DIA 4: CHUPÓN

-¡Hey, Jedediah!-Llamó alegre Octavio a su "mejor amigo".

Había logrado escaparse de sus responsabilidades como emperador y general por un rato y decidió ir a pasar el rato con su amado vaquero.

Aprovechó el túnel construido entre ambos dioramas (con permiso de Larry tras una larga noche de negociación para convencerlo de dejarlos hacerlo con la excusa de poder comunicarse y poder comercializar mejor con los vecinos, como ellos mismos dijeron) para poder tardar menos y poder así pasar más tiempo con el rubio.

Al llegar al viejo Oeste buscó con la mirada a Jedediah entre todos los vaqueros y damas del diorama. Pero por más que buscó, no lo encontró. Extrañado, decidió ir a la taberna del diorama, a ver si por casualidad lo encontraba ahí.

-Buenas noches, general Octavio –le saludó una mujer castaña con una cesta llena de flores.

-Buenas noches, señorita Foster. –contestó cortésmente Octavio.

-¡No hace falta tanta formalidad! –le comentó la joven divertida- Elisabeth está bien.

-Bien, entonces –siguió el romano- Elisabeth, ¿ha visto usted al Sheriff Jedediah?

-Sí, lo vi hace un rato con el señor Monroe. Me parece que iban de camino a la cabaña de Jed.

Eso molestó de alguna forma a Octavio. Agradeció con una sonrisa a Elisabeth, la cual fue regresada acompañada de una de las flores que tenía en la cesta.

De camino al lugar indicado anteriormente, Octavio no pudo evitar pensar en aquel hombre. Jean Monroe. El mejor amigo de Jed en el viejo Oeste. No sabía mucho de él. Su nombre, que era el mejor amigo de Jed y... y eso era todo.

Sí, es verdad que durante los 56 años que estuvieron luchando lo vio más de una vez al lado del rubio, ayudándolo o curándolo, pero solo eran amigos. ¿O no?

Entre tantos pensamientos, no se dio cuenta que ya se había plantado en la puerta de su (futura) pareja. Dudó en picar, así que decidió mirar por la ventana de la cabaña. Ahí estaba el rubio que le hacía perder la respiración y su compañero de la noche. Se estaban riendo, seguramente de algo que él no entendería. ¿Se estarían riendo de él? ¿De su pueblo y cultura? ¿O simplemente de él, de Cayo Julio César Octaviano Augusto?

-Hombre, ¿pero cuanto tiempo llevas ahí? –le preguntó de repente una voz masculina sacándolo de sus pensamientos. Miró hacia arriba y vio que el que le hablaba no era otro que Jean.

-¿Disculpa? Estaba con mis propios pensamientos...

-Que cuanto tiempo llevas aquí fuera –le volvió a preguntar Jean.

-¡Ah! Un rato nada más –dijo con una sonrisa tímida.

- Pues será mejor que entres. –dijo algo ¿celoso? ¿Molesto?- El Sheriff quería verte. Y yo no lo haría esperar, ya sabes cómo se pone de nervioso cuando tiene algo claro y no lo puede tener de inmediato.

Con eso dicho, Jean se marchó, dejando al romano confundido. No sabía qué hacer, pero al entrar sus dudas se disiparon, sobre todo con esos ojos azules, esa sonrisa tan brillante...y ese cuello sin pañuelo rojo al descubierto.

-¡Octy! ¡Creía que hoy no te vería! Pensé que estarías ocupado con tus hombres, ya sabes, con los entrenamientos y todo es-¡AH!

Jedediah calló de repente ya que Octavio había, literalmente, atacado su cuello. Al principio empezó con suaves besos, pero al ver las reacciones de Jed a sus labios, tomó más coraje.

-O-Octy, que te pa-¡ah! sa~

-Cállate. –demandó el moreno.

-Pero-

Jedediah calló, ya que el romano empezó a lamer su cuello, haciendo que el vaquero comenzara a estar duro. Intentó disimularlo, pero todo se fue al carajo cuando Octavio se sentó a horcajadas encima de él y empezó a moverse, volviendo al rubio más loco aún.

Las manos de Jed intentaron ir a las caderas de su romano, pero este lo detuvo. Iba a castigarlo por esa pequeña traición (según Octavio era una traición que su pareja hablase con Jean). Se sacó la capa y ató como pudo las manos de Jed con ella. A su vez, el vaquero estaba en un estado entre confundido y excitado. Confundido por la actitud del más bajo y excitado por los movimientos de su cuerpo, pero sobre todo de sus labios en su propio cuello. Así que intentó dejarse llevar por las sensaciones placenteras que su novio le brindaba.

Pero una vez más esa paz se fue al infierno cuando los labios de Octavio fueron cambiados por sus dientes.

-¡OCTAVIO! –chilló ante la mezcla de placer y dolor.

-Eres mío. Solo mío.

-Sí, sí, ¡SÍ, JODER! –gimió Jed desesperado por una mínima atención al resto de su cuerpo a parte de su cuello- Octy~ Tócame, por favor.

-No –gruñó el nombrado- Te voy a enseñar a no ponerme celoso de esa manera.

-¿Celoso por qué?

-¿Crees que no te vi hablando con Jean?

Ahora Jed si que estaba del todo perdido. ¿Por qué estaría Octavio celoso de Jean? Solo eran amigos que se conocen desde el inicio de sus nuevas vidas en el museo, pero nunca hubo interés por parte de ninguno en pasar de solo amigos.

Al final Jed se rindió y decidió burlarse un poco del hombre encima de él.

-¿Crees en serio que cambiaría a un romano tan hermoso y leal como tú? No, cariño. Me ha costado mucho tenerte aquí encima. Y no lo cambiaré tan fácilmente. Además, ¿tú puedes estar celoso de Jean y yo no puedo estar celoso de tu amistad con el caballero ese de pacotilla? No me parece muy justo, Kemosabe.

-¿En serio crees eso de mí?

-Demonios, sí. –le susurró gentilmente Jed a Octavio.- Te amo demasiado, Octy.

-Yo también te amo, Carissime.

Tras eso, Jed aprovechó que Octavio se había apartado de su cuello y beso al moreno en los labios. El beso fue correspondido. Era un beso lento y largo, el cual quería expresar todo lo que ambos sentían.

-Ahora que hemos aclarado esto –habló el rubio después de romper el beso- ¿Follaremos?

-¡JEDEDIAH! –exclamó sonrojado Octavio por la forma en cómo Jed se había expresado, haciendo reír al otro por su reacción- Sabes, iba a proponerte hacer el amor durante el resto de la noche, pero se me quitaron las ganas. Tal vez mañana. –siguió Octavio bajándose de Jed y dándose la vuelta a tiempo para no reírse ante el puchero del más alto.

Se dirigió hacia la puerta, no sin antes lanzarle el pañuelo rojo a Jed y burlarse una última vez de él.

-Si yo fuera tú, me lo pondría. ¡Hasta mañana, Carissime!

Dicho esto, salió de la casa agitando sus caderas. El rubio se quedó un rato ahí sentado mirando embobado el pañuelo. Después de un rato, se levantó y se miró al espejo para ver a qué se refería Octavio con lo de "necesitar el pañuelo". Se acerco y al instante comprendió a qué se refería. Justo donde el romano le había mordido, se había formado un CHUPÓN considerable.

-Genial –habló al aire- esto tardará en irse. Como te pille, pelo escoba, no vas a poder caminar en una semana.

Se rio de la situación, se puso el pañuelo, se arregló la ropa y se fue a ver a quien podía ayudar en el pueblo aquella noche.

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¡HOLA! ¿Cómo lleváis las fiestas? Yo desde aquí os mando muchas felicitaciones. y como regalo de Navidad/Inicio de año os dejo una nueva parte de esta historia. Aviso que a partir de ahora se pondrá más suculento (oh yeah xd)

Si os a gustado dar a la ⭐ y comentar todo lo que queráis.¡¡ Mil y un abrazos!!!

TANIA ♥️

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