Capítulo 29: No todos los humanos son iguales

Martes 7: 10 a.m.

Faustino se levantó al escuchar la alarma y sin prestar mucha atención se dirigió al baño. Al salir de su cuarto, a un costado de la sala, vio a Sofía acomodando todo para el desayuno, lo que lo alegró bastante. Algo raro en él, fue lograr sonreír con tanto entusiasmo, siendo la primera hora de la mañana. No esperaba encontrarse con su hermana ya arriba y arreglada.

Sin perder tiempo, fue a prepararse al baño para ya estar listo. Todo marchaba como era antes. Al terminar, fue a la cocina y junto a su hermana trajeron a Gladis al comedor. Desayunaron los tres juntos, sin hablar, pero el ambiente estaba mucho más animado. Faustino estaba feliz de que todo volviese a como era de costumbre.

Todo iba bien, hasta que llegó la hora de ir a la escuela.

—¿Hoy también vas a faltar? —le preguntó a su hermana.

—Sí... —respondió Sofía apartando la mirada.

—¿Es por qué no puede venir Martita? Si esa es la razón, yo puedo quedarme con la ab...

—No es eso —interrumpió ella—. Todavía... no me siento del todo bien. Ya estoy un poco mejor, pero debo cuidarme —mintió para que no insistiese más.

—Ah, ya veo... Bueno, me voy.

Esto decepcionó un poco a Faustino, quien no pudo evitar mostrarlo con sus gestos. Pero si eso era lo que ella decía, no podía ir en su contra.

Una vez que Sofía quedó sola con su abuela, no lograba quitarse la mirada con la que se fue su hermano. Sin duda, no le había gustado nada su respuesta. Además de que le sentaba mal seguir mintiéndole sobre que estaba enferma.

No quería seguir pensando en ello, por lo que se puso a limpiar la casa para distraerse. No era que hubiese mucho por hacer, a los veinte minutos ya tenía todo listo. No quería quedarse quieta sin hacer nada, de lo contrario empezaba a sentirse extraña.

Sin entender el por qué, fue hasta su habitación a buscar la pollera que le dio Griselda para darle los toques que le faltaba para que le entrase. Quizás lo hacía por la actitud de su hermano, ni ella misma lo sabía.

La otra pollera que tenía, la que habían manchado con fibrón, no consiguió quitar del todo la mancha y quedó desgastada donde había sido ensuciada. Ya no iba a poder usarla así, por lo que aprovecharía para cortarla y así unir las partes que necesitaba con la otra.

Esto sí le llevó algo de tiempo, pero como estaba acostumbrada a trabajar con tela, logró hacerlo sin muchas complicaciones. Una vez listo, sonrió victorioso por como había quedado.

Ya teniéndola arreglada, fue a guardarla junto a su uniforme. Mientras acomodaba las cosas en su parte del ropero, vio el pequeño parche que le había hecho a su camisa de la escuela y comenzó a recordar toda la emoción que tenía cuando se lo había puesto.

Un detalle tan tonto, pero que para ella fue bastante divertido, incluso pensaba que podía quedar bien con sus demás compañeros. Algo que obviamente no iba a funcionar, solo le había puesto un simple parche con forma de huella de gato.

La breve alegría duró poco, ya que empezó a recordar los maltratos de Griselda en la escuela. Poco a poco, comenzó a sentirse atrapada. Miró alrededor de su cuarto y lo notaba mucho más oscuro y pequeño que de costumbre

Vio la cama donde había estado acostada toda esta semana y... quería ir y taparse hasta la cabeza, para no salir de ahí. Veía tan tentadora esta opción.

Apretó con fuerza la prenda de ropa que tenía en sus manos, cerró los ojos y sin dudarlo, la tiró dentro del ropero y salió rápido de ahí.

La diminuta sala de su departamento no ayudaba a hacerla sentir mejor, era como si todo a su alrededor se cerrará. Empezó a sentir comezón por el cuerpo, provocando que no pudiera dejar de pasarse las manos por todas lados, tratando de aliviar esto.

No se sentía segura ni en su propia casa y quería salir corriendo de ahí. Pero no podía dejar sola a su abuela, por lo que se dirigió al único lugar donde veía más iluminado, el balcón de su departamento.

Abrió la puerta-ventana y salió para tomar aire. Comenzó a respirar con fuerza, mientras trataba de concentrarse en disfrutar de la brisa. El ruido de la gente moviéndose abajo y los autos la distraían. De manera lenta el calor que estaba sintiendo se calmó.

Una vez mejor, pudo pensar todo de manera tranquila. Se dio cuenta que estar encerrada en casa no era una buena opción.

Desde su lugar, podía ver a su abuela sentada, viendo televisión. Era una imagen que siempre le pareció bastante triste. Una persona encerrada que no podía salir, limitada a moverse de un cuarto a otro, sin nada más que hacer.

¿Era así como quería terminar? ¿Acaso eso era lo que le esperaba? Todas estas preguntas aparecían en su mente.

Ya no podía sacarla a pasear como antes, ya que Gladis al ir a lugares que le parecían "extraños", se desorientaba con facilidad y se volvía algo agresiva. Además que se estimulaba bastante y luego no dormía nada de noche, provocando que tenga sus "ataques".

Sin duda... ver a su abuela así era una escena triste.

—¿Estás ahí, verdad? —preguntó en voz baja.

—Claro, siempre lo estoy —respondió él apareciendo a su lado y de manera confiada, sentándose en la barandilla del balcón.

Sofía evitaba mirarlo, seguía algo apenada con él.

—¿Q-qué crees que debería hacer?

—Tienes que ser más clara, no se a que te refieres.

—Ya sabes... No sé qué hacer —expresó desanimada—. Quedarme aquí en casa... no creo que sea una buena idea. Pero ir a la escuela tampoco, además de que estoy siendo un mal ejemplo para Faustino. ¿Qué debería hacer? —volvió a preguntar, mirándolo en búsqueda de ayuda.

—Hmmm... vaya dilema. Si tuviese que recomendarte algo, te diría que dejes de pensar en los demás y priorices tu felicidad —respondió con una sonrisa y una actitud de confianza.

—Eso... no me ayuda. No puedo dejar todo de lado y hacer lo que quiera.

—¿De verdad no puedes? —preguntó él en un tono irónico.

—No. No es tan fácil —dijo con firmeza—. ¿Qué esperas? ¿Qué deje la escuela, llame a Martita para que cuide a mi abuela y salga a holgazanear por ahí?

—No dije eso. Solo te recomendé que priorices tu felicidad. ¿Acaso crees que hacer esas cosas te hará feliz?

—No. No podría sentirme bien dejando todas mis responsabilidades de lado.

—¿Entonces por qué mencionaste esa opción? Yo no te dije nada respecto a eso.

Sofía no sabía qué responder, era cierto que ella fue quien dijo todas esas cosas. Y en parte, era porque lo había estado pensando, muy en el fondo creía que hacer todo aquello la ayudaría.

«Debería... ¿ayudarla?», se preguntaba él en ese pequeño silencio. Quería hacerlo, pero ya estaba interfiriendo demasiado. Además, aún se sentía culpable por el "error" que cometió la última vez al hacerlo, cuando la ayudó con los papeles.

Tenía que tener cuidado con lo que le decía, de lo contrario podría empeorar todo. Aún tenía que arreglar ese "detalle" que ocurriría dentro de tres días por su intervención.

—¿Y si no se lo que de verdad me hace feliz? —preguntó Sofía, rompiendo el silencio.

—Entonces es por ahí donde debes comenzar: encuentra lo que te hace feliz.

—No quiero ser egoísta y dejar a mi familia de lado.

—Pensar en uno mismo no es ser egoísta.

Una vez más, los dos estaban en silencio. Ninguno se atrevía a mirar al otro. Los segundos pasaban y el ambiente seguía con un tono triste y de duda.

Sofía pensaba en aquellas palabras, tratando de recordar qué era lo que le hacía feliz. Lo primero que vino a su mente son los recuerdos con su abuela y su hermanito. Siempre juntos, eran todo lo que tenían. No había grandes fiestas, ni celebraciones o charlas profundas, solo momentos de tranquilidad. Pequeños detalles en el día a día que compartían, al igual que algunas pequeñas bromas y burlas amistosas con Faustino.

La escuela no le desagradaba e incluso hubo un tiempo en que disfrutaba ir. No le importaba que los demás no le hablaran o que no tuviera amigas, eso era lo de menos. Lo único que la hacía sentir mal era Griselda y su grupo.

Además, tenía sus pequeños momentos con Ian: miradas, saludos, pequeñas charlas cortas, o la última vez que estuvo con él, para hacer el trabajo de inglés. Era algo que quería repetir..., pero ahora que lo había visto con Fátima dudaba de tener una oportunidad de que le prestara atención. Y mucho peor, ¿si él se unía al grupo de las chicas y comenzaba a burlarse de ella? Era algo que no iba a poder soportar.

Pero este pensamiento duró poco, Sofía no se imaginaba a alguien tan bueno como Ian haciendo esto. Él no era así... no podía dudar y no quería hacerlo.

—Yo... no lo sé —dijo cabizbaja Sofía.

Él se bajó de la barandilla y caminó hasta estar al lado de ella.

—Entonces... no hagas nada —le susurró al lado de su oído—. Solo espera quince días más y podrás desear casi cualquier cosa.

Él lentamente se alejó y le dio la espalda, no quería ver su reacción. Esos pequeños instantes previos a la respuesta de Sofía, lo pusieron ansioso. Una parte de él esperaba que no cayera ante esta provocación y actuara como venía haciéndolo, sin depender del deseo.

Fue la primera humana que siguió con su vida luego de escuchar que podría pedir casi cualquier cosa. Todos los demás, al instante, dejaron de lado lo que hacían y empezaban a comportarse como "imbéciles".

Esta era una de las razones por la que le agradaba tanto Sofía, seguía con su vida, sin pensar en ello. No solo eso, él se había dado cuenta de la verdadera razón por la que ella hacía esto y ahora que dudaba, estaba apunto de perder de vista aquello que la mantuvo tal y como ella era.

Por eso la provocó con estas palabras, para que se diera cuenta de como pensaba hace unos días. Pero esto también podía salir mal, lo sabía.

«Confío en ti, Sofía», pensó ante la situación. Algo que jamás había hecho: confiar en alguien. Por primera vez, tomaba una decisión esperando que la respuesta dependiera totalmente de otro.

—Tienes razón... —dijo Sofía.

Y con aquellas palabras, él experimentó por primera vez la decepción. Una sensación extraña recorría su cuerpo, junto al pensamiento de: "no tendría que haber esperado tanto de un humano".

Ni siquiera podía forzar su típica sonrisa, por eso no se atrevía a voltearse a verla.

Él apretó los puños, tratando de dejar escapar su frustración y antes de girarse, se esforzó por no mostrar emoción alguna, tal como lo había hecho con todos los demás humanos. No podía verse de otra forma, después de todo, a él no le debía importar lo que hiciera ella.

—... Pero no quiero irme por el camino fácil —continúo diciendo Sofia—. Sí solo dependo del deseo y dejo todo de lado... absolutamente todo lo que sufrí, lo que aguante, lo que viví, no habría tenido sentido.

»Quiero... saber que todo lo que pasó en mi vida tuvo un significado y del mismo modo, todo lo malo me sirvió para algo, lo que sea, pero para algo —Su voz que había empezado con tanta firmeza y determinación, comenzaba a quebrarse—. De lo contrario... todo habrá sido para nada...

Al escuchar a Sofía decir todo aquello, tal como anoche en la terraza, sintió un pequeño latido dentro de él. Como si tuviera un corazón, una calida sensación que recorría todo su cuerpo y hacía que estuviera feliz por el actuar de... su amiga.

—¿Estás segura de eso? —preguntó al darse vuelta y cruzar miradas con ella, sonriendo con alegría.

—No... —contestó al instante, dejando salir una pequeña risa—. Siempre termino arrepintiéndome de mis decisiones..., pero eso será un problema para la Sofía del futuro, ¿no?

—Tal vez...

—¿Crees que me estoy equivocando? —Dudaba, ante la mirada de él.

—No importa lo que crea... solo... me hace feliz escuchar lo que dijiste.

En ese momento, Sofía se sorprendió. La forma en que le sonrió y la miró fue muy diferente a todas las anteriores veces. Ahora, por primera vez, sentía cada una de sus expresiones auténticas. Incluso el tono de su voz, sutil y sincero. Sin bromas, ni gestos burlones o caras extrañas... Solo una sonrisa y una mirada acorde a sus palabras.

—¿Acaso... escuche mal? —Sonreía de oreja a oreja, emocionada—. ¿Puedes repetirlo?

—Ni lo sueñes —contestó de inmediato, desviando la mirada a un costado.

—¿Te da vergüenza?

—No sé de qué estás hablando...

—Anda... dilo... dime de nuevo que te hago feliz.

—¿Te estás burlando de mí? —preguntó, tratando de actuar molesto.

—Eh, no... es solo que... me pareció muy lindo lo que dijiste.

—Disfrútalo porque no creo que vuelva a pasar.

Ella seguía viéndolo con una gran sonrisa en su rostro. Escucharlo y verlo actuar de esa forma le gustaba mucho.

—Si no va a pasar de nuevo... ¿podrías repetirlo? —pidió Sofía haciéndole ojitos.

—No —respondía a secas, tratando de evitar cruzar miradas con ella para no ceder y mantener esa actitud.

—Bueno, no perdía nada intentándolo —dijo riéndose.

Este pequeño momento le hizo recordar a Sofía como se llevaban antes. Era como quería mantener la relación con su amigo. Atesorando las partes felices y aprendiendo de las malas. Tal como siempre había sido su vida.

No tardó mucho en darse cuenta de qué era lo que quería: debía continuar con su vida, tal y como estaba. De esa forma, estos momentos aparecerían y le darían sentido a todo el esfuerzo que estaba haciendo.

Ahora que Sofía no veía todo de manera negativa, podía pensar bien en cada cosa que le había estado pasando: notó el actuar de Faustino y como la cubrió en esta semana, no solo eso, sino que se preocupaba por ella hasta el punto de decirle "esto aquí para lo que necesites".

Yani también, no lo había hecho de manera tan directa, pero nunca dejó de mandarle mensajes. Por más que ella la evitase, siguió "a su lado".

Y por último, él. Que no importaba que pasaba, siempre le hablaba y respondía, sin cambiar su forma de ser... O por lo menos, no de mala manera. Ya que se sorprendió por su actuar más "cariñoso y sincero".

No estaba sola y ahora que había salido del encierro y de todo esos pensamientos negativos, se dio cuenta de lo importante que eran los que la rodeaban.

Con una gran sonrisa en su rostro, aún emocionada por lo que estaba pasando, decidió no perder la oportunidad y seguir "molestando" a su amigo. Después de todo, él le dijo que era algo que no se iba a repetir, debía aprovechar esta oportunidad.

Por su parte, él también estaba feliz por como actuaba Sofía. Todavía disfrutaba de aquellas palabras que le dijo al no querer depender del deseo. Con esto no le quedaban dudas, ella era un humano diferente, único.

Y a pesar de estar disfrutando del momento, no podía quitarse aquella carga que tenía. Su error ponía en juego lo que había construido con Sofía... Por su culpa, todo iba a terminar más rápido...

«Espero... que sigas sonriendo, sin importar que suceda el jueves...», pensó él con cierto pesar, tratando de que Sofía no se de cuenta.



Fin del capítulo 29

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