Capítulo 27: Hacer notar que estás ahí

Una vez que terminaron de comer, Sofía, se encargó de llevar a su abuela a acostar para dormir la siesta. Su hermano iba a recoger y lavar los platos y cubiertos.

Cuando cada uno terminó lo que estaba haciendo, ella se fue a acostar a su habitación y él se quedó en la sala viendo televisión.

Sofía sin perder tiempo, se arrojó a la cama. Tapándose y abrazando su almohada. Al cerrar los ojos y ponerse en una posición cómoda, se dio cuenta de que se sentía diferente a días atrás. Desde ayer a la noche, que pudo hablar un poco con él y descargarse, era como si estuviera más liviana. Aunque no quitaba que siguiese estando deprimida.

Aprovechó todo este tiempo para imaginarse lo que tendría que haber hecho diferente. Casi como si fantasease con cada decisión que debió tomar y los resultados de estas: charlas con sus compañeros, formas de enfrentar al grupo de Griselda, momentos que compartió con Ian, respuesta que le debió darle a él en sus diferentes charlas, todo, terminando de mejor forma, tratando de buscar consuelo en este mundo imaginario.

Definitivamente, esto era mejor que culparse y lamentar todo lo malo que le pasó. Por lo menos, el tiempo pasaba más rápido así y no se sentía tan mal consigo misma al estar viviendo en este mundo ficticio que estaba creando. O por lo menos, eso era lo que ella creía.

Los minutos pasaban sin que ella los notase. No era consciente de cuánto lleva haciendo esto. Estaba reviviendo el momento de ayer a la noche en el tejado y se dio cuenta de lo mal que había actuado. La forma en que le grito, lo culpo o... se desahogó tratándolo mal, como si quisiera echarle la culpa de todo. Su actuar hacía que estuviese aún más avergonzada. Por eso, ya no había estado hablando con él, sentía que metió la pata demasiado con cada reacción que tuvo y prefería no verlo.

«¿Por qué tuve que decir eso?», pensó. «Él siempre fue claro conmigo... me dijo que no era mi amigo y que estaba bien si yo lo veía de esa forma...», dejó escapar un largo suspiro, seguido de un fuerte abrazo a su almohada. «Es todo mi culpa... Y ahora... no puedo hablarle como antes. Lo arruiné, si había alguna chance de que en verdad nos volviéramos amigos o que nos llevemos bien, la destruí».

En ese instante, el recuerdo del abrazo se hizo presente. Dejó de distraerse con lo demás y se concentró en lo que sintió en ese momento. Nunca había abrazado a un chico de esa forma, bueno, podía ser que él no fuese uno de verdad, pero se veía como tal. Su pecho era cálido, el contacto la relajo, como si todo lo que estaba sintiendo en ese momento desapareciera. El viento frío que recorría el lugar en ese momento también había dejado de notarlo y... por más cliché que sonara, deseaba que ese momento no acabara nunca, que el tiempo se detuviera ahí

Aún podía tener presente cada una de estas emociones. Pero, no era solo por eso que le subió un poco el ánimo, sabía que lo más importante de todo el tiempo que estuvieron ahí es: "que por primera vez pudo sacarse del pecho lo que pensaba sobre su abuela". Algo que hacía mucho tenía dando vueltas en su mente y haciéndole peso. Por fin había podido decirlo en voz alta, compartirlo, haciendo que se volviera más liviano. Cómo retirar una espina clavada, todavía dolía, pero ya no molestaba de la misma forma.

«Me gustaría... hablar más con él», comenzó a pensar en alguna forma de disculparse y sacar diálogo sin que se sintiera incómodo o forzado. Quería que las cosas volvieran a ser de la misma forma de antes. Pero era difícil, estaba demasiado avergonzada y no dejaba de sentirse como una tonta por cómo lo trató. Una parte de ella estaba segura de que si solo empezaba a darle charla, él la seguirá sin problema. Sin embargo, no creía que estuviese bien hacer como si nada.

Al mismo tiempo, él estaba a unos pocos centímetros, flotando encima de ella. La observaba con una expresión seria en su rostro, esperando a que lo llamase. Al igual que Sofía, por momentos, recordaba lo de ayer. No había dejado de darle vueltas al asunto. "Quizás, tendría que haber sido más sutil". "Podría haberle respondido de otra forma". "Tal vez hubiese sido mejor darle un pequeño empujón". Una y otra vez, estas dudas cruzaban por su cabeza, dejando en claro una cosa, él quería involucrarse.

Levantó su mano, dejándola frente suyo, para así poder apreciar su palma. Con la yema de sus dedos índice y medio, comenzó a frotarlos con la punta del dedo gordo, curioso, como si comprobara la sensibilidad que tenían al tacto. Pero, no percibía nada. Veía como se tocaban y no le transmitían nada. Esto era lo normal, y era exactamente por eso que le resultaba tan extraño lo de anoche.

Llevó su mano al pecho, justo donde se apoyó Sofía su cabeza. Tratando de traer de nuevo aquella sensación tan cálida que tuvo. No solo eso, sino que, incluso tenía la impresión de haber sentido latir algo dentro de él en ese momento, tal como... si fuese un corazón.

No era posible, debía ser su imaginación. Él no estaba vivo y por lo tanto, no necesitaba de aquel órgano.

Con sus poderes, podía hacerse semejante a los humanos, con todo lo que esto implicaba, pero jamás lo haría. Su naturaleza estaba más arriba que eso, sería como rebajarse. Sabía esto, pero esa era la razón por la que le pesaba tanto lo que pasaba. ¿Por qué dejó que ella lo tocase? ¿Por qué decidió sentir su tacto y su calor? Y lo más importante, ¿por qué se preocupaba por Sofía?

En su mente se repetían estas preguntas. Su orgullo y su naturaleza, era lo que impedían que pudiesen llegar a la conclusión, ya que, si él aceptaba la realidad, no tardaría en encontrar la respuesta.

El sonido de alguien golpeando la puerta interrumpió los pensamientos de ambos.

—¿Sofía?

—¿Qué sucede, Faustino? —preguntó sin cambiar la posición en la que estaba y en un tono somnoliento.

—Son las 4 p.m. Hay que levantar a la abuela.

Era una rutina que tenían. Gladis se levantaba con ellos a desayunar y estaba en la sala hasta después de comer. La dejaban ir a dormir una pequeña siesta de una o dos horas para que se relajara y luego, trataban de que estuviese despierta lo más posible para que pudiese dormir bien durante la noche. De lo contrario, si cambiaban alguno de estos pasos, la anciana se ponía inquieta a la madrugada y no descansaba bien, ella, ni ellos.

—Ah... ya me levantó y...

—Te iba a preguntar si... puedo ir a lo de Franco ahora, luego de que levantáramos a la abuela —consultó, temeroso y bastante nervioso.

—Sí, anda. Yo puedo cuidarla.

—¿De verdad?

—Sí —respondió mientras se sentaba en el borde de la cama.

Ambos fueron y despertaron a Gladis. Luego, con cuidado, la ayudaron a ir hasta su sillón en la sala.

—Bien, ya puedes irte —le indicó Sofía

Faustino forzó una sonrisa y trató de ocultar cierta culpa que tenía, después de todo, era la primera vez que le mentía de esa forma a su hermana.

La razón por la que lo hacía esto era bastante clara: si él no estaba en casa, entonces Sofía no iba a estar en cama. Creía que quizás de esta forma, podía ayudarla. No quitaba que le supiese algo mal, la estaba dejando sola con el trabajo de atender a su abuela. Pero, era lo único que se le ocurría para hacer que ella se distrajera con algo y se levantara.


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4:10 p.m. Ian acaba de darse una ducha. Le gustaba vestirse en el baño, por lo que una vez que salía, ya estaba listo y solo tenía el pelo un poco mojado. Debía secarlo lo mejor posible, sino su pelo se encrespaba, volviéndose salvaje.

Al terminar de pasarse la toalla por la cabeza, fue directo a servirse algo de jugo a la cocina. Al llegar, vio a su madre sentada, esperándolo y a Melani a su lado, vestida con una remera blanca y un overol azul. Al prestarle más atención, notó que la pequeña estaba haciendo un pequeño puchero, cabizbaja. Era la típica expresión de cuando la retaron o había algo que le molestaba.

—¿Qué les sucede? Pensé que iban a salir —dijo él al mismo tiempo que abrió la heladera.

—Sí, había organizado ir al parque Sarmiento, pero me llamaron para cubrir a una compañera en el trabajo.

Ian terminó de servirse el jugo y fue a sentarse con ellas.

—Entonces... —Ya sabía hacia donde iba a ir la conversación, por lo que les dio una ayuda.

—Entonces te iba a pedir si puedes ser tú el que vaya. Yo los llevo en el auto de pasada y luego los busco.

—Hmmm, creo que Melani no quiere ir —comentó en un tono sarcástico—. Qué lástima, tendrá que quedarse en casa.

—Si quiero ir... —rezongo la pequeña.

—No pareces alguien que quiera hacerlo.

—Pero si quiero ir... —contestó en voz baja, desanimada.

—Lo ves... no me convences. —Siguió molestándola

—¿Puedes hacerlo, Ian? —intervino su madre.

—Claro, no tengo problema.

Los dos se levantaron y al último, de mala gana, la pequeña. El parque quedaba cerca de casa, a unas trece cuadras, por lo que no tardaron en llegar en auto. Durante el viaje, estuvieron en silencio.

—Bien, te escribo cuando me desocupe y venga con ustedes —Dijo la madre desde el auto.

Los dos hermanos la despidieron moviendo su mano. Al irse, se dieron la vuelta y comenzaron a ir hacia la zona de juegos. Solo dieron un par de pasos hasta que Ian, le dio la mano a Melani.

«Ya empezamos», pensó molesta la pequeña. Su cara de desagrado seguía notándose. Ella disfrutaba mucho jugar o pasar tiempo con él, pero no salir bajo su cuidado. Era demasiado controlador y no se le despegaba para nada. Sentía como si fuese un perro con correa, una muy corta. Por eso, estaba de malas desde que se enteró que su madre no podía e iba a tener que venir con su hermano.

Por el horario, no había mucha gente. Por lo general se llenaba a eso de las seis o siete de la tarde. El lugar era bastante grande, teniendo distintos lugares para pasar el rato. Mayormente estaba cubierto por zonas verdes, con el pasto corto, muchos árboles que daban buena sombra y hacían que sea agradable sentarse en el suelo.

No tardaron en llegar al lugar donde se encontraban todos los juegos para chicos. En ese momento, Melani se soltó y fue corriendo hasta los columpios, era la ventaja de venir temprano, no tenías que esperar a que se desocuparan. Empezó a hamacarse con fuerza, para quitarse la frustración y entrar en calor.

El suelo debajo de ella estaba desgastado de tantos niños que arrastraban los pies, pero esto no era ningún problema, ya que era lo suficientemente alta para poder llegar al piso. Al darse cuenta de eso, sonrió victoriosa, sentía que faltaba poco para que dejase de ser una niña.

Y casi al instante, toda la inspiración se fue, su hermano se sentó a su lado y también empezó a hamacarse. Su madre se sentaría a un costado, a lo lejos y la miraría desde allá, dándole total libertad...

«Tengo que pensar en algo para que no me esté siguiendo a todos lados», Melani cerró los ojos para concentrarse y disminuyó la fuerza con la que se movía. «¿Qué haría el "Detective asombroso" aquí?», era de su héroe donde sacaba las mejores ideas y las veces que pudo aplicar lo que vio, tuvo buenos resultados.

En su mente repasaba los capítulos que había visto, buscando algo que le pudiese servir.

«¡Lo tengo! Cuando él es atrapado por un villano, hace que el malo hable sobre su plan y se distraiga con esto... mientras no lo ve, se escapa», una sonrisa maliciosa apareció en su rostro.

—¿Por qué no invitas a Fátima a venir? —preguntó la pequeña, con una sonrisa de victoria y levantando el mentón hacia arriba.

—Parece que te cayó bien, me alegra saber eso —comentó de manera inocente—. Me dijo que hoy tenía que hacer unas cosas en su casa y no podríamos juntarnos.

—Ahh... O sea que ya te estabas escribiendo con ella.

—Sí. Lamento que no puedas verla, será en otro momento.

—Oohh, bueno... que se le va a hacer... —Espero unos segundos antes de continuar—. ¿Y ahora no te contesta los mensajes?

—No me fije, a decir verdad, no le estaba prestando atención.

—Que feo lo tuyo, Ian —fingió estar molesta—. No pensé que fueras a ignorar así a una chica.

—¿Eh? No la estoy ignorando. Estoy haciendo otra cosa...

—¿No puedes escribirle y cuidarme al mismo tiempo?

—¿A qué viene tanto interés por qué le escriba? —La miró entrecerrando los ojos, sospechando de ella. Tenía el presentimiento de que tramaba algo.

—Emm... porque... a mí no me gustaría que me hagan esperar —dijo para excusarse— ¡Además!, yo... quiero mandarle saludos —agregó a su coartada.

—Ah bien... tendrías que haber arrancado por ahí. —Saco su celular y casi al instante sonrió al leer los mensajes que tenía.

Se tomó unos segundos escribiendo, sin cambiar la expresión animada que tiene.

—¿Qué quieres que le diga? —preguntó Ian.

—Dile que espero con ansias que venga así me enseña a bailar.

Sin desperdiciar ni un segundo, mando lo que le dijo su hermana. De igual modo, casi de inmediato, le llegó la respuesta.

Sin darse cuenta, cayó en la trampa de Melani. Al ver a su hermano concentrado con el celular, aprovecho para dar el siguiente paso.

—¡Voy hacia el tobogán! —exclamó entusiasmada, poniéndose de pie.

—Ah, bien... vam...

—Tú me puedes ver de aquí, no hace falta que vengas conmigo.

—No me molesta, es más creo que yo también puedo desl...

—¡No, no, no! —interrumpió, moviendo sus manos de lado a lado.

Justo cuando estaba por ponerse de pie y acompañarla, su celular vibró, otro mensaje de Fátima. Él sonrió como bobo al leerlo y no se aguantó las ganas de seguir escribiéndole.

—Okey, te veo desde aquí —dijo para seguir con el celular.

—¡Bien!

—Pero no te alejes, ¿entendido?

—Sí.

—De verdad, Melani, te voy a estar viendo y si veo que te alejas mucho, se acabó.

—Okey...

Antes de que cambiase de opinión, se fue corriendo al tobogán, estaba a unos pocos metros. Aún no podía cantar victoria, seguía sintiendo la constante y firme mirada de su hermano. De todas formas, ahora podía jugar tranquila, sin el miedo de que los demás niños piensen que era una niña pequeña por tener a su hermano encima cuidándola de todo.

Al llegar a su objetivo, se detuvo un momento. Era hora de que la heroína se ponga a prueba y viese lo mucho que había crecido. Como cada vez que venía, se preparó para tratar de superar su tiempo anterior: debía subir a la resbaladilla por la parte más difícil, la cual, estaba hecha con cuerdas para trepar. Luego, debe tirarse y repetir esto, de manera rápida y eficaz, por lo menos tres veces.

Al mismo tiempo que empezó a tomar aire, se preparaba estirándose. No tardó mucho, hasta sentirse lista. Rápido, a todo lo que le daban sus pies y manos, trepó la primera parte hecha de cuerdas. Lo hizo perfecto, sin problemas, no solo tenía experiencia, sino que, su condición era la mejor. Sin detenerse, cruzó el pequeño puente que había y sin siquiera acomodarse, saltó para deslizarse por el tobogán. Bajo deprisa y al llegar al suelo aprovechó el envión para ir otra vez al inicio y repetir el desafió.

Unos minutos después, por fin se tomó unos segundos para descansar. Estaba muy satisfecha con su resultado, logró hacerlo cinco veces seguidas y mucho más rápido que antes. La próxima vez que regresen, va a atarse el pelo antes de iniciar. Le molestaba durante la carrera y si no fuese por eso, creía que se habría ahorrado algunos segundos.

Cada tanto miraba hacia su hermano, él todavía estaba sentado en el columpio, con esa gran cara de bobo que tenía cuando se escribía con Fátima. Ver eso hizo que la pequeña de pelo castaño y ondulado se riera. Su plan fue un éxito.

Miró a su siguiente objetivo y sin dudarlo, fue hacia él. Subió por la escalera y comenzó a colgarse de los tubos. iba a tratar de llegar hasta el otro extremo sin tocar el piso. De a poco y tomándose su tiempo, lo logró. Le fue difícil, pero ya podía hacerlo. No lo iba a intentar de nuevo, era bastante agotador.

Que estuviese un poco cansada no significaba que fuese a quedarse quieta. Por lo que siguió hacia el arenero, donde había dos chicos que parecían de su edad.

Ian por su parte, seguía con el celular. No obstante, controlaba a su hermana cada tanto. Sabía que la pequeña era bastante inquieta y solía ir de un lado a otro sin parar.

Le daba gracia ver cómo sin ningún problema se acercaba a jugar con otros. Es más, casi de inmediato empezó a guiarlos para cambiar lo que estaban haciendo. Era una líder nata.

Él nunca fue de esa forma. Sí, es bastante sociable, pero siempre de manera sutil. Era más de los que si te acercabas a hablar, te recibiría bien, dándote charla. Luego, las próximas veces, te saludaría y así, de a poco, mantendría una pequeña relación. Muchas veces, aunque no quisiera, él trataría de que se llevaran bien. Siempre sintió que esa era la forma de actuar para evitar cualquier problema o situación incómoda.

Por suerte, en la primaria se salvó de ser el objeto de bullying y los demás se la agarraron con Jose, su actual compañero. Ahí, por miedo, fue que empezó a actuar así. Tratando de hacerse amigos de los abusadores y manteniéndose al margen. Obviamente, sin agredir a nadie, o no de manera directa, ya que sabía que al no hacer nada, no detenerlos o solo mirar en silencio, era como si formaras parte.

Todo lo contrario a como actuó Martín, quien no dudó en meterse en peleas aun sabiendo que no podía ganar, para defender a su amigo. Incluso, comenzó a ir a boxeo para estar preparado, no solo se quedó en eso, sino que hacía más de un año que iba al gimnasio y seguía una dieta bastante estricta para mantenerse en forma.

Le parecía curioso que con todo esto, desde que iba a la secundaria, Martin, no tuvo más conflictos. Él solo luchaba para proteger a Jose. siempre fue alguien bastante agradable que evitaba lo más posible meterse en problemas.

Ian sonrió ante esto, le parece irónico: ahora que era bueno peleando, no lo utilizaba. Y antes, con todas las de perder, ni siquiera dudaba.

Pero ahora, sentía que lo entendía. Cuando consigues tener en claro que quieres y quien eres, no puedes quedarte callado ante algo que te molesta. Te sientes tan bien contigo mismo, que no podrás evitar dejar salir lo que piensas. Aun sí puede meterte en problemas.

También lo veía en su pequeña hermana, que actuaba tan vivas y segura. Y ahora que él encontró el camino que quería seguir, los entendía. Sabía que no volvería a quedarse callado, estaba seguro de hacia dónde debía ir y de lo que tenía hacer para seguir este nuevo camino que descubrió.

Además, últimamente disfrutaba mucho el hablar con Fátima. «¿Qué más puedo pedir?», pensó orgulloso de como marchaba su vida. Al instante, siguió enfocado en los mensajes, quería compartir su alegría con ella.

Melani, por su parte, ya se aburrió. Los niños con los que jugaba le parecían bastante aguafiestas: no querían correr ni hacer nada... Preferían jugar en la arena. No podía quedarse quieta mucho tiempo en un sitio, por lo que fue una vez más al tobogán. Al subir y estar arriba, empezó a buscar su siguiente misión como heroína. Ya superó la prueba de resistencia, la de trepar y el "desierto arenoso".

«Nada está a la altura del actual yo», afirmó en su mente, manteniendo una pose de determinación y el mentón en alto. Sus ojos se movían de lado a lado, escudriñando el terreno, buscando algo digno de enfrentar. «¡Allí!», lo había visto antes, pero no sabía si de verdad tenía que actuar, por lo que había decidido seguir con otras cosas. Pero ahora, que estaba segura, no podía ignorar este llamado.

Hecho un pequeño vistazo a Ian, antes de seguir. Al percatarse que estaba embobado con el celular, supo que era su oportunidad. Rápido, se deslizó para bajar y con la velocidad que ganó, fue dando saltos, como si estuviera yendo a un combate.

Una vez que estuvo lo suficientemente cerca, dio un gran salto y se paró firme, sacando pecho y poniendo sus manos en su cintura, adoptando una pose que transmitía total seguridad.

—¡Veo que necesitas una heroína! ¡No te preocupes más, ya que yo estoy aquí!

El chico, que estaba sentado en un banco de la plaza, levantó la cabeza extrañado por la aparición de la pequeña. Nunca la había visto y que viniera a hablarle con tanta confianza le pareció bastante raro.

—¡Te ves triste como alguien en problemas, y es mi deber como heroína ayudarte! —dijo la heroína de manera animada.

—¿Me veo triste, eh? —murmuró cabizbajo.

El niño dejó ver una leve sonrisa, no pudo evitarlo, el ánimo de la pequeña era bastante contagioso. Aun así, no estaba de humor para hablar con alguien, mucho menos con ella, que de seguro solo estaba aburrida y lo vino a molestar para divertirse.

—Llevas un bueeeeen rato cabizbajo, ¿por qué viniste al parque si no te vas a divertir?

—Porque quería estar solo.

—Eso es aburrido... Quizás es por eso que te ves así.

Él miró hacia otro lado, dando a entender que no quería hablar. Melani se movió en su dirección y siguió intentando.

—¿Estás triste? —preguntó de manera curiosa.

—Algo así... —suspiró.

—No tienes que estar triste —aconsejo con seguridad.

Por un momento, él creyó que la pequeña le había dicho eso en broma, e iba a responderle de manera sarcástica, pero al ver la mirada tan sincera que llevaba, era obvio que lo decía de verdad.

—Ya lo sé —respondió desanimado.

—¿Por qué estás deprimido?

—Eso no te importa.

—Pues... si no me dices no sabré como ayudarte.

—¿Ayudarme?

—¡Sip! El deber de un héroe es ayudar a las personas en problemas.

—Ah, estás jugando a ser una heroína.

—Si, pero, también lo hago porque no me gusta verte así.

Él se quedó en silencio. Melani al notar que no iba a continuar, no se dio por vencido.

—Mi mama siempre me dice que si estoy triste, tengo que sacar lo que siento y llorar. ¿Quieres llorar? No voy a burlarme.

El chico se rió por lo último que me dijo.

—También, me repite que tengo que hablar de cómo me estoy sintiendo —agregó la heroína.

—¿No te dijo que no hables con extraños? —interrumpió.

—Si, con hombres extraños. Tú eres un niño, creo que de once o doce años.

—Tengo trece.

—Eres un niño.

—Y tú una niñita.

Lo que normalmente le habría ofendido, esta vez lo dejo pasar. Como heroína no debía de dejarse llevar por palabras tan bajas. Justo en ese instante, la mente de ella se iluminó y tuvo una gran idea.

—De todas formas, nunca más volveremos a hablar... por eso, tienes que contarme qué te pasa. Prometo no decirle a nadie.

Repitió una frase que escucho en una película, por lo menos algunas partes.

Al chico también le pareció bastante lógico ese pensamiento. Siempre escucho que es mejor desahogarse y hablar con alguien, en vez de guardar todo. Pero nunca sintió la necesidad de buscar consejos, hasta hace poco, su vida no tenía problemas o nada que le pareciera grave. Levantó la mirada y al ver la enorme sonrisa de Melani, se persuadió. Después de todo, no tenía nada que perder.

—Estoy... preocupado por mi hermana...

—¿Se pelearon?

—No. Ella empezó a actuar extraño. No sale de su cuarto y se ve triste. Incluso, creo que miente al decir que está enferma...

Una extraña sensación lo cubrió al confesar estas cosas en voz alta. Una mezcla de tristeza, seguida de culpa por no poder hacer nada. Ahora se daba cuenta de que era claro que ella no estaba enferma, era otra cosa. Al escucharse, era como si aceptara el hecho de que le pasaba algo malo.

—Yo cuando estoy triste o me enojada con alguien, hablo con mi mamá o mi papá.

—No están nuestros padres.

—¿Se fueron de vacaciones?

—No. Nunca conocí a mi padre y mi madre nos dejó con mi abuela desde pequeños.

—Entonces habla con ella —respondió rápido, creyendo haber encontrado la solución.

—Bueno... mi abuela está enferma y digamos que... no puede hablar.

—Vaya... —Se llevó la mano al mentón, buscando otra solución—. No se me ocurre nada.

Él dejó escapar una leve risa, era obvio que la pequeña no iba a saber qué decir. Era un tonto por esperar que le diese una solución, lo extraño, fue que por un momento, de verdad creyó que lo iba a poder ayudar. «Supongo que es porque estoy desesperado», pensó el niño de pelo alborotado, ante la situación.

—¡Melani! ¿¡Por qué te alejaste!? —le reprochó Ian al encontrarla y ponerse a su lado.

—No me aleje mu...

—La zona de juegos está allá, no sé qué haces aquí. —Se enfocó en el chico que estaba sentado y cuando sus miradas estaban por cruzarse, este la apartó hacia un lado—. No tienes que estar molestando a la gente —agregó.

—No molesto a nadie —refunfuño.

—Vamos a donde están los juegos

La tomó de la mano y miró de reojo al niño. Seguía evitando hacer contacto visual, pero aun así, podía ver un lado de su cara. Le pareció verlo... deprimido. Lo cual para Ian, era mayor razón para salir de aquí y no seguir molestando.

—¿Qué haces cuando alguien que quieres está triste y quieres animarlo? —preguntó Melani, agarrando la mano de su hermano con fuerza para que no se la llevase.

Al instante, se dio cuenta de lo que intentaba hacer su hermana. Sin embargo, sabía que era mejor no meterse en asuntos personales de otros y mucho menos si no lo conocías. Por eso, alejarse y responderle en privado era la mejor opción, lo sabía, pero, por alguna razón, esta vez no se iba a hacer a un lado. Aun si solo decía un comentario, quería ayudar.

«Lo peor que puede pasar es que le moleste y se enoje conmigo», pensó Ian para concretar su decisión.

—Cuando tú estás triste, busco excusas para pasar tiempo contigo. Por más odiosa que te pongas o berrinchuda, trato de estar a tu lado hasta que te calmes.

—No soy berrinchuda. —Se defendió.

—Aprendí que no hay palabra mágica para ayudar a que alguien se sienta mejor. Solo... tienes que hacerle ver que estás ahí para esa persona y... cuando ella esté lista, hablara —Sonrió y miró al niño, quien escuchaba atentamente las palabras, pero seguía sin mirarlo—. Y según nuestra madre —se enfocó en su hermanita—, para que alguien sepa que estas a su lado, no solo debes demostrarlo, también decirlo: "estoy para lo que necesites".

Luego de un pequeño silencio, comenzaron a irse.

—De nada por la ayuda, extraño —se despidió alegremente la pequeña.

El niño, por su parte, solo levantó la mano, evitando mirarlos. Al estar solo, se dio cuenta de que nunca le dijo algo como eso a su hermana. Siempre le hablo por medio de insultos (de manera cariñosa), o bromas. Recién ahora, estaba tratando de ayudarla.

Trató de imaginarse siendo más comunicativo, pero no podía. Él no era así, no podía decirle cosas tiernas o de apoyo. Pero sabía que tenía que intentarlo, "debía de mostrar que estaba ahí para ella". Al final, la pequeña charla con la niñata le sirvió. La forma en que se veían con su hermano le pareció muy dulce y fue fácil de ver que eran muy unidos. Incluso su familia debía ser así. Otra vez, una sensación extraña recorrió su cuerpo, pero ahora, no sentía culpa y tristeza. Más bien, estaba un poco aliviado, al saber lo que podía hacer. Y, aunque no estaba seguro de poder lograrlo, ya tenía algo en mente para intentar.

Faustino se tomó un momento para respirar, ganando coraje. Con lo aprendido en esta pequeña charla, fue directo hacia su casa...



Fin del capítulo 27

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