Capítulo 4

La única persona que está en el cuartel de La Orden del Fénix es ella, la única que no tiene grandes responsabilidades o que guarda un gran secreto. Si le pasara algo lo único que La Orden del Fénix perdería sería una posible espía, una que todavía no ha conseguido nada de información importante. Solo es un miembro más de La Orden, todavía no es importante, todavía no les ha dado nada a cambio de todo lo que ellos le han dado.

Los demás no quieren salir de las casas protegidas bajo los encantamientos Fiddelio, no ahora que guardan tantos secretos. Delilah sigue sin saber por qué ha sido necesario que estén bajo el encantamiento, pero ha llegado a captar la idea general. Una profecía que habla de un niño que puede derrotar al Señor Tenebroso. Y, por lo que entiende, ese niño tiene que ser o bien Harry o bien las mellizas. Remus y Sirius no parecen estar preocupados porque Alex pueda entrar en esa profecía, no, ellos están más preocupados porque ambos son guardianes de los secretos.

Así que, allí está, hablando con Fabian y Gideon porque les necesitan para la siguiente parte del plan. Aquella noche en la que los mortífagos fueron al Callejón Diagon a espiar a Sirius y Fabian fue un éxito y Delilah ha ido reportando más reuniones falsas de ese estilo. Pero los mortífagos quieren más, claro, quieren acabar con La Orden del Fénix y quieren que ella les ayude a acabar con ella.

—¿Qué has conseguido averiguar? —Gideon es, a entender de Delilah, la cabeza pensante, el que organiza todo perfectamente.

—La mansión es suya, sé donde está la mansión, por algún motivo llama a Crouch Junior hijo y que Greyback va a los orfanatos, los que están atacando.

Eso es algo que han aprendido esta semana, no saben cuándo será el próximo ataque, pero Delilah no descarta que les hagan ir con ellos para comprobar la fidelidad hacia ellos, hacia los mortífagos. Quiere vomitar ante la idea de hacer algo por ellos.

—¿Sabes fechas de algún próximo ataque? —pregunta Fabian y Delilah niega.

—Toda esa información está, ahora mismo, completamente fuera de mi poder, por eso os necesito.

—Estás pidiendo mucho, Selwyn, el riesgo... —no termina la frase, pero Delilah puede leerle la mente. Es muy alto para tan poco beneficio.

—Merecerá la pena —le contesta, y él suspira—. Sé que estoy cerca de conseguir algo más, que pueden confiar ciegamente en mi. Y si no es en mi, será en Regulus.

—Esa es la cosa, Lilah, ¿podemos confiar en Regulus Black? —Fabian hace la pregunta del millón, la que Delilah lleva semanas preguntándose.

Ahora le da clases de oclumancia, van juntos a la mansión del Señor Tenebroso y ella también está en la rotación para vigilar a Regulus. Se fían de ella, pero ni siquiera ella se fía de sí misma.

—No lo sé —es la verdad, Delilah no sabe si puede confiar en Regulus de verdad o no.

—Necesitamos una confirmación, no podemos arriesgar todo solo porque quieras infiltrarte, ni siquiera sabemos si va a funcionar.

—Quiero pensar que sí, que podemos confiar en él, pero no lo sé, Gideon.

El hombre hace una mueca, suspira y mira a su hermano gemelo. Delilah solo es capaz de notar el movimiento de cabeza porque está mirando a Fabian fijamente, porque es realmente sutil.

—Te diremos donde estamos haciendo guardia, estaremos pendientes y pensamos ir a matar con ellos —advierte Gideon, pero Delilah sonríe.

—No esperaba menos de vosotros.

—Si os mandan a cualquiera de los dos no pararemos —añade Fabian y ella asiente, lo ha entendido a la primera—. ¿Estás segura?

—Si no lo hacemos creo que me va a matar, así que prefiero que si tengo que morir a manos de alguien, sea en las vuestras.

Seguramente no les tranquiliza con comentarios así, pero es verdad, si alguien tiene que acabar con ella prefiere que sea alguno de sus compañeros. Ellos lo harán rápido, indoloro, no sentirá nada. Si lo hace un mortifago...

No puede volver a pensar en ello, no puede derrumbarse en esos momentos, lo está haciendo muy bien, no se ha derrumbado en público desde hace semanas, puede seguir con ello.

—Gracias, chicos, de verdad.

—Intenta avisarnos si os mandan a alguno de los dos —le pide Gideon y ella asiente, pero no piensa hacerlo. Avisarles supone que no serán tan letales y necesita que los gemelos Prewett sean letales.

Se despide de ambos después de aprenderse sus itinerarios por las próximas dos semanas. Es lo que les va a dar a los mortífagos, diciendo que no tienen más planeado cuando, en realidad, tienen planeadas la rondas hasta finales de noviembre y están diseñando ya diciembre. Pero eso ellos no lo van a saber, nunca, está aprendiendo, pronto Regulus no podrá enseñarle nada más sobre la oclumancia y podrá dejar esas clases.

Pero de momento tiene que volver a ellas, lo sabe, tiene que irse ya, de hecho. Rachel opina que, aunque estén encerrados en la casa, deberían tener algún tipo de control sobre el tiempo y ya que, como mucho, ellos salen a visitar a los Potter o ahora a los Lupin, pues...

Hoy es uno de esos días que, han cogido a las mellizas, y se las han llevado a ver a alguno de sus amigos. Cuando aparece en la casa está en completo silencio y solo su primo está sentado en el sofá, vigilando a Regulus que lee tranquilamente un libro sobre horrocruxes. El guardapelo está en un lugar seguro de acuerdo a Remus, pero no le ha querido decir a nadie donde está hasta que no puedan destruirlo con seguridad.

—Llegas tarde —dice Regulus y baja su libro, pero Delilah le ignora y mira a su primo.

—Puedes irte con ellos.

—¿Segura?

—Sí, Nova, vete con tu familia, ten veinte años.

—Tengo casi veintidós, Delilah —la corrección de Nova va acompañada de unos ojos en blanco y ella no puede evitar sonreír.

—Estás loco, ser padre te ha hecho perder la noción del tiempo. Tú tienes veinte y yo sigo teniendo diecisiete.

—Si vivir en esa fantasía te hace más feliz, adelante, no tienes diecinueve años, tienes diecisiete.

Su primo le tiende la varita de Regulus, sonriendo. Ha sido una buena interacción entre ambos, de las mejores que han tenido. Nova sigue preocupándose en exceso por todas las cosas que está haciendo, pero al menos ya es capaz de comportarse como una persona normal.

—Lárgate ya, vamos, estás tardando, Donovan, ya has oído, llego tarde a clase —aprovecha para burlarse de Regulus, aunque quizá no debería hacerlo porque ahora se va a intentar meter en su cabeza.

—Si pasa cualquier cosa...

—Lo sé, pesado, de verdad, vete ya.

Su primo duda, pero, por fin, se desaparece. Quizá tendría que haberle preguntado donde iban a estar, aunque fuera por curiosidad, siendo magos dan igual las distancias.

—¿Quieres las clases o no? —Regulus se ha levantado ya del sofá, tiene la mano extendida y mueve una pierna con impaciencia.

Podría burlarse un poco más de él y decir que quiere cenar primero, pero viendo como no deja de moverse teme por la clase si, encima, empieza a alargar el momento. Así que le tiende la varita y entonces Regulus empieza a andar hacia las escaleras.

—¿A dónde vas?

—A tu habitación, como siempre.

—La casa está vacía, no hay necesidad —porque no la hay, no tienen que estar en un espacio tan pequeño cuando cuentan con el salón.

—Tienden a aparecerse en el salón, ¿quieres montar el espectáculo cuando vengan? —no, pero no va a decirlo en voz alta.

—Da igual, lo monto.

—¿Y no prefieres caerte de culo en tu alfombra antes que en la moqueta?

Vale, sí, le ha ganado con ello. Sabe que a él también le gusta la moqueta, en alguna de esas clases han sido sentados en el suelo, sobre todo las primeras porque con la legremancia tendía a caerse de espaldas. En esos días vio como Regulus acariciaba la alfombra más de una vez. Y, una vez, las mellizas se colaron a la habitación —Delilah cree que fue Nova quien les abrió la puerta— y cuando las niñas se tumbaron a su alrededor, impidiéndole tocar la alfombra, Regulus estuvo de mal humor toda la cena.

—Vamos —tiene que darle la razón, no le queda otra.

Ella sube primero, aunque sea una locura porque Regulus tenga la varita y le está dando la espalda. Confía en él, de alguna forma extraña y retorcida, confía en que Regulus no va a hacerle daño. Si quisiera hacerle algo habría tenido ya muchísimas oportunidades, como cuando usó la maldición Imperio. No ha vuelto a pasar, no ha vuelto a usarla contra ella y sabe que debería desconfiar de él, pero... pero en lo que respecta a ella confía.

—¿Lista?

—¿Qué? ¡No!

—Lástima, tampoco lo estarás cuando lo haga el Señor Tenebroso.

Regulus no tiene compasión y se pregunta si lo está haciendo en venganza por haber llegado tarde. Cuando oye cómo Regulus resopla piensa con fuerza en uno de los mitos muggles más populares.

—Eso no existe —dice él en voz alta, y ella piensa con más fuerza en el yeti—. Se supone que tienes que mantenerme lejos de tu cabeza, no dejarme entrar, ¿lo recuerdas?

Lo sabe, pero eso no le impide seguir pensando en el yeti y luego piensa en el chupacabras. Sus primos de Estados Unidos creían bastante en esa criatura y ella está convencida de que es real y mágica.

—No todo lo que creen los muggles es mágico, ahora échame o empezaré a rebuscar en tu memoria —es un intento de amenaza, pero no funciona como Regulus cree.

Puede ser que vuelva a pensar en otro mito muggle, piegrande. Ahí es cuando Regulus parece que no puede aguantar una carcajada ante el nombre y ella sonríe, orgullosa.

—¿Cuál es tu favorito? —no debería hablar con él, debería centrarse en practicar.

—Sí, deberías practicar, pero es el chupacabras —responde y Delilah empieza a notar el dolor de cabeza. Siempre lo tiene cuando Regulus pasa demasiado tiempo mirando su cabeza. Y desaparece rápidamente, lo ha notado—. Descansa, no te voy a decir cuánto tiempo tienes hasta que vuelva a hacer el hechizo, pero tienes que protegerte constantemente. El Señor Tenebroso...

—Ya lo sé, no para de hacerlo, me lo has dicho muchísimas veces, Reg.

—¿Reg? —lo pregunta suavemente, como si tuviera miedo de preguntarlo. Y ella tiene miedo, porque ha sido sencillo volver a decirlo, ha sido sencillo hablar con él de una tontería y cada día es más sencillo.

No puede volver a caer en sus mentiras, en la posibilidad de que sean amigos. No quiere volver a vivirlo todo otra vez, no quiere ver como vuelve a elegir a los mortífagos antes que a ella. Que a todo esto. Porque, aunque estén encerrados, aunque no puedan salir a dar una vuelta o no puedan salir a hacer la compra, estar en casa de su primo es lo mejor que les podía haber pasado.

No. Vuelve a notar el dolor de cabeza, no ha conseguido cerrar bien sus pensamientos, lo ha oído todo y lo sigue oyendo.

—No voy a volver a elegirles, Del, nunca más, yo...

—Ni se te ocurra decir ni una sola palabra, no has oído nada, volvamos a empezar, vamos, lanza el hechizo.

Intenta evitarle, necesita evitarle. Avanza por la habitación, empieza a andar en la alfombra, de un lado a otro hasta que toca de nuevo la moqueta de su habitación para centrarse. No puede estar en las nubes, eso es lo que supone estar en la alfombra, es otro universo uno donde todo fue distinto y en la Torre de Astronomía Regulus aceptó que fuera mestiza. Es un universo donde sus padres siguen vivos y ellos van a verles los domingos, durante su huída de los mortífagos. En ese universo, después de un tiempo, en una de esas excursiones a la torre de Astronomía, sí que hubo un beso, si que salió huyendo con ella después del último viaje en tren.e

—Del, te juro por Merlin que si pudiera cambiarlo lo cambiaría, no me iría de la Torre de Astronomía, seguiría contigo y...

—Sal de mi cabeza, Black, no tendrías que estar escuchando nada de eso —le intenta dar la espalda, necesita alejarse de él.

—¿Black de nuevo? —pero Regulus le sujeta el brazo, le hace girarse hacia él y están de frente, muy cerca.

—Siempre vas a ser Black.

Puede ver como Regulus deja de mirarla a los ojos para bajar la mirada. Sabe que le está mirando los labios y a ella, durante unos segundos, también se le va la mirada. ¿Qué pasaría por un beso? Ahora no estaría traicionando a todos los nacidos de muggles y mestizos que contaban con ella. No traicionaría a La Orden por besar a un mortifago, se supone que Regulus ya no es uno de ellos, se supone que ahora es uno de los buenos.

Regulus se acerca un poco más y Delilah nota de nuevo el pinchazo en la cabeza. Sigue dentro, tiene que echarle, lo sabe, pero no puede concentrarse en echarle cuando está acercándose, poco a poco. Siguen muy cerca, no han vuelto a decir nada más y sus narices se rozan. Primero como si Regulus tuviera miedo y luego como si nada.

Solo sería un beso, no tendría nada de malo. Sería un beso para quitarse de encima aquel en la torre de Astronomía y, después de eso, podría olvidarlo. Así que se acerca, ahora es ella quien se acerca un poco más y...

Es un roce, primero solo es un roce, casi imperceptible. Delilah solo sabe que ha suspirado cuando oye su propio suspiro y entonces Regulus le suelta el brazo para mover la mano en la parte baja de su espalda y acercarla más a él mientras sigue rozando sus labios.

No lo piensa mucho cuando levanta una de las manos y la deja en el cuello de Regulus, moviéndola poco a poco hacia la nuca del chico. Porque cuando terminen de acercarse será cosa de una única vez y no piensa desaprovecharla, no piensa volver a hacerlo así que va a aprovechar al máximo.

Vuelve a sentir el roce, se está volviendo loca, quiere terminar la distancia entre ambos, quiere besarle en condiciones. Y él lo sabe, lo sabe y no lo está haciendo, sigue notando el dolor de cabeza, sabe que la está escuchando y...

No llegan a acercarse mucho más antes de que el graznido de un cuervo les haga saltar.

Pero recupera la cordura, Delilah recupera la poca estabilidad que le queda en ese día y entiende la mano hacia Regulus. Tiene que salir de ahí, tiene que alejarse de él.

—Hemos terminado por hoy.

—Del...

—Hemos terminado, sal de mi cabeza y dame la varita —no sabe si es por el tono de voz, pero la cabeza le deja de doler de inmediato y Regulus le devuelve la varita.

—Del, tenemos que hablar de esto, no podemos...

—No hay nada de qué hablar, Black.

Se gira y le da la espalda para acercarse a la ventana. El cuervo está en la misma rama de siempre y es más que obvio que es el mismo cuervo. Si estuviera sola le daría las gracias por ayudarla a no cometer el error de besar a Regulus.

—No puedes fingir que no ha pasado nada —él insiste y ella deja la ventana, va hacia la estantería y coge el primer libro que ve. Es uno de los que le dejó Valerie la última vez que la vio hace tres meses. No ha vuelto a escribirla desde la última carta que le llegó el mismo día que sus padres murieron.

—¿El qué ha pasado? —porque, por supuesto, va a fingir que no ha pasado nada.

—Del, por favor, somos adultos y...

—Delilah para ti, Black. O, mejor, Selwyn.

Ya tiene su varita, sabe que no debería dejarle solo por la casa porque, teóricamente, tienen que estar vigilándole en cada momento, pero en esos instantes necesita salir de su propia habitación. Si pudiera saldría al jardín, daría una vuelta por el barrio muggle, se alejaría todo lo que pudiera y, quizá, no volvía.

¿En qué estaba pensando? ¿En qué sigue pensando? Después de todo lo que Regulus ha hecho no puede estar pensando en besarle. Joder, ni siquiera se ha disculpado, en ningún momento ha pensado en disculparse. Porque él no cree que haya hecho mal las cosas, Delilah lo sabe, le conoce, Regulus sigue pensando que lo ha hecho bien. Y tiene como prueba que no dudó en hechizarla, en usar una de las tres maldiciones imperdonables contra ella. Sabe que no se arrepiente de haberla usado contra ella porque cree que de verdad les salvó y ese lo siento no fue real.

—No puedes cancelar la clase porque casi... —Regulus la sigue escaleras abajo, sin rendirse.

—La clase ha acabado, Black, he fallado, tendré que tener más suerte cuando nos llamen y no fallar —le interrumpe, girándose en las escaleras para mirarle, tiene que decirlo, no puede seguir con ello—. Se han acabado las clases.

—Eso lo juzgaré yo, Del —responde él y ella solo quiere gritar. Pero, en su lugar, le pone su varita contra el pecho.

—Vamos, lanza el puñetero hechizo, si consigo cerrar mi mente por completo se acabaron las clases.

Ni siquiera sabe si va a ser capaz de hacerlo estando tan alterada, pero tiene que librarse de esas clases, no le hacen ningún bien, no puede estar con él a solas. Hay algo mal en ella y tiene que evitarle hasta que pueda arreglarse, hasta que vuelva a ser capaz de negarse.

—Vamos, Black, hazlo —le reta, necesita presionarle para que falle. Necesita que falle porque ella no va a poder cerrar su mente—. ¿Acaso temes que una sucia mestiza como yo pueda ganarte?

—Joder, Del, esto no funciona así, no puedes....

Regulus se queda callado y arruga el entrecejo. Ignora el tener su varita contra el pecho y se remanga el brazo izquierdo, donde tiene la marca. Una marca mucho más oscura de lo normal.

—Está llamándonos —dice y Delilah empieza a sentir la ganas de vomitar—. ¿Puedes avisarles de que tenemos que irnos?

No, no puede. No puede porque, a diferencia de todos ellos, ella nunca ha podido hacer ese estúpido encantamiento patronus. Ese que les deja hablar entre los miembros de La Orden del Fénix con una seguridad infalible. Ella no puede conjurarlo porque no consigue ni las chispas.

—¿Del? Tenemos que irnos, no podemos llegar tarde, avisales y...

—Les dejaré una nota.

No elabora nada más, Regulus no necesita saber que no puede lanzar ese hechizo. Todos sus recuerdos felices están manchados de sangre. Cada vez que piensa en sus padres vuelven los ataques. Antes era el primero, en el que Regulus estuvo involucrado directamente. Ahora es el segundo, en el que solo puede verles en el suelo, muertos. Sus mejores recuerdos son con ellos, no tiene nada más, nunca lo ha tenido.

—Haz el encantamiento patronus, es más rápido y les llegará de inmediato.

—Hazlo tú —le contesta, como si fuera tan fácil.

—No sé lanzarlo, Del, lo sabes perfectamente —la agarra de la muñeca, la ha estado siguiendo por toda la casa mientras buscaba un trozo de papel—. Lanza el hechizo y vámonos, no podemos esperar más tiempo.

—Prefiero dejarles una nota, no quiero preocuparles en exceso —sí, esa es una buena excusa, se felicita a sí misma por haberla pensado.

—Del, no hay tiempo para seguir buscando un trozo de pergamino, lanza el hechizo y...

—¡Joder, qué no puedo, Regulus, no puedo!

Se suelta de su agarre y va hacia la cocina, donde empieza a buscar papel. Necesita un trozo y una pluma, algo para escribir, sabe que tiene plumas en su habitación, pero no recuerda si tiene un trozo de pergamino, pero ha visto como hacen listas de la compra, así que tienen que tener algo en la cocina y...

Accio pergamino —la voz de Regulus la hace saltar, pero de uno de los cajones sale un trozo de pergamino. Y del mismo la pluma, esta vez sin un hechizo verbal para llamarla.

—Gracias —murmura cuando Regulus se lo tiende y él no dice nada, solo espera.

La sigue hasta el salón una vez la nota está escrita y ella la deja sobre la mesa de café, bien a la vista. Nota la mano de Regulus buscando la suya, entrelaza sus dedos y ella también lo hace. Es por la actuación, porque tienen que aparecer allí estando juntos, dando sensación de unidad.

Aparentando que se quieren porque es la única forma en la que pueden salir con vida de allí, aunque Delilah ni siquiera está segura de que eso vaya a funcionar.

—Pase lo que pase en esa reunión —Regulus empieza a hablar y ella gira la cabeza para mirarla, pero él no la mira—, si nos han descubierto, sal corriendo de allí.

—¿Crees que lo saben? —no pueden saberlo, lo han estado haciendo bien, lo han vendido lo suficientemente bien como para que no se den cuenta.

—No lo sé, creo que no —por fin deja de mirar a la nota en la mesa y la mira a ella—. Si nos han descubierto sales corriendo y te desapareces de inmediato, ¿entendido?

—¿Y tú? —no quiere preocuparse por él, joder, ni siquiera debería haberlo preguntado.

—Dime que lo has entendido, Del.

—¿Y qué pasa contigo? —vuelve a insistir, a pesar de saber que no va a tener respuesta.

—Selwyn, esto no es un juego, ¿lo has entendido? —se queda. Eso es lo que significa que no responda. Él se quedaría con ellos. Volvería a elegirles antes que salir corriendo con ella.

—Sí —responde, a pesar de que quiere gritar. Que corra con ella, que no le suelte la mano y que corra con ella hasta que puedan desaparecerse. Que no les elija.

—Te compraré todo el tiempo que pueda, ¿vale?

Regulus levanta la mano libre hasta ella, hasta su mejilla y la deja allí. No, no puede, no puede estar acercándose y ella no puede estar quieta, esperando, viendo como parece que va a besarla. Deseando que la bese.

Regulus, en cambio, la besa en la mejilla. Como en el tren, como la última vez que hablaron antes de convertirse en enemigos. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué juega así con ella? No es justo, nunca lo ha sido. ¿Por qué tiene que sentir algo por él después de todo lo que ha pasado?

—Cierra tu mente, Del —dice, antes de hacerles desaparecer.

Hacen siempre la misma parada en esa casa en mitad de la nada. Nunca llegan directamente, no pueden arriesgarse a que puedan encontrar la casa de Nova. Duran segundos allí, en esa casa, no necesitan mucho más, solo que su huella se quede allí y Regulus vuelve a hacerles desaparecer hasta las puertas de la mansión del Señor Tenebroso.

Los mortífagos que ven van vestidos de gala, algo que definitivamente ellos no sabían y son rápidos al transformar sus ropas a unas más acordes con lo que ven. Tienen que conseguir pasar desapercibidos, no pueden darse cuenta de que han llegado tan tarde. Pero va a ser obvio que son los últimos en llegar, los únicos que no sabían nada, en cuanto ponen un pie en la mansión.

—Regulus, por fin, vamos, ¿qué llevas puesto? —Narcissa Malfoy se acerca a su primo, completamente indignada ante lo que lleva.

—¿Túnica de gala? ¿Qué llevas tú puesto, Cissy?

—Soy una de las damas de honor de Delilah, Regulus, llevo una túnica acorde con la ocasión.

No. No, no, no. No es eso, no es verdad lo que está diciendo. Delilah retrocede un paso y no puede retroceder más porque el agarre de la mano de Regulus es fuerte. Tira de él un poco, hacia ella, porque eso no puede estar pasando, no es verdad.

—¿Qué estás diciendo, Cissy? —Regulus le aprieta la mano, él también retrocede hasta ella—. Nadie nos ha avisado de esto.

Narcissa avanza hacia ellos, finge que le coloca a Regulus el cuello de la túnica y se acerca lo suficiente a su oído.

—Ese era el punto, Regulus, esto es una prueba —es un susurro que Delilah solo oye porque Narcissa se ha acercado al lado en el que ella está—. No va a valer con fingir que estáis profundamente enamorados, Reg, esto va a ir mucho más allá.

Narcissa se aleja y empieza a hablar de los arreglos florales, de los invitados, de la boda. Les regaña por llegar tarde y se mete entre ambos, separándoles, enganchando sus brazos con los de ellos.

—Vamos, os llevo a cambiaros, no queremos hacer esperar a los invitados.

Narcissa se mueve por la mansión con familiaridad, como si supiera por donde tiene que ir. Conoce los atajos, conoce a todo el mundo con el que se cruza y les guía de forma experta hasta sus respectivas habitaciones.

—Regulus, esta es la tuya, vamos, cámbiate, no pierdas el tiempo, eres el primero que tiene que estar abajo.

Narcissa abre la puerta y Delilah contiene la respiración al ver dentro a Walburga y Orion Black. Los padres de Regulus y Sirius, están ahí, mirándoles, juzgándoles. Y, a las espaldas de ambos, Barty, sonriendo de oreja a oreja, encantado de la situación.

—Hijo —Walburga habla y Regulus parece que reacciona, entrando a la habitación, cerrando la puerta detrás de sí.

No, no puede dejarla sola con Narcissa, no puede dejarla sola en la mansión, se lo prometió, no iba a dejarla sola, no puede estar sola, necesita que esté a su lado, necesita...

—Cierra tu mente. Ya —el susurro de Narcissa es fuerte, seco, lo suficientemente bajo como para hacerla reaccionar—. Te encantará tu túnica, la he elegido yo misma.

Levanta la voz en la última frase, sonríe cuando lo dice. Es todo una actuación, es todo falso. Narcissa Malfoy sabe perfectamente que lo que están haciendo es falso, que no es verdad. Si ella lo sabe, ¿quién más lo sabe? ¿El Señor Tenebroso? ¿Por eso está montando todo esto? ¿Para demostrar que no son fieles?

La lleva por varios pasillos, pasan por delante de varias puertas hasta que llegan a la que hay alguien parado en ella, esperando. Delilah no le reconoce, pero supone que es un mortifago más. Le ve demasiado mayor para como son algunos de los mortífagos, pero supone que debe de ser de los primeros. Que ahora sean más y que sean más ruidosos no significa que todos los mortífagos tengan la veintena, no, los hay más mayores, más próximos a lo que debe de ser la edad del señor Tenebroso.

—Iasaiah, necesito pasar con Delilah, creo que todavía no os conocéis —la voz de Narcissa parece amable, pero nota la tensión que siente en el cuerpo por como le aprieta el brazo y Delilah entiende perfectamente el peligro.

—Vengo a por los anillos, Narcissa, como bien sabes. Y no, no hemos tenido el placer, Isaiah Walters.

No. No va en serio. Narcissa se gira hacia ella y, por un momento, puede ver el arrepentimiento en su mirada antes de quitarle la cadena del cuello donde lleva los anillos de sus padres. Puede ver como Walters sigue con la mano estirada en su dirección, pero ella no se mueve, ni siquiera cuando Narcissa deja los anillos sobre la mano de Walters.

—Gracias, nos vemos en la ceremonia, mi más sincera enhorabuena, Delilah.

—Te ayudaré a vestirte —Narcissa abre la puerta de la habitación, la invita a pasar y cierra detrás de ella, guiándola porque ella no es capaz de hacer nada. Tiene sus anillos, los de sus padres. Se los han quitado.

—No puede, son...

—Te ayudo, vamos, no tenemos tiempo que perder —la interrumpe y Delilah no tarda en averiguar por qué.

Su abuela está sentada en la cama, al lado de su túnica de novia, y su tío está sentado en una butaca cerca de la cama. Garrett juega con su varita y Delilah traga saliva.

—Te he dicho que no podías estar aquí mientras se vestía, Selwyn, sal fuera —el tono de voz de Narcissa es firme y Garrett se pone en pie.

—Quería felicitar a mi sobrina antes de todo, ¿acaso eso es un delito, Narcissa? —no confía en su tío, no lo hace, no desde los gritos en casa de su abuela porque su madre fuera, supuestamente, una squib.

—Gracias, tío —Delilah habla, pero ni siquiera reconoce su propia voz. ¿Qué está haciendo? ¿Por qué no sale corriendo? Debería salir corriendo de allí, debería volver a casa, debería irse del país.

—Tu padre estaría orgulloso, Delilah.

No. No lo estaría. Su padre no estaría orgulloso de que, ahora que se sabe todo, estuviera haciendo esto. Ni siquiera por ayudar a Nova, su padre se negaría por completo, la sacaría de allí y la mandaría con la familia de su madre para protegerla. La devolvería a Estados Unidos porque allí no pueden alcanzarla.

—Lo sé —dice en cambio, sonriendo. Mantén la fachada, no pienses en nada que no sea lo que ellos quieren oír.

—Te acompañaré al altar.

Ella vuelve a sonreír a su tío antes de que se vaya de la habitación y solo queda su abuela, que la mira de arriba a abajo, juzgando lo que lleva puesto. Siempre la ha juzgado, desde su acento estadounidense que se ha esforzado para eliminar como su estilo, sus notas o sus amigas.

—Me alegra ver como has recapacitado —su abuela se levanta de la cama, no la abraza, no se acerca más de la cuenta. Solo le recuerda como ella gritó que nunca se casaría con Regulus Black en cuanto volvieron de aquel desayuno en casa de los Black en el que se habló del tema.

Siempre ha entendido lo que tendría que hacer para protegerse, pero su madre siempre le había recordado que, mientras nadie lo supiera, ella era completamente libre de hacer lo que quisiera, por mucho que su abuela pensara que tenía algún poder sobre esa decisión.

—O mala suerte que me haya enamorado, abuela —le contesta, sabiendo que así puede ponerla de los nervios. Ella no cree en el amor y Delilah se pregunta que pensaría si viera a su primo.

—Espero que su familia se porte con el regalo de bodas —responde, como si eso fuera una respuesta lógica y normal.

—No necesitamos regalos, abuela.

—Es la costumbre.

Y la costumbre también sería que a ella ya la hubieran matado por mestiza, pero se ahorra decirlo porque, para su abuela, es teóricamente una sangre pura. Con sangre squib, pero sangre pura. Porque eso es todo lo que importa en ese mundo, tu sangre.

—Vamos, siéntate, te ayudaré a peinarte, Lorraine ¿puedes traerme de mi habitación la tiara que tengo preparada para Delilah? Como han llegado tarde se me ha olvidado parar a cogerla.

—Claro, Narcissa, ¿quinta habitación hacia la izquierda desde aquí? —Delilah avanza hacia el tocador, observa a ambas mujeres hablar entre ellas, la interacción llena de sonrisas falsas,

—Correcto, llama antes de entrar por si Lucius sigue dentro, aunque debería estar ya en la recepción.

—En caso de que siga en la habitación le diré que baje.

—Gracias, Lorraine.

Las dos mujeres vuelven a sonreírse y Delilah también lo hace. Sabe fundirse con ellas, sabe como hacerlo para que no se den cuenta de que no es una de ellas. Puede conseguirlo, ya lo ha conseguido, sabe mantener la fachada.

—Tienes suerte de que te casas por amor —Narcissa habla en cuanto la puerta se cierra y parece un código.

—Sí, tengo suerte —responde ella y puede ver como Narcissa asiente frente al espejo.

—Sé que mi primo puede ser... complicado —empieza a cepillarle el pelo, organizado en secciones que no tarda en empezar a trenzar—. Pero tiene buen corazón, sobre todo ahora que parece que sabe dónde está.

Narcissa lo sabe, sabe que todo es falso. Lo está diciendo con cada palabra, con cada tirón de un mechón. Ella sabe que no están de verdad con ellos. O, al menos, que ella no lo está, ¿sospechará de Regulus?

—Cuidaos, Delilah, el uno al otro. Lo que tenéis no es algo común entre nosotros.

Ella asiente, no confía en que su voz la traicione, no sabe cuanto va a tardar su abuela en volver con esa tiara. Así que solo siente y observa como Narcissa le trenza el pelo formando una corona sobre la que, cuando su abuela vuelve, le pone la tiara.

No se reconoce cuando se mira al espejo, con la túnica blanca de mangas anchas, el pelo trenzado y una tiara. No puede reconocerse porque, quien le devuelve la mirada es Delilah Black, fiel seguidora del Señor Tenebroso y ella es Delilah Selwyn, miembro de La Orden del Fénix.

—¿Lista, sobrina?

Asiente ante las palabras de su tío y entrelaza su brazo con él. Narcissa se ha encargado de que su varita esté bien segura en la mano libre, en el brazo que no engancha con su tío. No lo ha dicho, no en voz alta, pero sí con la mirada. Para que pueda defenderse si es necesario. Pero no va a ser necesario porque es Delilah Black y ella es completamente fiel a la causa.

Por eso sonríe al ver a Regulus al final del largo pasillo que tiene que recorrer del brazo de su tío, con todos los mortífagos mirando, con el Señor Tenebroso al lado de Regulus, listo para casarles.

—Bienvenidos —comienza el Señor Tenebroso cuando Delilah alcanza a Regulus, cuando toma su mano.

Ella es Delilah Black y esta es su boda.

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Pues... se han casado. Y ya está, o sea, que son quince capítulos, que no da para más y hay mucha gente que matar y todas esas cosas de las que se me acusan.

Estoy hasta arriba de cosas, así que solo digo que nos vemos en el siguiente capítulo, mil gracias por leer <3

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