Capítulo 26: Encaminados

Lunes, temprano por la mañana. El despertador sonaba, era hora de prepararse antes de ir al colegio. Faustino, quien por lo general estaba acostumbrado a dormir un poco más, ahora se levantaba casi al instante, junto con su hermana. Mientras él iba a preparar el desayuno, Sofía fue a buscar a su abuela para llevarla a la mesa.

No necesitaba que su hermana le estuviera diciendo que hacer, incluso, se fue por su cuenta a cepillar los dientes y ha arreglarse antes de salir.

Por otra parte, la que no se preparaba era Sofía. Se sentó junto a Gladis para ayudarla a tomar el té. No tenía intenciones de ponerse el uniforme de la escuela, aún seguía con el pijama.

Esto le preocupaba a Faustino, no le parecía que continuará enferma. Ya pasaron varios días desde que no iba al colegio o no hacía otra cosa que dormir. Él se sentía culpable por no saber qué hacer. Lo único que había estado haciendo era ayudar con los quehaceres, pero era obvio que esto no era suficiente.

Todavía dependía su hermana para ciertas cosas relacionadas con su abuela, como moverla o limpiarla. Creía que Sofía se recuperaría rápido, como siempre, volviendo así a estar pendiente de todo.

No era para volver a estar sin hacer nada, quería ver a su hermana actuando como solía hacerlo.

—¿No vas a ir a la escuela? —preguntó algo obvio, ya sabía la respuesta.

—No —contestó Sofía sin levantar la mirada.

El ambiente durante el desayuno se mantuvo tenso. Los minutos pasaron sin decir nada, solo se podía escuchar el ruido que hacían al comer las galletas y levantar las tazas para tomar el té. Siguió así hasta que el pequeño se tuvo que ir.

—¿Martita no va a venir?

—No, yo voy a cuidarla. No te preocupes por eso —dijo Sofía

—Si quieres... yo puedo cuidarla por las mañanas así vas a la escuela —propuso algo inseguro.

Ella se sorprendió por esto, jamás esperó que su hermano dijera algo de ese estilo. Tal vez, en otro momento podría haber hecho ese tipo de comentario como broma para no tener que ir a la escuela, pero ahora sabía que esa no era la razón. Lo decía de verdad.

—Es tierno de tu parte... —respondió con una leve sonrisa—. Aun así, no es necesario. De verdad, no te preocupes. Yo me haré cargo.

—Ah... bien —dijo desanimado.

Una vez más, Faustino se sentía inútil. Antes no se había dado cuenta, ya que su hermana hacía los quehaceres y se ocupaba de todo. Pero, ahora que él se encarga de cubrirla, descubrió del trabajo que en realidad era hacer todo. Además, seguía preocupada por ella y quería ayudarla con lo que pudiese, de esa forma, ambos podrían dividir la carga.

Era lo que había entendido, Faustino. Aunque, ponerlo en práctica era algo muy diferente. Le gustaría hacer más, y no tener que depender de Sofía, así ella podría ir a la escuela sin tener que pensar en su abuela. Ya no tenía trabajo, por lo que no ganaba más dinero y era la razón por la que creía que no iba a llamar a Martita.

Con esto en su cabeza, Faustino se fue. Tenía que ir a la parada del autobús.


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La mañana avanzó y por fin, llegó el momento que tanto esperaba. La campana del primer recreo la sintió tan liberadora. Ian, mientras guardaba sus útiles, se volteó hacia atrás por reflejo y vio el asiento del centro del aula vació. Esto le seguía preocupando: el no ver a su compañera desde aquella presentación que hizo y que aún siguiese con ganas de hablar con ella sobre el resultado de lo que propuso. O esa es la excusa que tenía para estar tan ansioso por su aparición.

En ese momento, sintió que lo estaban mirando. Por lo que desvió su atención un poco hacia atrás a la izquierda, y en efecto, Fátima lo hacía. Al cruzar miradas, ambos sonrieron y se saludaron. Sin perder más tiempo, la chica se levantó y fue hacia él.

—¿Quieres ir a dar unas vueltas por la escuela? —propuso ella viéndolo de manera coqueta.

—Claro, vamos —respondió al instante.

Sin más, dejó sus cosas y salieron juntos.

Al mismo tiempo, Griselda estaba sentada en su lugar. Aún estaba algo cansada, seguía medio dormida. De todas formas, no perdía a su amiga de vista. Una vez que ella salió del curso, miró hacia su izquierda y luego, a su derecha. Ambos asientos, donde suelen estar sus amigas, Fátima y Eugenia, vacíos. Últimamente, apenas sonaba la campana las chicas se iban con sus "parejas" y la dejaban sola.

«Que... aburrido», pensó. Se tomó unos segundos más para estirarse antes de ponerse de pie. Sin mucho ánimo, caminó hasta la puerta del aula y se apoyó en la entrada, quedando cerca de otros compañeros. No era que se llevase mal con ellos, solo que no eran amigos, son solo eso "compañeros". Las únicas con las que solía pasar el rato son sus amigas, pero ahora ya no le prestaban atención. Viendo que iba a ser otro recreo sin ellas, se unió a la charla del grupo que estaba a su lado. Le parecía que eso era mejor que no hacer nada, además, como aún se estaba despertando, no era como si tuviera ganas de hacer algo.

Fátima e Ian, dieron una pequeña vuelta y buscaron un lugar para sentarse. Ya que estaban en el patio de la escuela, se ubicaron en un lugar donde no de el sol y tengan buena vista. Se apoyaron en un pequeño borde que había junto a las rejas que limitan la salida del lugar. Tenían el espacio justo para poder sentarse y usar la malla de acero como respaldo.

—¿Y bien? Seguimos con lo de anoche —dijo ella con una sonrisa, viendo hacia adelante.

—Estaba esperando que dijeras algo respecto a eso. No quería ser yo el que saque el tema —comentó emocionado—. No quiero ser molesto, ya sabes, si quieres hablar de ot...

—Vamos, dilo. Me gusta verte feliz con algo y... bueno, me gusto que me hayas tenido en cuenta a la hora de querer contarle a alguien... —dijo con alegría, nerviosa de estar tan cerca de Ian.

Ambos se miraron, sentían exactamente lo mismo en ese momento: sus corazones latian de manera acelerada y sus mejillas se ruborizaron un poco. Disfrutaban de la compañía del otro, y en el poco tiempo que llevaban conociéndose, habían llegado a sentirse bastante bien, no tenían dudas, se gustaban. Aunque ninguno lo había manifestado de manera directa, las señales eran bastante claras.

—Fuiste... la primera persona con la que quise hablarlo.

—¿Eh? ¿Tan así? —pregunto ella sorprendida.

—Sí —Se rió de manera nerviosa—. ¿Es un poco raro, no?

—No diría que es raro..., pero es tierno.

Los dos miraron hacia otro lado. No porque estuvieran incómodos, todo lo contrario, estaban felices de la charla y el estar juntos. Solo se encontraban avergonzados, ninguno quería ser muy obvio con lo que sentía

—¿Y bien? No me dijiste nada todavía —agregó ella para seguir la conversación.

—¡Ah, si! Bueno, hoy me levanté y estuve averiguando un poco más. Ya tengo todo previsto. Hay cuatro lugares para aprender sobre fotografía, estuve viendo precios y no son caros.

—¿Y cuál es la diferencia entre los lugares?

—Por ahora, no lo sé. Hay dos que me quedan más cerca, pero aún tengo tiempo para ir buscando reseñas u opiniones en internet. Lo importante es que ya sé a donde puedo ir.

—Felicidades, averiguaste todo muy rápido —comentó aplaudiendo de forma leve.

—¿Verdad? No sé cómo explicarlo, pero una vez que vino a mí esa idea, todo se fue acomodando mientras investigaba. Cuando tenía una duda, al instante encontraba la respuesta... —contó de manera animada—. Gracias a esto, me siento bastante seguro con esta decisión y... de igual forma, me siento bien conmigo mismo...

—Eso veo, estas... bastante animado. Es tierno —comentó dejando escapar una pequeña risa.

—Creo que ahora entiendo... —Su expresión se puso seria, como si se preparara para sacarse algún peso de encima—... porque es que tú o Martín, siempre se ven tan brillantes.

—¿Eh? ¿Brillantes? —Alzó una ceja y lo miró confundida.

—Si, brillantes, animados, seguros. Ustedes dos, siempre que los veo me transmiten esa sensación. Como... si supieran a dónde van y que quieren, no dudan, actúan. —Sonrió y la miró fijamente—. Me alegra mucho poder estar pasando más tiempo contigo, y... bueno, ir... acercándonos... ya sabes... me agradas mucho... y todo eso... —agregó nervioso.

Fátima se tomó un momento antes de responder, sin dejar de verlo.

—En parte... pienso igual. Me alegra mucho que nos hayan emparejado en esa juntada en la plaza —dicho esto, apoyó sus manos en su pollera y agachó la cabeza—. Pero, creo que te confundes, yo no soy alguien... segura o que no tenga dudas. A diferencia tuya, yo sigo sin saber que haré cuando termine la escuela... y... es algo que me molesta, aun si no lo demuestro.

—¿De verdad no sabes lo que quieres hacer? —preguntó sorprendido.

—No...

—¿De verdad? —repitió.

—¿A qué viene esa insistencia?

—Es que... todas las veces que hable sobre lo que queremos hacer, nunca te vi dudar respecto a eso. Ni siquiera comentaste algo sobre lo que piensas... como si lo evitarás.

—Tal vez, no tengo nada que decir y preferí no dar mi opinión.

—Si ese fuese el caso, hubieses dicho algo como: "Aún no sé lo que quiero hacer" o "No sé que voy a hacer" o algún tipo de queja de esa forma.

—¿Me estás diciendo quejosa? —pregunto en un tono burlón, aparentando estar molesta.

—Estoy diciendo que siempre compartes lo que piensas, pero en este caso, no. Me pareció un poco raro y no dije nada por... miedo a entrometerme a donde no me llaman.

—¿Y ahora no te preocupa eso? O...

—No diría eso. Es solo que... no quiero quedarme callado. Quizás, pueda ayudarte, digo, ahora que sé lo bien que se siente quitarse el peso de encima de no saber que hacer, prefiero saber realmente lo que te pasa y así poder ver si es solo una idea mía o en realidad tienes algo.

—Hmmmm...

—No quiero presionarte —agregó rápido—. Si hay algo que no quieras hablar, no lo hagas. Es... tu decisión.

Ella no pudo evitar reírse con esta última reacción de Ian. Sus expresiones eran muy transparentes, por eso disfrutaba de molestarlo. Ahora se notaba que estaba preocupado y quería ayudar. Algo que le parecía lindo a Fátima.

—¿Al final? Perdiste todo lo seguro que te veías, y lo bien que venías hablando. —dijo ella, pasándose la mano por el pelo y mirándolo de manera coqueta.

Era la forma en que solía actuar para molestarlo y que siempre le funcionaba. Incluyendo ahora.

—Solo quería que supieras que puedes hablar conmigo de lo que quieras, ¿si? Si no lo digo, puede que no quede claro —remarcó, evitando aquellos ojos verdes tan intensos de su compañera.

—Está bien, Ian. Es un lindo detalle.

Los dos se tomaron un momento para ver a los demás estudiantes. El ruido de varios hablando, otros corriendo jugando a las atrapadas, algunos sentados hablando a lo lejos. Habían estado tan distraídos entre ellos que se olvidaron de todas estas cosas, pero, estaba bien así. Se encontraban al lado de la persona que por la que sentían algo, y estaban pasando el recreo de la forma en que querían, hablando con quien les gustaba.

—¿Y bien, Fátima? ¿Qué es lo que te gusta? ¿Qué quieres estudiar? —Sonriendo, dejó de mirar al frente y se enfocó en su compañera.

Ella empezó a sentirse nerviosa y algo ansiosa. Dudando de si hablar o no, pasaba sus manos por su pollera, ya que no se podía quedar quieta. Pero al ver la tan amigable mueca de Ian, no pudo resistirse.

—Hmm... es... algo tonto.

—No lo es, no te preocupes por eso.

—Ni siquiera te dije de que se trata.

—¿Y? ¿Acaso tú piensas eso de lo que quieren hacer los demás?

—No... yo no, pero tal vez otros sí.

—Mientras estés segura de lo que quieres hacer, creo que no importa lo que sea.

—Es lo que dicen todos, ¿no?

—Cierto y es bastante cliché. Y a decir verdad, no lo entendía hasta anoche. Creo que por eso, antes hubiese evitado decírtelo, pero... es realmente así.

—No te vas a reír, ¿eh?

—Lo prometo.

—Ni le dirás a nadie.

—No le diré a nadie.

—Bueno... supongo... que puedo contártelo.

—Si quieres hacerlo, adelante. Si no estás lista, bueno, esperaré a que lo estés.

—Tampoco es para tanto... Es buscar algo que queremos hacer al terminar la escuela. Muchos terminan el secundario con una idea y luego... se deciden por otra.

—Puede ser... pero es mejor salir encaminado, que totalmente perdidos, ¿no crees?

—Sí... viéndolo así, te doy la razón. —Inhaló hondo para armarse de valor. Luego, dejó salir todo en un suspiro y miró a Ian, decidida—. Okey, lo que a mí me gustaría ser... es... chef. Estudiar cocina.

—Ey, eso es algo muy bueno.

—Si, mejor que estudiar fotografía —agregó para molestarlo.

—Ah... vaya... así que eso es lo que piensas realmente —dijo haciéndose el ofendido.

—Lo siento, lo siento. Solo... dije esa broma para sentirme más cómoda.

—¿Y cómo supiste que querías hacer eso?

—Siempre me gustó cocinar. Amo los vídeos de recetas y cómo las hacen. Si entro a mi Miktok, todo lo que me recomiendan son coreos de bailes o gente cocinando —contó con una gran sonrisa.

—¿Ya buscaste más sobre esa carrera?

—Sí. Hay varios lugares para hacerla. Son dos años. Al terminar el primero, te dan un certificado de ayudante de cocina y haciendo el que falta, eres chef. En las materias que dan, está el apartado de idioma, donde hay tres diferentes: Inglés, francés e italiano.

—Estás bien informada —comentó sorprendido.

—Bueno, si, le di uno que otro vistazo. Ya sabes, para... saber un poco sobre el tema.

—Entonces, ¿qué es lo que te preocupa? O ¿por qué lo ocultas?

—Es un poco complicado.

—¿Tu familia no quieres que estudies eso?

—Algo así...

—¿Ya lo hablaste con ellos?

—No. Pero no creo que les guste la idea —comentó forzando una leve sonrisa.

Ian, en ese momento dudo si seguir preguntando o hablando del tema. Sabía que cada familia tiene sus problemas o forma de resolver las cosas, por lo que no era bueno opinar o meterse en esos asuntos. Aunque quería saber más, iba a darle su espacio. Era obvio que era algo que no le agradaba hablar a Fátima.

—Como te dije antes... —continuó hablando ella, para cortar con el silencio—. Soy la tercera de cuatro hermanos. Y bueno, soy la oveja negra de la familia... y no lo digo por mi color de piel —agregó para intentar cambiar el ambiente tan serió, pero sin éxito, Ian no se rió—. Perdón, bueno... en realidad... No le caigo bien a mi padre, soy la más... floja de la familia, por eso sé que no les va a gustar la idea —dijo para finalizar, encogiéndose de hombros.

—¿Ellos te dijeron eso?

—No, pero no hace falta. Lo sé —remarcó desanimada.

—No sé cómo será tu relación con tu familia, pero creo que muchas veces en nuestra mente damos por hecho cosas que no son realmente así.

Ambos, miraban al suelo, el ambiente animado que antes tenían, había desaparecido. El recreo no era el mejor lugar para abrirse con temas personales, pero eso no les importaba. En este momento, solo se centraban en su charla.

—Es mi opinión, no estoy diciendo que sea o no sea así. Ya sabes... tú toma lo que te sirva de mis palabras y lo demás, si te parece equivocado lo descartas —dijo Ian, tratando de ser sutil.

—No hace falta que te estés atajando tanto. Sé que lo dices con buenas intenciones, no te preocupes.

—Supongo que es un mal hábito. En mi caso, siempre... pienso mucho antes de hablar o actuar, lo hago demasiado. Al final, me termino arrepintiendo de guardarme ciertas cosas. Lo gracioso es que si no dudara tanto, estoy seguro de que todo sería más fácil. Cuando tenemos miedo, es difícil actuar, ¿no? Y terminamos complicando todo al exagerar aún más las cosas...

—Sí... es cierto —concordó dejando escapar una pequeña risa.

Una vez más, se quedaron en silencio por unos momentos. Cada uno jugaba con sus manos o sus pies, para tratar de distraerse un poco.

—Te propongo un trato —dijo en un tono animado Ian, mirándola con firmeza.

—¿Eh? ¿A qué viene eso?

—Todo se vuelve mucho más sencillo si tienes a alguien que te apoye, ¿verdad?

—Ajam...

—Qué te parece esto: hablaré con mis padres sobre lo que quiero hacer, al mismo tiempo que tú lo hagas con los tuyos.

Fátima lo miró extrañada, no entendía el objetivo de esto.

—¿Por qué harías eso? Ya estabas decidido a contarles...

—Para... que demos el siguiente paso juntos. —Apartó la mirada avergonzada—. Con juntos no digo a como pareja, ya sabes, juntos, como equipo o amigos, no digo que no quiera ser tu pareja, solo que ya sabes, si nos ayudamos es más fácil —Empezó a hablarle manera rápida y nerviosa, sentía que había metido la pata con eso de "juntos".

Ella que usualmente aprovecharía esta oportunidad para molestarlo, también se sentía de esa forma, por lo que no tuvo el valor de bromear con eso.

—Estás rojo. —Señaló riéndose—, pero entiendo lo que me dices, aunque no la razón.

—Quiero estar para ayudarte hasta que te sientas segura de hablarlo con tus padres. Hasta no dar ese paso, los dos estamos en la misma situación, ¿no?

—Hmmm.

—En el peor de los casos, solo te dirán que no y podrás avanzar hacia otro lado... o pensaremos en qué hacer. Pero, si no lo hablas con ellos, Fátima, tendrás esa duda en tu cabeza. No podrás enfocarte en seguir, ya que no sabes si ese es el camino que debes tomar o no. Y aun si te dicen que no quieres que estudies eso, no significa que debas abandonar ese sueño... Tal vez, este no sea el momento para ello...

La campana de la escuela sonó, dando por finalizado el recreo. Ian se puso de pie y la miró con determinación, seguro de lo que estaba diciendo.

—De seguro esto ya lo sabes, pero es bueno que alguien te lo diga y te apoye en esto. Cuenta conmigo para lo que sea que suceda, ¿si?

El corazón de Fátima latía rápido, estaba muy nerviosa. La forma en que la estaba mirando le gustaba, tan firme y directo, algo que él no solía hacer. Sus palabras tan dulces, la emocionaban, le daban valor. Era algo que quería que le dijeran, pero nunca se esperó que vendría de parte de Ian. Si fuese por ella, se levantaría y se arrojaría a sus brazos para que la abrazase..., pero estaban en la escuela y aún no tenían ese tipo de relación. Por lo que iba a actuar más contenida.

Se puso de pie, sin dejar de cruzar miradas y sonrió de oreja a oreja.

—Eres mucho más tierno de lo que pensaba. Gracias por tus palabras. —le respondió con una mirada y sonrisa coqueta.

A ella no le salían otras palabras, nada de bromas, de molestarlo o cambiar de tema. Estaba en blanco, encantada con la mini charla que tuvieron. Se sentía bien al decir en voz alta lo que quería hacer. Contar aunque sea un poco sobre lo que pensaba de su familia, era como si se sacara un peso de encima. Sabía que se trataba de algo sencillo, no era la gran cosa, pero exactamente por eso, era que le gusto tanto este momento. Solo fue una charla, en el recreo, sentados hablando de manera sincera con el otro.

Con todos los otros chicos que había conocido, nunca tuvo la oportunidad de tocar temas que le parecían importante. Solo hablaban estupideces y siempre con interés de por medio "el acercarse a ella". Sabía que actuaban más amable o interesados solo por eso y nunca le molesto, ya que ella también sacaba provecho de la situación y hacía lo mismo. Pero ahora, cada palabra de Ian, se sentía diferente, real. La forma en que la miraba y se relacionaba con ella, era... tan normal y sencilla que se volvía especial. Lo veía como una relación... verdadera.

Solo intercambiaron miradas y con un pequeño gesto, se dirigieron hacia el aula.


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5 p.m. En el centro de la ciudad.

Ella vio su objetivo, ¡era lo que estaba buscando!. Sin duda, una señal del destino. Sin perder tiempo, se dirigió a la acción. Una vez que estuvo lo suficientemente cerca, dio un gran salto y se paró firme, sacando pecho y poniendo sus manos en su cintura para poner una pose que transmitiese total seguridad.

—¡Veo que necesitas una heroína! ¡No te preocupes más, ya que yo estoy aquí!

El chico levantó la cabeza extrañado por la aparición de esta pequeña de pelo ondulado y gran sonrisa. Nunca la había visto y que viniera a hablarle con tanta confianza le pareció bastante raro.

—¡Te ves triste como alguien en problemas, y es mi deber como heroína ayudarte! —dijo la heroína de manera animada.

—¿Me veo triste, eh? —murmuró cabizbajo.

Él jamás esperó este tipo de situación, sólo vino a sentarse para hacer algo de tiempo. Ni siquiera tenía idea de lo que debía hacer o porque estaba aquí.

Lo que no sabía, era que este pequeño momento iba a marcar todo el rumbo que tomaría toda su vida...



Fin del capítulo 26

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