23. Soy el arquitecto de mi propia destrucción.
Me siento en el césped y observo en silencio los nuevos rosales que han colocado en el jardín, Robert dijo que los mandó a sembrar por mí, porque le dije que me gustan las flores y el comentó que ahora que tengo ocho años, ya puedo aprender a cuidarlas, además, dijo que sería un buen regalo porque soy la mejor estudiante de mi clase.
Robert me dijo que está orgulloso de mí.
Las flores son hermosas y yo podría observarlas por horas. Me siento tranquila cuando estoy cerca de las flores. Con ellas no debo fingir o pretender ser algo que no soy. Puedo dejar caer la máscara y mis barreras.
—Veo que te gustan los nuevos rosales, hija mía.
Levanto mi cara hacia Robert y lo veo de pie, cerca de donde yo estoy. Me sonríe antes de sentarse a mi lado.
Su brazo envuelve mis hombros y me da un beso en mi cabello negro.
—Están hermosas, gracias. Pero no tenía que hacer esto por mí.
No quiero que piense que estoy pidiendo cosas, no quiero que un día crea que pido demasiado y ya no quiera aquí.
—¿Alguna vez tu mamá te dijo cuál era el significado de tu nombre?
Yo niego con la cabeza. No me gusta recordar a mi mamá, su recuerdo me pone triste y más aún que no haya buenos recuerdos en mi memoria sobre ella.
—Davina es el femenino de David y significa la favorita de Dios. Tu nombre significa eso, favorita o amada. Y tú eres ambas para mí, hija mía.
—¿Soy tu favorita?
Robert me abraza y me dice que sí, que soy la hija que siempre ha querido tener.
—Sí, siempre serás mi favorita.
Y aun así me lastimaste de esta manera.
Pasé toda mi vida luchando por encajar, sintiendo que no merecía lo que tenía porque eso solo debía ser para los hijos de Robert. Lloré hasta dormirme queriendo una familia, un padre o una madre que me ame y esté conmigo, y él lo vio, Robert estaba ahí y vio cuánto yo sufría, vio cuánto me esforzaba por ser la hija perfecta que él quería que fuera y no me dijo nada. Me dejó sufrir mientras me mentía a la cara diciendo que me amaba, pero nunca me amo, al menos no más de lo que ama su perfecto legado: los laboratorios Silver Lab.
—Era la hija que siempre habías querido tener, pero no era lo suficientemente buena como para que me reconozcas como tal.
¿Cómo pudo hacerme esto? Después de todo lo que yo hice por él, por sus hijos y su amado laboratorio. Después de todo lo que sacrifiqué para tratar de encajar en su familia. Todo lo que hice tratando de agradecerle al hombre bondadoso que se hizo cargo de la hija de su amigo. Al gran hombre que jamás hizo una diferencia entre mi persona y sus hijos, que siempre me trató como a un miembro de su familia y me dio todo lo que el dinero podía comprar.
Robert no me presiona para que hable, se sienta conmigo en el banco del acuario y me empieza a contar algunos datos interesantes sobre los peces. Yo le digo que de grande quiero trabajar aquí, porque me gusta mucho este lugar, que este podría ser mi lugar favorito y él me pregunta sí no quiero trabajar en los laboratorios.
—Pensé que era algo solo familiar, es lo que dijiste en tu discurso en la fiesta de fin de año.
Él pone su brazo sobre mis hombros, me gusta cuando hace eso porque me siento protegida, sé que Robert jamás dejaría que nada malo me pase.
Me pregunto sí así es como se siente tener un padre. Yo no recuerdo al mío y lo más cercano que tengo es a Robert.
—Tu eres de la familia, hija mía. Te lo he dicho desde que llegaste a nuestra casa. Silver Lab también es tuyo.
Pero no debería ser así, a pesar de su generosidad y buen corazón, cada cosa que tengo y me dan, siento que no debería tener. Porque deberían ser de sus hijos. Silver Lab también debería ser solo de Archer, Spencer y Bastián. No me gustaría que ellos se enfaden conmigo por tener lo que les pertenece. Siento que sí ellos se molestan conmigo, Robert también lo hará por hacer enojar a sus hijos.
Pero tengo diez años, tal vez Robert piense diferente cuando sea mayor.
—Tantas mentiras para proteger tu gran legado, Robert. Y, ¿ha valido la pena?
Su perfecto legado que debería ser mío, porque ninguno de sus hijos lo merece más que yo, jamás lo merecieron, siempre fueron débiles a la hora de tomar decisiones y Robert lo sabe, él mismo me dijo que los laboratorios estarían mejor en mis manos y yo sabía que era así, pero en ese momento sentí que no tenía ningún derecho porque no era una Baxter, cuando la realidad es que yo siempre tuve más derecho que todos ellos. Y a pesar de saber eso, Robert le va a dejar Silver Lab a Archer, todo por evitar el escándalo de reconocer que tuvo una bastarda con la esposa de su mejor amigo.
Al parecer eso es todo lo que soy, un error que intentan ocultar y dejar atrás.
La conversación sobre los laboratorios se detiene y mis ojos están concentrados en los peces frente a nosotros.
—Los niños de la escuela se burlan de mí porque no tengo padres, me llaman huérfana —admito frente a Robert la razón de porque he estado tan callada estos días—. Dicen que no tengo padres porque no me querían.
Los niños son crueles —fue lo que me dijo mi maestra.
Como si yo no supiera ya lo crueles que pueden ser. Aunque no le quise decir nada a Spencer para que no se meta en problemas como la vez anterior. O a Archer y Bastián que van en cursos superiores.
—¿Qué niños? ¿Por qué no me habías dicho esto? —me pregunta Robert, enojado, pero no conmigo sino contra esos niños.
—Siempre dices que debemos aprender a solucionar nuestros propios problemas.
—Lo sé, hija mía, pero no quiero escuchar que te digan ese tipo de comentarios. Tú no los mereces. Hablaré con la directora de la escuela para que haga algo.
Esos niños fueron crueles y lo hicieron con toda la intención de lastimarme, pero no dijeron una mentira.
—No es necesario, yo ya me encargué.
Robert me mira.
—¿Qué hiciste, hija mía?
—Solucionar mis propios problemas.
Y Robert me sonríe con orgullo, más orgullo del que jamás he visto mirar a ninguno de sus hijos porque yo me estoy convirtiendo en la hija que él siempre ha querido tener.
—Cada esfuerzo, cada decisión en mi vida la tomé porque era la extraña en la casa de alguien más. Una extraña en una familia que no era la mía. Y porque quería que me siguieras viendo con orgullo, tal y como me miraste esa vez.
¿Cómo pudo verme sufrir así y no decirme nada? Porque él me vio, lo hizo y no dijo nada, se calló porque nada podían poner en riesgo su amado legado, el buen nombre de su familia. Para Robert no hay nada más importante que eso.
Me vio sufrir por años a causa del abandono de mi madre y la muerte de mi padre, me vio anhelando algo que él pudo darme y lo único que hizo fue mentirme y actuar como un buen hombre cuando todo lo que es un hipócrita, cruel y déspota.
—¿Por qué, Robert? —le pregunto a su recuerdo—¿Por qué no dijiste nada? No entiendo cómo pudo mentirme por años, como me vio todo este tiempo y no pudo ser sincero conmigo.
Hay un leve sonido, un crujido que viene de la puerta y levanto mi cabeza para ver a Archer de pie en el marco de la puerta del invernadero.
Yo estiro mis piernas en el suelo y me limpio las lágrimas de mi cara.
—Así que ya lo sabes, hermano —suelto la última palabra con desprecio.
Y no puedo evitar estar enojada también con Archer, aunque él no haya tenido la culpa de nada. Pero Robert le dio a él su apellido, incluso sí no lleva su sangre, incluso sí era el hijo de alguien más que dejaron olvidado en un orfanato y yo, su propia hija que veía a diario, no pudo darme lo que era mío, lo que merecía, pero sí se lo dio a Archer, Bastián y Spencer.
Pasé toda mi vida creyendo que yo les he estaba quitando algo, cuando eran ellos quienes me estaban quitando algo a mí.
—Sí, está abajo en mi ático, está preocupado por ti. Todos lo estamos.
Este invernadero, el ático, los laboratorios. Toda mi vida gira en torno a ellos, vaya a donde vaya, todo tiene que ver con ellos. Cada paso me mantiene en su órbita, arrastrándome incluso aunque quiera alejarme.
No tenía a dónde más ir que aquí, el invernadero, rodeada de mis plantas, quienes nunca me han lastimado y siempre me dan paz y tranquilidad.
—¿Crees que estoy exagerando, Archer? ¿Crees que solo debería tragarme mi dolor y ser agradecida? Agradecer por todo lo que me dio, por abrirme las puertas de su casa. Por darme una familia a pesar de todo.
—Davina...
—¡Yo soy su hija! ¿Es que no lo entiendes? ¿No ves cuánto daño me causó con su silencio? Cada palabra que no dijo, cada secreto que me guardó, es un grano de arena que me enterró en el desastre emocional que soy.
Miro a Archer y recuerdo la forma en que Robert y él hablaban, su primogénito, su futuro heredero, porque se supone que no había nadie más apto para tomar el mando de los laboratorios que él, Archer.
Y una feroz envidia se apodera de mi ante esos recuerdos.
—Tienes todo el derecho de estar enojada, de sentirte traicionada porque eso es justo lo que padre te hizo, él lastimó tu confianza y no es justo la forma que tuviste que enterarte de todo.
—La vida nunca ha sido justa conmigo, Archer.
—Lo sé, Davina. Lamento tanto todo lo que estás pasando, quisiera hacer algo, tener un poder especial y quitar ese dolor de tu cuerpo, esa amargura que se refleja en tu mirada.
—Pero no puedes.
De la misma forma que no puedes tomar decisiones difíciles. De la misma forma que no serás un buen CEO para Silver Lab.
—Tengo severos problemas de abandono y aunque Robert me trataba como su hija, yo me sentía excluida, siempre pensando en escapar para dejar de ser una extraña en la familia de alguien más —le digo en voz baja, pero en el silencio del invernadero, Archer alcanza a escuchar todo con mucha claridad—. Y no lo puedes entender porque esa es tu familia.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti, hermana? Haré lo que sea. Solo dime qué necesitas, que quieres y yo buscaré la forma de dártelo.
Ya no hay nada que me puedan dar. Su dinero no puede comprar mi perdón.
—Quiero estar sola.
Él mantiene una lucha interna entre darme lo que quiero o quedarse y asegurarse que yo esté bien.
—Está bien, te dejaré sola, pero estoy abajo por sí necesitas algo. Te quiero, hermana.
No me digas así —estoy a punto de gritar, pero me siento tan cansada y no digo nada, solo espero a que él se vaya.
Cuando la puerta se cierra y me quedo sola con mis flores, empiezo a llorar gruesas lágrimas de dolor, desesperación, impotencia y odio.
Y es que el odio siempre es más fácil de sobrellevar. Pero a veces nos consume tanto que nos hiela, a tal punto que un mínimo toque nos rompe, nos fragmenta y ya nada vuelve a ser igual.
—Para mí, ya nada será igual.
No sé cuánto tiempo pasa, pero mi cuerpo se siente entumecido y muevo mi cuello un poco antes de levantarme del suelo en busca de una silla porque aún sigo sin querer ir al ático. Si pudiera, me quedaría aquí para siempre.
Deberíamos quedarnos aquí —le dije a Bastián en lo alto de la rueda de la fortuna.
Ojalá nos hubiéramos quedado ahí, en lo alto de esa rueda, sentí que nada me podía alcanzar y que todos mis problemas estaban tan lejos. Aunque también nos pudimos quedar en el planetario, solo los dos caminando sobre las estrellas o en el acuario bañados por el azul del enorme lugar. Ojalá nos hubiéramos quedado en Santorini o en cualquier lugar lejos de la verdad, lejos de este dolor.
Unos golpes en la puerta me regresan al presente.
—Pasa, no te quedes ahí —le digo a Bastián—. Mi miseria necesita de tu compañía.
Corro a los brazos de Bastián y entierro mi cara en su cuello, inhalando su perfume que tanto me gusta y dejando que sus brazos me sujeten con fuerza porque mis piernas están tan cansadas, todo mi cuerpo se siente tan exhausto.
Y Bastián me abraza, pasa su mano por mi cabello, no me dice que las cosas están bien, tampoco me pregunta que quiero o necesito porque él sabe que no puede darme lo que quiero, no ahora y no sobre este asunto en particular. Bastián solo me sostiene entre sus brazos y me consuela en silencio.
—¿Sabes que es lo que más me duele? —le pregunto a Bastián— Que me haya ocultado la verdad, porque sí él me hubiera dicho que yo era su hija, pero que no podía reconocerlo para evitar un escándalo, yo hubiera entendido. Pero Robert no dijo nada.
Todo lo que él tenía que hacer era decirme la verdad, decirme que yo era su hija.
—Me mintió todo este tiempo, Bastián.
Pienso en todo lo que pudo pasar de saber desde siempre la verdad, en lo que pudo suceder sí Robert me hubiera dicho que yo era su hija desde el día que llegué a su casa. Porque todo se reduce a eso, a los hubiera, solo que, en este mundo, los hubiera no existen.
—Lo sabíamos —dice Bastián.
Yo me aparto de él y lo miro a los ojos sin entender que se supone que ellos sabían.
Ellos no podían... Ellos no...
—¿Qué? ¿Qué sabían?
—La verdad sobre quién es tu padre.
Bastián.
Davina es una mujer hipnótica, por sus ojos y su voz. Tiene un tono de voz tan agradable y suave que logra tranquilizar a cualquiera y estoy seguro que podría dormir de forma pacífica mientras la escucho hablar.
Pero ahora su voz se hunde en la agonía y sus ojos verdes nadan en el dolor.
Ella se está ahogando justo frente a mí y no me deja hacer nada para poder salvarla. ¿Hay algo que realmente pueda hacer? Creo que la única que puede salvarla ahora es ella misma, pero que debo quedarme a su lado y darle ánimos, no dejarla rendirse ante el dolor, ante la ira que hierve dentro de ella y esos otros sentimientos que parecen estar haciendo mella dentro de su adolorido cuerpo.
—¿Lo sabías? ¿Lo sabías y no me dijiste nada?
Ella se aleja de mí, me aparta con fuerza golpeando mi pecho de forma repetida y me grita que me vaya, que la deje sola.
—Davina, escúchame, por favor, escúchame.
Su rostro bañado de dolor se gira despacio hacia mí, mientras que el resto de su cuerpo a penas y se mueve un poco. Sus ojos esmeraldas están muy abiertos y deja caer sus manos sobre la mesa de madera frente a ella para sostenerse cuando sus piernas empiezan a temblar por la ira, el dolor y cansancio de todo lo que ha pasado en estás pocas horas.
Suspiro y paso una mano por mi cabello antes de hablar.
—Vanessa nos lo contó en Santorini. Fue ahí cuando nos enteramos, pero no quisimos creerle. Pensamos que ella mentía.
—¡Pero yo merecía saberlo! Debieron decirme justo ahí, lo que ella les había dicho.
—Queríamos protegerte, evitarte un dolor innecesario. Acordamos investigar y solo decirte si eso llegaba a ser cierto.
—Pero no dijeron nada.
Sucedieron tantas cosas entre esa revelación y ahora, cosas tanto buenas como malas y en el fondo no le di mucha importancia al tema porque estaba seguro que Vanessa mentía, porque no creía que mi padre le pudiera mentira a Davina de esa manera. Jamás a ella.
—Si eso resultaba no ser cierto, no queríamos verte sufrir.
Una risa que me congela por lo hueca y seca que suena, sale de los labios resecos de Davina y ella niega con la cabeza antes de dejarla caer.
—¿En realidad? ¿Y cómo les funcionó el plan? Creo que nada salió como ustedes esperaban.
La agonía en su voz toca una fibra muy sensible en mí, porque nunca me ha gustado verla sufrir. Y veo como la ira que ardía dentro de ella con tanta fuerza tan solo unos minutos antes, ahora se ha extinguido de forma suave en algo frágil y triste.
—Nada salió como yo esperaba, Bastián.
Sin previo aviso, ella arroja al suelo las macetas que estaban sobre la mesa frente a ella. Las macetas impactan creando un gran estruendo y los fragmentos se esparcen por el amplio invernadero y Davina se queda quieta, muy quieta mirando el desastre que acaba de hacer y de nuevo, arroja las macetas que habían quedado sobre la mesa y suelta un grito de desesperación y dolor que parece salir desde lo más profundo de su cuerpo, raspando su garganta en el proceso y es tan fuerte todo lo que ha sucedido, que sus piernas ceden y cae al piso, pero yo la sostengo antes que sus rodillas impacten contra el suelo.
Y ella vuelve a gritar, creo que quiere gritar hasta quedarse sin voz.
—Duele tanto, Bastián. Me duele tanto. ¿Cómo pudo hacerme esto?
No puedo imaginar ni siquiera cuando le debe doler saber que él hombre que ella tanto ha admirado y amado, le mintió durante todos estos años, a ella, que siempre hizo todo lo que él quería, ella que fue la hija perfecta.
¿Cómo pudo hacerle eso a Davina?
Ella se queda quieta por un largo momento, tan quieta que me asusta y de pronto, se aleja de mí, con sus ojos perdidos y muy abiertos, mirando un punto fijo, pero sin realmente verlo.
—No puedo quedarme, no puedo seguir así —empieza a decir—. Quiero irme lejos, ya no puedo seguir aquí. Cada paso que doy es alrededor de Robert y su gran legado. ¡A la mierda con su legado! A la mierda con todo.
La ayudo a levantarse del suelo y veo que se gira para tomar su cartera, lista para irse.
La conozco lo suficiente como para saber que una vez que tiene una idea en mente, es muy difícil, por no decir imposible, hacerla cambiar de parecer y ahora Davina está muy decidida a irse, aunque ella no dice a donde.
—Iré contigo —le digo.
Ella niega con la cabeza, pero no mira en mi dirección, su mente está pensando en que hacer ahora, incluso creo poder escuchar los engranajes de su cabeza moverse a toda prisa pensando en un plan de escape y un plan de respaldo.
No podría ser Davina sí no tuviera un plan.
—Me iré sola. Quiero estar sola.
¿Ella no puede estar hablando en serio? Pero por supuesto que lo está haciendo, ella es demasiado terca, en especial en esta situación, como para admitir que en su he estado no debería estar sola o tomar decisiones drásticas.
Acaba de colapsar llorando y gritando tan solo unos minutos antes, estaba hirviendo de irá hacia todo hace un momento atrás y ¿ahora planea irse como si nada?
—Te llamaré cuando llegue.
—¿A dónde te vas?
Ella no responde.
Y es ahí cuando lo entiendo, ella no pensó en este plan de huida justo ahora, Davina lleva pensando en este plan desde el primer día que puso un pie en nuestra casa.
¿Por qué siempre estabas pensando en huir? ¿Por qué tu mente siempre pensaba en escapar?
Tomo sus manos entre las mías cuando ella empieza a caminar hacia la puerta. La detengo porque sé que, si ella sale, si ella se va, tal vez nunca más la vuelva a ver porque está demasiado molesta, demasiado herida como para pensar en regresar. Y después de irse, sería demasiado terca como para admitir que tal vez irse no fue lo mejor.
—No, no. No te puedes ir. Debemos encontrar otra manera, Davina, tan solo espera un poco. Podemos encontrar otra manera.
Ella suelta mis manos con fuerza y retrocede un paso, sin apartar sus ojos llenos de irá y dolor de los míos.
—¿No te has dado cuenta aún? No hay otra manera, Bastián.
Su voz está llena de desesperación y tristeza, una amarga melancolía que amenaza con sacar lo peor de ella, de sacar a flote todo lo que Davina ha venido reprimiendo por años y puedo verlo, ver el ojo del huracán e imaginar el desastre que va a provocar. Y dudo que después del huracán Davina, quede alguien con vida.
—Davina, por favor —le suplico.
—No hay otra manera, Bastián —repite.
Se da media vuelta y sale del invernadero, dejándome atrás, como siempre supe que lo haría.
#24 Hay tanto que pude decir en ese momento, tanto que tú querías escuchar, pero nada hubiera hecho una diferencia, tú ya habías tomado una decisión y decidiste convertirte en nuestra destrucción.
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