i. in her dreams
chapter one!
001. in her dreams
claire.
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SEIS MESES.
Llevaba desaparecido seis meses.
De diciembre a junio. Había contado cada momento, cada segundo, cada hora, cada día, cada semana y cada mes. Había contado cada respiración... preocupándose, suplicando, rezando a todos los dioses que conocía para que le dieran una señal, para que la ayudaran a encontrarlo, a traerlo de vuelta a casa. Suplicaba oír su voz, recordar su risa, la sensación de sus brazos alrededor de ella y el olor del aire marino, un aroma dulzón y salado que la calmaba y la ayudaba a conciliar el sueño en las fogatas nocturnas, acurrucada junto a él cuando le robaba los malvaviscos y lo clavaba en su palo. Oírle susurrar su nombre y despertarla cuando llegaba la hora de volver a sus cabañas. A reírse cuando él le movía el brazo de un lado a otro, caminando ridículamente hacia la colina y ella debía correr detrás de él para seguirle el ritmo, antes de que la abrazara con fuerza justo delante de su cabaña y le diera un beso de buenas noches, y Claire volviera a besarlo porque era muy ridículo... y ella caminara hacia su puerta, sonrojada y radiante; por una vez nunca más feliz en su vida que tenerlo con ella, vivo y a su lado... para luego devolverle el saludo y ya encontrarlo haciendo una cara bonita mientras se alejaba...
Y Claire olvidaba qué momentos eran reales y cuáles momentos había empezado a soñar.
Sin él, estaba perdida. Con todo lo que habían pasado, él se había convertido en algo sólido; algo tan real en esta vida que ella confiaba en no perder jamás. Lo cual había sido una fantasía ingenua. Pero se lo había creído a pies juntillas, porque él lo hacía parecer sencillo. Él sobrevivía a todo. A cada lucha y a cada victoria notable. Volvía con esa estúpida sonrisa en la cara y ella corría a sus brazos, o le daba un puñetazo en el hombro o le besaba la sonrisa de los labios. Percy Jackson era la roca de Claire Moore, su estabilidad, su vínculo con la vida cuando olvidaba que aún formaba parte de ella. Era su mejor amigo y su compañero de batalla. Él había sido su esperanza y su motivación para sobrevivir. La sacó de las profundidades del abismo y le enseñó a nadar para mantenerse a flote. Cuando todos abandonaron a Claire Moore, él le prometió que nunca lo haría.
Y luego se lo quitaron. Se lo arrancaron y eso la dejó sin aliento y dolorida; perdida, sola y desesperada. Todavía luchaba por mantenerse a flote; mantener la cabeza por encima de la superficie, pero no importaba lo que hiciera, no importaba cuánto lo intentara, por mucho que luchara, discutiera y maldijera a todo el cielo, nadie le permitiría nadar más profundo para levantarlo a él también.
Tuvo que esperar seis meses... sabiendo que él estaba ahí fuera. Sabiendo que si se iba, podría encontrarlo. Sabiendo que si encontraba su camino, podría volver a verle. Pero tuvo que esperar. Tuvo que ser paciente. Tuvo que contar sus respiraciones, contar las noches que durmió con sus jerséis y lloró bajo las sábanas de la cama, contar los días que se sentó a la orilla del lago, desesperada por saber si él la oía susurrar su nombre... aterrorizada por la posibilidad de que, cuando por fin llegara el día en que volviera a verle, él no la recordara en absoluto.
Y Claire sabía que eso la destrozaría.
No dejaba de mirar por encima del borde del barco. No se había movido en todo el viaje al Campamento Júpiter. Su corazón latía con fuerza como si estuviera fuera de su pecho; no lo suficientemente cerca como para que ella lo alcanzara y lo obligara a volver a su lugar.
Y tampoco nadie había tenido el valor de hablar con ella. La habían dejado sola desde que subieron. Sabía que algunos habían pasado la mirada, sólo para comprobar si no había saltado para hacer el viaje más rápido, sabía que Annabeth estaba preocupada por ella. Sabía que Cain podía sentir exactamente lo mismo, y le dijo a Annabeth todo lo que sentía. Sabía que Jason la miraba con cautela. Sabía que Savreen se esforzaba por no acercarse a ella. Sabía que Piper le había dicho a la hija de Harmonía que la dejara tranquila y sabía que Leo Valdez intentaba ser lo más rápido posible para llevarlos adonde tenían que ir.
Si alguien le dirigía la palabra a Claire Moore ahora mismo, ella desearía decirles que los agarraría por el brazo y se lo retorcería dolorosamente a la espalda antes de arrojarlos por la borda, pero sabía que la verdad era que si alguien le dirigía siquiera una palabra, Claire podría romper a llorar.
Estaba tan cerca de volver a verle. Tan, tan cerca. Él estaba ahí fuera, justo debajo de ella. Miraba hacia fuera, pero ni una sola vez hacia abajo, estaba demasiado asustada para hacerlo. ¿Y si no la recordaba? ¿Y si había encontrado a otra persona? ¿Y si ella corría a sus brazos y él la miraba y le preguntaba si la conocía? No podía enfrentarse a esa posibilidad. Ha pasado demasiado tiempo. Le echaba de menos. Quería que volviera. Quería que sus brazos la estrecharan. Quería que dijera algo estúpido. Lo extrañaba. Y sin embargo, estaba ese molesto Diablo en su hombro izquierdo susurrándole al oído: ¿y si...?
Pero, ¿y si él no está allí?
Pero, ¿y si no se acuerda de ella?
Pero, ¿y si ya no la ama?
(No es que él la ame... nunca tuvieron la oportunidad de decir la palabra con 'A' antes de que Hera decidiera arrastrarlo a ninguna parte y borrar sus recuerdos.)
Claire se preguntó si se había quedado petrificada, congelada en el Argo II. Absolutamente petrificada de a quién encontrará. ¿Lo volvería a conocer? ¿Correría hacia él, lo miraría y le preguntaría si todavía lo conocía?
Podía oír a Annabeth paseándose por la cubierta detrás de ella, comprobando una y otra vez, hasta tres veces, todo. Claire confiaba en que se aseguraría de que todo estuviera listo cuando estuviera demasiado distraída para siquiera pensar en nada de eso. Estaba agradecida de asegurarse de que todo estuviera bien solo para tratar de mantener a Claire tranquila, pero también a sí misma. Percy no era el novio de Annabeth, pero era uno de sus amigos más cercanos. Era de la familia. Había perdido a su hermano durante seis meses, y ahora tenía que asegurarse de que todo funcionara para recuperarlo. Había comprobado que las ballestas tenían puesto el seguro. Confirmó que la bandera blanca que indicaba que venían en son de paz ondeaba en el mástil. Repasó el plan con el resto de la tripulación y el plan de emergencia, y el plan de emergencia del plan de emergencia. Incluso se aseguró de que el miembro más violento de la tripulación se hubiera tomado la mañana libre y se quedara en su camarote para ver las repeticiones de los campeonatos de artes marciales mixtas. Lo que menos necesitaban era que el entrenador Hedge saliera volando en un trirreme griego mágico hacia territorio, blandiendo una porra y gritando: "¡MUERE!"
La hija de Apolo agarró su collar de cuentas, su pulgar rozó la concha que Percy le había dado hace más de seis meses. Se inclinó y apretó los labios contra ella, cerrando los ojos y aspirando el olor del océano, el olor de él.
Los ojos de Claire se abrieron; sus hombros se pusieron rígidos cuando sintió un escalofrío desagradable que le recorría la espalda. Su respiración se entrecortó y se dio la vuelta, preguntándose quién estaba allí. No encontró a nadie, pero su corazón dio un vuelco de terror... Reconocía esa escalofriante sensación. La llevaba de vuelta a un momento de su vida que preferiría olvidar. Completamente sola en un horror oscuro y misterioso donde nadie estaba ni vivo ni muerto.
Sabía que debía de estar imaginándolo. Sus nervios y pensamientos hacían que sus miedos la atormentaran. Respiró hondo y se enderezó, apartándose el pelo de la cara. El buque de guerra descendió a través de las nubes, pero Claire no podía dejar de pensar en todo lo que podría salir mal. ¿Y si era una mala idea? ¿Y si los romanos estaban esperando para dispararles desde el cielo? ¿Y si Percy ni siquiera estaba allí para recibirla? ¿Y si no lograba su parte del intercambio? ¿Y si...?
El Argo II no era un buque de aspecto amigable. Tenía sesenta metros de eslora, con el casco revestido de bronce, ballestas de repetición montadas en proa y popa, un llameante dragón metálico a modo de mascarón de proa y dos ballestas giratorias en medio del barco que podían disparar proyectiles explosivos capaces de atravesar hormigón... Claire no los culparía si intentaban atacarlos.
Trataron de avisar a los romanos de que iban. Le había pedido a Leo que enviara uno de sus inventos especiales: un pergamino holográfico que daría celos al mismísimo Dédalo para advertir a sus amigos del campamento. Esperaba que hubieran recibido el mensaje. Claire había estado desesperada por estar, pero cuando tuvo la oportunidad de darle un mensaje a Percy... se asustó demasiado y huyó, como la niña asustada que solía ser. Había esperado que él le enviara algo de vuelta: una señal para decirle que estaba esperando... Pero nunca escucharon nada y eso le hizo temer lo peor.
Pero ya era demasiado tarde para dar marcha atrás.
Las nubes rompieron alrededor de su casco, revelando los pastos dorados y verdes de las colinas de Oakland. Claire volvió a agarrarse al costado del buque, con la esperanza de que eso evitara que sus rodillas colapsaran. A su alrededor, los demás ocuparon sus puestos.
En el alcázar de popa, Leo corría de un lado al otro como loco, comprobando los indicadores y luchando con las palancas. Había hecho cualquier cosa que podía imaginar, no se había limitado a instalar una rueda de piloto o un timón: había instalado un teclado, un monitor, los controles de aviación de un reactor Learjet, una mesa de mezclas de dubstep y unos sensores de control de movimiento de una Nintendo Wii. Podía girar el barco dándole al regulador, disparar armas poniendo un álbum de Taylor Swift o izar las velas agitando muy rápido los mandos de la Wii.
Piper se paseaba de acá para allá entre el palo mayor y las ballestas, ensayando sus frases.
—Bajad las armas —murmuraba—. Solo queremos hablar...
Trabajaba codo con codo con Savreen, quien trataba de acomodar su capacidad para calmar a cualquier hostil con solo unas pocas palabras en el monólogo de Piper, las dos mejores amigas asintiendo con la cabeza y dándose consejos tranquilizadores y tratando de alejar los nervios.
Annabeth seguía haciendo comprobaciones adicionales de todo. Contó el número de escudos y se aseguró de que su daga estuviera enfundada en la cadera. Se apartó el pelo de la cara, atándoselo en una coleta suelta, ya que el calor del verano empezaba a acalorarle la nuca. Siempre necesitaba hacer algo cuando estaba tan nerviosa como ahora. Era eso o bien tenía que dar órdenes a alguien, pero Cain se dedicaba a preguntarle continuamente qué quería que hiciera. Claire sabía que él también estaba nervioso. Sabía que tenía miedo de cómo afectaría su presencia a los romanos, la mayoría de la gente siempre se sentía incómoda y nerviosa cerca de él, y no era culpa de nadie. El hijo de Fobos podía sentir y oír los miedos más profundos y oscuros de la gente; él lo odiaba, y ellos lo odiaban a él por eso. Sabía que estaba considerando ni siquiera bajar, pensando que sería más seguro para él permanecer en la cubierta hasta que regresaran. Jugueteaba con las mangas de su jersey del Campamento Mestizo. A pesar de que hacía mucho calor, no se lo quitaba, ocultaba el brazo de metal que le habían regalado los dioses después de perderlo durante la batalla de Manhattan.
Jason Grace, el último miembro de su tripulación (no loco, violento y de mediana edad), se encontraba en la proa, sobre la plataforma elevada de la ballesta, donde los romanos podían verlo fácilmente. Agarraba la empuñadura de su espada dorada con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos. Por lo demás, parecía bastante tranquilo... Claire sabía que se trataba de un acto; principalmente porque se había acostumbrado a ocultar lo que sentía para ser una líder. Sabía que debía tener miedo. Mientras estaban ansiosos por encontrar a uno de los suyos entre la multitud romana, él estaba ansioso por finalmente regresar a un hogar que no había visto en seis meses; como Claire estaba aterrorizada de que Percy no la recordara, Jason estaba aterrorizado de que su hogar no lo recordara a él.
Miró hacia atrás y luego se obligó a mirar hacia abajo mientras se acercaban. Frunció los labios y rezó en silencio a su padre, con la esperanza de que Apolo los bendijera con algo, tal vez un haiku para romper el hielo. Haría cualquier cosa por su consejo ahora mismo... pero al igual que cualquier otro olímpico, cuando las puertas de los cielos se cerraron, su conexión con ella también se había cortado.
Claire lo sintió de nuevo, ese terrible aliento frío; creyó oír una voz débil en el viento riéndose. Todos los músculos de su cuerpo se tensaron. Algo estaba a punto de salir terriblemente mal...
Estuvo a punto de decirle a Leo que cambiara de rumbo hasta que sonaron unos cuernos en el valle.
Los romanos los habían divisado.
Claire no sabía muy bien lo que esperaba. Jason había descrito el Campamento Júpiter muchas veces. Había hablado de los edificios, de los dormitorios, de los templos y de los campos de entrenamiento. Había hablado de Nueva Roma, un refugio seguro para los semidioses una vez que hubieran completado sus años de servicio, donde podrían asistir a la universidad, podrían comprar una casa... Podían vivir sus vidas: casarse, tener hijos, envejecer y nunca preocuparse por sobrevivir en un mundo donde los monstruos los cazaban constantemente. Él le había explicado con gran detalle el proceso que Percy tendría que emprender, con la esperanza de que le diera algún alivio. Trató de prepararlos a todos, pero ahora que Claire lo veía, todavía no se lo creía.
Rodeado por las colinas de Oakland, el Campamento Júpiter era como mínimo el doble de grande que su campamento. Un riachuelo serpenteaba por un lado y se curvaba hacia el centro antes de desembocar en un resplandeciente lago azul. Justo debajo del barco, abrigada en una orilla del lago, estaba Nueva Roma. Relucía al sol... y a Claire la enamoraba. Le cautivó ver terrenos que parecían de escuela primaria, patios de recreo con toboganes y columpios, cafeterías y librerías. Vio bancos y un museo. Vio un instituto, un colegio e incluso una universidad, vio pequeños estadios de fútbol que imitaban el Coliseo y los vecindarios. Vecindarios reales con casas y vallas alrededor de patios traseros con casetas para perros y camas elásticas. Vio coches y consultorios médicos, una ciudad entera donde podían vivir semidioses, donde podían sentirse seguros. Vio un templo en cuya fachada había un cartel que anunciaba clases de música y teatro para niños, y Claire sintió un extraño dolor en el corazón. Nunca en su vida había pensado en poder tener una vida fuera del Campamento Mestizo. No con sus poderes ya que era un faro para los monstruos. Nunca pensó que sobreviviría mucho tiempo si alguna vez se marchaba para intentar vivir; para experimentar los sueños que sabía que eran sólo eso, sueños...
Pero aquí, en Nueva Roma, estos semidioses estaban haciendo exactamente eso.
Y sintió envidia de no poder hacer lo mismo.
Se obligó a sí misma a dejar de pensar en ello. En cambio, se centró en todo lo demás. Vio evidencias de la reciente batalla de los romanos contra un ejército de monstruos. La cúpula de un edificio, que supuso era el senado, se había abierto resquebrajándose. La amplia plaza del foro estaba llena de cráteres. Algunas fuentes y estatuas se encontraban en ruinas.
Docenas de chicos vestidos con togas estaban acudiendo en tropel para ver mejor el Argo II. Más romanos salían de las tiendas y las cafeterías, mirando boquiabiertos y señalando con el dedo mientras el barco descendía. Vio a un niño, sosteniendo la mano de su padre, saltar con un poco de emoción, tirando de él para hablarle al oído sobre ellos... Claire no podía dejar de mirarlos.
A unos ochocientos metros al oeste, donde sonaban los cuernos, una fortaleza romana dominaba una colina. Parecía que se habían metido de lleno en el set de Gladiator, con un foso defensivo con estacas, atalayas armadas con ballestas escorpión y altas murallas. En el interior, perfectas hileras de barracones blancos bordeaban la calzada principal: la Via Principalis.
Una columna de semidioses salió por las puertas, dirigiéndose a toda prisa a la ciudad con sus relucientes armaduras y lanzas. En medio de sus filas había... ¡¿un elefante de combate de verdad?!
Claire sabía que quería desembarcar el Argo II antes de que llegaran esas tropas, pero el suelo estaba todavía cientos de metros más abajo. Así que se limitó a apretar el puño y a examinar a la multitud, obligándose a superar su terror para encontrarlo... para ver si podía vislumbrar el pelo negro oscuro...
Entonces algo explotó detrás de ella.
Estuvo a punto de tirarla por la borda. Jadeó, girando para encontrarse cara a cara con una estatua furiosa.
—¡Inaceptable! —gritó.
Claire parpadeó, desconcertada. Parecía haber estallado en ese lugar en una nube de humo amarillo sulfuroso. Ella tosió, agitando el humo para alejarlo. Alrededor de su cabello rizado saltaban cenizas. De cintura para abajo no era más que un pedestal de mármol cuadrado. De cintura para arriba era una musculosa figura humana con una toga tallada.
—¡No pienso tolerar armas dentro de la línea del pomerio! —se quejó con un grito agudo—. ¡Y desde luego no pienso tolerar griegos!
Claire lo miró fijamente. Hizo una mueca, para nada intimidada, sino completamente incrédula.
—¿Quién demonios eres tú?
Pudo ver a Annabeth levantar las manos, exasperada por su respuesta. Pronto suspiró, pellizcándose el puente de la nariz.
Pensó que la estatua estallaría en pedazos de mármol en ese momento por la furia.
—¡¿Qué?! —chilló—. ¡¿Cómo te atreves?! —su rostro se arrugó—. Griega insolente y arrogante.
—¡Terminus! —Jason se apresuró antes de que Claire tuviera la oportunidad de responder con su propio conjunto de insultos. Le tendió una mano y la miró a los ojos para decirle: Lo tengo controlado. Luego, le sonrió a la estatua—. ¡Soy yo! Jason Grace.
La estatua giró la cabeza para mirarlo. No hubo ningún cambio en su expresión lívida.
—¡Oh, me acuerdo de ti! —masculló Terminus—. ¡Pensaba que tendrías el sentido común de no asociarte con los enemigos de Roma!
Jason parecía un poco sorprendido de no haberse ganado a la estatua de inmediato.
—Uh, pero no son enemigos...
—¡Es cierto! —intervino Piper—. Solo queremos hablar. Si pudiéramos...
—¡Ja! —le espetó la estatua—. No intentes persuadirme, jovencita. ¡Y baja esa daga antes de que te la quite de un guantazo!
Piper bajó la vista hacia su daga de bronce, que había olvidado que había estado sosteniendo. Sus cejas se fruncieron.
—Esto... Vale —comenzó a decir lentamente—. Pero ¿cómo me la quitaría? No tiene brazos.
—¡Qué impertinente! —hubo un brusco ¡POP! y un destello amarillo. Piper lanzó un grito y soltó la daga, que ahora echaba humo y chispas por la cubierta del buque—. Tenéis suerte de que acabe de librar una batalla —anunció entonces Terminus—. ¡Si estuviese en plenitud de facultades, ya habría derribado esta monstruosidad del cielo!
—Un momento —Leo dio un paso adelante, con sus rizos salvajes cubiertos de grasa—. Agitó furiosamente su mando de Wii contra la estatua—. ¿Ha llamado monstruosidad a mi barco? Quiero creer que no ha dicho eso.
Antes de que Leo pudiera atacar la estatua con su dispositivo de juego (y Claire lo ayudaría), Savreen intervino rápidamente, sus ojos marrones brillaban con una amabilidad que ninguno de los demás tenía. Inmediatamente, Claire se sintió mucho más relajada. ¿Sabes? Tal vez ya no pateará la estatua. ¿Sabes? Tal vez le dé una ofrenda de paz, como algunas de las galletas azules de Sally, o algo así...
—Eh —extendió sus suaves manos para mostrar que no llevaba armas. Se quitó el anillo para ser más precavida y se lo mostró a Terminus antes de pasárselo a Leo. Él lo cogió con las manos, de repente muy interesado en averiguar cómo funcionaba y no en la estatua que acababa de insultar a su nave—. Tranquilicémonos todos, ¿de acuerdo? Supongo que usted es Terminus, el dios de las fronteras. Jason me dijo que proteges la ciudad de Nueva Roma, ¿verdad? Es impresionante. Aunque debe ser un trabajo muy duro. Es realmente admirable.
(¿Había dicho Claire lo mucho que amaba a Savreen?)
Terminus infló su pecho de piedra, pareciendo de repente muy orgulloso y halagado.
—Pues sí, si me permite. Es un trabajo muy duro y rara vez recibo reconocimiento... ¡Oh, espera un segundo! No te atrevas a pensar que puedes engañarme, hija de Harmonía.
Savreen les dirigió una mirada a todos que decía: Lo intenté.
Al final, Annabeth decidió finalmente dar un paso al frente.
—No queremos hacer daño, lord Terminus. Soy Annabeth Chase, hija de...
—¡Ya sé quién eres! —la estatua la miró con ojos de mármol blanco—. Una hija de Atenea, la forma griega de Minerva. ¡Qué escándalo! Los griegos no tenéis sentido del decoro. Los romanos sabemos cuál es el lugar de esa diosa.
La barbilla de Annabeth sobresalió, sorprendida por un segundo hasta que apretó la mandíbula y sus ojos grises brillaron. Claire estaba a punto de intentarlo de nuevo, murmurando: "¿Sí? ¿Qué tal si te muestro tu lugar en un segundo?" pero Cain la detuvo. Pero no pudo detener a Annabeth, quien miró boquiabierta al dios y soltó:
—¿Qué quiere decir exactamente con «esa diosa»? ¿Y a qué viene el escándalo...?
—¡Bueno! —exclamó Jason, interponiéndose entre los dos—. Hemos venido en misión de paz, Terminus. Nos gustaría que nos concediera permiso para aterrizar con el fin de poder...
—¡Imposible! —chilló el dios—. ¡Deponed vuestras armas y rendíos! ¡Marchaos de mi ciudad inmediatamente!
A Claire le recordaba a Umbridge de Harry Potter y lo odió. Deseaba echarlo a un clan de centauros... estaba segura de que un día con los Ponis Juerguistas querrían darle de coces.
—¿En qué quedamos? —preguntó Leo—. ¿Nos rendimos o nos marchamos?
—¡Las dos cosas! —dijo Terminus—. Rendíos y luego marchaos. ¡Te voy a dar un guantazo por hacer una pregunta tan estúpida, ridículo muchacho! ¿Lo has notado?
—Wow... —Leo observó a Termino con interés profesional—. Está usted muy tenso. ¿Tiene algún engranaje que necesite que le afloje? Podría echarle un vistazo... —cambió el mando de la Wii por un destornillador de su cinturón portaherramientas y dio unos golpecitos en el pedestal de la estatua.
—¡Basta! —chilló el dios de las fronteras. Otra pequeña explosión hizo que a Leo se le cayera el destornillador—. No se permite llevar armas en suelo romano dentro de la línea del pomerio.
—¿La qué? —preguntó Piper.
—El perímetro urbano —tradujo Jason con rapidez.
—¡Y todo este barco es un arma! —dijo Terminus—. ¡No podéis aterrizar!
Claire miró hacia el valle por encima del hombro. Los refuerzos de la legión estaban a mitad de camino de la ciudad. En el foro había más de cien personas. Claire los examinó en busca de armas y cualquier amenaza, se impulsó hacia delante y tropezó con el borde de la cubierta. Oh, dioses, ahí estaba... Su mente se había quedado completamente en blanco; todo en lo que había pensado, todo lo que le preocupaba... todos los romanos y todos los gritos de Terminus detrás de ella. Nada de eso importaba ya. Nada llegaba a sus oídos. Todo cambió; su visión se hizo más estrecha y allí estaba él. Allí estaba él.
Reconoció su pelo negro. Creyó oírle reír. Incluso reconoció la forma en que caminaba, como si algo la atrajera hacia él, como si fuera una marea que se retira al mar... Ella sólo lo veía a él, porque ella era la marea que se acercaba.
—Percy... —gruñó Claire en un susurro desesperado, su voz seca y atascada en el fondo de su garganta dolorida, donde su corazón había saltado hacia arriba. Lo vio abrazar a otros dos niños, sonriendo como si fueran sus mejores amigos: un chico corpulento que tenía una sonrisa tímida y una chica que se ponía un casco de caballería romana sobre el pelo oscuro y rizado. Parecía muy a gusto... muy contento. Tan en casa con esa capa morada como la de Jason: la marca del pretor.
A pesar de ello, sintió que su corazón palpitaba. Sintió que le ardían las piernas con el impulso de saltar por la borda y correr hacia él; no le importaba, todavía estaba a una buena distancia en el aire. Solo necesitaba llegar a él. Ni siquiera se dio cuenta de que Annabeth le había ordenado a Leo que detuviera el barco al darse cuenta de la expresión en el rostro de su mejor amiga.
—¿Qué? —el frunció el ceño.
—Ya me has oído. Déjanos donde estamos.
Leo sacó el mando y dio un tirón hacia arriba. Los noventa remos se quedaron quietos. El barco dejó de descender y se detuvo.
—Terminus —dijo entonces Annabeth—, no hay ninguna norma que prohíba flotar sobre la Nueva Roma, ¿verdad?
La estatua frunció los labios. Frunció el ceño muy infeliz cuando admitió:
—Pues no...
—Podemos mantener el barco en lo alto —ofreció la hija de Atenea—. Usaremos una escalera de cuerda para bajar al foro. De esa forma, el barco no tocará suelo romano. Por lo menos, técnicamente.
La estatua reflexionó sobre esto. Claire esperaba que se diera prisa... Percy estaba allí.
—Me gustan los tecnicismos —reconoció—. Aun así...
—Todas nuestras armas se quedarán a bordo del barco —añadió Cain, dando un paso al frente. Annabeth asintió, estando de acuerdo con él—. Supongo que los romanos, incluidos esos refuerzos que marchan hacia nosotros, también tendrán que cumplir sus normas dentro de la línea del pomerio si usted se lo ordena.
—¡Por supuesto! —dijo Terminus—. ¿Parezco alguien que tolere a los transgresores de las normas?
—Um, Annabeth... —Leo no lucía convencido—, ¿seguro que es buena idea?
Claire ya había tomado una decisión. Se quitó el collar en forma de llave y sacó el cuchillo de la vaina. Los arrojó al pedestal de Terminus. Luego, cerró los puños para evitar que temblaran. Esa sensación de frío todavía estaba allí. Flotaba justo detrás de ella y, ahora que Terminus ya no gritaba ni provocaba explosiones, creyó oír algo reír.
Pero Percy estaba allí abajo... Estaba tan cerca... Estaba muy cerca de volver a verlo.
—Todo irá bien —dijo Annabeth, encontrándose con la mirada de Claire—. Nadie irá armado. Podremos hablar pacíficamente. Terminus se asegurará de que cada bando obedece las normas.
Terminus resopló.
—Supongo. De momento. Podéis bajar con la escalera a la Nueva Roma, hija de Atenea. Procurad no destruir mi ciudad, por favor.
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LA PRIMERA en bajar fue Claire. Saltó al suelo y su corazón se aceleró como nunca antes lo había hecho. Se sentía desnuda sin su collar ni su daga, pero no dejó que eso le molestara. Se quedó allí un momento, mirando a un mar de ojos indecisos, antes de levantar la barbilla y ponerse en marcha. Todos se apartaron a su paso mientras ella atravesaba el foro. Apretó y soltó las manos, respirando agitadamente por la nariz, mientras examinaba a todos y cada uno de ellos con mirada férrea. Algunos parecían tensos, otros nerviosos. Algunos estaban vendados por la reciente batalla contra los gigantes, pero nadie iba armado. Nadie atacó. En cambio, lo único que pudo comprobar es que parecían exactamente igual que los niños del Campamento Mestizo cada vez que alguien nuevo atravesaba la barrera.
Familias enteras se habían reunido para verlos. La feroz marcha de Claire se tambaleó para ver parejas con bebés, niños pequeños aferrados a las piernas de sus padres e incluso algunos ancianos con combinaciones de túnicas romanas y ropa moderna. Vio a un niño valiente saludarla con la mano hasta que su madre lo detuvo, dándole una rápida advertencia en voz baja y frenética. Claire se encontró devolviéndole el saludo tímidamente, un poco intimidada al verlo; un poco dolorida. Una vida sencilla... En el fondo, todo lo que quería era una vida sencilla, y estos semidioses la tenían.
Al fondo de la multitud vio a Tyson, el hermano cíclope, y a la perra infernal de Percy, la Señorita O'Leary, que habían formado parte del primer grupo de exploradores del Campamento Mestizo que había llegado al Campamento Júpiter. Claire le había rogado que le acompañara, pero Jason tenía razón... Percy necesitaba hacer esto solo. Tenía miedo de lo que significaba, ya que lo había visto con sus nuevos amigos y vestía una túnica de pretor. Pero al menos parecían estar de buen humor. Tyson saludaba con la mano y sonreía, llevando puesto un estandarte con las siglas SPQR como un babero gigantesco. Claire sintió que algo de su propio dolor se disipaba, y no pudo evitar saludar con un devuelvo el saludo.
Él estaba tratando de señalarle a alguien, y ella trató de ver quién cuando alguien más llamó su atención. Frente a ella, los semidioses dejaron paso a una chica con armadura romana completa y una capa púrpura. El cabello oscuro le caía sobre los hombros. Sus ojos eran oscuros; negro como la obsidiana.
Reyna, la reconoció de inmediato Claire.
La sonrisa desapareció de sus mejillas y cuadró los hombros, tratando de parecer lo más fuerte y lista para la batalla como fuera posible. No quería parecer débil frente a una líder como ella, con medallas decorando su armadura y un caminar con tanta confianza que los otros semidioses retrocedieron y desviaron su mirada.
Había un rasgo en su cara... Levantaba la barbilla exactamente de la misma manera que Claire lo había hecho antes, lista para aceptar cualquier desafío. Las dos chicas se observaron. Claire entrecerró los ojos brevemente, no estaba segura de por qué sentía la necesidad de intimidar a Reyna de todas las personas... pero se sintió tensa; tuvo que luchar contra el impulso de levantar los puños, esperando que alguien saliera y la atacara. Se sentía como un animal acorralado que tenía que demostrar que era más fuerte que el resto.
Claire arqueó una ceja, mirando a Reyna de arriba abajo. Descubrió que la pretora estaba haciendo exactamente lo mismo. A su alrededor, sus amigos se desplegaron a cada lado de ella. Los romanos murmuraron el nombre de Jason, mirándolo asombrados.
Entonces, por fin, alguien había conseguido abrirse paso entre el gentío. Había empujado suavemente, usando su altura para mirar por encima de los hombros de todos. Se deslizó entre la multitud y entró en su línea de visión... y cada acto de intimidación que Claire intentaba hacer se desvaneció tan pronto como lo vio.
Cuando sus miradas se encontraron, Percy le sonrió: una sonrisa reluciente y risueña; esa sonrisa sarcástica y problemática que hacía que su corazón se derritiera en ese mismo instante. Ella ahogó un sollozo repentino, estaba tal y como lo recordaba. Después de meses, sus sueños estaban frente a ella... eran reales; sólidos. No era producto de su imaginación. Lo tenía justo delante. Con sus ojos verde mar, su pelo negro desordenado, como si acabara de dar un paseo por la playa. Era más alto. Más esbelto y musculoso. Había madurado en seis meses, pero seguía siendo él. Seguía siendo su Percy.
Durante su separación, a Claire le había pasado algo: no sabía cómo explicarlo. Pero había pensado en él constantemente. Soñaba con él. Hizo todo lo posible por recordar cada pedacito de él que había adorado. Lo que sentía por él, que se había vuelto dolorosamente intenso... punzante, incluso; hasta el punto de que le costaba respirar sin algo que se lo recordara. Y ahora que él estaba allí, y ella aquí, y que sus sueños y su realidad parecían fundirse en uno solo... Claire se asustó. No sabía qué le dolía más: vivir con esa horrible ausencia o volver a estar con él.
Reyna se había enderezado. Claire no prestó atención. Debería haber saludos y discusiones adecuadas... Debería tender la mano con todo respeto a la pretora, pero lo único que podía hacer era mirarlo fijamente.
—Jason Grace, mi antiguo compañero... —dijo la pretora con aparente reticencia—. Bienvenido a tu hogar. Con tus amigos...
Percy dio un paso adelante. El movimiento hizo que Claire tomara un impulso y se acercó a él a trompicones. Echó a correr. La multitud se puso tensa. Algunos alargaron las manos para coger unas espadas que no llevaban encima. Claire comenzó a llorar mientras extendía sus brazos y saltaba a los suyos.
La abrazó con una fuerza insoportable, como si intentara envolver cada parte de ella. Claire levantó los pies del suelo y escondió la cara en su hombro mientras él la hacía girar; estaba llorando. Estaba histérica. Se aferró a su túnica y se estremeció en su abrazo, incapaz de contenerse mientras todas las emociones contenidas durante seis largos meses se desbordaban y explotaban como una presa rota. Percy estaba igual. Derramó una lágrima mientras la acunaba, respirando como si hubiera encontrado suficiente oxígeno para exhalar por fin. Y él era real. Era real. Podía sentir la calidez de su abrazo y oler el aire del océano que la relajaba.
Percy se apartó y le ahuecó la mejilla para poder besarla un poco apresurada y bruscamente; llevaba demasiado tiempo privado de ella y ella lo percibía todo. Sintió su desesperación y su felicidad, tantas emociones en un solo beso, y se preguntó si él también sentiría las suyas.
Se apartó y apoyó su frente contra la de ella, dejando escapar un largo suspiro que le hizo cosquillas en la nariz. Lo oyó reír y lo vio sonreír, y también le acarició las mejillas, conteniendo muchas lágrimas.
Todos sus miedos se convirtieron en pensamientos lejanos y ociosos mientras respiraba hondo y le susurraba:
—Te acuerdas de mí.
Percy Jackson volvió a soltar una risita, aunque pesada y dolorosa. La miró fijamente, con dulzura y suavidad. Siguió sonriéndole, pasándole el pelo por detrás de las orejas para poder ver cada rasgo y memorizarlo de nuevo.
—Vamos —se burló y ella sonrió—, ¿de verdad creías que alguna vez te olvidaría? Nunca podría, Solecito.
Sus lloros se mezclaron con su risa, inclinándose para rozar su nariz con la de él. No podía preocuparse por nadie más a su alrededor. No importaban. Ninguno importaba cuándo lo tenía a él.
—Eres imposible —le dijo Claire Moore. Luego, añadió con un ligero tono vertiginoso—: Sesos de algas. Cara de alga. Niño acuático...
—¡Está bien! —apartó la cabeza y ella se echó a reír. Era un sonido tan alegre en el foro que todas las intenciones maliciosas de cualquiera se disipaban en el aire—¡Wow!
—... Aquaman. Chico babeante. Aliento de percebe...
—¿Aliento de percebe? Eso duele... ¡Me aseguré de tener mentas!
—Cabeza de coral.
Sus cejas se alzaron y el corazón de ella dio un salto.
—Vaya, ese es nuevo.
Claire se limitó a apoyar la cabeza en su pecho, abrazándolo de nuevo. Cerró los ojos y sonrió para sí misma, sin querer que este momento terminara.
—Te eché de menos —le dijo a él y solo a él.
Suspiró y envolvió sus brazos alrededor de sus hombros, ocultando su cabeza. También echaba de menos los días en los que era algo más alta.
—Yo también —susurró.
Nadie quería interrumpirlos. Solo Jason tuvo las agallas de aclararse la garganta torpemente. Percy levantó la vista. No la soltó.
—Oh —soltó con sarcasmo—, ¿interrumpimos? Sí, lo siento.
Annabeth negó con la cabeza con los demás, pero había una sonrisa en sus labios mientras se palmeaba la cara.
Claire lo soltó torpemente y se aclaró la garganta, tratando de ocultar cómo se sonrojaba y luchando contra el impulso de seguir sonriendo. Percy no se apartaría; le echó un brazo por encima del hombro, no queriendo apartarse de su lado ni una sola vez ahora que la había recuperado... Y ella se lo agradeció, porque tampoco quería separarse de él.
Cuando regresaron con los demás, Percy asintió y sonrió a Annabeth.
—Eh, listilla, ¿lo has mantenido todo en orden por mí?
Annabeth entrecerró los ojos. Pero simplemente dio un paso adelante y los dos compartieron el apretón de manos que habían creado. Incluyó algunas maniobras difíciles con las manos antes de chocar los puños.
—He mantenido siempre las cosas en orden, incluso contigo cerca. De hecho, fuiste tú quien descarriló un montón de cosas.
Percy se rió entre dientes. Luego, se volvió hacia Cain.
—Eh, tío. Me alegro de verte.
—Yo también me alegro de verte —dijo Cain y fue un poco incómodo hasta que Percy extendió la mano para tratar de alborotarle el pelo, a lo que el hijo de Fobos se apartó del camino, logrando una risa tímida.
Ahora que todos han tenido sus reuniones, Jason volvió a aclararse la garganta y asintió.
—Bueno... Me alegro de haber vuelto.
Presentó a Reyna a Piper, quien estaba un poco disgustada porque no había tenido ocasión de pronunciar las frases que había estado ensayando, y luego a Leo, quien sonrió e hizo el símbolo de la paz. Después le presentó a Savreen, quien sonrió y saludó con la mano, antes de hacer un gesto a Annabeth y Cain, quienes le dieron la mano cortésmente.
—Y esta es Claire —dijo Jason—. Uh... conoce a Percy.
Savreen se volvió hacia Jason y lo golpeó suavemente. Él lo tomó del brazo y se volvió hacia ella con un incrédulo y tranquilo:
—¿Qué?
—Ojalá no lo conociera —murmuró Claire y Percy la empujó ligeramente hacia un lado. Ella se echó a reír más, y eso hizo que Leo se quedara mirando, sorprendido, ya que nunca la había escuchado reír y mucho menos la había visto sonreír hasta ahora.
Pero estaba tan contenta, estaba tan contenta que Claire se preguntó si le habrían salido alas. Pero pronto se recompuso y le tendió la mano.
—Lo siento, es genial ponerle nombre a una cara.
Reyna le estrechó con firmeza la mano.
—Parece que tenemos mucho de que hablar. ¡Centuriones
Unos cuantos campistas romanos avanzaron a toda prisa y Claire supuso que eran los oficiales de mayor rango. Dos chicos aparecieron al lado de Percy, los mismos que ella había visto alrededor de él antes. Ella se encorvó, sin esperar que se acercaran tanto, mirándola con aire de sospecha. Ahora que estaban más cerca, podía verlos con más claridad. El chico corpulento parecía un poco torpe sobre sus propios pies; aún le estaban madurando las facciones y el cuerpo. Tenía una tez suave, china, y un corte de pelo militar romano corto. Parecía tener unos quince años y se le notaba la sencillez, como si supiera que ostentaba un título superior, pero no fuera a alardear de ello como otros. La chica que estaba a su lado podría tener trece años, pero sus ojos ámbar denotaban una edad mucho mayor. Como si hubiera visto ya muchas cosas, pero seguía teniendo la misma alegría juvenil que cualquier niña de trece años. Sus largos rizos negros se habían trenzado en un peinado protector que le colgaba por la espalda. Llevaba el yelmo de la caballería bajo el brazo.
Claire podía decir fácilmente que se sentían unidos a Percy. Se pararon a su lado para protegerlo, y de repente se sintió un poco fuera de lugar. Sintió que los celos empezaban a subirle por la garganta. No, basta, se dijo a sí misma. Se dio cuenta de que la niña de trece años estaba mirando algo, y cuando siguió su mirada, frunció el ceño para verla fija en la dirección de Piper, Sav y Leo. Parecía reconocerlos, pero de tal manera que resultaba doloroso; terriblemente doloroso.
Mientras tanto, Reyna estaba dando órdenes a sus oficiales.
—... decidle a la legión que se retire. Dakota, avisa a los espíritus de la cocina. Diles que preparen un banquete de bienvenida. Y tú, Octavian...
—¿Vas a dejar entrar a estos intrusos en el campamento? —se frotó la frente un chico alto y desgarbado con el pelo rubio y fibroso. Tenía esa mirada, como si estuviera constantemente oliendo estiércol por la nariz—. Reyna, los riesgos de seguridad...
—No vamos a llevarlos al campamento, Octavian —Reyna le lanzó una mirada severa—. Comeremos aquí, en el foro.
—Oh, mucho mejor —masculló el desconocido. Parecía el único que no trataba a Reyna como su superiora, a pesar de que era flaco y pálido y de que por algún motivo llevaba colgados tres osos de peluche del cinturón—. ¡Quieres que nos relajemos a la sombra de su buque!
Otra figura apareció junto a Octavian. Los ojos de Claire se abrieron de par en par. El chico también era delgado, más pequeño, con el pelo rubio desordenado que le pendía sobre la cara, pero ella conocía esas cicatrices en la mejilla de cualquier parte. Y el cuervo que se posaba en su hombro. Se miraron y los ojos de él también se abrieron, conteniendo un destello de reconocimiento; unos ojos color avellana la miraron fijamente y Claire sintió que se le retorcían las tripas. Lo conoció en la presa Hoover. Era el chico del que le había hablado Quirón... Aquel maldito escalofrío había vuelto.
—Son nuestros invitados —Reyna separó claramente cada palabra y Claire salió de sus pensamientos—. Les daremos la bienvenida y hablaremos con ellos. Como augur del campamento, deberías ofrecer un sacrificio para dar las gracias a los dioses por traer a Jason sano y salvo.
—Buena idea —intervino Percy—. Ve a quemar tus ositos, Octavian.
Pareció que Reyna hacía un esfuerzo por no sonreír.
—Ya conocéis mis órdenes. Idos.
Los oficiales se dispersaron. Octavian lanzó a Percy una mirada de profundo odio. Luego, se la dirigió a Claire, entrecerrando los ojos con un suspiro de sospecha antes de alejarse. A ella no le importaba eso. Lo único que le importaba era el chico que estaba con él y que aún no había dicho una palabra. Le lanzó una última mirada antes de seguir a Octavian.
Percy movió su brazo hacia abajo para tomar su mano y unir sus dedos.
—Eh —le dijo con dulzura—, no te preocupes por Octavian. La mayoría de los romanos son buena gente, como Frank, Hazel y Reyna. No nos pasará nada.
Pero Claire se limitó a mirarlo, la sensación en su estómago no desaparecía.
—¿Quién era ese chico? —susurró—. Lo vi en la presa Hoover. Él... ¿Quién es?
Percy frunció los labios. Le apretó la mano con más fuerza.
—Te lo diré más tarde —susurró, y por el tono de su voz, Claire supo que era algo serio—. Cuando... cuando estamos solos.
A ella no le gustó eso. Alzó la vista hacia el Argo II, sintiendo que el mismo frío la bañaba. Había susurros en la parte posterior de su cuello, haciéndola temblar. Su enorme casco de bronce brillaba al sol. Una parte de ella deseaba correr, llevarse a Percy con ella y largarse mientras todavía estuvieran a tiempo. Algo iba a salir mal, ella lo sentía. Pero no pensaba arriesgarse a volver a perder a Percy bajo ningún concepto.
—No nos pasará nada... —murmuró lo que él había dicho antes, haciendo todo lo posible por creerlo.
—Estupendo —dijo Reyna. Se volvió hacia Jason, y había una mirada en sus ojos que no podía precisar —. Hablemos y reunámonos como es debido.
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