7. Fuck you, my dear.

Mis ojos recorren la tienda de ropa que Morgan ha hecho cerrar solo para nosotras y paso mis dedos por un vestido plateado que llama mi atención y que me quedaría bien para la cena de esta noche con Bastián, cena a la que ya no pude abstener de ir. Aunque debo reconocer, al menos solo para mí, que siento curiosidad por salir hoy con él, ya que desde nuestra cena la semana pasada, las cosas han he estado un poco extrañas entre nosotros a tal punto que ya no discutimos. O al menos no como es normal entre los dos.

Y a veces lo encuentro mirándome sin ninguna razón en particular, lo cual me desconcierta.

—Morgan sabe que no es normal que las personas cierren una tienda por qué están de mal humor. ¿Verdad? —me pregunta Leila.

Aparto mi mirada del vestido frente a mí y también aparto mis pensamientos de Bastián.

—Es normal en el mundo de Morgan. Sus padres compraban su amor y perdón con regalos muy caros y ella sigue haciendo lo mismo. Le gusta y es feliz, así que está bien para nosotros.

Morgan ha pasado por mucho, incluso sí ella no lo va admitir porque es demasiado orgullosa para hacerlo y mostrar debilidad.

A veces pienso en lo duro que debió ser para ella descubrir la verdad sobre su padre, la forma que se debió sentir y como aún siente la carga de demostrarle a su madre adoptiva, Cristal, que no fue un error adoptarla. Demostrarle a su padre, incluso aunque está muerto, que ella no era un error como hija.

—¿Cómo es su relación con su madre? —me pregunta Leila— Me refiero a su madre adoptiva.

Diría que mejor de lo que era su relación con su padre, pero no sé si eso en el fondo es bueno.

Morgan odia a su padre, ese no es un secreto para nadie, porque mientras Max tiene los recuerdos de ser el hijo dorado, Morgan recuerda que su padre jamás la reconoció como hija legítima, que fingió ser un buen hombre que adoptaba a una niña y la hizo sentir que no merecía las cosas que tenía. La hizo sentir no amada y es tanto así su desprecio por su padre y su legado, que se rehusó a trabajar en Golden Lab, los laboratorios en Seattle que pertenecen a los Avery y que son nuestra competencia directa.

—Eso tendrás que preguntarle a ella —respondo.

A estas alturas, Leila ya debería saber que hay preguntas sobre los demás, con las que no nos sentimos cómodos.

—Mi madre biológica era mala —murmura de pronto Morgan, llamando nuestra atención—. No era mala madre, pero sí una mala persona. Muy mala. Ella hizo cosas terribles y yo he tratado toda mi vida de no ser como ella, he luchado por qué me vean a mí y no a ella y todo el daño que hizo. Pero al final del día, siento que todos mis esfuerzos son en vano.

Morgan está así porque se acerca el aniversario de la muerte de su madre y esa siempre es una fecha difícil para ella y comprar la ayuda a sentirse mejor.

—Y lo único que me hace sentir mejor es comprar ropa y diamantes, pero solo compro diamantes Lacroix, porque ningún diamante brilla como los diamantes Lacroix.

Morgan suelta una risa y empieza a señalar un par de zapatos que le gustaría probarse.

—Eso no parece muy sano.

—Tal vez no lo sea, pero déjala. Uno no debe juzgar la forma con la que otros deciden lidiar con su dolor. Cada quien lo hace a su propia manera.

Todos sabemos que no es sano lo que Morgan hace, ya que ella no está lidiando con su dolor, solo lo amortigua con cosas caras y lo empaña con sonrisas falsas y comentarios de, estoy bien, solo necesito diamantes, pero ni todos los diamantes del mundo lograran sanar su infancia destrozada, lo único que puede ayudarla es la terapia.

Y si ella no reconoce y va a terapia por voluntad propia, no hay mucho más que nosotros podamos hacer por ella, excepto estar ahí cuando nos necesita e incluso sí ella dice que no es necesario.

—¿Cuál se ve mejor? No me puedo decidir y, ¿saben qué? Olvídenlo, me llevaré ambos.

Morgan coloca ambos vestidos sobre los brazos de la mujer y sigue mirando el resto de la ropa.

—¿Qué sueles hacer tú en tu día libre?

Sonrío ante la pregunta porque es fácil de responder.

—Yo soy muy aburrida, en mis días libres me gusta pasar en el invernadero o leyendo. Leer y mis flores son dos cosas que me podrían definirme bien.

—Y también el orden y el control —agrega mi hermana con una sonrisa.

Yo le devuelvo la sonrisa y doy un leve asentamiento de cabeza.

—Sí, eso también, pero ya ves, soy un poco aburrida. ¿Tú qué haces en tus días libres?

No sabemos mucho la una de la otra, tal vez por eso nuestra relación no ha evolucionado mucho y claro, el rencor que yo le guardo y que me esfuerzo por ocultar, también ayudan mucho en que no logremos avanzar, pero creo que sí nos conocemos mejor, sería más fácil perdonarla por todo y no solo fingir que la he perdonado.

Él que ella empezara una relación de sexo casual con Arthur cuando llegó, no ayudó a nuestra relación de hermanas y todo empeoró cuando ellos empezaron a salir en serio.

—Me gusta ir al cine, adoro ver películas y también series. Y como puedes ver, yo también soy un poco aburrida —responde Leila.

—Yo también disfruto ir al cine, aunque casi no podemos ir, pero está bien, tenemos un cine privado en el edificio donde vivimos.

—¿Qué harías sí no sintieras el peso de todo esto? Ya sabes, el peso de hacer lo que los demás esperan que hagas.

No fingiría que estoy interesada en tener una hermana que por años me hizo sentir tan mal —respondo en mi mente.

—No lo sé —miento.

Él timbre de la tienda suena y Max junto a Bastián entran.

—Pensamos que a estas alturas Morgan ya había vaciado la tienda —nos dice Max mirando con cariño a su hermana.

—No falta mucho, aunque está mejor que el año pasado.

Max se acerca a Morgan y ella sonríe cuando lo ve y se lanza a sus brazos.

Yo regreso a ver el vestido planeado de antes y lo tomo entre mis manos.

—Lindo vestido —comenta Bastián.

—Es para nuestra cena de hoy.

Mi teléfono suena y le hago una seña Bastián para atender la llamada mientras le paso el vestido plateado y me alejo por algo de privacidad, porque es referente a los laboratorios y es algo que no puede esperar hasta el lunes.

La llamada dura más de lo esperado y cuando regreso, Bastián ya ha pagado el vestido y sostiene la bolsa hacia mí.

—No tenías que hacerlo, pero gracias.

—De nada y Vina, una cosa interesante de ser directores de departamento es que podemos hacer algo llamado delegar. ¿No sé si lo has escuchado?

—Lo sé, pero si quiero que las cosas se hagan bien, debo hacerlas yo misma.

Bastián se ríe y me mira de esa forma que solo puede significar una cosa: problemas.

—No implosionaría el mundo si cedieras el control, al menos por un momento.

—Se lo que estás haciendo, Bastián y no voy a caer en tus juegos.

Su mano va hasta mi cadera cuando yo le doy la espalda y me mantiene de pie en mi lugar, sin dejar que me aleje de él.

—Pensé que habías acordado no tocar.

Él aparta su mano de mí y yo me giro de nuevo hacia él, observando cómo tiene las manos levantadas en el aire.

—Bien, sin tocar. A menos, claro, que tú me lo pidas.

—Eso jamás va a suceder. Y hablando de ceder el control, tú eres igual que yo, no sé qué tanto me críticas.

—Oh, no. Yo sé ceder el control cuando es necesario. Créeme —su voz es un poco más baja y ronca cuando pronuncia esa última palabra que suena casi a una promesa, ¿de qué? Aún no lo sé—. Te reto.

Esta vez, quien se ríe soy yo.

—¿Me retas? Que tenemos, ¿cinco años? Y dime, ¿cuál sería el reto? ¿Qué haga lo que tú quieras por veinticuatro horas?

—No, eso sería muy aburrido, yo tengo otra cosa en mente y será cumpliendo las reglas, es decir, no te voy a tocar. ¿Aceptas, Davina?

No, no debería aceptar y ni siquiera sé porque lo pienso. Sí Bastián está involucrado, seguro tiene que ver en algo la idea de romper las reglas y se supone que yo debo ser la voz de la razón en este tipo de situaciones.

—¿Acaso tienes miedo? ¿Te asusta lo que yo te pueda hacer, Davina? —insiste— ¿Te asusta ceder el control? Jamás haría nada muy drástico. Tienes mi palabra.

—Bastián.

—Dime, mi dulce, Vina. ¿Aceptas o no?

Se ha inclinado un poco más cerca de mí, lo suficiente como para poder distinguir las pecas alrededor de sus mejillas y que siempre me han producido ternura. Lo suficiente como para observar mejor la forma que se han oscurecido sus ojos y la sonrisa descarada en sus labios.

—Te das cuenta que si no aceptas, de todas formas, yo gano. ¿Verdad?

—¿Qué? No, no es justo. ¿Por qué ganarías tú? No entiendo cuando esto se volvió un juego o una competencia.

Pero, ¿no es así siempre entre los dos?

—¿Aceptas o no?

Cuando tenía ocho años hubo una competencia de deletreo en otros idiomas en mi escuela, yo participé en el idioma alemán. No había premio, no era importante y casi nadie participó porque no sabían otro idioma a parte del natal, pero yo quería ganar. Sentía que necesitaba ganar. ¿Por qué? Jamás lo entendí, solo sabía que debía y quería ganar. Al final gané y la emoción duro cinco segundos. Y me dije a mi misma que estaba bien porque igual gané.

No me gusta perder.

—Bien. Acepto.

Su sonrisa se hace aún más amplia antes de inclinarse a besar mi mejilla y susurrar cerca de mi oído.

—Al finalizar esta noche, me estarás rogando que te toque, Vina.

Sin decir más, se despide de nosotros y sale de la tienda, porque nos dice que tiene algo que conseguir.

Mierda, pero ¿en qué lío me metí?

—Entonces, ¿voy a poder conocer a su mamá? —le pregunta Leila a Max y Morgan.

—Sí, también va asistir a la fiesta de los laboratorios —responde Morgan y después se gira hacia su hermano—. Me envió un hermoso ramo de flores y un collar. Dijo que recordó que se acerca el aniversario de la muerte de mi madre. Quedé en llamarla para hablar un poco.

Es ahí cuando entiendo que Morgan no estaba comprando porque se acerca el aniversario de la muerte de su madre biológica, es más bien por el regalo de su madre adoptiva y la culpa que Morgan siente hacia Cristal.

—A veces me pregunto, ¿cómo no me odiaste cuando te enteraste que soy fruto del engaño de nuestro padre? No debió ser fácil para ti, saber que tu mamá tuvo que verme todos los días y recordar la infidelidad de su esposo.

Max rodea a su hermana entre sus brazos y besa su cabello rubio.

—¿Cómo podría odiarte, Morgan? Eres lo mejor que me pudo dar mi padre. Nada de lo que tengo es más importante o valioso que tú.

Max le dice que la ama y que su madre también la ama mucho y ese es el problema, que Morgan siente que no deberían amarla, en especial Cristal.

Es increíble el daño que nos causan los errores de nuestros padres. Cómo sus equivocaciones se vuelven clavos en nuestra cruz. No es justo y no debería ser así.

Cuando regreso a mi ático, me encuentro con una caja negra frente a mí puerta, que tiene un lazo plateado y cerca del lazo, hay una nota que dice: Úsame.

—¿Úsame? Pero si él sabe que compré el vestido para esta noche.

Dejo la caja sobre mi cama y la abro, pero no estaba mentalmente preparada para lo que me encontré.

—¡Bastián! No voy a utilizar esto y, ni siquiera sé que es esto o como se supone que debo utilizarlo.

Solo necesito de una rápida búsqueda en Google para saber qué es y cómo usarlo, pero no, no lo haré. Él está loco sí cree que le daré está clase de poder.

Tomo el objeto entre mis dedos y lo analizo de forma similar a como Morgan analiza las cosas a través del microscopio. Pensando, como cualquiera persona con sangre en su cuerpo y una pizca de curiosidad en su sistema, que se sentirá y como sería utilizarlo.

—Oh, Bastián, serás mi muerte uno de estos días.

Muerdo mi labio y decido revisar de nuevo como utilizar esto de forma correcta y lo acomodo antes de salir de mi ático lista para mí cena con Bastián.

Él me está esperando afuera, con un hermoso ramo de tulipanes morados, mis favoritos.

—¿Flores? Bastián, vaya, me sorprende que tu ego te haya permitido pensar en alguien más que en ti. Gracias, son hermosas —tomo el ramo y me inclino para besar su mejilla—. Déjame ponerlas en agua y nos podemos ir.

Entro y acomodo las flores en un jarrón y las dejo en el centro de mi sala, para poder verlas al entrar.

Entablamos una conversación ligera mientras nos dirigimos al restaurante que Jerry sugirió y que según la mayoría de críticas le han dado cinco estrellas. Bastián dijo que vino una vez, antes que su vida social se redujera a citas programadas por Jerry, yo me río por la forma que dice el nombre de Jerry.

El lugar es muy bonito, tan elegante como imaginaba, pero con un toque de los años veinte que le da un toque extra. Y la música en vivo referente a la misma época, es el toque final.

—Sabía que te iba a gustar —me dice Bastián mientras el maître nos guía hasta nuestra mesa que está lo suficiente lejos como para poder seguir disfrutando de nuestra privacidad.

Todos los trabajadores del lugar tienen vestimenta de los años veinte e incluso noto que hablan conforme lo hacían en esa época.

—Y debes probar el postre de chocolate. Es una delicia.

Nos acomodamos en nuestra mesa y nos dan un momento para decidir qué vamos a ordenar.

Yo acepto la sugerencia de Bastián sobre el salmón y él me deja elegir el vino. Y es mientras el camarero está terminando de tomar nuestra orden que siento un ligero cosquilleo entre mis piernas y me sobresalto de forma abrupta, llamando la atención del camarero.

—¿Está todo bien, Vina?

La sensación no se detiene y yo cruzo mis piernas y muerdo mi labio.

Sonrío y digo que todo está bien, mientras lanzo dagas con la mirada hacia Bastián que parece concentrado leyendo algo en su teléfono, pero yo sé exactamente qué está haciendo.

—Bastián, detente. No ahora.

Él sonríe y enarca una de sus perfectas cejas.

—No, Vina. Está noche yo tengo el control. ¿Lo olvidaste? No puedes ordenar nada está noche.

—Estamos en público.

—Lo sé y eso hace que todo esto sea aún más emocionante.

Doy una rápida mirada alrededor del lugar y siento como el cosquilleo entre mis piernas se detiene de forma abrupta.

—¿Cómo sabías que lo estaba utilizando?

Tomo la copa de agua y le doy un ligero sorbo.

—Sencillo. Eres tú y soy yo. Es lo que hacemos.

Él vuelve a encender ese jodido aparato, solo que esta vez un poco más rápido que antes, es solo un ligero cambio, pero mi cuerpo lo siente y lo está disfrutando mucho. ¿Por qué mi cuerpo se está poniendo tan caliente de un momento a otro? Me recuesto contra la silla y Bastián me sostiene la mirada, disfrutando de ver la reacción que su regalo está produciendo en mi traicionero cuerpo.

—¿De verdad estás bien, Vina? Porque te ves algo acalorada.

—Idiota —murmuro entre dientes.

Él camarero regresa con lo que hemos ordenado y la intensidad de este maldito aparato aumenta, sacando un leve jadeo de mis labios y el camarero abre mucho los ojos al escucharme.

—¡Oh dios mío! —dejo escapar.

Me congelo ante la mirada de sorpresa del mesero, cuya cara está roja.

—Vina, ¿te sucede algo?

Él aumenta la velocidad y yo reprimo otra maldición porque el camarero me mira entre preocupado y asustado, creyendo que tal vez me va a dar un derrame o algo por el estilo.

—¡Jesucristo bendito! Sí, sí. Estoy bien, solo emocionada, es que me encanta el salmón —le digo a modo de explicación.

—No quiero imaginarme cómo será cuando lleguemos al postre —me dice Bastián.

¿Postre? Dudo que consiga llegar demasiado lejos. Y es que me siento tentada a pararme al baño y quitarme esto.

—Si lo haces, pierdes y yo gano. Pero, adelante, no te voy a detener.

¿Acaso este aparato también le da el poder de leer mi mente?

—No sé de qué estás hablando, Bastián.

Mi pecho sube y baja con cada respiración laboriosa que tomo con la intención de mantener algo de control, pero ¿a quién quiero engañar? Dejé de tener el control sobre esto desde el momento que acepté el juego de Bastián.

—Sabes que Arthur habló conmigo, me preguntó cuáles eran mis intenciones hacia ti.

—¿De verdad?

—Sí, creo que está celoso de mí, pero no lo podemos culpar. Ambos sabemos que soy el mejor entre los dos.

Siento mis músculos internos contraerse y muerdo mi labio con fuerza y casi maldigo por la frustración cuando Bastián, de nuevo, detiene la vibración de este maldito juguete.

—¿Que decías?

—Concéntrate, Vina.

Mi centro está ardiendo y la mirada de Bastián no ayuda, por el contrario, solo aumenta al ardor y mis ganas de llegar al orgasmo.

—Estoy concentrada, solo que como ya dije, este salmón me emociona mucho.

—Debe ser un excelente salmón si te produce esa reacción. Recuérdame pedirlo la próxima vez.

En lo único que puedo pensar en la necesidad que tengo de conseguí mi liberación y ya no es suficiente con juntar mis piernas en busca de algo de fricción, necesito más y mi mente nublada por el placer me grita justo lo que quiero.

Se está volviendo cada vez más difícil concentrarme en la comida y la conversación que Bastián insiste en mantener y no sé cuánto tiempo más voy a soportar.

—Bastián...

—Dilo, di que quieres, Vina.

Yo bebo un poco de vino y vuelvo a mirar alrededor, tranquilizándome al ver que nadie nos está prestando atención y estamos lo suficiente lejos como para poder mantener el anonimato hasta cierto punto.

Antes que acabe la noche, estarás rogando que te toque —recuerdo que me dijo en la tienda de ropa.

Y odio que tenga razón.

—Dilo, Vina. Ambos sabemos que quieres decirlo. ¿Por qué resistirse?

Vuelvo a morder mi labio y lo muerdo tan fuerte que siento una pequeña gota de sangre, pero es que deseo tanto poder gritar, liberar el gemido que he estado reprimiendo desde que Bastián tomo el control de este aparato, pero entonces recuerdo que estamos en público y mi frustración va en aumento.

—¿Te gustaría pedir el postre? Porque este...

—¡No quiero postre!

Bastián me mira con diversión y se disculpa con el pobre camarero que ha venido a preguntarnos si deseamos postre.

—Bueno querida mía, entonces dime, ¿qué quieres?

Hay un claro desafío en su voz y yo me remuevo en la silla con mis ojos fijos en los suyos.

Bien, Bastián, sí así quieres jugar. Juguemos.

—¿Sabes lo que quiero, Bastián? Quiero que me dejes llegar al maldito orgasmo. Eso es todo lo que quiero.

El camarero nos mira a ambos sin saber qué hacer y Bastián le pide la cuenta y el pobre joven sale casi corriendo lejos de nosotros.

—Aún no lo pides de forma correcta, Davina.

Resisto el impulso de gemir en voz alta y cierro los ojos e intento encontrar mi voz para volver hablar.

—Bastián, por favor, tócame.

—Bien, salgamos de aquí.

—¡No! No quiero esperar. Me voy a levantar e ir al baño y tú vas a venir detrás de mí. ¿Entiendes? Porque sí no lo haces, te juro que no sales vivo de este lugar.

No lo dejo responder y me levanto de la mesa para dirigirme al baño.

A penas entro, siento sus manos en mis caderas, me gira para besarme y me levanta sobre el lavado, deslizando sus manos debajo de mi vestido y me sonríe antes de empezar a besar mis muslos y subir hasta mi centro, dónde quita ese condenado juguete y lo reemplaza con su lengua y labios.

—Mi postre favorito —me dice Bastián cuando yo finalmente llego a mi tan anhelado orgasmo.

—Te juro que serás mi muerte uno de estos días, Bastián Baxter.

—Pero, ¿no sería esa una hermosa forma de morir?

Él me limpia con cuidado y me acomoda el vestido, antes de guardar el juguete en el bolsillo de su pantalón.

—¿Ya hemos terminado de jugar, Bastián?

Bastián me sonríe y me guiña un ojo con picardía.

—Por esta noche sí, Vina. Ya veremos mañana que otro juego se nos ocurre.

#8 Esa noche debí decir que no era solo un juego, que me estaba enamorando de ti. Debí decir eso incluso aunque tal vez no era lo que tú querías escuchar en ese momento.

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