Capítulo 2: Encuentro

Gustavo se movía de un lado a otro de su oficina, estaba bastante ansioso. Ya quería que llegase el momento, y como faltaba poco para que este llegase, no podía quedarse quieto. Por quinta vez, se sentó en su silla giratoria y empezó a leer todas las notas que había escrito durante estos treinta días.

Como era costumbre para él, llevaba puesta su camisa blanca, arremangada hasta los codos. Tenia un pantalón de vestir color negro y como buscaba estar cómodo, estaba descalzó. De esta forma podía disfrutar de la suavidad del alfombrado que cubría el suelo, un lujo que se había dado al descubrir que le gustaba pasar noches enteras estudiando en su oficina.

«¿Cuánto más tengo qué esperar? ¿No tiene qué aparecer para darme esa "condición extra"?», no aguantaba estar sentado mucho tiempo, por lo que se levantó de nuevo para seguir dando vueltas en el lugar.

—¿Ángel, estás ahí? —preguntó mientras miraba al techo.

—¡Claro! Siempre lo estuve —respondió al mismo tiempo que aparecía frente de él.

—¿No es hora de qué tengamos nuestra "reunión"?

—Puede ser... digo, solo me divertía viéndote mover de un lado a otro, y como parecías entretenido no quise interrumpirte.

—No bromees —pidió Gustavo de manera firme—. Dime cuál es la condición, quiero prepararme para pedir mi deseo.

—Que interesado eres, no hablaste conmigo en treinta días y ahora que quieres algo de mí me llamas. ¿Es esa tu forma de agradecerme?

Gustavo no le seguía la broma, lo miraba de manera seria, esperando que empezará a comportarse.

—Bien, bien, vamos al punto —dijo el "ángel", luego llevó sus dos dedos índices a su cabeza y empezó a frotarse la sien mientras ponía una expresión de que estaba pensando —. A ver... ¿Cuál será tu condición? Déjame pensar... hmmmmm.

Luego de unos segundos, sonrió de manera animada como si tuviese la respuesta.

—¡Lo tengo! —exclamó, poniendo una gran sonrisa en su rostro—. Gustavo Maldonado, la condición extra a tu deseo es: todas las personas que te rodean sentirán rechazo hacia ti cada vez que uses lo que pediste. Más y más se alejaran, hasta el punto de llegar a odiarte si abusas de esto.

—¿Eso es todo? —respondió Gustavo confiado.

—Hmmm, supongo que sí. ¿Te parece leve? Tal vez tenga que ca...

—No, no, no —intervino mientras movía sus manos para hacer que no continuará—. Está bien así, solo pregunté por las dudas.

Al instante, Gustavo se dio la vuelta y fue por su libreta. Anotó la condición que le acababa de dar y empezó a tachar algunas opciones que tenía.

El "ángel" al ver que ya no le prestaba atención, se hizo a un lado sin decir nada más y desapareció.

Las horas pasaron, pero Gustavo seguía pensando en diferentes deseos que podía pedir. Viendo los pro y contra de cada uno. Sin darse cuenta había transcurrido toda la noche haciendo esto. No estaba cansado a pesar de que estuvo imaginando cientos de situaciones diferentes sin parar, pero por alguna razón se encontraba bien; cada opción que imaginaba le daba esperanza y lo hacía sentir relajado, por lo que no quería detenerse.

En ese momento, su esposa golpeó la puerta y entró.

—Cariño, tienes que ir a trabajar —anunció la mujer de pelo rubio, vestida con un camisón casi transparente y bastante corto, dejando relucir su sensual figura.

—No molestes, estoy ocupado —contestó Gustavo sin siquiera mirarla.

—Has estado actuando extraño estos últimos días, ni siquiera estás yendo al trabajo.

—¡Cállate! Te dije que no molestes, vete de aquí —expresó con molestia, frunciendo el ceño.

—Estoy... un poco preocupada —dijo ella de manera temerosa por cómo estaba actuando su esposo—. Voy a llamar a tu padre para que venga a verte.

—No me interesa lo que hagas, solo no me estorbes. Ya no tengo que preocuparte por ti.

—¿Eh? —lo miró extrañada, jamás la había tratado de esa forma

Al ver que no se iba, Gustavo se levantó y por medio de pequeños empujones sacó a su esposa de su oficina.

—Eres libre de irte o hacer lo que quieras, solo déjame en paz. —En el momento que quedo afuera, cerró con un fuerte golpe la puerta.

«Ya no tengo que seguir fingiendo nada contigo, ya no te necesito», pensó aliviado y volvió a lo que estaba. «Hoy es el último día de mi asquerosa vida. Desde pequeño nunca tuve tiempo para mí: salía de la escuela y tenía que ir a clases particulares, termine la universidad y mientras trabajaba seguía estudiando otras especialidades, todo... todo para complacer a mi padre. Nunca tuve tiempo para disfrutar..., pero ahora todo va a ser diferente».

No quería distraerse con nada, su momento estaba por llegar. El giro a su vida que tanto necesita estaba a unas horas de suceder, era por eso que iba a disfrutar estos últimos momentos haciendo lo que él quería, aun si eso significa quedarse encerrado sin hacer nada.

O eso era lo que tenía pensado, en ese instante sonó su celular. Vio que se trataba de su padre, lo estaba llamando. Esto le hizo darse cuenta de algo que tenía que hacer si o si antes de pedir su deseo.

«¡Ahora verás! Voy a decirte todo lo que me aguante durante estos años, voy a desquitarme todo lo mal que me trataste», tomó su celular, se puso el saco que estaba colgado en el respaldo de su silla y se calzo un par de zapatos negros que lo esperaban en la entrada de su oficina.

Una vez que Gustavo ya estaba vestido, se dirigió rápido al garaje de su casa, subió a uno de sus auto, el Mercedes descapotable de color rojo, y salió a toda velocidad mientras mantenía una gran sonrisa en su rostro, «¡Viejo miserable, no me voy a guardar nada!», su corazón latía emocionado de solo pensar en la cara que pondrá su padre al escuchar todo lo que se había guardado durante tantos años...

Gustavo abrió los ojos, sentía como si recién se estuviera despertando. No entendía bien lo que estaba pasando. Aturdido, comenzó a mirar a su alrededor, encontrándose en una habitación totalmente en blanco.

—¿Qué sucedió? ¿Dónde estoy? —Confundido trató de recordar lo último que estaba haciendo, pero no lo lograba—. Estaba... ¿Qué estaba haciendo?

Se frotaba la cabeza tratando de recordar, pero no podía concentrarse, esta habitación le molestaba demasiado.

—Todo es demasiado blanco, es muy incómodo —dijo mientras entrecerraba los ojos.

—Es una habitación especial para que no haya distracciones —le informó el "ángel" que acababa de aparecer cerca de él.

—Supongo que tú me trajiste aquí.

—Sí, llegó el momento de pedir tu deseo.

Al mirarlo, Gustavo se dio cuenta de que su expresión era seria. No tenía su característica sonrisa, ni sus expresiones exageradas. En parte esto le agradaba, ya que así podía tomarlo en serio. Por fin había llegado la hora que tanto esperaba, por lo que trató de concentrarse y recordar todo lo que había estado anotando. Pero le era difícil, se sentía desorientado por alguna razón.

—Lo siento, tal vez esto sea incómodo para ti. Por lo general los humanos se distraen fácil y es mejor venir aquí, pero en tu caso no creo que sea necesario. —Levantó su mano y chasqueó los dedos, al instante aparecieron en la oficina de Gustavo —. ¿Mejor?

—Sí, gracias —respondió él mientras miraba a su alrededor.

«Creo que ahora lo recuerdo... lo último que hice fue... ¿hablar por celular con mi padre?», Gustavo miró confundido al ángel, como si esperara una respuesta.

—Sí, hablaste por celular con él, pero eso no importa —respondió el "ángel" de manera tajante y fría—. Concéntrate en lo de ahora. Recuerda, una vez que digas "deseo" no hay vuelta atrás. Estoy aquí para responder cualquier duda que tengas con respecto a las reglas que te di, no contestaré nada que no esté relacionado con eso.

—Lo siento. No sirve de nada pensar en lo que ya pasó. Me enfocaré en lo que quiero pedir.

Se tomó unos segundos para no cometer ningún error y una vez listo, miró con seguridad al "ángel" y le dijo:

—Deseo poder viajar en el tiempo a voluntad, ya sea para ir al pasado o al futuro, las veces que yo quiera.

—Entendido, Gustavo Maldonado. Se te otorgará ese poder, pero hay algo que debes tener en cuenta con respecto a este.

—Sí, cada vez que lo use la gente sentirá rechazo hacia mí... Lo sé, pero no es como que me importe mucho, solo quiero volver y hacer lo necesario para estar con Cristina, a la vez que disfrutaré de hacer lo que quiera. Esta vez aprovecharé mi vida.

—Bien, recuerdas la condición, pero... quiero aclararte algo respecto a tu poder. Podrás volver al pasado sin ningún problema, pero a la hora de ir al futuro es cuando todo se complica. Como decirlo... si cambias algo de tu niñez, no podrás volver al futuro que tienes ahora, es más si viajas hacia adelante para las otras personas vas a desaparecer.

—Entiendo, ¿ya qué el pasado sería mi futuro?

—No hace falta explicarlo si lo entendiste. Aparecerás en el futuro cómo alguien que estuvo desaparecido durante los años o el tiempo que saltaste.

—Ya veo... Ahí está la trampa —comentó Gustavo con una leve sonrisa—. De todas formas, no me importa, solo quiero volver atrás. Ni siquiera creo volver a usarlo, después de todo, la escuela, la universidad y todo lo que viví será mucho más fácil, ya que sé todas las respuestas.

—Un último detalle antes de irte. Recuerda que a pesar de que vuelvas atrás, seguirías manteniendo tu edad... Eso quiere decir que a pesar de que vuelvas a ser un niño, en realidad tendrás 31 años, y el tiempo para ti seguirá pasando, por lo que... no escaparás a la muerte volviendo hacia atrás.

—Vaya... eso no me lo esperaba. ¿No es un poco injusto?

—¿Por qué sería diferente? Vuelves con todos tus recuerdos y siempre mantendrás estos, me parece bastante justo.

—Bueno, ya no hay nada que hacer —dijo resignado—. ¿Por lo menos puedes decirme hasta qué edad viviré?

—Disfruta de tu deseo, Gustavo Maldonado. —Lo miró directamente por unos segundos y luego puso su mano encima de él, haciendo que desaparezca.

Él "ángel" al encontrarse solo volvió a sonreír.

—Ningún humano se resiste a usar su deseo de manera constante. Por lo que es irónico decir que es cuestión de "tiempo" para que pierdas a la persona que tanto quieres y por la que pediste volver.

Se tomó unos momentos para estirarse y disfrutar de la sensación de que hizo un buen trabajo.

—De seguro eso logrará que se diviertan, ¿verdad?

Con esto finalizaba otro de sus trabajos, pero no podía seguir holgazaneando, por lo que se dirigió a su siguiente objetivo...




Ya casi oscurecía, faltaba poco para que el sol se ocultara. Ella tenía el lugar perfecto para ver esto: estaba en la terraza del edificio, a la cual, los inquilinos no tenían permitido llegar, pero sabía la forma de abrir la puerta sin tener la llave.

«Ojalá... pudiera disfrutar más de estos momentos», suspiró mientras mantenía una mirada triste en el horizonte. Ni siquiera ese lindo paisaje que se formó al oscurecerse y ver como se iluminaba la ciudad, la animaba. «Espere con tantas ganas que llegara el domingo para poder estar aquí y mi lugar favorito no me sube el ánimo... ¿Qué voy a hacer ahora? ¿De dónde voy a sacar energías para seguir?».

Estaba cansada de su vida, en el colegio la molestaban, en su casa tenía que hacer todos los quehaceres, debía lidiar con su abuela enferma, que cada día se encontraba más desorientada. Sumando a que el único dinero que tenían era de la pensión de ella, el cual no era mucho y hacía que siempre estuvieran con lo justo. Nunca pudo disfrutar de su niñez y ahora con diecisiete años sentía que todo iba a seguir empeorando.

Ya vio lo que quería, no tenía porque seguir ahí. No debía dejar a su abuela sola tanto tiempo, pero por alguna razón, camino hasta el borde del edificio, se apoyó en la barandilla y miró hacia abajo. Poco a poco empezó a sentir como su corazón latía más rápido, al mismo tiempo que aparecía una extraña sensación en el estómago. «¿Cómo se sentirá caer desde aquí?, ¿dolerá?, o solo...».

—No sentirás nada, solo será el fin... —dijo un hombre desconocido, desde lo lejos para completar la frase que la chica estaba pensando.

Ella se dio vuelta y se alejó del borde. Estaba agitada, por lo que respiraba de manera rápida y sin siquiera tomarse tiempo para tranquilizarse, miró al hombre de saco negro, desabrochado, y remera blanca que le estaba hablando y le respondió:

—No es lo que crees..., solo... estaba viendo... emm... algo que me llamó la atención. —Trato de excusarse con eso, ya que fue lo primero que se le ocurrió —. ¡Si! Eso es, vine aquí para poder verlo, pero ya me iba... Por favor, no le digas a nadie que estaba aquí, no quiero problemas con el dueño del edificio.

—Tranquila, Sofía Medina. No voy a delatarte —dijo el hombre.

—¿Eh? ¿Cómo... cómo sabes mi nombre? —pregunto un poco asustada Sofía, ya que no lo conocía.

Ahora que él la había llamado por su nombre completo, se tomó un momento para observarlo, tratando de averiguar si lo recordaba de alguna parte. Pero de inmediato se dio cuenta que nunca lo había visto. Era un hombre que parecía de unos veintiún a veinticinco años, tez morena y pelo corto, un tanto ondulado. No se olvidaría de alguien así, ya que a Sofía, le parecía algo lindo, y más con esa gran y blanca sonrisa...

—Hmmm, digamos que es porque vine a verte —respondió él.

—¿A mí?

—Sí, a ti.

—¿Seguro? —preguntó levantando una ceja.

—¿No quedó claro con qué sepa tu nombre y tu apellido?

—Podría ser otra Sofía Medina, no es como si fuese la única.

—Tal vez tengas razón, ¿Has visto a alguna Sofía Medina que viva por aquí?

—No, pero eso no significa qu...

—Vine a ver a Sofía Medina, quien vive con su hermano menor de trece años, Faustino Medina y su abuela de ochenta y cuatro, Gladis Medina. ¿Eres tú?

—Bueno... si lo pones de esa forma, sí, soy yo —confirmó ella encogiéndose de hombros, mientras se sentía como una tonta por lo que dijo hace un momento.

—¿Acaso interrumpí algo importante? Te veías bastante concentrada hace un momento.

—No... solo... estaba mirando el paisaje.

—Aja, pareciera como si estuvieses pensando en sal...

—¿Y tú quién eres? ¿Por qué me estás buscando? ¿Cómo es qué sabes tanto de mí? —interrumpió para cambiar de tema.

—Bueno, yo s...

—¿Eres una especie de acosador? Porque pareces uno, digo, me mirabas desde lo lejos y no me dijiste nada por no sé cuánto tiempo estuviste ahí parado.

—No soy un acosador, so...

—Además, ¿qué haces aquí arriba?, ¿no sabes qué no está permitido el ingreso?

—Podría decirte lo mis...

—¿Acaso sabías qué estaba aquí sola y por eso viniste? ¿Vas a hacerme daño? ¿Es por eso qué me investigaste? Para saber quienes me buscarían si me pasa algo y al ver que solo está mi abuela y mi hermano pequeño soy la víctima perfecta... ¿Es eso?

Sofía no le daba tiempo a responder, lo interrumpía con más preguntas, por lo que esta vez decidió quedarse callado.

—¡Oh, no! —grito preocupada luego de unos silenciosos segundos—. Tengo razón, por eso no dices nada... si te acercas voy a gritar con todas mis fuerzas, mantente lejos.

—¿Puedo hablar? ¿O vas a seguir interrumpiendo? —preguntó él de manera amable.

—Lo siento, estoy algo nerviosa —respondió de manera avergonzada, se dio cuenta de que estaba muy exaltada —. Adelante, puedes hablar, pero no te me acerques.

El hombre levantó las manos para mostrar que no tenía nada y que no iba a hacerle daño.

—Vine para... —Antes de seguir hablando la miró entrecerrando los ojos para ver si se quedaba en silencio. Al notar que si lo estaba escuchando continuo—... para darte un mensaje.

—¿Un mensaje? ¿De quién? ¿De qué tipo?

—Bueno, soy lo que los humanos conocen como: ángel o demonio o dios o diablo, etcétera, etcétera. Puedes llamarme como prefieras.

—No pareces un ángel, ¿dónde están tus alas? —cuestionó con Sofía desconfianza.

—Eso es un estereotipo que tienen ustedes por ver tantas películas o leer libros de fantasía —argumentó él, adoptando una postura despreocupada.

—Hmmm, ¿y eso lo dice un tipo que se autoproclama ángel?

—No me molesta probarte lo que soy... ¿Qué te parece si te muestro uno de mis tantos poderes?

—¿Cuántos poderes tienes supuestamente?

—Eso no importa, lo que tiene qu...

—Si eso no importa ¿por qué mencionas que tienes muchos?

—Es una expr...

—Bueno, entonces cuál de "todos tus poderes" vas a demostrar.

Él sonrió ante el entusiasmo de la chica, le parecía un poco molesta, pero prefería que sean así de curiosos a que estén llorando y tirándose en el piso por el miedo.

—Que te parece si te leo la mente: piensa en un número del uno al 10.000 o en lo que quieras.

—Okey... a ver. —Llevó su mano hacia su mentón para adoptar una pose pensativa—. ¡Ah, mi abuela! —gritó Sofía al darse cuenta de que ya había pasado mucho tiempo ahí arriba—. Lo siento, no tengo tiempo para esto. —Sin esperar a que responda cruzó por su lado corriendo y fue hasta su departamento.

Los cuatro pisos que tuvo que bajar ni siquiera los sintió de lo rápido que fue, estaba acostumbrada a ir por las escaleras. Al entrar, vio a su abuela en la misma posición en que "la dejo": cubierta con una manta, sentada al frente del televisor.

«Menos mal», suspiró aliviada. Luego, busco un lugar para sentarse y descansar, ahora si sentía el cansancio por lo que acababa de hacer. «Creo que será mejor no volver a subir por un tiempo, no quiero encontrarme con ese loco de nuevo», antes de que pudiera relajarse, escuchó que alguien golpeaba la puerta.

—¡Maldición, el loco me siguió! —Exclamó ella, sorprendida.

—¡Oye! Puedo oírte, ¿a quién llamas loco?

—Maldición, el loco me escuchó llamándolo loco —susurró.

—¡También escuché eso!

—¿Eh? —reaccionó sorprendida. «¿fue una coincidencia?».

—No es una coincidencia, ya te lo dije, tengo poderes.

—Vas a asustar a mi abuela, vete. —Miró hacia donde estaba sentada ella, y ni se movía—. Bueno, ya casi no escucha nada, pero no por eso vamos a estar hablando tan fuerte.

—¡Ven a abrirme!

Sofía se levantó, bajó el volumen de la televisión y apagó las luces de la casa. Luego, volvió a su lugar y se quedó en silencio.

—¡Eso no funciona si ya me respondiste antes! ¡No puedes hacer como si no hubiese nadie!

Aun así, Sofía lo ignoró. Prefirió seguir con su plan de aparentar que no había nadie para que se él fuera. «¿Debería llamar a la policía?».

—¡No! ¡Si los llamas pensarán que estás loca!

«Otra vez... ¿De verdad pue...».

—¡Si, de verdad puedo leer la mente!

—Ups. —Se encogió de hombros—, tal vez... sea mejor que hable con él. —Se levantó de su silla, prendió la luz, fue hasta la puerta y miró por la mirilla. El hombre de pelo rizado la saludó mientras mantenía una gran sonrisa—. Te escucho, ¿qué quieres? —pregunto a la vez que volvió a intentar mirarlo.

Justo cuando acerco la cara a la puerta, la cabeza del hombre atravesó la puerta.

—¡Buuuu!

—¡Aaaahhh! —gritó por el susto, al mismo tiempo que sé cayó hacia atrás, golpeándose con un mueble que había—. ¡Ay! ¿¡Pero qué rayos!?

—Solo estaba esperando que te acercaras, nunca hizo falta que me abrieras. —Le dijo mientras todo su cuerpo pasaba por la puerta.

Sofía miró a su abuela por reflejo, no quería asustarla con lo que estaba pasando, pero ella seguía sin enterarse de nada.

—¡Ey! No puedes atravesar las puertas de la gente así... debe haber algún tipo de ley que lo impida —dijo ella desde el suelo.

—¡Ja! Las leyes humanas se aplican para los humanos, yo estoy más arriba que eso.

—¿Si vives entre nosotros no significa qué tienes qué seguir nuestras leyes?

—Emmm... no, calla y deja de hacer todo tan complicado.

Ella se levantó, aún le costaba creer todo lo que pasaba. No sabía lo que era ese hombre que estaba adelante, pero era más que claro que tenía poderes y por lo tanto, iba a empezar a tomarlo en serio.

—Entonces... dime de qué se trata el mensaje que tienes para mí. —preguntó, temerosa.

—Sofía Medina, vengo a decirte que dentro de 31 días, podrás pedir un deseo.

—¿Eh? —respondió atónita.



Fin del capítulo 2

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