3. La petite mort

La mayoría de personas que me conocen tienden a considerarme una persona tranquila, serena, distante y un poco fría. También dicen que soy alguien sensata y para nada rencorosa. Soy alguien que les cuesta leer y que siempre tiene una solución para cada problema. Y, hasta cierto punto, sí. Pero no se debe a que ese es mi carácter, es más que nada algo que he debido moldear con el tiempo y por algunas circunstancias.

Son también esas circunstancias las que me han hecho ser una amante del control de tener todo en perfecto orden. Porque siento que, de lo contrario, todo podría colapsar.

Pero Bastián Baxter es lo opuesto a tener el control, porque él podría ser considerado la definición de caos. A Bastián le gusta tomar a las personas por sorpresa, no hacer justo lo que se espera de él. Ama nadar contra corriente y lo imprevisto de la vida, dejando a un lado el control y orden que yo tanto atesoro.

—¿Cómo a Jerry se le ocurrió que podríamos ser buena pareja? —me pregunto mientras termino de arreglar mi cabello para la exposición de arte a la que vamos asistir está noche.

Tal vez está es una de las peores ideas que ha tenido Jerry.

La puerta de mi ático suena y cuando abro, aún en mi bata de seda, veo a Morgan y Leila, ambas con grandes sonrisas en sus caras.

Me pregunto, ¿qué expresiones tendrán cuando sepan que voy a salir con Bastián? Seguro piensan que tengo un tumor o algo así.

—No sé qué ponerme.

Me hago a un lado y las dejo pasar.

—No te preocupes, para eso estamos aquí, hermanita.

—Y también para que nos digas con quién vas a salir.

Leila golpea de forma sutil a Morgan con su codo y ella solo pone los ojos en blanco.

Mi hermana y yo somos físicamente muy parecidas, ambas de tez blanca, cabello negro y facciones delicadas. Excepto que mis ojos son rasgados y de color verde y sus ojos de un marrón muy oscuro.

—No es una cita, solo voy a ir a una exposición de arte.

—Pero porque no nos quieres decir con quién vas a salir.

Al principio lo hice porque no quería escuchar comentarios sobre el tema, no es que Bastián y yo jamás hayamos salido juntos, lo hacemos, pero siempre hay un tercero que suele evitar que nos arranquemos la cabeza. Jamás hemos salido solos y los demás lo saben, sí les decía que iría solo con él a esa exposición de arte, sabrían que algo está pasando y yo aún no quiero hablar del tema.

Además, según Jerry, debemos vender la historia paso a paso.

—No deben de ser tan curiosas. Ahora, bien, ¿qué me debo de poner? Porque ni siquiera recuerdo la última vez que salí a un evento que no sea relacionado con el laboratorio o una cena benéfica.

Y a pesar que voy a salir con Bastián, la idea de poder experimentar esa clase de libertad que tienen los demás, se siente refrescante. Creo que es por esta clase de emoción que a Bastián le gusta romper la regla de no exponernos en público. Pero a pesar de todo, romper esa regla sigue siendo un error.

Ojalá no tuviéramos paparazis al acecho.

—Ese hermoso vestido verde musgo resaltará tus ojos —me dice Leila mientras saca el vestido de mi armario y me lo muestra—. Además, mira la forma en que va a mostrar tus piernas. Este vestido es perfecto.

Morgan lo examina y da su visto bueno.

Yo observo el vestido en cuestión y veo que sí, ambas tienen razón. La parte del corsé se ajusta a mi cuerpo y resalta mi busto, mientras que la falda del vestido abraza el resto de mi figura y la tela es tan delicada que le da el toque justo de elegancia.

—Y como el vestido no es tan largo, estos tacones quedarán de maravilla.

Morgan elije los zapatos porque ella los ama, en su ático tiene un armario solo para sus zapatos.

—¿No creen que muestro demasiado con este vestido?

—No, muestras lo justo y necesario —responde Leila.

Tomo el vestido y entro a mi baño para cambiarme, recordando que este vestido fue un regalo de Morgan y que es la primera vez que lo utilizo, aunque antes ya lo había querido utilizar.

Cuando me termino de arreglar salgo y tanto Morgan como Leila me dicen que me veo deslumbrante.

—Están actuando como sí yo nunca me arreglara. Voy todos los días arreglada al trabajo.

Morgan pone los ojos en blanco y hace un extraño gesto con la mano.

—Sí, pero es diferente cuando uno se arregla para salir, no sé, es como si tuviéramos otro aire. ¿No sientes la diferencia?

Vuelvo a ver mi reflejo en el espejo y la forma que las suaves ondas de mi cabello caen por mi hombro izquierdo, la forma que la sombras y el delineado resaltan mi mirada y como luzco en sí con todo el conjunto.

Leila tiene razón, es diferente.

—Voy a ir a la exposición de arte con Bastián.

No las estoy mirando, concentro mi atención en guardar algunas cosas necesarias en mi bolso.

—¿Bastián? Vaya, no esperaba eso, pero no entiendo porque tanto misterio, Vina. ¿Arthur y Archer también van?

Es normal la pregunta que me acaba de hacer Morgan porque Arthur y Archer han sido amigos desde la escuela secundaria, mientras que Arthur y Bastián lo son desde la universidad. Los tres se llevan muy bien, son como los tres mosqueteros.

—No, solo voy a salir con Bastián.

Esa respuesta de mi parte llama su atención y Morgan se para frente a mí, colocando sus manos en mi hombro y haciendo que la mire.

—¿Perdiste una apuesta o algo así? Parpadea tres veces si estás secuestrada y necesitas nuestra ayuda.

—¿Por qué estás saliendo solo con Bastián? Ustedes dos no puedes estar ni cinco minutos sin discutir.

—Sí podemos.

—¿Cuándo? —pregunta Morgan.

Cuando Bastián no se está comportando como un idiota —respondo en mi mente.

Termino de guardar mis cosas en mi bolso y tomo mi abrigo negro largo.

—Escuché sobre está exposición de arte y le sugerí ir. ¿Cuál es el problema?

—No, ninguno —responde Leila—. Es solo un poco raro.

Tu acabas de aparecer, ni siquiera conoces nuestra dinámica –quiero gritarle, pero no lo hago, porque no se supone que deba dar ese tipo de respuesta.

—Vamos, el idiota... Es decir, Bastián, me debe estar esperando.

Morgan y Leila comparten una mirada, pero yo no les presto mucha atención.

Reprimo un quejido cuando veo a Archer y Arthur conversando con Bastián en la sala de estar y los tres se giran para mirarme cuando salgo, cada uno con diferentes expresiones en sus caras.

—¿Vas a salir, Vina? —me pregunta Archer.

Él siempre actuado como un hermano para mí, incluso me suele llamar hermanita, mientras que mi relación con Spencer siempre ha sido más de amigos que otra cosa y con Bastián, bueno él es Bastián.

—Sí, va a salir conmigo. Sé enteró de esa exposición de arte y me rogó que vaya con ella y bueno, ya me conocen, nunca puedo negarme ayudar a los menos afortunados.

—Serás... —empiezo a decir, pero entonces recuerdo las palabras de Jerry y me trago el insulto—. Si, algo así pasó.

—Sí querías ir, ¿por qué no me dijiste? Yo pude acompañarte —comenta Arthur aún con sus cejas fruncidas—. Aún es temprano, puedo arreglarme e ir contigo.

Morgan interviene al ver la expresión de Leila y le dice a Arthur que no es necesario porque ya Bastián está listo y que mejor, él debería hacer algo con Leila, su novia.

—¿No quieres que vaya con ustedes? —nos pregunta Archer—. Sin ofender hermano, pero no entiendo porque Vina te pidió a ti que la acompañe.

—Porque se dio cuenta que soy el mejor de todos.

¿Cómo el enorme ego de Bastián logra entrar en este Pent-house?

Ni siquiera hemos salido del edificio y ya me estoy arrepintiendo.

—Solo vámonos, Bastián.

—No nos esperen despiertos.

—¡Bastián!

—Es broma... O tal vez no —dice él y guiña un ojo en dirección a todos los demás mientras entramos en el ascensor.

—Estoy tan arrepentida de decir que sí.

Él recuesta su espalda contra el ascensor y me mira con mucha atención.

—Siempre me ha gustado esa forma que tienes de mirar a todos como si fuéramos así de pequeños —me dice al mismo tiempo que me describe la medida con sus dedos y una sonrisa en sus labios—. Mientras tú estás en lo alto de un pedestal y nadie te puede tocar.

La eterna reina del hielo, pienso con amargura.

—Tal vez eso es lo que merezco. Quien sabe.

Las puertas se abren y él me hace una seña para que yo salga primero.

—Sí me lo preguntas, Vina, yo creo que te mereces mucho más.

Después de eso, la noche pasa en un extraño borrón de bromas, discusiones, una o dos copas de champán y algo de coqueteo casual.

Bastián me ayuda a ponerme mi abrigo antes de salir de la galería.

—¿Sabes? Lo pasé muy bien, es una pena que tengamos que regresar al Pent-house porque es una noche muy hermosa —le digo mientras observo el cielo y suelto un suspiro.

—No tenemos que regresar. Vamos.

Él toma mi mano y me lleva hasta su auto.

—Bastián. ¿A dónde vamos? —le pregunto cuando él abre la puerta del auto para mí y me tiende su mano para ayudarme a subir.

—Es una sorpresa.

Esa respuesta me huele a problemas y por la sonrisa que me dedica cuando se sube al auto, pienso que sí, que sea lo que sea que él está pensando, nos podría meter en problemas.

—No me gustan las sorpresas y no tenemos permitido ir a otro lugar.

Mis palabras hacen que la sonrisa desaparezca de su cara por un corto tiempo, pero luego vuelve a sonreír, aunque ya no es tan brillante como antes.

—Somos personas adultas, deberíamos poder ir donde quisiéramos.

Sí, eso sería lo ideal, pero no vivimos en un mundo perfecto.

—Pero no podemos.

—Esta noche sí. ¿No nos merecemos una noche donde podamos romper las reglas?

Reprimo el impulso de decirle que él rompe las reglas muy seguido.

Creo que nos merecemos más que eso, al menos yo, porque Bastián tiene ese tipo de noches, incluso Archer ha llegado a romper las reglas y ni se diga de Morgan o Max, pero yo no. Yo debo ser la voz de la razón, quien mantiene el orden y control, quien no se puede permitir dar un paso en falso.

—¿A dónde me llevas, Bastián?

Él me mira de reojo, pero no responde y yo pongo los ojos en blanco. ¿Por qué siempre tiene que salir con sus juegos?

—A veces haces que tolerante sea un trabajo tan difícil, Bastián.

—¿A quién quieres engañar? Me adoras.

—No, en este momento no, ni un poco.

—Sí, en este momento y en todos.

Me cruzo de brazos y miro por la ventana, reconociendo de forma vaga el camino y relajándome en el asiento cuando me doy una idea de a dónde estamos yendo.

Al llegar, Bastián se baja del auto y abre la puerta para mí, yo sonrío y me quito los zapatos antes de bajarme del auto y caminar en dirección a la playa. Porque a Bastián siempre le ha gustado venir aquí, sentarse en alguna roca y mirar el agua, ver cómo choca contra las rocas y dejar de pensar.

—¿Cómo lo haces, Vina? —el suave tono de su voz me hace detener y me giro para encontrarme con su mirada nublada por algunos malos recuerdos— ¿Cómo haces cuando no puedes hacer nada más? ¿Cuándo las cosas se vuelven difíciles de sobrellevar?

Surge en mí un impulso de tomar su mano y darle consuelo, de la forma que él solía hacer cuando éramos niños y yo tenía miedo. Quizás quiero hacer eso porque justo ahora, Bastián luce como un niño perdido, quien no sabe el camino para regresar a casa.

Dejo de luchar contra el impulso y me acerco a él, entrelazo mis dedos con los suyos y aparto mi mirada de nuestras manos entrelazadas para mirarlo a los ojos, pero Bastián está mirando nuestras manos juntas.

—Tomas un respiro o dos, y te quedas quieto mientras te permites sentirlo todo. Hasta que el tiempo pasa y se lleva lejos aquello que te estaba atormentando.

—¿Y sí no se lo lleva? ¿Qué pasa sí el tiempo pasa y todo se queda?

Yo entiendo la mirada en su rostro, la frustración que persiste en sus facciones y el dolor que nubla su mirada por todo el peso que tenemos sobre nosotros, por las cosas que pesan en nuestros hombros y que a veces nos cuesta sobrellevar.

Entiendo que a Bastián le duele y le afecta todo de una forma diferente a mí, y tal vez no había notado su dolor antes porque a pesar de estar siempre cerca, de alguna manera se siente como si estuviéramos a millas de distancia el uno del otro cuando se trata de este tipo de situaciones.

—No lo sé, Bastián. Lamento no tener todas las respuestas. Pero estoy aquí. No voy a ir a ningún lado. No debes cargar con todo eso tú solo.

Él le da un leve apretón a mi mano.

—No quiero que cargues con mis problemas, Vina. Ya tiene suficientes con los tuyos.

—Entonces dime, ¿qué quieres, Bastián?

Bastián parece pensar en mi pregunta y algo cruza por su mente y abre sus labios para responder, pero ningún sonido sale de ellos y los vuelve a cerrar casi al mismo tiempo que suelta mi mano y empieza a caminar hacia la orilla.

Lo veo quitarse los zapatos y subir la basta de su pantalón para poder mojar sus pies en la orilla.

—A sido una buena cita —le digo y copio su postura, sumergiendo un poco mis pies en la arena—. Y dime, ¿que sigue en la agenda de cita de Bastián Baxter?

—No estás lista para saber —responde en tono burlón—. Es demasiado para tus delicados oídos.

Yo lo empujo, pero él ni siquiera se mueve.

—¿Un beso y adiós? Aunque lo dudo dado que la mayoría de las veces tú no pasas de la primera cita.

—¿Por qué quieres saber, Vina?

Yo me encojo de hombros antes de responder.

—Curiosidad.

—Es eso o, ¿acaso quieres que te dé un beso y un adiós?

El tono burlón persiste en su voz, pero también hay algo más.

—¿Lo harías sí te dijera que sí?

No tengo idea de dónde ha salido la osadía para hacerle esa pregunta, pero cuando veo la forma con la que él me mira, sonrío por dentro y me felicito por mi descaro.

Aunque la felicidad no dura mucho porque es Bastián y él, al igual que yo, no es de los que retrocede ante un desafío y sabe que yo lo estoy provocando con mis preguntas.

—No me presiones, Davina.

Mi sonrisa se hace aún más amplia ante el uso completo de mi nombre y no el diminutivo con que él mismo insistió en llamarme cuando nos conocimos.

—¿Por qué, Bastián?

Acomodo un mechón de mi cabello detrás de mí oreja sin apartar mis ojos de él.

—Vina, ya deberías saber que cuando juegas con fuego, estás destinada a quemarte y dudo mucho que tú te quieras quemar. Al menos no está noche.

No hemos tenido este tipo de intercambio antes y hay una chispa de emoción ante este tipo de discusión que me hace querer seguir tirando de la cuerda y ver cuánto puede soportar Bastián. Ver qué pasa si me acerco a las llamas, porque hasta ahora, siempre me he mantenido alejada, sabiendo que no debo tocarlas porque nada bueno puedo pasar de acercarme demasiado.

Doy un paso hacia él, esperando a que Bastián retroceda, pero no lo hace y a pesar de la fría brisa que golpea mi piel, yo puedo sentir las llamas bailando a nuestro alrededor y empezar a calentar mi cuerpo.

—Bueno, Bastián, te equivocas. Tal vez yo sí quiero quemarme —le digo y hay un claro desafío en mi voz y en mi mirada—. O que pasa, Bastián. ¿Acaso tienes miedo?

Es refrescante y casi intoxicante la emoción que siento ahora. ¿Es por este tipo de emoción que todos siempre están queriendo romper las reglas? O tal vez se deba a la calidez de las llamas, esas mismas llamas de las que yo siempre he huido por miedo y porque se supone que acercarme a ellas no es el tipo de cosas que se esperan de mí.

Pero no está noche. ¿Acaso no merezco una noche para romper las reglas?

Veo a Bastián cerrar los ojos y apretarlos con fuerza mientras mantiene un debate interno y cuando vuelve abrir los ojos, se clavan en los míos y me encuentro sin poder apartar la mirada.

—Escúchame bien, Vina —me empieza a decir Bastián en un tono bajo y casi ronco—. En tres segundos te voy a besar. Tienes justo tres segundos para intentar detenerme. Uno.

Espera un momento. ¿Esto realmente está pasando? Yo muerdo mi labio y ruego para que Bastián no pueda escuchar los erráticos latidos de mi corazón ante la mirada que él me da y por lo que estaría a punto de suceder.

—Dos.

Él no me va a besar. ¿Cierto? Es decir, somos nosotros, él no puede estar hablando en serio.

¿Por qué tenía que desafiarlo de esta manera?

—Vina, se acaba el tiempo.

Bastián está esperando a que yo me retracte, que retroceda y cuando yo lo haga, estoy segura que se va a regodear y jamás me lo dejará olvidar.

Y yo no puedo permitir eso, así que no me muevo y le sigo sosteniendo la mirada casi con ferocidad.

—Tres. Se acabó el tiempo, Davina.

Y antes que yo puedo prever lo que va a suceder, Bastián toma mi rostro entre sus manos y me besa, yo jadeo contra sus labios por la sorpresa, pero casi de forma instintiva le devuelvo el beso mientras una de sus manos se enreda en mi cabello y la otra baja por mi espalda al mismo tiempo que él profundiza el beso.

Me pierdo en las sensaciones que sus labios provocan contra los míos, en la forma que sus dedos recorren mi espalda y una parte de mi desea que no estuviera la tela del vestido estorbando el camino que sus dedos están recorriendo. Porque cada parte de mi cuerpo grita por más.

Yo reprimo un gemido cuando los labios de Bastián besan y lamen un punto sensible en mi cuello y su agarre en mi cabello se hace más fuerte.

—No lo hagas —me dice con voz ronca.

Y yo debo hacer un esfuerzo para crear un pensamiento coherente en medio de la neblina de deseo en el que me encuentro.

—¿Qué no haga qué?

Él sabe cómo y dónde tocar para enloquecer a una mujer y justo ahora, está presionando los botones justos para hacerme perder la cabeza.

—Quiero escucharte, Vina.

Yo sonrío ahora que he entendido lo que él quiere, pero somos nosotros y yo no puedo darle lo que me pide con tanta facilidad. ¿Dónde estaría la diversión en eso?

—¿Qué es lo que quieres escuchar, Bastián?

No me responde, pero sus labios regresan a los míos y sus manos se deslizan por mi cintura hasta mi trasero dónde me da una nalgada antes de apretar justo donde acaba de golpear y yo suelto un jadeo por la sorpresa y su audacia y Bastián sonríe contra mis labios antes de susurrar con voz ronca en mi oído.

—Buena chica.

Y yo no puedo evitar mi reacción ante esas simples palabras.

Pero una alarma se enciende en su cabeza, lo puedo ver en sus ojos y él se separa de mí, tratando de poner la mayor distancia que puede entre ambos.

—Creo que ya hemos tenido suficiente fuego por esta noche —me dice.

—¿Estás seguro? —le pregunto y mis ojos van hacia cierta parte de su anatomía.

¿De dónde salió está audacia? Es que hay algo en Bastián que siempre logra sacar esta parte de mí que al parecer nadie más puede.

—Vina, no tires del poco autocontrol que me queda —dice y aunque pretende ser firme, su voz sale casi en una súplica.

—¿Tanto así? Vaya, no sabía que podría tener ese poder sobre Bastián Baxter. Me pregunto, ¿qué otras cosas podré obtener de ti?

A pesar de la burla en mi voz, sí es un poco excitante saber que uno puede tener ese tipo de poder sobre alguien más. Saber y ver qué puedo causar esa clase de reacción en Bastián es muy estimulante y un gran subidón de emoción y ego.

Y eso solo me hace querer más, ver hasta dónde podemos llegar, ver qué otras reacciones pueden conseguir de su parte.

—Vamos. Es hora de regresar al ático.

—No, aún no quiero.

Él aprieta con fuerza sus labios e intenta controlar su enojo.

—Vina, sí no subes a ese auto te juro que te dejo aquí.

Yo me río, porque sé que él no va hacer eso.

—Mientes. Jamás me dejarías y mucho menos sola.

—Vina.

—¿Qué vas hacer? ¿Castigarme?

No es tan divertido cuando la broma regresa a ti. ¿Verdad, Bastián?

Muerdo mi labio para evitar reírme ante su expresión y camino hasta el auto, pero Bastián tarda en subirse y asumo que debe estar poniendo en orden sus pensamientos y yo hago lo mismo.

Él enciende el auto en silencio y pone algo de música, pero actúa como sí yo no estuviera en el auto y yo me recuesto contra el asiento cerrando los ojos hasta que llegamos al pent-house y Bastián se baja para abrir la puerta, pero esta vez no me da su mano para ayudarme a bajar y noto que mantiene la distancia entre los dos, algo que se mantiene incluso cuando estamos en el ascensor, pero yo no hago ninguna observación sobre eso.

—¿No me vas a dar un beso de buenas noches, Bastián?

Él se detiene en mitad de camino hacia la puerta de su ático y por un momento pienso que se va acercar y besarme, pero no lo hace y extrañamente, me siento decepcionada.

¿Por qué me decepciona que él no me bese?

—Buenas noches, Vina.

—¿Así que sin beso?

No puedo evitar sonreírle y después de un momento y casi a regañadientes, él me devuelve la sonrisa.

—¿Por qué siento que serás mi muerte, Davina Hart?

Me recuesto en el marco de la puerta y me encojo un poco de hombros.

—Tal vez, pero ¿no sería esa una hermosa forma de morir, Bastián Baxter?

Ma petite mort —dice en un tono suave antes de desaparecer dentro de su ático.

#4 Debí decirte algo más que el hecho que serías mi pequeña muerte. Debí decirte que esa noche fue la mejor cita que he tenido y que nuestro primer beso puso mi mundo de cabeza y me hizo cuestionar hasta mi propia existencia. Estoy seguro que es algo que tú querías escuchar.

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