4. Perdidos en la traducción
Bastián.
Davina es una mujer de planes, le gusta hacer planes para todo porque le ayudan a mantener el control sobre las situaciones y si hay algo que ella ama más que los planes es el control. Y yo dudo que el beso que nos dimos anoche haya he estado en alguno de sus planes.
¿Qué hace Davina cuando las cosas no resultan como ella había previsto? Sé que es algo que no disfruta y la entiendo, ¿quién disfruta ver cómo sus planes se demoran? También he notado que cuando las cosas se salen de control ella tiene esa mirada que grita por una necesidad casi salvaje de escapar. Pero, ¿a dónde quiere escapar? Y sí consigue hacerlo, ¿tiene pensando regresar?
La idea que ella se vaya y no volver a verla me desconcierta.
¿Por qué tienes que ser una persona tan difícil de entender, Davina Hart? —me pregunto en la soledad de mi oficina.
Con las demás personas a mi alrededor y las mujeres con las que salgo de forma casual, sé que esperar, se lo que quieren y lo que están dispuestas hacer para conseguirlo. Sé que a la mayoría solo les interesa mi dinero o el prestigio de mi apellido y las puertas que les pueda abrir. No hay lagunas grises o situación que deba aprender a interpretar. Todo es blanco o negro. Pero no con Davina, con ella nunca sé que esperar, como va actuar o cuál será su reacción ante determinada situación, al menos cuando yo estoy involucrado.
Por ejemplo, anoche estaba risueña, juguetona y seductora de una forma que jamás la he visto antes, esa faceta de ella me sorprendió y me cautivó. Tanto así que no he podido dejar de pensar en nuestro beso, en la forma que su cuerpo reaccionó a mis caricias o los suaves gemidos que salieron de sus labios. Pero hoy, ella ni siquiera me ha mirado, como si yo le hubiera hecho algo malo cuando fue ella quien me sedujo para que la besara.
¡Ella y esa maldita mirada por la que pondría el mundo a sus pies tienen la culpa de todo!
Pero debo sacar ese pensamiento de mi cabeza, dejar de pensar en el dulce aroma a vainilla de su piel y la suavidad de la misma. Debo dejar de pensar en la forma que sus labios se separaron cuando lleve mis labios a su cuello o como se aferró a mi cuerpo. Debo dejar de pensar en ella porque es Davina y tanto mi padre, como mis hermanos me matarían si la llego a lastimar.
—Sí, eso es lo que tengo que hacer. Tengo que dejar de pensar en ella.
—¿En quién tienes que dejar de pensar?
Me sobresalto al escuchar la voz de mi primo y de la sorpresa casi me caigo hacia atrás.
—¡Maldita sea, Max! ¿Acaso no sabes tocar?
Max parece divertido por mi reacción.
—Lo hice, pero como estás tan concentrado en dejar de pensar en ella, no me escuchaste. Ahora bien, ¿se puede saber quién es ella?
Estoy seguro que Max debió ser paloma mensajera en su otra vida.
Lo veo acomodarse en la silla frente a mí e inclinarse un poco hacia adelante, de esa forma que tiene de sentarse cuando está a punto de escuchar algún nuevo chisme o compartir cierta información especial.
¿Cómo es que Max siempre logra enterarse de todo?
—Nadie, ella no es nadie.
Al menos no debería serlo y ella no lo era hasta que Jerry sugirió que nosotros podríamos ser la pareja ideal y por un momento lo imaginé, algo que no he hecho con nadie más, excepto claro, otra mujer en la cual no quiero pensar ahora, porque tengo suficiente con pensar en Davina, pero yo me imaginé siendo pareja de ella y al principio la idea me dio dolor de cabeza al pensar en estar discutiendo por todo y nada, aunque después, algo cambió en mi imaginación y fue agradable imaginar una vida junto a ella, imaginarme siendo su pareja.
No mentí cuando dije que ella está en un pedestal y ser digno de estar ahí con ella me dio una sensación de orgullo que muy pocas veces he sentido antes. Incluso si la idea de estar con ella sea falsa y solo para cuidar la imagen de los laboratorios.
—Ruego diferir porque a excepción de la innombrable, jamás te he visto perder la cabeza por ninguna mujer.
—¿De qué hablas? No estoy perdiendo la cabeza por ella, no le daré ese poder sobre mí.
—Creo que ya lo tiene.
Max me da esa mirada que grita: sé quién es ella. Pero, él no puede saber, ¿verdad?
—No, no y no. Solo fue un beso y ya. No voy a perder la cabeza por un beso, ni que fuera un puberto en pleno despertar sexual.
—Ya sabes lo que dicen primo: quien más lo niega, más lo desea.
En mi vida escuchado ese dicho, estoy seguro que Max se lo acaba de inventar.
Al entrar en la sala de juntas, Davina está de pie junto a Archer, ambos conversando sobre los mellizos, hijos de mi hermano y que hace poco cumplieron dos años. Ella le dedica sonrisas amables y pone su mano en el hombro de él en forma de consuelo después de escuchar el dolor en la voz de mi hermano por el fracaso de su matrimonio y no poder pasar más tiempo con sus hijos que viven en Grecia junto a Vanessa, su madre.
Ambos detienen su conversación cuando son conscientes de mi presencia y yo lo saludo de forma cortes antes de ocupar mi lugar en la mesa.
—Deberías pensar en lo que te dije, Archer —le dice Davina antes de besar su mejilla y sentarse a revisar algunos papeles frente a ella.
Ellos siempre se han llevado bien, hay una complicidad a su alrededor que los demás no entendemos, tanto así que Davina es la única que logra calmar a mi hermano cuando tiene sus días malos, lo cual no es muy seguido porque Archer siempre parece tener el control de todo, igual que Vina. ¿Es por eso que se llevan tan bien? Aunque a diferencia de Vina que sonríe y muestra amabilidad, Archer rara vez sonríe o muestra alguna emoción.
—Estuve revisando tu propuesta —comenta Vina y tardo un momento en darme cuenta que es a mí a quien ella se está dirigiendo.
Ella está sentada justo frente a mí y me muestra el documento que yo le envié hace dos días.
—Déjame adivinar, no estás de acuerdo.
La veo dedicarme una de sus sonrisas petulantes e inclinar un poco su cabeza hacia la izquierda.
—Por el contrario, estuve trabajando en una propuesta para Robert. La voy a presentar hoy.
Ella tuvo que haber trabajado en dicha propuesta durante estas horas, porque hasta ayer, Davina no había leído el documento que le envié.
—¿Estás segura?
—¿Cuándo yo no he estado segura de algo?
La pregunta tiene ese toque de desafío inherente que tienen cada una de nuestras intenciones.
Ni siquiera puedo recordar cuando empezó esta competencia entre los dos
—Y después me llamas a mi egocéntrico.
—Porque lo eres, yo, por el contrario, soy asombrosa.
Su sonrisa flaquea un poco cuando mira por encima de mi hombro y ve a Laila, su hermana, entrar en la sala de juntas seguida por Arthur.
Aún recuerdo lo mal que se veía cuando Laila recién llegó a los laboratorios y más aún cuando empezó a salir con Arthur, quien es su mejor amigo o era, porque su amistad ya no es lo que solía ser y yo la entiendo, sé que una parte de ella, incluso aunque no lo diga, se siente traicionada y herida. Pero Davina es demasiado buena persona para admitirlo.
—Buenos días a todos. ¿No es una hermosa mañana? —nos saluda Morgan cuando entra.
Morgan ha estado así desde que terminó su relación con Pete, el cirujano que se sentía intimidado por el dinero y poder de Morgan, ella le dijo que era una gran mujer y no se iba a empequeñecer por nadie.
Morgan, como siempre, fue directa. Ella nunca duda en utilizar su carácter para intimidar a los demás y conseguir lo que quiere o en ese caso, herir a quien quería.
Max y Mikel también entran en la sala de juntas y un momento después entra mi padre, quien está aquí para el informe mensual del equipo y apenas llega saluda a todos antes de empezar con la reunión, sin perder el tiempo en trivialidades. Davina no duda en tomar la palabra y empezar a explicar mi propuesta de postergar el lanzamiento de este nuevo medicamento.
—... Si pasan a la página tres, podrán entender la importancia de probar la efectividad de este producto para asegurarnos que cubra todas las necesidades del público al que está dirigido —expone Davina, con una confianza innata—. He diseñado un nuevo modelo de planeación para la distribución del mercado según las nuevas fechas de lanzamiento, así que, por favor, pasen a la siguiente página.
Todos están pasando a la página que Davina nos indica y Archer le hace una pregunta, sobre el pedido de tiempo extendido y, sobre todo, el costo que ese retraso le costará a los laboratorios.
Sé que Archer no está de acuerdo porque la propuesta fue mía, esa también es una de las razones por las que no quería hablarle de esta propuesta a mi padre sin antes tener el visto bueno de Davina, lo que no me esperaba es que ella prepare todo esto para ayudarme a convencer a mi padre.
—¿Alguien tiene alguna otra pregunta?
A pesar del bombardeo de preguntas por parte de mi padre y mi hermano mayor, Davina mantuvo la calma y confianza mientras respondía cada una de sus preguntas con voz tranquila, asegurándoles que la prórroga valía la espera.
Mientras la veo caminar por la sala de juntas siendo la imagen perfecta de la tranquilidad y profesionalismo, no puedo evitar sentir admiración por ella, por la forma que siempre tiene de hacer lo correcto y conseguir lo que quiere.
—No hija mía, eso es todo. Mañana nos reuniremos a la misma hora y les haré conocer mi decisión. Bien, cual es el siguiente punto de la reunión.
Davina me sonríe con complicidad mientras se sienta y yo le guiño un ojo, un intercambio que no pasa desapercibido para Arthur y Max, este último me mira con una sonrisa de: yo sé lo que estás ocultando y yo pongo los ojos en blanco antes de mover mi mirada hacia Morgan, quien está haciéndole ojitos a Mikel, el asistente de Max. Mikel se sonroja en diferentes tonos ante el coqueteo de mi prima, quien siempre ha dicho que le gusta molestar a Mikel ya que adora la forma tierna que tiene de reaccionar.
Es dulce y tan tierno. Me gusta —me dijo Morgan refiriéndose a Mikel—. Pero yo rompería su corazón.
—Gracias por el broche, Mikel. Me gustó mucho —murmura Morgan a Mikel cuando la reunión ha terminado.
A Morgan le gustan las cosas caras y lujosas, tiene el dinero para comprarse lo que quiere y trabaja para poder darse esa vida. Todo su atuendo cuesta algunos miles de dólares y, sin embargo, está utilizando un hermoso y delicado broche para el cabello que Mikel le regaló, solo porque él se lo dio y he visto la forma que atesora ese broche que no debió costar más de diez dólares.
No es lo que cuesta el broche, es la intención detrás del detalle —me dijo la misma mujer que puso el grito en el cielo cuando descubrió que uno de sus pretendientes le había regalado diamantes falsos, porque según ella, no hay nada peor que utilizar diamantes falsos.
—Siento que cada vez que le digo a mi hermana que deje de coquetear con Mikel, lo único que ella escucha es: sí, sigue ilusionando al pobre Mikel.
Max mira con desaprobación en dirección donde se encuentra Morgan y Mikel conversando.
—¿Te preocupa que Mikel o Morgan salgan heridos?
—Oh, por favor, ambos sabemos que sí uno de los dos va a salir herido, ese es Mikel y él es el mejor asistente que he tenido. Y podría perderlo por culpa de mi hermana y sus "coqueteos inofensivos".
—Puede que ella lo quiera para algo serio.
—No, quita esa imagen de mi cabeza. Ella es mi hermanita y él es mi amigo. La idea es... Simplemente no. Nadie es demasiado bueno para ella, además, ella ha estado con ese juego desde que conoció a Mikel, ¿ha dado señales que lo quiera para algo serio?
Él tiene un buen punto ahí.
Sonrío cuando lo escucho decirle hermanita a Morgan a pesar que ella es solo dos semanas menor que él. Dado que el padre de ambos tuvo una aventura con la madre de Morgan mientras aún estaba casado con la madre de Max.
Cuando la madre de Morgan murió cuando ella tenía cuatro años, se fue a vivir con su padre y su esposa, quienes la adoptaron como su hija, aunque en ese tiempo ella no sabía la verdad y fue muchas años después, cuando estaba en la adolescencia, que se enteró que su padre adoptivo, era en realidad su padre biológico. Fue una sorpresa aún mayor saber que la madre de Max siempre supo la verdad.
—Bastián. ¿Puedes venir un momento a mi oficina? Necesito hablar de algo contigo —me pide Davina cuando ella ha terminado de conversar con mi hermano y mi padre.
—Vina, antes que te vayas. ¿Te gustaría salir a cenar este fin de semana con nosotros? No te preocupes, es al restaurante de siempre —le dice Leila.
Asumo que cuando ella dice nosotros se refiere a ella y Arthur.
Y Davina casi merece un Oscar por la forma creíble con la que se disculpa, fingiendo que en realidad se siente apenada por no poder ir con ellos, poque ya tiene planes.
—Voy a salir a cenar con Bastián.
¿Conmigo? ¿De qué está hablando? No tenemos nada en la agenda este fin de semana.
—¿Van a salir solo los dos otra vez? —le pregunta Arthur.
Él y Davina comparten una mirada que los demás no entendemos y por alguna razón, me incómoda.
—Sí, vamos a salir solos otra vez. ¿Tienes algún problema con eso Arthur? —le pregunto en un tono más brusco del que pretendía—. Al parecer Vina no puede resistirse a mi exquisita presencia, pero no la puedo culpar.
La mirada de molestia y desagrado de Vina solo provoca que mi sonrisa se haga aún más amplia.
—Podrían salir a cenar los cuatro —sugiere Max—. ¿No es esa una gran idea?
—¡No! —grita Davina y al ver la reacción de todos, sonríe y enrolla un mechón de cabello en su dedo— Es que me di cuenta que no comparto mucho con Bastián y es algo que me gustaría cambiar. Y nuestra salida de anoche fue muy... ¿Cuál sería la palabra? Desafiante.
Ella dice está última palabra mirando en mi dirección y la forma que sus labios se curvan en una media sonrisa casi similar a la que me dio anoche, me hace contener por un momento el aliento.
¿No te das cuenta que estás jugando un juego peligroso, Davina Hart?
—El clima ayudó mucho, estaba... ¿Cuál sería la palabra? Caliente.
La veo morder su labio inferior y siento que ha olvidado que estamos frente a otras personas, porque cuando vuelve a ser consciente de ese hecho, adopta su postura distante y vuelve a poner su máscara de frialdad.
—Vivimos en San Francisco, por lo general aquí el clima es caliente —comenta Arthur—. Si cambias de idea, nos puedes avisar, Vina.
—Ella no va a cambiar de idea.
—Tal vez podría —insiste Arthur con una sonrisa que no llega a sus ojos.
Davina pone los ojos en blanco y sin decir nada más sale de la sala de juntas, yo recojo mis cosas y la sigo, porque recuerdo que me pidió hablar con ella en su oficina.
—Cierra la puerta cuando entres —me indica sin dirigirme la mirada.
De nuevo, está actuando distante y no sé a qué se debe el cambio. ¿Fue algo que dije? ¿Es culpa de alguien más? Es muy frustrante no poder leer a Davina, no saber cómo va a reaccionar.
Cierro la puerta y me acomodo en la silla frente a su escritorio y la escucho hablarme sobre los plazos y costos. Debatimos algunas cosas en las que ambos nos estábamos conforme y cuando hemos cubierto todo, me levanto para irme, pero ella rodea su escritorio y me detiene.
—Creo que deberíamos poner ciertas reglas —hablo antes que ella pueda decir lo que sea que quería decirme.
Parece casi divertida por mi sugerencia
—¿Reglas? ¿Tú? Bastián, odias las reglas y odias mucho más tener que seguirlas.
Lo sé y todo el que me conozca lo sabe, pero si voy a conservar algo de cordura al finalizar está farsa, necesito esas reglas.
¿Ves lo que me haces Davina? Haces que quiera seguir las reglas.
—Regla uno —empiezo a decir, ignorando la forma que ha recostado su cadera contra el filo del escritorio y dejando a un lado el pensamiento de lo fácil que sería levantarla y sentarla ahí para poder besarla mientras su falda se levanta y sus piernas envuelven mi cintura... No pienses en eso Bastián, piensa en Jesús, María y todos los otros Santos involucrados—. No hay besos en nuestras salidas. Es una regla que impuso Jerry y mi padre que yo pasé por alto porque no vi necesidad de pensar en ella. Pero ahora sí.
Ella se cruza de brazos y ese simple gesto me hace desviar un poco mi mirada hacia el escote de su blusa, pero regreso a mirar sus ojos que brillan con cierta diversión.
—Bien por mí, nada de besos. ¿Cuál es la siguiente regla?
Nunca debí besarla porque ese maldito beso lo cambió todo. Sí no la besaba anoche, desconocería la sensación de sus labios sobre los míos, no sabría de la suavidad de su piel o la forma que reacciona ante mis caricias. Sí ese maldito beso no sucedía, no estaría aquí deseando que se repita.
¿Ella siente el mismo deseo de repetir el beso? ¿De explorar más? Por la reacción ante mi primera regla, diría que no y ¿qué esperaba yo? Después de todo, ella es Davina.
—Mantenemos las muestras de afecto al mínimo tal y como lo estableció Jerry.
—Antes no estabas de acuerdo con nada de lo que Jerry dijo y, ¿ahora quieres hacer todo lo que nos indicó? No lo sé. ¿Dónde está la diversión en eso?
Eso es porque antes de no te había besado y mi mundo seguía normal —le respondo en mi mente—. Ahora todo está de cabeza y es tu culpa.
—Sé sería Davina.
Ella se ríe y yo la miro sin entender la diversión en el asunto.
—¿Tú me estás pidiendo seriedad a mí? El mundo está de cabeza.
No tienes ni la más jodida idea.
—Sí, porque no estás tomando esto con seriedad.
—Es frustrante. ¿No? Me refiero a tener que ser la voz de la razón mientras que la otra persona se toma todo a la ligera y no piensa en las consecuencias. ¿Cómo es que algunos olvidan que cada acción tiene una reacción?
Ya entiendo su juego. Darme una probada de mi propia medicina y no es divertido, nada divertido.
Paso una mano por mi cabello y me levanto de la silla porque el dulce aroma de vainilla me está intoxicando y no me deja pensar con claridad. ¿Ella siempre olió de la misma manera? Y sí es así, ¿cómo es que yo recién lo noto?
—Seguiremos las reglas establecidas por Jerry —finalizo—. Será lo mejor para ambos.
—Sí, me parece bien.
Vuelve a rodear su escritorio para regresar a su sillón y me sonríe, de forma casi amable.
—¿Hay algo más que me quiera decir señor Baxter?
—El señor Baxter es mi padre, no yo.
Ella recuesta su espalda contra el respaldo del sillón y pasa una mano por el collar alrededor de su cuello provocando que mis ojos se desvíen hacia ese ligero gesto.
—¿Y cómo le gustaría que lo llame?
¿Cómo puede una simple pregunta provocar tantas reacciones?
Sus ojos estudian mi rostro analizando mi reacción y sonríe cuando obtiene justo lo que quiere. Oh, mujer diabólica, serás mi muerte un día.
—¿Me dirías como yo te pidiera?
—Quizás, sí te portas bien.
Nuestros intercambios verbales siempre fueron fáciles, no me sorprende que el coqueteo y las insinuaciones sean igual de sencillas.
—¿Y qué pasa sí me porto mal?
No, no y no. Detente ahí, Bastián.
Me recuerdo que fue exactamente, así como empezó todo anoche y también recuerdo como ese beso a trastornado mi vida. Así que me levanto de la silla, sin dejar que Davina responda la pregunta y camino hasta la puerta.
—¿No tienes nada más que decir, Bastián?
Sí, un par de cosas que me metería en demasiados problemas, así que prefiero no decir nada.
—No, nada más.
#5 Debí decirte que no podía sacarte de mi mente, que sentía que me habías hechizado y que sin saberlo me estaba volviendo adicto a ti. En ese momento estoy seguro que estarías feliz de escucharlo.
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