Día Dos
Su esposa llevaba todo el día anterior actuando raro. Ryan creyó que se le pasaría por la mañana cuando ella despertara.
Pero cuando Clarise se levantó oyó el mismo grito de la anterior mañana. Un grito de espanto.
—¡Sigo siendo mujer! —escuchó a su esposa con la voz ahogada— ¡Dios, esto es malo!
—¿Por qué sigues empeñada en decir lo mismo? Eres mujer. Siempre has sido una mujer, Clarise —contestó Ryan a los alaridos de su esposa.
—Te juro que mi nombre es Connie, soy un chico de diecisiete años, con un gato esperando en casa a que lo alimente. Tengo testículos y un pene —Clarise estaba al borde de las lágrimas—Te lo juro —susurró.
El corazón de Ryan se encogió, jamás había visto el lado vulnerable de su esposa. En realidad, él jamás había tenido una conversación de más de tres palabras con ella.
Su matrimonio con Clarise solo consistía en sexo y conveniencia. Ryan tenía que mantener el legado de su familia en alto, él tenía una empresa y Clarise era la hija de un reconocido empresario. No entendía por qué el padre de Clarise insistía tanto en que se casara con ella, pero sí sabía que ella lo hacía para que su padre no la desheredara, porque ella había escogido una carrera donde era fácil morirse de hambre. Y para Ryan eso lo hacía conveniente; él quería hacer crecer a su empresa y la única forma rápida de hacerlo era casándose con la hija de un empresario reconocido.
—¿Diecisiete años? —preguntó Ryan sin creer nada de lo que decía.
—Sí, serías un pedófilo si te acuestas conmigo. Por eso no quería hacerlo anoche —contestó ella.
Ryan se mantuvo callado por un par de segundos, y luego estalló en risa.
—No soy ningún pedófilo, Clarise. Tienes 28 años.
—Si hubiera una forma de hacerte creer en lo que digo, lo haría. Pero no la hay —soltó Clarise dejándose tumbar nuevamente a la cama. Una lágrima recorrió su mejilla.
—¿Estás llorando? Hey, todo esto está saliéndose de control —dijo Ryan acercándose a su esposa y limpiando la lágrima depositada.
Le empezaba a agradar. Era tan ridículo que su esposa tuviera un delirio para que por fin a Ryan le agradara y no se lamentara de casarse con ella.
—¿Importa? Solo quiero morir ahora.
—Bien, mira. Te creo. Te llamas Connie, ¿verdad? —dijo Ryan con el afán de seguirle la corriente.
—Sí —susurró ella.
—Estás atrapado en el cuerpo de mi esposa y quieres saber cómo regresar al tuyo.
—¡Sí! —dijo levantándose de repente con entusiasmo —Tienes que ayudarme, ¡por favor!
Ryan vio a Clarise ponerse de rodillas y juntando sus manos en forma de súplica. Parecía una niña actuando de esa manera, pero enterneció su corazón.
—Bien, solo necesitamos esto —Ryan señaló el celular— ¿Cuál es tu número?
—¿Me llamarás?
—Si tú estás atrapado en ese cuerpo, entonces Clarise debe de estar en el tuyo. Al menos, así funciona en las películas —él no podía creer que estaba haciendo esto.
Ella le dió el número y pensó que lo había inventado. Puso el celular en altavoz. Y una voz sonó tras el teléfono. Una voz suave y dulce. Sí, era la voz de un adolescente, definitivamente.
—¿Hola? —preguntaron tras la línea.
Ryan miró a su esposa sin saber qué hacer. Estaban acosando a una persona, solo porque su esposa estaba loca.
—Clarise, ¿Ese es tu nombre? —preguntó su esposa arrebatándole el teléfono.
—¿Qué haces? —susurró Ryan arrepintiéndose.
Hubo silencio tras la línea y luego...
—¿Quién? Perdón, es número equivocado —dijo la voz desconocida.
Ryan tomó su celular devuelta mirando con severidad a su esposa.
—¿Por qué colgaste? Creí que me ayudarías.
—Dijo que era número equivocado. Sabes...
—No lo digas, no estoy loco.
Ryan revoleó los ojos escuchando a su esposa volver a cambiarse de género.
—Querrás decir loca.
—No. Sé lo que soy. Y además, déjame decirte que no tengo nada en contra de las mujeres, pero hubiera preferido un cuerpo menos robusto, uno más pequeño y, y... Perdón, no quise decir eso. Tu esposa es hermosa.
Ryan jamás tuvo tantas ganas de besar a Clarise. Se veía tierna como nunca y se escuchaba tan dulce.
—Será mejor que vayamos a desayunar —dijo Ryan tomando de la mano a Clarise para arrastrarla hacia la mesa.
Ryan la dejó un rato y en un par de minutos volvió con ella. Le sirvió un plato de waffles con dulce de leche y un vaso de chocolate.
Él pudo vislumbrar en Clarise una pequeña sonrisa cuando vio su desayuno.
No sabía en dónde estaba su esposa, pero esa que veía ahí sentada frente a él le gustaba más.
—¿Tienes hambre? —preguntó Ryan sonriendo.
—Mucha —ella dio un mordisco a los waffles y soltó un gemido gustosa— ¡Esto está delicioso!
—Me alegro que te guste, ayer dejaste a tu cuerpo en ayunas, hoy tendrás que comer sí o sí —le advirtió Ryan echando azúcar a su taza de café.
—Creo que podría acostumbrarme a esto si el almuerzo y la cena son igual de ricos.
—Puedo conseguir comprar un almuerzo dulce para ti —dijo Ryan.
—Me encantaría eso.
Los dos terminaron de desayunar y Clarise quiso ayudar a lavar los trastes.
Ella no lavaba los platos sucios de nadie.
Ryan la miró desde la puerta de la cocina. No quería que esto acabara.
—Te ves tranquila.
—Intento no perder los papeles —contestó ella—. Pero agradecería mucho si me trataras como a un chico. ¿Puedo saber por qué tú esposa solo usa vestidos? Es incómodo.
—¿Quieres ir de compras? —preguntó Ryan inseguro.
—¿Podemos? —Clarise dejó de lavar solo para mirarlo con el rostro ilusionado.
Ryan sonrió.
—Por su puesto.
Vio cómo Clarise lavó el último plato de manera rápida. Se secó las manos en papel toalla. Y sonrió.
—Ya estoy listo.
—¿Ahora? —dudó él. Clarise asintió con vehemencia— Estás en pijama.
—¿Y cuál es la diferencia? No se ve como un pijama realmente, y no quiero usar tacones, tu esposa solo tiene tacones en su armario ¿Podemos comprar un par de tenis?
—Está bien, ven aquí —dijo Ryan sin poder aguantar tanta ternura y se acercó a Clarise tomándola del mentón, miró sus ojos y segundos después la besó. Un beso lento.
Clarise no se movió ni un ápice, parecía sorprendida. Y Ryan lo entendía porque él jamás había besado a Clarise de esa forma. Solo la besaba cuando tenían sexo, un beso sin sentimientos.
—¿Vamos? —preguntó Ryan, tomándola de nuevo de la mano y llevándola consigo hasta el aparcamiento donde estaba su coche.
Dentro del auto Clarise aún parecía perturbada, tenía el rostro sonrojado y era incapaz de mirar a Ryan a los ojos.
Cuando llegaron al shopping Ryan recorrió el centro con Clarise, pero solo las tiendas que eran de mujeres.
—No quiero nada de chicas —dijo Clarise frunciendo sus cejas de forma tierna—. Uso ropa de hombre.
—¿Quieres entrar a una tienda de hombres?
Había preguntado Ryan inseguro. Él podía lidiar con la locura pasajera de su esposa, pero no creía que los demás lo entendieran.
Sin embargo, Clarise parecía no tener ningún problema con las miradas de los demás mientras se probaba la ropa de hombre frente a un espejo.
—Este me quedaría perfecto si no tuviera te...—Ryan le cubrió la boca con sus manos de forma alarmante.
—No lo digas aquí —le susurró Ryan en la oreja de Clarise— Los demás pensaran que has perdido la cabeza. Te ves como una mujer justo ahora.
—Lo siento —dijo Clarise bajito. Ella se vio el rostro en el espejo y parecía volver a estar triste. Ryan maldijo en su mente, había hecho que ella se sintiera mal de nuevo.
Pero Ryan sabía lo que tenía que decir para que ella volviera a sonreír.
—Ese te queda bien, Connie —dijo el nombre lentamente, mirándola a los ojos. Estos brillaron un poco y luego ella volvió a sonreír.
El corazón de Ryan golpeó fuerte. Era tan difícil decir lo raro que estaba siendo estos dos últimos días con Clarise, ¿Por qué antes era diferente?
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