sonrió y fue a buscar su silla. Ella no dejaba de mirarlo, no podía creer lo que estaba sucediendo. Movió su cabeza de lado a lado, en señal de que debía comportarse. «No lo arruines, Sofía. ¡Compórtate, no lo acoses con la mirada y quita esa cara de boba de tu cara!», se puso seria por unos segundos, fue lo más que pudo soportar, ya que volvió a sonreír de oreja a oreja. ¡Al fin le está pasando algo bueno en el día!


Fin del capítulo 6

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top