★ D7 ★
Los rayos del sol transpasaban las hojas de los árboles.
El cantar de las aves reinaba el lugar, aunque interrumpidos por un pequeño grito de queja.
Escondido, entre las raíces de un árbol, un agujero y adentro un pequeño niño. Gritaba tratando que alguién lo escuchara, pero no todos entran al bosque a menudo.
–Ay... Mi tobillo... ¿Dónde está el señor Aioros cuando lo necesito? ... Siempre está siguiéndome a todos lados...
~ Mientras tanto en el lugar de entrenamiento~
–¡Shura!... ¡¡¡Shuraaaaaa!!!
–¡Aioros ya callate! ¡Llevas gritando media hora!
–... Perdón Saga, pero no encuentro a Shura, lo he buscado por todas partes pero no sé dónde se metió.
–... ¿En serio lo perdiste?... ¿Tú que andas día y noche tras de él?... ¿Ya le preguntaste a Afrodita o a Camus?.
–No... Aun no, pero lo haré, gracias Saga.
El peli-azul observo irse a su compañero y por su propia cuenta echó un vistazo al rededor.
Antes de retirarse, escuchó una campana, a lo lejos, que le resultaba familiar.
~ Con Shura ~
El pequeño estaba mirando con atención los pequeños peluches, dibujos y objetos que había un poco más al fondo del agujero. Parecían viejos y estaban llenos de polvo, por alguna razón había dos de cada cosa aunque con pequeñas diferencias.
Le hicieron gracia algunos dibujos, aunque no sabía de quien eran o quienes estaban representados en los garabatos.
Nuevamente se quejó y trato de tocar su tobillo, pero se arrepintió antes de y alejó su mano.
–Mmm... No voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar...
Se repitió con pequeñas lágrimas, tratando de que no rodarán por sus mejillas, por ende las limpió con sus muñecas.
Afuera, cerca del árbol, se encontraba el geminiano, caminando tranquilamente y viendo todo el lugar, buscando algo. De un momento a otro, se quedó estático, como recordando algo, bajó la cabeza y continuó buscando.
–¿Hay alguién aquí?
Para el pequeño, esa voz era la de un angel, la reconocía y lo tranquilizaba.
–¿Señor Saga?... ¡Estoy aquí adentro!
El mayor se agachó y miro al pequeño lastimado, su cara parecía bastante seria pero en realidad estaba preocupado y eso lo sabía su contrario.
–No se preocupe señor, sólo me duele un poco el tobillo...
–Tranquilo.. Mira, a un lado de tí, deberían haber una especie de escaleras, si puedes subir por ellas podré ayudarte.
Su voz era tranquila.
El pequeño buscó a un lado, entre el musgo y enredaderas, ahí tal como había dicho el mayor había unas escaleras hechas con la misma tierra. Subió por ellas, hasta dónde pudo sentir que tomaron su mano y lo jalaron para salir.
–Pensé que nadie venía al bosque ¿cómo me encontró?
–Digamos que... Hace unos años este fue un escondite de dos.
Una respuesta simple, pero difícil de entender la primera vez.
Cargó al pequeño y lo llevó de regreso al campamento con los demás, donde el castaño estaría esperando preocupado.
»Hermano... Parece que nuestro viejo escondite ya no es tan secreto« pensó y sonrió ladinamente para sí mismo.
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