Capítulo 19: El precio de las buenas intenciones
El hombre de avejentado aspecto que acababa de entrar a la habitación de Sofía no perdía su animada expresión a pesar de que se notaba que no lo querían ahí.
El cuarto estaba oscuro y en completo silencio, salvo por uno que otro sonido que hacía Sofía o Faustino mientras dormían.
—Tan odioso como siempre —dijo el hombre sin dejar de cruzar miradas con él—. Nunca pude evitar sentirme curioso por tu actitud hacia los humanos, es muy diferente a la que tienes con nosotros. ¿No tendría que ser al revés?
Él se quedó en silencio, por lo que el hombre siguió.
—Acabo de terminar un trabajo aquí cerca y me tomé las molestias de venir a saludarte, ¿no deberías ser un poco más amable?
—No me interesa —respondió de mala gana.
—Auch... —cerró los ojos con fuerza como si le doliera la forma en que lo trataban—. Pasaron miles de años desde la última vez qué nos vimos, sabes lo raro que es poder estar en el mismo sitio en este mundo...
—Ya saludaste, ya puedes irte —remarcó.
La actitud del hombre cambió y se puso serio. Por primera vez desde que entró desvió la mirada hacia Sofía y luego de unos segundos volvió a aparecer su gran sonrisa.
—¿Quieres apostar por este humano? —preguntó sin quitarle la vista de encima a ella.
—Sabes que no me divierten ese tipo de cosas, me parece una tontería.
—Es una buena manera de pasar el rato —comentó a la vez que volvió a mirarlo—, además, no creo que sea buena idea hablar de esa forma de la actividad favorita de nuestro Creador.
—Si Él quisiese que pensara de otra forma, no me hubiese hecho como soy.
—Cierto... muy cierto —movió la cabeza en señal de estar muy de acuerdo—. Supongo que pasar tanto tiempo con los humanos me afectó un poco... Que curioso, ¿no? La humanidad es contagiosa... —dijo de manera burlona.
Él dejó de estar flotando encima de Sofía y se acercó hasta el hombre.
—No lo repetiré más, ya es hora de que te vayas.
—Okey, okey, lo siento. Mi curiosidad me pudo y no aguante de venir. —Se volteó y se preparó para irse—. Esperaré con ansias el final de esto, hay algo que no para de decirme que... será muy interesante. —Se quedó quieto por unos segundos, mirando hacia la puerta.
A él le pareció extraño, ya que estaba seguro de que ya debió haberse ido. Le costaba entender el comportamiento de su "hermano".
—Puede que sea la última vez que nos veamos —dijo el hombre en un tono tranquilo—. Qué frase más curiosa, ¿no crees? —Levantó la mano para hacer un gesto de despedida y desapareció.
La noche de él fue arruinada, no tanto por la aparición de otro de los suyos, si no por lo último que este dijo y la forma en que había actuado. Lo dejo bastante intranquilo, pero no quería darle vueltas al asunto.
Entender a otro de los suyos es algo que nunca pudo hacer una vez que se despojó de la mayoría de sus poderes. No era como el resto y esto... por momentos lo angustiaba. El no encajar ni con su especie, ni con los humanos.
No solía pasarle seguido, pero cada cientos de años, por pequeños instantes, a pesar de constar con el poder para tener todo, sentía que nada tenía valor. Ni siquiera él.
Pero ahora, se percató de algo muy interesante, sus días pasaban rápido y se estaba divirtiendo, hasta el punto de olvidar de si en verdad estaba actuando o si realmente disfrutaba de su día a día.
Mientras analizaba lo que sucedió, se enfocó de nuevo en Sofía y en el instante que la vio, tan tranquila, durmiendo, él sonrió de manera sincera. Tal vez, por fin encontró algo que tuviera valor...
El resto de la noche siguió como todas las anteriores, sin que pasara nada.
A diferencia de él, Sofía estaba de buen humor al levantarse, se encontraba algo ansiosa por lo de hoy. Al ir a la escuela guardó la caja que había hecho en su mochila, no iba a sacarla hasta la última hora.
Aprovecho el tiempo durante las clases para pensar bien de qué manera le dirá a la profesora sobre su "proyecto". El primer recreo lo pasó como siempre, salvo por estar algo preocupada de ver a Ian y Fátima juntos, para su suerte no lo hizo. Quiso hacerse la fuerte, pero hasta no verlos de nuevo no sabía cómo iba a reaccionar. De todas formas, tenía la mente en otro lado por lo que estaba bastante distraída. Cada vez que se acercaba más el momento de poner su "plan" en acción, los nervios y el miedo aumentaban.
«Ya casi es hora, ¿estás listo?», pensó mientras escribía en su cuaderno.
Sabía que faltaba poco para que terminara este módulo y cambiaran de profesor. La que seguía era la última clase, por lo tanto, la que estaba esperando.
«Alooo, ¿me escuchaste?», miró de reojo hacia su izquierda para verlo. «Has estado actuando algo extraño hoy, ¿sucede algo?».
—Hmmm, tal vez sea tu imaginación —respondió él, forzando una sonrisa—. No es necesario que te diga si estoy listo, ya que no hay nada que tenga que hacer.
«No lo digo por eso. Te noto algo distante», dejó de mirarlo y se enfocó en su cuaderno. «¿Es culpa mía por no haber pensado en nada sobre el deseo? ¿Por eso quieres distanciarte un poco?».
—No. Puedes tomarte el tiempo que quieras para pensar. Incluso si decides no hacerlo y no pedir nada, también es tu elección.
«¿Lo dices de verdad? ¿O solo quieres que no me preocupe?».
—¿Cuál será? —preguntó haciéndose el que pensaba—. Puede que sea un poco de las dos, quién sabe...
«Ahora si te estás comportando como normalmente lo haces», le dijo sonriendo.
Él se le quedó viendo por unos segundos sin decir nada. Estaba distraído con sus pensamientos, además, no le gustaba lo que estaba por hacer Sofía. Pero... no podía intervenir de manera directa.
«¿Qué? ¿Qué sucede? ¿Tienes algo que decirme?», preguntó curiosa por la actitud de su "amigo", la estaba viendo fijamente.
—No, no es nada. —Apartó la mirada y se enfocó en el frente.
«¿Seguro? Si algo que te moleste pue...».
La campana empezó a sonar, anunciando que terminó el módulo. Por lo que el profesor guardó sus cosas y se preparaba para irse. Unos instantes antes de que saliese, la profesora Pato entró con una gran sonrisa mientras saludaba a todos.
Era una joven mujer, de unos cuarenta y dos años, llevaba muchos años en la docencia. Su pelo era de color marron, formando varias trenzas. Solía usar ropa colorida y siempre mantenía una actitud despreocupada.
Al sentarse en su lugar, despidió a su colega y comenzó a tomar asistencia. Al terminar, se puso a charlar con los alumnos que tenía delante.
Sofía por su parte estaba bastante nerviosa, por lo que intentaba armarse de valor y calmarse.
«¡Tú puedes, Sofía! Si no cambias nada, todo será siempre igual. Tienes que hacerlo, que el miedo no te gane... es... lo que quieres hacer», estaba dándose ánimos para no echarse hacia atrás. «Tengo que hacer lo que quiero hacer, sin excusas de por medio».
Ya casi estaba lista para ir a hablar con la profesora. Quien no lo estaba era su "amigo".
«¿Es por lo de anoche?», al instante él lo negó. «No, no es solo eso. Es por esta humana, es extraño... yo... quiero intervenir», él miró de reojo a Sofía por un momento. «Tal vez debería... detenerla», pensó.
—Sofía...
«Ya lo sé, ya lo sé. No voy a hacer nada si sigo dándole vueltas», respondió ella al instante. «Además, es peor si sigo esperando, ¿no?», lo miró con una gran sonrisa y luego se puso de pie.
Él se quedó en silencio y solo aparto la mirada. Sabía que lo mejor era no seguir interviniendo y dejar que todo siguiese su flujo.
—Hola, Profe —saludo Sofía al pararse frente a su escritorio.
—Hola, Sofía. ¿Qué sucede?
—Emmm... verá... venía a pedirle un favor. Claro si es que está de acuerdo.
—Depende de que sea —respondió con una pequeña risa—. Dime, ¿qué necesitas?
—Bueno, eemm... he estado..., o sea, lo que quiero decir, es que estuve investigando sobre mi futuro.
—Eso suena bien. Es algo importante que tienen que hacer.
—Sí y va relacionado con esto. ¡Así es! Es algo relacionado.
Sofía se quedó en silencio viendo a su profesora, quien esperaba a que ella siguiera hablando.
—Estuve investigando para saber que carrera o que voy a seguir haciendo después de terminar la escuela —continuó contándole Sofía—. Y vi en varios sitios de internet que a esta edad es cuando realmente decidimos que es lo que queremos ser, además de otras características de nuestra personalidad que van a estar con nosotros por el resto de nuestras vidas.
—Suena interesante la verdad. Es lindo que te estés preocupando por tu futuro, pero ¿para qué me necesitas?
—Bueno... como estoy algo confundida y no sé cómo seguir, busque guías y ese tipo de cosas en internet... Resulta que una forma de saber que es lo que uno quiere, es resumirlo a una pregunta.
—¿Así? —preguntó curiosa la mujer—. ¿Cuál es?
—Si... tuvieras, o sea, si pudieras pedir 1 deseo, ¿Cuál sería? De esta forma se ve lo que realmente quieres.
—Tiene bastante sentido, suena divertido. Déjame pensar en qu...
—No me lo diga —interrumpió Sofía moviendo sus brazos para detenerla—. Esto es lo que le quería pedirle, ya que no tengo muchos amigos y creo que tener varias respuestas de chicos de mi edad me ayudaría a saber esto... pensé en que podría ayudarme —Se giró para mirar hacia adelante y que no pudiesen verle el parche que tenía en la espalda, y así poder sacarse la mochila—. Aquí traje esto para hacer un tipo de experimento.
La profesora miró con curiosidad la caja que había puesto frente de ella. Le gustaba como estaba decorada con esos papeles de colores, y al instante se dio cuenta para qué sería.
—Me parece una buena idea, Sofía. ¿Quieres que le diga a los chicos que escriban algo y lo pongan aquí, verdad?
—Algo así... más que nada, sugerirles, no obligarlos. Los que quieran sumarse que lo hagan, de manera anónima en el recreo, y escriban sus ideas para que luego yo pueda leerlas en mi casa.
—Entendido, me gusta la idea. Te ayudaré en lo que pueda —comentó con una sonrisa, luego se puso de pie y llamó la atención de la clase—. Chicos, aquí su compañera tiene algo que presentarles —Se volteó para mirar a Sofía así sigue ella.
—Esperaba... que se los dijera usted, profe —le susurró a la profesora.
—Anda, no tengas vergüenza. Tú lo harás mejor que yo.
Ella dejó escapar un pequeño suspiro y aun estando nerviosa, comenzó a decirles todo lo que hablo con la profesora. Al inicio le costó un poco expresarse, pero luego cuando tomó coraje siguió como si nada. Ni ella se esperaba que lo hiciera tan bien. Al terminar se fue y se sentó en su asiento, emocionada por el momento.
—Bueno, ya saben chicos. Los que quieran participar no tengan miedo, la caja estará encima de mi escritorio —les remarcó la profesora para terminar—. ¡Ah! Y como me parece algo muy importante, les voy a dejar los últimos veinte minutos previos al recreo para que piensen en que poner.
Esto hizo que todos festejaran, no porque quisieran participar, sino que les agradaba la idea de tener más tiempo libre.
«¡Que emocionante!, no puedo creer que haya hablado frente a todos», pensó Sofía mientras la profesora explicaba de qué va a ir la clase de hoy. «Quiero seguir haciendo cosas de este estilo, digo, tener una idea y hacerla sin miedo... o mejor dicho, a pesar del miedo».
No podía dejar de imaginarse lo que haría cuando llegase a su casa: leería algunas opciones que escribieron sus compañeros, hablaría con Yani, se le ocurrirá que desear y con todo esto resultó, podría disfrutar de la compañía de su "amigo" sin problemas. Todo en su mente marchaba de maravillas, por lo que ya quería que fuese ese momento.
Su corazón daba saltos de alegría y aunque seguía algo nerviosa, su emoción era aún mayor.
Luego de un buen rato, la campana sonó anunciando el recreo. Ella salió rápido como solía hacerlo y fue a su lugar. Al llegar, sacó su celular y comenzó a escribirle a Yani contándole lo que pasó y lo ansiosa que se encontraba.
«¿Crees que a alguno de mis compañeros le interese todo lo que dije? ¿Qué haré si hay otro que de verdad esté pensando en que estudiar o que hacer al terminar la escuela? ¿Y si viene para preguntarme qué tal salió mi "proyecto"? ¡Oh! ¿Y si se acerca y empezamos a hablar y nos hacemos amigos y empezamos a pasar tiempo juntos y se da cuenta de que soy divertida y a partir de ese momento todos los demás se acercan y los días en la escuela mejoran?».
No podía dejar de fantasear con esas ideas. Ni siquiera trataba de charlar, solo le decía lo primero que se le venía a la mente. Además de que son demasiadas cosas y no le daba tiempo a responder a su "amigo". Estuvo así durante todo el recreo, contándole lo que pensaba y los posibles resultados que se imaginaba.
Al sonar la campana, Sofía esperó por un rato antes de ir. No porque quisiera, sino que debía llegar cuando estuviera la profesora y por eso aguantaba un poco más.
Cuando por fin ingresó al aula la maestra, Sofía también entró con una gran sonrisa. Fue directo hacia la caja, la tomó y en el momento que se dio vuelta para ir a su asiento la profesora la detuvo.
—Un momento, Sofía.
—¿Qué pasa, profe?
—Tengo algo de curiosidad, pude ver por el pequeño hueco de arriba de la caja, que tiene varios papeles. ¿Qué te parece si lees algunos frente a todos?
—Ah... emm... preferiría hacerlo en casa —dijo avergonzada.
—Anda... no seas mala —insistió de manera alegre—. Me aguanté las ganas de escribir algo porque dijiste que querías la visión de chicos de tu edad, pero quiero saber que pusieron.
Sin esperar a que le respondiera, la profesora se puso de pie y llamó la atención de sus compañeros. Al ver esto, Sofía se dio cuenta de que ya no había marcha atrás, por lo que decidió hacerlo rápido para terminar de una vez.
Al abrir la caja y ver todos los papeles, una gran sonrisa apareció en su rostro. Era mucho mejor de lo que esperaba, estaba llena. Miró a su profesora, luego hacia sus compañeros y antes de que se pusiera más nerviosa por la mirada de todos, tomó una de las notitas.
«A ver... tú irás primero», pensó mientras lo desenrollaba.
Se quedó quieta y en silencio viendo lo que había escrito en el.
—¿Sucede algo, Sofía? —preguntó la profesora al ver que no decía nada.
—Ah... eh... no... nada. No le entiendo... no le entiendo la letra —respondió entrecerrando los ojos.
—Es lo que sufrimos los profesores, es difícil, no? —Se acercó un poco a ella—. Déjame ver así te ayudo a ente...
—No, no, no hace falta —dijo de inmediato apartando el papel para que no lo viese—. Creo que dice. —Seguía con los ojos entrecerrados para mostrar que le costaba leer—: Desearía... ser... un actor muy famoso. —Arrugó el papel con su mano y lo guardó en su bolsillo.
Varios en el aula se rieron, uno de ellos la profesora.
—Vaya... tal vez tengamos a una futura estrella. Por favor si lo logras, no te olvides de que te daba clases en la escuela —bromeó la profesora.
Sofía cerró la caja y se preparó para irse.
—Espera, espera, uno más... es interesante, ¿no?
—Ah, sí, es... interesante —respondió mirando hacia abajo. Luego abrió la caja y sacó otro papel.
—¿Otra vez te cuesta leerlo?
—Un poco —murmuró—. Desearía... poder viajar por el mundo. —De nuevo apretó el papel con su mano y lo guardó en su bolsillo.
—¡Aaahh! A mí también me encantaría hacer eso, hay tantos lugares lindos para visitar —comentó con alegría Pato—. ¿Qué más?
—Disculpe, profe, pero me gustaría ir al baño —pidió ella.
—Acaba de terminar el recreo, ¿por qué no fuiste en ese momento?
—Estuve ocupada... con otra cosa, perdón. ¿Puedo ir? —repitió.
La profesora asintió y de manera inmediata Sofía se dio vuelta y se dirigió a la puerta.
—Sofía, espera un momento. —La detuvo antes de que se fuera—. No puedes salir con la mochila, tienes que dejar tus cosas si quieres salir.
—Ah, perdón. ¿Me las puede tener usted hasta que regrese?
—Si, no hay problema.
Una vez que le entregó su mochila salió rápido, no iba a poder evitar que vean el pequeño parche que le había puesto a su camisa, aunque eso le importaba poco en ese momento. Al llegar al baño fue hasta el inodoro, cerró la puerta y antes de sentarse se fijó que estuviera limpio.
Se quedó quieta por unos segundos con la caja en su regazo, luego la abrió y leyó otro papel: "Desearía no tener que ver más tu feo rostro". Lo arrugo y lo guardó en su bolsillo. Al instante sacó otro más, "Desearía que dejes de venir a la escuela, así no tengo que verte". Otra vez, Lo arrugó con fuerza y también lo guardó.
«Uno más», tomó el siguiente y lo desenrolló. «"Desearía no tenerte de compañera". Este no puede ser el último», lo hizo a un lado y siguió con otros. «Desearía no haberte conocido. Desearía no estar en la misma aula que tú. Gorda, fea, nadie te quiere. Desearía que dejaras de venir de una vez por todas...», se detuvo para limpiarse las lágrimas que le caían. Trató de aguantar su llanto, pero no podía quitarse de la mente todas esas cosas que acababa de leer y empezó a llorar.
«¿Por qué? ¿Por qué son tan malos?», pensó frustrada y con un enorme dolor en el pecho por la situación. «No les hice nada y siempre me trataron así... ¿Por qué?», no podía contenerse. «No... no les hice nada».
—¡Di algo! —Levantó la voz y lo miró—. ¿Te vas a quedar callado viéndome así? ¿Acaso disfrutas eso?
—No creí que me estuvieras hablando, pensé que era algo más... para ti misma —contestó él manteniendo su sonrisa.
—¿Por qué son tan crueles conmigo? ¿Qué ganan molestándome? Hice esto con buenas intenciones, ¿no se supone que me traten de la misma forma? —dijo entre sollozos.
—Al mundo no le interesan las intenciones con las que hagas las cosas. Incluso las buenas obras pueden tener malas consecuencias, por eso se debe tener cuidado a la hora de actuar.
—Que... frustrante. ¿Entonces no sirve de nada esforzarse por ser buena? ¿No se supone que tenemos que ser de esa forma para que los demás sean así con nosotros?
—Lo único que realmente importa es ser inteligente. Da igual si eres bueno o malo, si te aprovechas de otros o no, solo debes tener una cosa en mente: tu felicidad es lo primero. Lo demás... deben ser sólo medios para llegar a mantener esta.
—Ser feliz a costa de otro suena... tan miserable.
—La realidad suele ser desagradable.
—No quiero creerlo... ni menos aceptarlo..., pero ya no sé qué hacer. Todo esto es... demasiado.
Él se quedó en silencio viéndola llorar. Ya pasó un rato desde que había empezado y aún así no se calma. Esto comenzó a molestarle, aun si él no entendía el por qué.
Sofía se puso de pie, levantó la tapa del inodoro, agarró un puñado de los papeles de la caja y los tiró adentro. Se preparó para hacer otra vez lo mismo y antes de que lo hiciera, él no pudo contenerse más y la detuvo.
—Tal vez... deberías leer un último papel —le indicó, viéndola con dulzura y una amable sonrisa..
—¿Eh? ¿Leer uno más? No quiero seguir viendo lo que pusieron, me da miedo encontrarme algo peor. —Arrojó los que tenía en la mano y se preparó para seguir con los que faltaban.
—Puede que el siguiente no sea tan malo.
Ella se detuvo y lo miró por un momento. Al cruzar miradas le pareció extraño que le "sugiriese" eso, por lo que se tomó unos segundos para pensarlo, en los cuales lo único que se escuchaba era el ruido de su nariz al evitar que se le cayeran los mocos.
—Uno más y puedes tirar el resto —insistió él.
Sofía asintió y de manera lenta, con un poco de miedo tomó otro papel.
—Ese no, otro. —indico él.
Ella lo soltó y escogió el que estaba al lado.
—Ese tampoco —repitió.
Empezó a ver entre los que había y escogió uno que estaba separado.
—Creo que mejor... te doy una mano. —Levantó su dedo índice y un papel se movió.
Esto hizo que Sofía sonriera un poco y al instante lo agarró. Se detuvo un momento antes de desarrollarlo, pero confiaba en su "amigo" por lo que dejó el miedo de lado y siguió adelante.
—"Desearía poder estar siempre junto a mi familia y ver como todos logran sus sueños" —leyó en voz alta. Al prestar un poco de atención, noto algo raro —. Esta letra... es de Ian.
—Ajam.
—¿Y qué se supone que haga ahora?
—¿Eh?
—¿Crees que por leer esto me sienta mejor?
—Si no recuerdo mal... mencionaste que no te importaba la opinión del resto de tus compañeros, solo la de Ian. La única persona que te interesaba se tomó en serio lo que hiciste y participó, ¿acaso no te importa eso?
—Suena mejor si lo dices de esa forma... Aun así... es difícil ignorar al resto.
—Por lo menos dejaste de llorar, es un avance, ¿no?
Ella lo miró y al ver la expresión que él tenía no pudo evitar sonreír levemente.
—Supongo... —contestó y se enfocó en el papel que tenía en la mano.
Mientras él la observaba se sintió bien al darle una ayuda a Sofía. Lo cual duró poco, ya que su expresión cambió en unos instantes, abrió los ojos con sorpresa al percatarse de "algo" que había cambiado por su intervención.
Una extraña sensación de culpa lo cubrió, era la primera vez que cometía un error de este estilo...
«Ah, maldición... lo siento, Sofía. No debí haber intervenido. Justo cuando acabo de darte una lección sobre las buenas intenciones y cometo este error», pensó él sin quitar la mirada de preocupación sobre ella.
Fin del capítulo 19
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