Capítulo 11

John lleva hablando un buen rato, pero Delilah solo está sonriendo al hijo de su jefe, asiente en los momentos en los que considera oportuno, se ríe y sigue tecleando en la máquina de escribir ni siquiera sabe qué. Solo quiere que John se vaya para poder seguir leyendo la última carta de Valerie, solo lleva la mitad, pero quizá en esta...

Quizá es en esta en la que menciona el beso, porque ella no ha podido dejar de pensar en ello, pero no sabe como sacar el tema en ninguna de esas cartas, no cuando Valerie parece estar ignorando que haya pasado. ¿Por qué tuvo que besarla antes de irse? ¿Por qué no pudo hacerlo cuando estaban de viaje, compartiendo cama?

Quiere hablar de ello porque no se lo esperaba, pero le había gustado, claro que le había gustado besar a Valerie. Volvería a hacerlo en ese mismo instante si ella entrara por la puerta y...  y...

John se apoya de la nada sobre su escritorio y deja dos entradas para el autocine de Claredon.

—¿Grease uno y dos? —le pregunta, leyendo las entradas y tiene que aguantar la risa porque mismo maratón ya fue a verlo con Brooke cuando la película salió en junio.

—¿No te gusta? Creo que te oí hablar del maratón con Selina —no sabe si le parece mono que le escuchase hablar de ello o si le parece que no prestó la suficiente atención porque le contó a Selina que iba a verlo con Brooke ese mismo fin de semana.

—Me gustó más la primera —le sonríe y John deja de sonreír, cogiendo de nuevo las entradas, pero Delilah le para—. Me gusta lo suficiente la primera como para volver a verla.

Acepta porque, total, la primera está bastante bien, aunque la segunda deje mucho que desear y... quiere dejar de pensar en Val durante, al menos, unas horas. Porque no deja de pensar en el beso, en qué significa eso para su amistad si es que significa algo. Porque ella quiere que signifique algo, le ha dado muchas vueltas desde que se quedó allí, viendo como Val desaparecía en la sede del Ministerio. Tardó dos horas en poder volver a conducir porque no podía dejar de pensar en ello y pasó todo el viaje bastante distraída.

—Siempre podemos ver solo la primera y luego ir a cenar, conozco un buen sitio en Claredon —suena bien, así que Delilah asiente y le sonríe—. Nos vemos el viernes entonces, ¿te recojo en tu casa el viernes para venir a trabajar? Así no tienes que dejar el coche aquí y...

—No te preocupes, le puedo pedir a mi prima que me traiga.

No se siente del todo cómoda dándole la dirección a John, por muy simpático que sea y por mucho que sea el hijo del jefe. Quizá no debería salir con él, pero también ha quedado un par de veces con Selina, así que... ¿por qué no? Las dos han salido a tomar café después de trabajar y, alguna vez, han cenado juntas en Matador y luego Delilah la ha llevado a casa en coche. Son compañeros de trabajo, así que, ¿por qué no?

—Porque es una cita —Brooke se lo dice claramente cuando la llama por la noche para pedirle que vaya a dejarla en Matador antes de ir al instituto.

—Es una salida entre compañeros de trabajo —aclara ella y Brooke se ríe al otro lado de la línea.

—Lilah, es una cita, dos entradas para el autocine con luego cena, es claramente una cita, te dejará en casa y querrá que le invites a entrar —su prima insiste y ella pone los ojos en blanco, a pesar de que Brooke no la ve.

—Si tú lo dices —no merece la pena insistir en ello y su prima se ríe de nuevo.

—Déjale claro que no es una cita, Lilah, o se creerá que sí, ¿y si invitas a Selina?

—Ya tiene planes para este fin de semana, ella sí que tiene una cita.

—¿Voy contigo entonces? —propone y Delilah se ríe.

—No hace falta, Brooks, pero gracias por ofrecerte.

—Deberías decírselo antes de salir el viernes, para que no tenga la idea equivocada —sugiere, pero Delilah no dice nada.

Le agradece que vaya a ir a llevarla a Matador el viernes para trabajar y se despide de ella prometiéndola que irán a ver Viernes Trece parte tres en las próximas semanas, a pesar de que Delilah no quiere verla. No le ha explicado a Brooke que, cuando vió la primera parte, un mago intentó matar a las hijas de su primo y al hijo de uno de los amigos de su primo. No le ha dicho nada de cómo la casa explotó matando al mago tenebroso que atemorizaba a todo Reino Unido y por el cual sus padres estaban muertos. No le puede contar eso a su prima, por mucho que quiera, no quiere recordar el Halloween de hace casi un año, ya ha pasado suficiente tiempo, puede olvidarlo, tiene que olvidarlo.

Así que, quizá, le viene bien salir con John, aunque sea una cita. Porque las citas pueden salir mal y sabe que esa va a salir mal porque no deja de pensar en lo que le gustaría a Valerie ver Grease o cómo compartirían el cubo de palomitas y la bebida en lugar de tener cada uno el suyo. Siempre lo han compartido, han cogido el cubo más grande y la bebida más grande y sus manos siempre se han rozado cuando estaban cogiendo palomitas o cuando iban a beber a la vez.

Pero con John eso no pasa, cada uno tiene su cubo de palomitas y su bebida. Su coche es un convertible y lo deja en el modo descapotable cuando están en el cine, teniendo que poner el volumen de la película un poco más bajo de lo que debería para no molestar al resto de los coches. Es divertido ir en el coche hasta el restaurante con el viento revolviéndole el pelo, pero la cena... la cena no tiene nada que ver con las que hace con Val.

Porque está claro que John no es Val y, quizá, si Val no hubiera vuelto a su vida, podría intentar algo con John. Porque él es normal, no sabe nada de los magos y las brujas, no sabe nada de la guerra de la que ha huido, de la que formaba parte. No sabe que es huérfana y que ya está casada, no sabe nada de cómo ha causado la muerte de dos personas. John es muggle y lo muggle es seguro, pero Delilah quiere intentarlo con Valerie, porque Valerie es Valerie.

—¿No me vas a invitar a entrar? —John se ha bajado del coche, está con ella junto a la puerta y Delilah le sonríe.

—Tengo la casa echa un desastre —es una excusa horrible, pero supone que funciona porque John sonríe—. Ya sabes, el fregadero lleno de platos y en el salón parece que he montado una fiesta.

—¿La próxima?

—Claro.

Le sonríe, a pesar de que no va a haber próxima y John se inclina para darle un beso en la mejilla. Y no es como con Valerie, ni siquiera es como con... no, en él no va a pensar, no puede pensar en él porque... no puede. No siente nada cuando John le besa la mejilla, le sonríe por compromiso y ve como se aleja en el coche, convertido de nuevo en un descapotable.

Al principio resulta divertido como intenta montar nuevas citas, pero ella va rechazándolas todas gracias a la ayuda de Selina y de sus primos. Siempre encuentra algún plan, alguno siempre puede ir a buscarla el viernes cuando sale de trabajar o la acompaña por las calles de Matador fingiendo que tienen planes.

—Deberías decirle que no te interesa —Tyler opina como Brooke y se siente con ganas de hacerlo, algo que Delilah entiende porque es la tercera vez que viene a buscarla a la oficina con Lucas.

—Es el hijo de mi jefe, quizá me echan si le digo que no.

—Pues buscas otro trabajo, Lilah, vales más que para ser la secretaria de un abogado.

—¿Tengo que recordarte que no tengo tus mismos estudios?

Es su forma de decirle que es bruja y que si se ha olvidado de eso. No puede llegar y cambiar de trabajo tan fácilmente, es todo un milagro tener ese, así que...

—Ni que necesitaras el dinero, convierte ese dinero tuyo y puedes vivir sin trabajar.

—Me gusta trabajar, Tyler, me hace no estar siempre en casa.

Tyler se da por vencido, pero le vuelve a repetir que le diga a John que no está interesada. Pero ella no hace caso, de hecho probablemente lo empeore porque, durante la noche de Halloween, acepta salir con John. Ni siquiera sabe por qué lo hace, después de tantas semanas rechazándole, pero se siente mal, hace demasiado tiempo que Valerie no le contesta a una carta y... y no quiere pasar Halloween sola en casa.

Así que acepta ir a ese nuevo restaurante que han abierto en Matador. John la recoge a las seis en punto y, con el coche convertido en un descapotable, llegan al nuevo restaurante abierto por una pareja de forasteros. Ambos son de Louisiana, una pareja de la edad de su primo Tyler que dió con el pueblo por accidente y decidieron quedarse allí porque les parecía el lugar perfecto para probar suerte. Ella no es quien va a decirles que Matador no es el mejor sitio para probar suerte porque ella hizo lo mismo cuando dejó todo atrás.

La comida está buena, la pareja es muy amable y, en general, Delilah puede olvidar que es Halloween durante, al menos, unas horas. No hay nadie disfrazado, nadie pide caramelos, nadie tiene una varita. No hay peligro porque está oculta y, cuando vuelve a casa, invita a John a pasar.

—Está vez está todo recogido —bromea, invitándole al salón.

No es ella quien ve la carta, la coge John, del sofá, y se la tiende antes de sentarse.

—¿Siempre dejas el correo sobre el sofá? Ahora entiendo por qué decías que estaba desordenado —bromea, pero Delilah no puede centrarse en la broma porque reconoce la letra de Sirius.

No deberían llegar cartas, el hechizo debería seguir funcionando. No pueden llegar cartas, porque si llegan cartas significa que pueden encontrarla. Si pueden encontrarla los mortífagos pueden llegar, pueden ir a por ella, a por su familia, a por todo lo que le importa, pueden... pueden...

—Tengo que subir un momento arriba —no espera una respuesta de John, intenta no temblar, intenta mostrarse normal, pero vuelve a sentirlo todo, vuelve a sentir el pánico.

Ha pasado un año, justo un año de que el Señor Tenebroso murió y recibe una carta por primera vez en meses. No puede ser coincidencia, saben donde están pueden ir a por ella, no puede quedarse allí, tiene que irse, tiene que volver a esconderse. Le tiemblan las manos mientras busca en su tocador el falso fondo, no consigue encontrar el pequeño tirador porque le falta el aire, le empieza a costar ver. Todos están en peligro porque ella no ha sido capaz de esconderse bien como su tía.

Consigue encontrarlo y tira rápidamente, buscando la varita. No debería sentirse tan bien volver a cogerla, no debería sentirse tan segura, pero lo hace, se siente segura, protegida. Levanta la varita y revisa los hechizos, esos que puso en cuanto se mudó de casa y siguen tan fuertes como ese día, sí, lo nota, lo ve y... ah, ahí está, el pequeño agujero. Es pequeño, lo suficiente como para que una carta se cuele, así que lo cierra, no deja que nada pase y Delilah vuelve a respirar.

Porque, con un agujero tan pequeño en las protecciones no han podido encontrarla, no pueden saber dónde está. Está a salvo, todos están a salvo, no pueden ir a por ella, no pueden encontrarla, no va a pasarles nada. Su familia está a salvo, Seline está a salvo, John está a salvo. No ha pasado nada, no va a pasar nada.

Se fuerza en aparentar normalidad, que todo está bien, pero John lo acaba notando y no se queda mucho en su casa, algo que Delilah agradece, porque, en cuanto ve cómo desaparece por la carretera, enciende la chimenea y quema la carta de Sirius. Porque no piensa leerla, ha dejado todo atrás, no piensa leer nada que sea de ellos, no quiere volver, no va a volver.

Dedica los siguientes días a proteger, aún más, la casa. Porque no se siente segura, no del todo, no cuando en menos de un año las protecciones han bajado. Así que las aumenta, protege el coche, protege la oficina. Disimula cuando protege la casa de sus abuelos, las de sus tíos y la de Tyler. Viaja con Brooke a ver a Kyle y a Heather para proteger sus habitaciones en la universidad. Protege el coche de su prima y lo intenta con los de sus tíos y el de sus abuelos, pero no puede porque Tyler ve la varita y, obviamente, tiene preguntas.

—¿Qué pasó exactamente en Inglaterra, Lilah?

Están en su casa, en las afueras, fingiendo que miran el paisaje. Tyler tiene un lago a tan solo veinte minutos de casa y han ido paseando tranquilamente hasta allí. Si fuera verano podrían utilizar la cuerda de nuevo para tirarse dentro del lago, pero están en noviembre y si no fuera porque viven en Texas, estaría congelado y podrían patinar sobre las aguas.

—Nada, ¿por qué lo dices?

—¿Por qué la tía Agnese no me contesta a ninguna carta? O al teléfono —pregunta y Delilah se encoge de hombros.

—No sé dónde están ahora, ya os lo dije, ahora quieren viajar.

—Pero en algún momento volverán a casa, ¿no? Y teléfonos hay en todas partes —su primo sabe que pasa algo, pero Delilah finge, se le da muy bien fingir.

—¿Bromeas? ¿Teléfonos? Mis padres se están quedando en hoteles mágicos, Ty, no en hoteles muggles, no hay teléfonos allí, ¿tengo que recordarte que utilizamos lechuzas para comunicarnos?

—Nunca entenderé eso —murmura su primo y ella se ríe. Finge que todo está bien, que es gracioso, que no pasa nada, que sus padres están viajando de verdad por todo el mundo y no están enterrados en un cementerio de Inglaterra que ella ni siquiera conoce porque no pudo ir al funeral.

—La magia estropea todos los electrodomésticos, tendrías que ver qué mal funciona un microondas en una casa de magos.

Exceptuando cuando la casa de magos es de su primo o de Lily. Supone que la de Sirius también es igual, pero nunca ha estado en ella, así que no lo sabe. Pero ellos han encontrado la forma y, si lo compartieran, podrían hacerse ricos.

—Sigue habiendo cabinas telefónicas, puede llamar.

—Me llama, Ty, están bien, no te preocupes.

Pero su primo se preocupa, sí, no la quita ojo de encima durante el mes de noviembre y la cena de Acción de Gracias está llena de momentos en los que intenta quedarse de nuevo a solas con ella para volver a insistirle en que su madre sigue sin contestar a nada. Así que Delilah inventa una nueva mentira, es fácil, no pasa nada, es por su bien.

—Mis padres han vendido la casa —anuncia a toda la familia durante la cena y todos parecen sorprendidos—. Van a estar viajando hasta que se cansen o el dinero se agote, y creo que lo primero que va a pasar será que se cansen.

Bromea, es fácil, la mentira es sencilla y ahorra un dolor totalmente innecesario a su familia. No necesitan saber que están muertos, no necesitan saber cómo murieron o que es culpa suya.

—Me han dicho que mandarán postales —lo dice sonriendo, como si no fuera su culpa que no haya postales, que no haya llamadas, que no haya cartas.

Porque ellos no saben del segundo ataque, pero tampoco saben del primero. Nunca lo van a saber, Delilah no lo va a contar, no puede contarlo, porque si lo cuenta se romperá cuando sepan que ambos fueron su culpa. No pueden saberlo, nunca, guardará el secreto hasta el día que pueda decir que murieron por causas naturales porque es como tendría que haber sido de no haber sido por ella.

Su familia se alegran, le preguntan que si visitarán Estados Unidos y Delilah niega, diciendo que no quieren ni que su propia hija vaya con ellos, como para ir a verles a todos. Se ríen, siguen cenando, Delilah no deja de sonreír en toda la cena, deja que Tyler pregunte lo que quiera, la vigile, le pregunte que si está bien. Y ella solo responde que echa de menos a sus padres, la primera verdad que dice en toda la noche, a lo que su primo la abraza.

Las postales empiezan a llegar unas semanas más tarde, deseando una feliz navidad por adelantado y sus abuelos parecen más que contentos. Llega un regalo para Lucas y Delilah solo sonríe cuando su primo le pregunta que cómo lo han mandado sus padres.

—Te lo he dicho, Ty, tenían un crucero ahora, por todo el mundo, solo pasaron a dejar el regalo antes de irse —le responde, abrazando a su primo mientras miran como Lucas juega con su nuevo juguete.

—Podían haber venido a casa.

—Se pasaron a las dos de la mañana, me dieron un susto de muerte.

—¿Y qué opinaron de tu casa?

—Que no debería vivir en medio de la nada y sola.

Sabe lo que su primo quiere oír, así que lo dice. Además, es lo que pensarían sus padres de verdad, en que no debería vivir sola, que se podía haber quedado con los abuelos o con la tía Rochelle o, incluso, con el tío Owen en la habitación de Heather. Delilah hubiera protestado, les hubiera recordado que ya era adulta y que podía vivir sola.

—¿Y tu amiga? —su primo lo pregunta en un tono de voz más bajo de lo que estaba hablando antes y Delilah le mira—. ¿No puede venirse a vivir contigo?

—¿Valerie? Tiene una vida en Inglaterra, Ty, no puede coger y dejarlo todo para vivir a venir conmigo —pero ojalá lo hiciera, ojalá volviera con ella.

Las cartas ya no son suficientes, quiere volver a ver a Valerie y sabe que, con un sencillo traslador, podría estar en Inglaterra en cuestión de minutos.

—Bueno, tú lo hiciste, ¿no?

Su primo intenta revolverle el pelo, se ríe cuando Lucas le llama y va directo hacia su hijo. A veces, le recuerda a Nova y a las niñas. Seguro que se llevarían bien, quizá, si las cosas hubieran sido diferentes, ella podría invitarles ahora a su casa. Tiene habitaciones más que de sobra para que vengan los cinco, sería fácil, solo tendría que escribir una carta.

Pero, igual que no coge ese traslador para ver a Valerie, tampoco escribe esa carta para invitar a Nova a su casa. No se atreve, no cree que pueda llegar a hacerlo nunca, por salir de allí, salir de Texas, supone volver a estar en el punto de mira de todo el mundo. Querrán saber por qué se fue, querrán ayuda para sacarle de Azkaban, querrán que proteja a las niñas, que ayude en La Orden y ella no sabe si puede volver a hacerlo.

No, sabe que, en esos momentos, no puede hacerlo. No puede ser la Delilah que todos esperan porque no puede cumplir esas expectativas, no puede ser valiente cuando, en realidad, es una cobarde que se esconde en una casa con multitud de hechizos, tiene un trabajo muggle y finge que sus padres siguen vivos. Es mucho más fácil mentirse, decirse que es normal, que aceptar que salió huyendo porque no quería contarles que había matado a Gideon y Fabian.

Cuando vuelve a casa, después de pasar el día con Tyler, Ava y el pequeño Lucas, Delilah está agotada. Quedan solo un par de días para Navidad y ni siquiera ha terminado de comprar los regalos, así que pone la alarma y, al día siguiente, se dispone a terminar esas últimas compras que le quedan. Le falta el regalo de la abuela, el de la tía Renee, el de Kyle y el de Heather porque tiene claro que le quiere comprar a sus tíos. Así que se recorre el centro comercial, todas las tiendas, una por una, hasta que encuentra los regalos perfectos para su familia.

Ya tenía un regalo para Selina, se lo había dado el viernes, después de salir de trabajar, pero cuando ve una bufanda, no puede evitar comprarla para regalársela también cuando vuelva a trabajar. Y, cuando está a punto de salir de la tienda, ve una pulsera. Ya le había mandado a Valerie su regalo hacía bastante tiempo, debería recibirlo esa misma semana, pero... pero no puede evitarlo y la compra. Para cosas así echa de menos a Owlbert, su lechuza podría entregarle el regalo a Valerie en cuestión de horas y no tendría que esperar para mandarlo cuando la oficina de correos vuelva a abrir.

O, quizá, puede dársela cuando llega a casa.

Valerie está en la puerta de su casa, con una pequeña mochila en el suelo, las manos en los bolsillos y la cara escondida en la bufanda, a pesar de que en Inglaterra hace más frío de lo que hace allí en Matador. Menos por las noches, porque las noches son bastante más frías.

—¡Sorpresa! —Valerie lo grita desde la puerta de casa en cuanto la ve en el coche y Delilah no se molesta en ponerse el abrigo de nuevo o en apagar el motor porque abre la puerta y sale corriendo hacia su amiga.

La abraza con fuerza, no quiere soltarla, no quiere que vuelva a irse, a pesar de que, por la mochila que lleva, no se va a quedar mucho tiempo y está claro.

—¿Qué haces aquí? ¿Cuándo has llegado?

—He venido por Navidad, Brooke me ha dejado hace quince minutos aquí.

—¿Qué? ¿Por qué no me ha llamado para que venga? ¡Y sabes dónde está la llave! ¿Por qué no has entrado?

Valerie se ríe, ella también lo hace. Se sonríen y Delilah recuerda que tiene que apagar el coche y sacar todas las cosas del maletero, además, estaría bien ponerse el abrigo porque se nota que empieza a anochecer y el frío aprieta.

—Cierra los ojos, te he comprado otra cosa y no quiero que la veas hasta Navidad.

—¿Seguro que no sabías que venía? —Valerie le hace caso y Delilah ríe.

—Pensaba que no te vería hasta el verano que viene, es lo que me dijiste en la última carta —de hace una semana, en la que ella decía que iba a estar de trabajo hasta arriba y que no podría ni pasar por casa—. ¿Te llegó mi regalo? Lo envié hace una semana y media.

—Supongo que me estará esperando cuando vuelva.

Sí, va a volver, Valerie lo confirma y Delilah sonríe, fingiendo que no pasa nada y va hacia el coche. Apaga el motor, se pone el abrigo y coge todas las bolsas para meterlas en la casa. Todavía no lo notan, pero en unas horas la temperatura bajará aún más, así que Delilah enciende la chimenea para que ambas se puedan sentar en el sofá.

—¿Hasta cuándo te quedas? —no sabe si quiere saber cuanto tiempo tiene con ella en realidad, pero lo pregunta igualmente porque prefiere ir haciéndose la idea.

—Hasta el veintiséis, ha sido un milagro conseguir los días, por eso no te dije nada, me los confirmaron hace dos días.

Son solo tres días, no es mucho, pero es mejor que tener que esperar hasta el verano siguiente. Así que Delilah abraza a su amiga, alargando el momento, esperando a que Valerie diga algo del beso. Pero en los tres días que pasa allí no hay ni una sola mención y Delilah empieza a pesar que se lo había imaginado. No, no podía ser su imaginación, porque habían dormido juntas, habían seguido leyendo El lobo que me enamoró y habían tenido citas.

Bueno, quizá no eran citas, pero desde luego a Delilah le habían parecido más citas que las que había tenido con John, y eso que esas sí que eran citas de verdad de acuerdo a Brooke y Selina. Todo era fácil con Valerie, todo menos hablar de ese beso, porque, si se equivocaba, perdía a su mejor amiga. Y no podía perderla a ella también.

—¿Cuándo vas a volver? —no quería preguntarlo, pero no puede evitarlo cuando están de nuevo en Amarillo, en el coche, esperando a que llegue la hora de que Valerie se vaya.

—Quizá consigo algunos días por Pascua, pero... es complicado —Valerie suspira mientras mira a la oficina del Ministerio de Magia y luego se gira para mirarla a ella. Y, cuando le sonríe, a Delilah se le acelera el corazón—. ¿Acaso quieres que venga más?

—Por mi como si quieres venir todos los fines de semana.

No quería ser tan directa, pero ya lo ha dicho y Valerie se ríe, pero ella va en serio. Va muy en serio porque quiere que se quede con ella, quiere que sean algo más, quiere...

—Veremos que se puede hacer —Valerie le guiña un ojo y abre la puerta del coche porque es hora de que entre en la oficina para volver hasta Inglaterra.

Y ella es egoísta, es una de las cosas que Delilah tiene claro, es realmente egoísta, así que acompaña a Valerie hasta la puerta, quiere que pierda el traslador, quiere hablar del beso y quiere pedirle que se mude con ella.

—Buen viaje —responde en cambio, sonriendo, como si no pasara nada. Supone que eso la hace menos egoísta.

Hasta que Valerie vuelve, una y otra vez, durante los fines de semana. No hablan del beso, no hablan de que podría mudarse, solo hacen planes, salen juntas, duermen juntas, cocinan abrazadas, ven películas en el sofá con una manta por encima. Las semanas avanzan, poco a poco y, al cumplir los veintiuno, Delilah no se espera el regalo.

—¿Tienes hueco en esa casa tuya? —Valerie está en la puerta, con una maleta grande, una maleta de verdad, de las que utiliza la gente cuando se va a quedar mucho tiempo.

—Todo el que quieras —sonríe cuando lo dice, le abre la puerta y le ayuda a meter la maleta.

—Menos mal, porque todavía me quedan cajas por traer, no sé cómo hiciste la mudanza intercontinental, pero no sabía que tenía tantas cosas que quería traer.

Se queda. Se queda con ella y no vuelve a Inglaterra. Delilah no lo piensa mucho cuando se acerca a ella y la besa, de nuevo, después de casi un año sin hacerlo.

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Mis niñas vuelven a estar juntas y esta vez no se separan. Mil gracias por leer <3

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