Día 2: Caricias

La feliz pareja estaba recostada sobre la alfombra frente a la chimenea, disfrutando de la mutua compañía. El de túnica tenía su cabeza recostada sobre el regazo de su pareja, quien acariciaba su cráneo suavemente. Había sido un día tranquilo, y la temperatura estaba tan agradable que podían estar bastante cómodos allí y sin problema alguno.

Alter tarareaba feliz ante las caricias, un sonido que su amado encontraba adorable. Sonrió para sí, pasando a acariciar su mejilla con ternura. El de túnica giró su rostro, depositando un beso sobre su muñeca.

—Adoro tus caricias. — Susurró en tono dulce. Geno se sonrojó, aunque el no pudiera verlo. Continuó acariciando su mejilla, sintiendo los huesos de su rostro bajo la yema de sus dedos. Era un momento tan simple pero tan especial para ambos.

—Y yo te adoro a ti. —

Alter levantó su mano, acariciando el brazo de Geno con suavidad. El se estremeció ante el toque, su corazón, si tuviese, acelerándose. Atrapó la mano de Alter, entrelazando sus dedos mientras continuaban explorando el cuerpo del otro con caricias ligeras. Nada tenía que pasar a más, pues cuando amas, incluso el tiempo en un mismo sitio resulta ser gratificante.

Geno acariciaba el cuello de su pareja, quien suspiraba cerrando sus ojos. Lentamente, el de bufanda se inclinó, depositando un suave beso sobre su frente. Alter abrió los ojos, sonriéndole radiante. Se irguió, quedando sentado frente a él, después de tantas caricias y comodidad, simplemente podían disfrutar de esto.

Alter acunó el rostro de Geno entre sus manos, acariciando los pómulos de su rostro con los pulgares. El cerró sus ojos, perdido en las sensaciones. Sintió a Alter acercarse más, hasta que sus frentes quedaron unidas en un gesto íntimo. Abrió los ojos, perdiéndose en la profundidad de la mirada de Alter. Lentamente, acortaron la distancia entre ellos, fundiéndose en un beso lleno de dulzura. El de túnica rodeó su cuello con los brazos, y Geno lo atrajo más hacia sí por la cintura, ese era su amado, de nadie más, y no deseaba compartirlo ni un poco.

Siguieron compartiendo besos y caricias, repartiendo amor mutuo con cada roce y toque. En la intimidad de esas cuatro paredes, lejos de miradas indiscretas, podían ser libres de expresar su amor. Y se entregaban por completo a ese sentimiento que los unía, explorándose en cuerpo y alma a través de esas tiernas caricias. Demostrándose sin palabras cuán profundo era su vínculo, no necesitaban nada más que eso.

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