Capítulo 11: Lo que en verdad quieres
Sofía al entrar al aula se disculpó por la tardanza y fue a su lugar, no sin antes ver que no había nada en su asiento. Una vez que se sentó, apoyó la espalda contra el respaldo y se quitó la mochila esforzándose para que no se viese el hueco que tenía en su camisa. Luego, sacó sus útiles y se puso de nuevo la mochila, iba a estar con ella durante toda la clase para taparse.
Unos minutos después mientras escribía empezó a sentirse nerviosa. Quería salir del aula e irse corriendo, por más que tratase de disimular no podía evitar ponerse triste. Tenía miedo de mirar a sus compañeros, la forma en que la menospreciaban e ignoraban siempre le había dolido.
Se inclinó un poco hacia adelante, junto sus manos en su pecho, cerró con fuerza sus ojos y se centró en controlar su respiración. «Aguanta, aguanta, aquí no», pensó para tratar de ayudarse, Pero era inútil, estar en la escuela era malo para ella. «¡Quiero irme a mi casa! No quiero estar más aquí».
En ese momento recordó algo que vio en una película y trató de imitarlo: abrió los ojos y se enfocó en un punto en específico. «Bien... veo... una pared amarilla. Respira y concéntrate. Tiene... un cartel pegado con algunas reglas» entrecerró los ojos para tratar de leerlo, no porque le importase lo que había en el, solo era para distraerse. «No alcanzo a leer, tiene una letra muy chica. Okey... sigue enfocándote en objetos, emmm... el pizarrón, ¡wow! En qué momento el profesor escribió tanto».
Miró su cuaderno y se acomodó en su asiento, ya estaba un poco mejor. «Vaya... funciono, no puedo creerlo», pasó su mano por su pelo y sonrió levemente, era una pequeña victoria para ella. «Tiene sus ventajas ser invisible, supongo, nadie me estuvo viendo», suspiró un poco aliviada y agarró de nuevo su lápiz para ponerse a copiar todo lo que escribió el profesor.
Pudo soportar el resto de la clase casi sin ningún problema. Cada tanto se sentía un poco incómoda y no podía quitarse de la cabeza el deseo de irse. Pero debía soportarlo, ya estaba ahí y no tenía el valor para huir y aceptar el castigo que le podría poner la institución.
Acostumbrada a soportar, aguantó toda la clase. No le fue facil, pero era lo único que sabía hacer en estas situaciones.
Cuando por fin la campana sonó, anunciando el final de la escuela, una parte de ella estaba feliz y otra preocupada. Aunque era difícil que las chicas le hiciesen algo más, no debía descartar esa posibilidad. Espero unos minutos dentro del colegio antes de salir, una vez que pensó que ya era suficiente, salió. Para su sorpresa se encontró con el preceptor que estaba en la puerta, este la saludo y sin decirle nada se fue a su auto. Ella siguió como de costumbre y un par de cuadras más adelante pasó su preceptor y le tocó la bocina para que lo saludara.
Era imposible que esto no le sacara una sonrisa, que tuviera ese detalle con ella la hacía pensar que por lo menos a alguien le preocupaba, aun si era por su trabajo.
Todo siguió como de costumbre para Sofía: pasó por su hermano, llegaron a su casa, Martita se fue para volver más tarde, Sofía cocinó, luego ordenó su ropa y ayudó a Faustino a hacer lo mismo con la suya, hasta que se hizo la hora de ir al trabajo.
Las horas pasaron y llegó el momento de regresar a casa. Evito pasar por la tienda donde sé probó ropa, le daría pena ver a la chica que la atendió y no compró nada. Una vez en su hogar, al instante se puso a recalentar la comida, preparó todo y comieron mientras veían una película.
Era su rutina habitual, fuera de la escuela, no tenía nada que temer. Podia ser algo agotador para Sofía tener que hacer tantas cosas, pero no le molestaba, todo lo contrario, la ayudaban a mantener la mente ocupada y su corazón... "lleno". Evitando que notara lo vacío que en realidad se encontraba.
«¡Bien! Es mi momento de brillar, todo se resume a esto», pensó Sofía, sentada en una de las sillas de la sala. Estaba lista para empezar a coser su camisa. Su abuela se encontraba viendo televisión y Faustino lavando los platos, por fin tenía algo de tiempo libre. Mataba dos pájaros de un tiro: cuidaba a su abuela y arreglaba su ropa.
Unos minutos después.
«¡Ta daaa! ¿Y bien? ¿Qué te parece?», preguntó mostrando en alto y con orgullo como había quedado su camisa. «¿Me estás escuchando?».
—Sí, ya vi. Felicidades, supongo... —dijo él sin mucho entusiasmo. Como de costumbre, se encontraba flotando a su lado.
«Te dije que era buena en esto, de seguro cuando lo vean mi popularidad subirá», bromeó Sofia.
—¿Cuál popularidad? —Arqueó una ceja y sonreí de manera burlona.
«No seas malo», frunció el ceño y lo miró molesta. «Ya verás, solo espera hasta mañana».
Ella se detuvo mirando de nuevo la prenda, se notaba un poco el hilo y viéndola bien no le gustaba como quedaba. Dejó la camisa en la mesa y fue corriendo a su habitación. Empezó a buscar entre su ropa de cuando era niña y encontró una tela con marcas de huellas de gato. La agarró y se la llevó a la cocina, cortó la parte que le parecía linda y la usó como un pequeño parche.
«¡Ahora sí!, ¿qué opinas?», volvió a preguntar con entusiasmo.
—Creo que está bien —respondió llevándose una de sus manos al mentón para lucir más como "un crítico".
«¿Creo? ¿Creo? O sea que te gusta». Lo miró con una sonrisa, ya que para ella era una buena respuesta.
—No dije eso.
«Eres algo odioso, podrías haber respondido que te daba igual o que no te importaba o evitar la pregunta, pero elegiste decir "creo" y "esta bien"», argumento contenta.
Él apartó la mirada, ya que tenía razón, se le escapó esa respuesta.
«Y si a ti te gusta, un ser que presume de tener miles de años, que siempre trata de hacerse el profundo con malas frases y que constantemente quiere mostrar que es mejor que los humanos dijo eso... significa que mis compañeros se volverán locos al verlo».
—Estás exagerando. ¿Y como es eso de malas frases? —reclamó entrecerrando los ojos—. Tendrías que disfrutar de mi sabiduría, si te tomaras en serio lo que digo podrías de verdad ser popular.
«Ajam... como digas ser milenario», respondió para burlarse y seguir disfrutando de su victoria. «No cambies de tema y contempla mi subida hacia la cima de las relaciones sociales», presumía su camisa levantándola con orgullosa.
En ese instante, su hermano se dio la vuelta al notar que ella se estaba moviendo mucho.
—¿Qué haces? —preguntó confundido.
—¡Ah! Emmm, nada. Solo estoy viendo si no se descosía con el movimiento —se excuso evitando cruzarse con sus ojos, de lo contrario no podría mentirle—. No te distraigas y sigue mirando la televisión.
Faustino la miró desconfiado, no le convencía esa explicación. Pero quería seguir viendo la tele por lo que se dio vuelta.
Ya habiendo terminado con su camisa, ahora quería aprovechar que su hermano estaba con su abuela para irse a bañar. Le aviso antes de hacerlo y se dirigió al baño. Estaba por sacarse la remera y se detuvo. «Hmm, esto sigue siendo molesto», fue hasta el balcón, tomó su bikini, el cual lo dejaba en ese lugar para que se secara, y se dirigió directo a la ducha.
Se dio un largo y relajante baño. Era el único momento en que desactivaba todos sus pensamientos. El calor tan agradable la reconfortaba y el ruido del agua la hacía olvidar de todo.
Cuando terminó, fue a la cocina y junto con Faustino llevaron a acostar a Gladis. Luego fueron a su habitación para irse a dormir.
—¿Por qué llevas tu traje de baño a la ducha? —preguntó confundido el niño de pelo alborotado.
—Emmm... cosa de mujeres, estoy probando algo nuevo.
—Eso es raro, muy raro.
—Tú usas la misma ropa interior todos los miércoles y sábados, eso sí es raro.
—Es para la buena suerte, no lo entenderías.
—¿Cómo va a darte buena suerte eso?
—Pfff, ve a bañarte en bikini, mensa. —respondió para molestarla, aprovechando que no tenía argumentos para defenderse.
—¡Tú ve a... a... a usar tu ropa interior de miércoles y sábados!
—¿Eso es un insulto o qué? —Faustino sonrió victorioso, ya que su hermana era mala para "pelear".
Ya que Sofía no era buena para eso, y lo sabía, decidió tirarse encima de él y empezar a darle coscorrones. Puede que las palabras no sean su fuerte, pero es más grande que él y va a aprovechar eso.
—¡Bastaa! Eres una mala perdedora.
—Shhh, él que está perdiendo ahora eres tú.
Empujó hasta su cama a su Faustino y se fue a apagar la luz.
—Hasta mañana.
—Hasta mañana, mensa.
Cada uno se arropó en su cama y se acomodó para dormir.
«¿Crees que mañana me volveré popular?», Sofía de nuevo sacó el tema.
—Si no te conociera diría que estás preocupada y ansiosa por lo que te pase en la escuela —respondió él para molestarla.
Sofía se giró y abrazó una de sus almohadas. «Puede ser... pero se supone qué debo ser positiva, ¿no? Digo, se ve lindo dentro de todo».
—Es solo un pequeño parche.
«¿Y? Nadie más lo tiene... ¿Y si invento una nueva moda? Eso sí me haría popular».
—¿Acaso te importa serlo?
«No...», respondió desanimada. «Pero... suena lindo. O sea, si lo fuese me hablarían. Ian se me acercaría y diría "Hola, te ves bien esta mañana" y yo le respondería "¿tú crees? Risita, risita". "Si, siempre me pareciste linda" me diría, y yo le seguiría el juego: "¿en serio?". Él me contestaría "En serio, además eres muy divertida" sonrisa de galán y guiño conquistador».
—¿Por qué aun en tu imaginación solo haces preguntas y no haces algo más relevante?
«¿No te gusta la historia que estoy imaginando?».
—He visto mejores.
«Es que no llegue a la parte en la que me abraza o cuando me intenta besar. Sería algo com...».
—No es necesario —interrumpió al instante—. Está bien así, ya entendí de qué va la trama y cómo va a terminar.
«¿Crees qué suceda?», preguntó con una leve sonrisa y una pequeña esperanza dentro suyo. Como si se tratase de una llama que se esforzaba por mantener viva.
—No, pero eres libre de fantasear. —dijo de manera sería y fría.
«Justo ahora tenías que ser tan directo, así no se trata a una amiga».
—Ya te dije, yo no tengo amigos.
«¡Y no! ¡Con esa actitud no lograrás conseguir ninguno!».
—Ay, que problema... y a mí eso me interesa tanto —respondió de manera sarcástica.
«¿Nunca te sientes solo?», levantó la cabeza y trató de buscarlo en la oscuridad, pero al darse cuenta de que no veía nada volvió a la posición que estaba.
—A veces... —dijo él sin mucho ánimo, recostándose en el aire y mirando al techo.
Sofía abrió los ojos sorprendida por la respuesta. Hubo un pequeño silencio, lo suficiente para que ella entendiera que no estaba bromeando. «Y... ¿Qué haces cuando te sientes así?».
—Recordar cuál es mi propósito.
«¿Cumplir deseos?».
Una pequeña risa se le escapó a él al escuchar esa pregunta.
—No. Es otro, pero en parte están relacionados.
«¿Y cuál es?».
—No puedo decírtelo.
«Ya veo... no insistiré entonces».
—Oh, a veces actúas como alguien madura —respondió sorprendido, girando un poco para ver la expresión que llevaba Sofía.
«Sé bien lo que es sentirse sola y no usaría ese sentimiento de excusa para tratar de averiguar más sobre ti», dijo ella, sonriendo en medio de la oscuridad y con una mirada compasiva.
A él le pareció un poco extraño que estuviera con los ojos abiertos en menos de la oscuridad, "apuntando" justo en su dirección. No solo sentía como si lo estuviera viendo, sino que también, como si se entendieran.
—¿Y tú? ¿Qué haces cuando te sientes sola? —preguntó curioso, mirándola de manera fija.
Sofía inhaló hondo y dejó salir todo en un pequeño suspiro. «Yo... solo aguanto hasta que me sienta mejor», ella cerró los ojos y abrazó con fuerza su almohada. «Trato de verle el lado positivo y buscar algo para distraerme, así no tengo que pensar en ello. Empiezo a hacer preguntas o a imaginarme todo de una mejor forma y luego de un rato distrayéndome, solo... me olvido que estaba triste».
Luego de unos segundos sin respuesta, siguió.
«Es... una pésima idea, ¿verdad?», sin siquiera darle tiempo a que le digan algo se respondió sola. «Ya lo sé... pero es lo único que se me ocurre. Digo, no me imagino pensando en mi propósito».
—Es cierto que un humano no lograría mucho pensando en su "propósito", salvo algunas excepciones. En su caso es mucho más importante pensar en que es lo que en verdad quieren y quienes son.
«¿Qué quiero y quien soy? Suena... muy de película».
—Bueno... si quieres resumirlo y que suene mejor sería encontrar tu identidad.
«No es muy difícil, soy Sofía Medina, vivo e...».
—Si vas a empezar a contarme tu vida, te estás equivocando. Como te dije hace unos días, tu nombre no te define, ni tú género o el lugar donde vives. Puede que esto te ayude a saber ciertas ideas que tengas, pero hay cosas mucho más importantes: ¿Qué quieres? ¿Por qué quieres eso? ¿Qué vas a lograr con ello? ¿Y de qué forma quieres conseguirlo? Entre otras preguntas que te irán saliendo sobre la marcha.
Ella no pudo evitar sonreír con todo lo que estaba escuchando. «Ahora si parece una charla entre amigos. Gracias por los consejos. ¿Puedo preguntarte por qué me estás ayudando?».
—Hmm, supongo que decir esto me conviene —se excusó.
«¿Eh? ¿Cómo qué te conviene?, creo que solo tratas de poner una excusa para no admitir que me querías ayudarme».
—Tarde o temprano tendría que aclarar estas cosas. Después de todo, está relacionado con el deseo que tienes que pedir, del cual todavía no pensaste nada —le reprochó cambiando su tono con lo último que dijo.
«Ya iba a hacerlo, solo... que estuve bastante ocupada y tengo muchos días aún».
—Ajam... Bueno, por esa razón decidí darte un empujón, para que recordaras lo del deseo y ahorrarme el tener que explicarte esto más adelante cuando estés cerca de la fecha.
«Muy... conveniente, ¿no te parece?» cambió la posición en la que estaba acostada y se puso seria. Dejó de molestarlo y trató de pensar en las cosas que le había dicho. O por lo menos lo intento, ya que un par de minutos después se quedó dormida...
Unas horas después, ya de madrugada.
Faustino ya se había bajado del autobús y estaba sentada ella sola.
«Bien, es viernes, es el último día de escuela de la semana. ¡Tú puedes! Es tu momento antes de saltar a la fama», pensó Sofía para animarse y evitar estar nerviosa. «¿Tienes algún consejo previo o algo que decir antes de que sea popular?» preguntó levantando la cabeza para cruzarse con la mirada de su amigo, el cual como de costumbre se mantenía flotando a un lado de ella.
—¿De verdad quieres serlo? —le preguntó él, mirándola de manera fija.
«Bueno... no», respondió mientras veía por la ventana del colectivo. «No me importa, solo estoy bromeando para tomarme con humor todo esto».
—¿De verdad no te importa? —Insistió, luciendo su enorme sonrisa.
«Ya te dije que no».
—Si en el fondo quieres que te miren y que ellos hablen contigo, no sirve de nada tratar de ocultarlo e intentar hacerte la fuerte.
«Es normal querer que te traten de la misma forma que a los demás», dijo desanimada.
—Entonces, haz algo para que lo hagan. En vez de ocultarte en "no los necesito" o "voy a estar bien así", solo... intenta hacer que te miren y hablen.
«No lo s...».
—¿A dónde fue toda esa confianza que tenías?
Ella evita mirarlo, no quería ver su expresión burlona.
—¿No será que en realidad... sabes que eres mala cosiendo? —la provocó.
«¡Ey! Puedes insultarme a mí o burlarte de lo que pienso, pero no dejaré que te metas con una de las pocas cualidades buenas que tengo», lo miró molesta, siguiéndole la broma. «Además, dijiste que te había gustado», sacó a la luz la única carta que tenía para molestarlo.
—Nunca dije eso —murmuró, desviando la mirada para no cruzarse con sus ojos.
«No lo dijiste directamente».
—Entonces... demuestra esa seguridad con tus compañeros, futura chica popular —dijo él de manera firme y con determinación, viendo a Sofía a los ojos.
«Tienes razón... debo mantener mi actitud. ¡Ya sé lo que tengo que hacer!», se levantó decidida y confiada. «Voy a hablar con alguno de mis compañeros hoy. Es momento de actuar como se debe y dejar de buscar excusas o culpar a los demás».
El autobús frenó en la parada de la escuela y ella bajó con su objetivo en claro. Se detuvo en frente a la entrada de la escuela, respiró hondo y suspiró. «Aquí vamos...».
Fin del capítulo 11
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