Glazing in each other's eyes
Era silencio mezclado con respiraciones todo lo que se podía escuchar. Un lejano tictaquear del reloj también, pero tan leve e irrelevante que apenas podían tener en cuenta.
No apartaban los ojos del otro. Cómo si su vida dependiese de ello, ninguno sería el primero en apartar la mirada. Los segundos podrían convertirse en minutos, los minutos en horas, que ellos no dejarían de mirarse.
Kirishima sonreía confiado, como de quien sabe que tiene el primer puesto en una competición antes de que se dé el veredicto, y Bakugou tenía su expresión enfadada de costumbre. Mientras el rubio se cruzaba de brazos, el pelirrojo se apoyaba en la mesa, con las piernas cruzadas y expresión relajada.
Kirishima decidió recogerse el cabello, que llevaba suelto, con una goma que tenía en la muñeca. No apartó, sin embargo, la mirada del rubio, manteniendo su sonrisa.
Mientras se recogía el cabello, la camiseta se le levantó, dejando ver parte de su piel. Inconscientemente, Bakugou desvió la mirada hacia esa parte.
—¡Ja! ¡Has perdido!
Bakugou bufó, pudiendo pestañear por fin mientras Kirishima chocaba la mano con Kaminari.
—¡Tío, eres imbatible! —dijo Kaminari, alegre.
—¡Lo sé! —rió Kirishima.
Los demás dejaron de contener la tensión y aplaudieron a Kirishima. Bakugou había sido el último en ir contra el pelirrojo, que era, indudablemente, el campeón del juego de mirar sin pestañear.
Todo había empezado con un pique entre Kirishima y Kaminari cuando el pelirrojo dijo que nadie, excepto su padre, podía vencerle en el juego. Kaminari intentó, pero no aguantó. Sucesivamente se fueron uniendo todos, pero incluso Tokoyami no pudo aguantar. El último fue Bakugou porque lo veía una chorrada.
Al final lograron picarle y convencerle, pero el resultado había sido el mismo que con el resto de los alumnos.
—No te sientas tan orgulloso de haber ganado en una chorrada de estas, idiota —dijo, rodando los ojos.
Sin embargo, sonrió. Kirishima se veía tan contento que no podía evitar contagiarse de aquella felicidad. Sin embargo, el toque de queda sonó en toda la residencia, diciéndoles que iba siendo hora de volver a las habitaciones.
—¡Vamos, chicos! —animó Iida, asegurándose que ninguno se quedaba rezagado.
—También hay chicas, por si no te has dado cuenta —apuntó Mina, cruzándose de brazos mientras pasaba por delante.
—¡Era genérico! —se apresuró a decir, pero la chica no aceptó esa excusa.
—¡Y una mierda! ¡Aprende a decir los dos!
Bakugou se dirigió a su habitación, decidiendo que ya había hecho su buena acción del día socializando con todos —y todas— de la residencia.
—¡Bakugou!
Se giró para ver a Kirishima, que se lanzó hacia él. El rubio le atrapó en un inesperado abrazo que casi hace que ambos cayesen al suelo.
—¿¡Qué haces, idiota?!
—¿Acaso no puedo abrazar a mi novio? —hizo un puchero.
—Puedes hacerlo, pero te agradecería que no me matases en el proceso.
Kirishima rió y Bakugou suspiró, esbozando una sonrisa. Los ojos de Kirishima brillaban con luz propia, y era difícil evitar el impulso de admirarlos.
—Un abrazo no te matará —sonrió divertido.
—Quién sabe. Tienes un quirk que podría hacerlo.
—Sabes que no lo usaré. Tengo métodos mejores —guiñó un ojo.
Bakugou arqueó una ceja y Kirishima le tiró hacia abajo de manera repentina, prácticamente robándole un beso.
Bakugou apenas pudo reaccionar cuando Kirishima ya estaba en la puerta de su habitación, con la misma sonrisa victoriosa que tenía durante el juego.
—No te sientas mal por perder, la verdad es que hice algo de trampa —dijo culpable, ya desde el interior de su habitación—. Buenas noches.
Kirishima cerró la puerta, dejando a un perplejo Bakugou que solo pudo pestañear ante la rapidez de los acontecimientos.
Ni siquiera había podido corresponder correctamente al beso —y, definitivamente, necesitaba más de uno—, luego le soltaba que había hecho trampa y se iba a dormir. ¿Qué demonios...?
«Tengo métodos mejores».
Recordó las palabras que soltó momentos antes y empezó a aporrear la puerta, escuchando a Kirishima reír desde dentro.
Desde que ese pelirrojo había descubierto el efecto que sus besos causaban en él, no había parado de usarlo en su provecho y, la mayoría de veces, en ridículos juegos que parecían divertirle tanto.
Suspiró mientras escuchaba que los demás empezaban a salir debido al alboroto.
—¡Me las pagarás mañana, idiota!
Escuchó una risa en respuesta y bufó, pero sonrió también. Metió sus manos en los bolsillos y se dirigió a su habitación.
Algún día, ese pelirrojo le enloquecería, o le mataría. Quizá las dos cosas.
Y lo peor era que con gusto aceptaría.
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