22. Bien, conviérteme en tu villano.
Suelen decir que la vida se trata sobre los momentos, pequeños momentos al azar y grandes momentos de impacto. Nos dicen que son estos "momentos" que vivimos, que nos suceden, los que nos definen como personas, los que determinan que camino vamos a tomar sí el sendero del bien o el del mal. Pero yo nunca he creído eso, tampoco creo que exista el bien o el mal como tal. Somos personas que hacemos cosas malas y cosas buenas, no hay términos medios, pero tampoco somos malos o buenos, somos solo personas.
La cuestión es que al final, somos la suma total de cada una de nuestras acciones y solo hasta el final de nuestro último aliento y momento de conciencia, podemos determinar qué lado pesa más, si el bueno o el malo. Y la cuestión aquí, es que no importa ni el principio o el desenlace, todo lo que importa, es lo que sucedió en medio y desató el momento de impacto final.
Este podría ser, para mí, justo el momento dónde se dividen los senderos hacia el final de mi historia.
—¿No podías invéntate algo mejor? Creo que estás perdiendo tu toque, Vanessa. ¿Acaso crees que voy a confiar en lo que me dices? Robert no es mi padre. Lo sé.
Ella suelta una risa burlona y me mira con falsa lastima mientas saca unos papeles de su cartera y los lanza frente a mi cara. Veo hacia el suelo, dónde han caído los papeles y observo que hay documentos y cartas. No me inclino a tomar nada y no me quedo mirándolos por demasiado tiempo, no le daré esa satisfacción.
Ella da un paso y retuerce su tacón sobre una carta cuyo papel se ha oscurecido por el paso del tiempo.
—Justo en esta carta hablan de ti, la pequeña hija bastarda y como tienen suerte de qué tuvieras el cabello de tu madre y sus ojos, porque así tú pobre padre no iba a sospechar que no eras su hija, que eras hija de su mejor amigo, Robert. ¿Y sabes por qué Robert no te quiso decir nada? Él se avergonzaba de tu existencia. Eras un error que debía corregir.
Vanessa se vuelve a reír, se inclina y toma la carta para ponerla con fuerza contra mi pecho, yo tomo el pedazo de papel y lo arrugo entre mis dedos sin bajar mi mirada.
Ella no puede hablar en serio, nada de lo que ella dice debe ser cierto.
—Hasta que tu padre murió y Robert no tuvo otra opción que llevarte a vivir con él, pero no quería eso y esa es la razón de porque nunca te reconoció como su hija. Porque eres solo una pequeña bastarda que amenazaba con manchar el buen nombre de su legado.
—¡Mientes!
Aprieto mis manos con fuerza y clavo mis uñas en mi palma para intentar calmar la ira que me provoca no solo la presencia de Vanessa, también sus palabras y la burla que destila.
—Si crees que miento, ve y pregúntale a Robert. Pero en el fondo sabes que digo la verdad, Davina.
—¿Cómo lo sabes?
¿Cómo es que siempre te enteras de lo que no debes?
Me arrepiento tanto de no acabar con ella cuando tuve la oportunidad y odio a Bastián y Archer por traerla a nuestra vida.
—Porque escuché a Robert hablar con su abogado cuando te dio las acciones de los laboratorios y su abogado le preguntó: ¿Por qué quieres hacer esto? Ella es mi hija, le respondió Robert, mi única hija.
—Eso no significa nada.
—Incluso su hermana le dijo que la manzana no cae muy lejos del árbol y que tú, eres igual a él. Le pregunté a Cristal, solo para molestarla y ella me amenazó y dijo que hablaban de Archer, pero no, hablaban de ti.
—Robert siempre ha dicho que soy la hija que nunca tuvo.
La sonrisa de Vanessa se hace aún más amplia y siento que dije justo lo que ella quería escuchar.
—Eso fue justo lo que dijo su abogado, pero Robert le corrigió, dijo que no, que tú eras su hija, que la sangre de él corría por tus venas. Entonces lo vi, en ese momento vi todas las similitudes que hay entre ustedes. Y sí, no hay duda, eres su hija. Fue ahí cuando empecé a investigar y estas son las pruebas que encontré, esperando el momento justo para dártelas.
—¿Por qué ahora?
—Tienes a Bastián.
—¡Tú ni siquiera lo amas!
Ella da un paso más en mi dirección.
—Pero era mío y ya perdí a Archer, no estaba dispuesta a perder también a Bastián y creía que él se iba a cansar de ti, siempre se cansa de todas, pero al parecer no y ya que te vas a quedar con algo que es mío, yo debía tomar algo que es tuyo.
Siempre ha sido así de despreciable, queriendo que todo sea sobre ella, buscando siempre ser el centro de atención y que todo gire a su alrededor.
Odia perder y siente que perdió a Bastián por mi culpa, pero ella no entiende que no puede perder algo que nunca ha tenido.
—¿Y qué fue lo que me quitaste?
Me mira como si la respuesta fuera obvia.
—Todo —responde y suelta una risa, girando sobre sus tacones antes de despedirse con la mano e irse.
Yo miro los papeles esparcidos a mis pies y me rehúso a creer que, algo de lo que ella dijo, es verdad. Ella miente, solo quiere lastimarnos, como siempre lo hace, pero no le daré el gusto.
Pero si esto es una mentira, ¿por qué siento que lo estoy perdiendo todo?
La sensación de perdida se instala en mi cuerpo abriéndose paso por mis costillas para hacer nido en mi pecho y echar raíces en mi corazón.
—Robert no me haría esto —me repito, sin mucha convicción.
Él fue como un padre para mí, pero no es mi padre, es solo mi padrino, el mejor amigo de mi papá que se hizo cargo de mi cuando mi madre me dejó para irse a Londres.
Un particular recuerdo viene a mi mente.
La luz de su despacho está encendida y la puerta entre abierta, pero dudo sin saber si debo entrar o no, no quiero molestarlo y que se enoje conmigo. ¿Me echará de su casa sí lo molesto? Espero que no.
—¿Davina? ¿Eres tú?
Su voz me hace sobresaltar y doy un paso vacilante hacia su estudio.
—Sí.
Él deja los papeles que estaba leyendo y me mira detrás del enorme escritorio de madera que está lleno de papeles y carpetas.
—¿Qué te trae aquí, pequeña?
—Tuve una pesadilla. No puedo dormir.
Abrazo con más fuerza el peluche de panda que sostengo contra mi pecho y veo que Robert me hace una seña para que me acerque a él y gira la silla hacia un lado para tomarme en sus brazos.
Me acuna con cuidado contra su pecho y me dice que todo estará bien.
—Está bien, hija mía. Todo estará bien.
Entierro mi cabeza en su pecho, cerca de su corazón y escucho sus latidos.
—Fue un sueño muy feo.
—Pero son solo sueños, no son reales y yo estoy aquí, hija mía. No dejaré que nada malo te pase. Te prometo que mientras yo viva, nada, ni nadie te podrá lastimar.
Él besa mi frente y me empieza a contar una historia, hasta que yo me quedo dormida en sus brazos.
Esa fue la primera vez que él me llamó, hija mía. No entendí el peso de esas palabras porque era solo una niña asustada de seis años, pero Robert me empezó a llamar así a partir de ahí y yo me empecé a esforzar en ser la hija que él siempre ha querido tener.
La puerta de mi ático suena y camino abrirla casi en piloto automático.
—¿Arthur? ¿Qué puedo hacer por ti?
Él me sonríe y saluda como siempre hasta que se fija en los papeles que hay en el suelo y me observa a mí, para saber si estoy bien y debe ver el caos que soy, porque no hago mucho para ocultarlo.
—Quería pedirte un consejo, saber si podíamos hablar un poco porque me vendría bien una amiga en este momento, pero parece que tú necesitas un amigo más que yo.
Camino hasta los papeles en el suelo y empiezo a recogerlo, recordando la conversación que tuve con Vanessa.
¿Por qué todos siempre me buscan para hablar?
—Arthur, no soy un centro de rehabilitación, sí necesitas ayuda o un consejo, ve a terapia —suelto, molesta.
Él intenta acercarse para ayudarme a recoger los papeles, pero yo le grito que no, que se mantenga alejado.
No quiero que nadie esté cerca de estos papeles, a pesar que no los he visto.
—¿Estás enfadada conmigo? Pensé que estábamos bien.
—Estamos bien y no estoy enfadada.
No sueno convincente, pero tampoco me interesa serlo, porque justo ahora estoy lidiando con algo muy importante, algo que de ser cierto podría cambiarlo todo.
No tengo tiempo para ser comprensiva. ¿Y porque siempre debo ser yo quien está ahí para todos? Estoy cansada de ese papel.
—¿Sabes que, Arthur? Sí, sí estoy enfadada contigo y mira, agradezco que me hayas ayudado cuando te necesité y que me hayas empujado a terapia y ahora yo te regreso el favor. ¡Ve a terapia! Lo necesitas, estás tan jodido como yo y esa es la segunda razón de porque no hubiéramos funcionado juntos.
Las palabras salen a borbotones de mi boca impulsadas más que nada por la ira que me dejó la visita de Vanessa y su "revelación" sobre Robert y que él podría ser mi padre.
Él no es mi padre —me repito en mi cabeza —. Ella miente.
—¿Sabes cuál es la razón principal, Arthur? Que eres un cobarde y, ¿en serio creías que iba a huir contigo después que escogiste a mi hermana antes que a mí? ¡Mi hermana que me ignoró por años! ¿Tienes idea de cuánto me dolió eso? Creo que sí deberías tener una idea ya que éramos amigos.
Todos siempre hacen cosas que me lastiman y esperan a que yo los perdone sin quejas o repercusiones, porque así se supone que soy yo.
Mi mente no está en mi discusión con Arthur, ni siquiera está en este edificio o año, mi mente ha regresado años atrás, cuando llegué a casa de Robert a mis seis años y empiezo a recordar año a año, repasando algo, aunque sea el más mínimo instante que me diga que todo el dolor que sentí y él presenció, no se pudo evitar con su revelación. Necesito que saber la verdad.
—Davina no te ves bien, creo que necesitas sentarte, respirar y...
—¡Deja de decime lo que necesito! No sabes lo que quiero.
Mi mano golpea con fuerza la mesa donde he dejado los papeles y mis ojos arden de rabia y lágrimas no derramadas.
Él no sabe lo que quiero y aunque lo supiera, no podrían dármelo, porque jamás lo ha hecho y jamás podrá.
—Tengo trastorno de ansiedad, Arthur, tengo un maldito trastorno de ansiedad y no espero que lo entiendas porque sé que no lo harás, puedes decir que sí y todo eso, pero no lo entiendes. Y, ¿sabes lo que me molesta? Que intentas que yo actúe como si no lo tuviera. ¿Tú crees que es así de fácil? ¿Encender y apagar un interruptor? ¡No! No funciona así. Yo no lo controlo, este jodido trastorno me controla a mí. No avisa cuando viene y se va cuando quiere. Y lo último que necesito en mi vida es escuchar a una persona que jamás lo ha tenido, venga y me diga cómo lidiar con mi problema.
Justo ahora puedo sentir la ansiedad burlándose de mí, haciéndome perder el control e impidiendo que mi mente pueda pensar en una solución, lo único que puedo hacer es pensar en cómo las cosas van a ir a de mal en peor.
¿Por qué duele tanto una mentira?
—Se que necesito terapia. ¿Crees que no soy consciente que tengo problemas? Pero mi mente me grita cosas diferentes y no sabes la lucha que mantengo con ella todos los días y para que me deje tranquila, la dejo ganar. Le doy lo que quiere para tener algo de paz. Aunque esa paz es solo una ilusión. Jamás hay paz, solo dolor.
Puede que me arrepienta mañana de cada palabra que he dicho en este momento de la pérdida de control y serenidad, tal vez mañana vaya dónde Arthur y le pida disculpas, pero no está noche, está noche quiero y necesito sacar mi rabia y coraje con alguien y para su mala suerte, él está aquí y mi parte egoísta me grita que de todas formas Arthur lo merece por todo lo que me hizo sentir.
—Si soy sincera contigo, no sé si quiero ser tu amiga ahora, porque fuiste un terrible amigo al acostarte con mi hermana y romper mi corazón. Y no, tus traumas infantiles o problemas de mami no justifican lo que hiciste —le digo y recojo mi bolso y las llaves, jalando rápido un abrigo para salir de aquí e ir a buscar respuesta—. Ve a terapia, Arthur y llámame cuando hayas solucionado tus problemas.
Golpeo de forma frenética la puerta de su casa y la luz del porche se enciende dándome a entender que él está por abrir la puerta y sí, solo un minuto después la gran puerta se abre y Robert me mira entre preocupado y desconcertado por la hora en que he venido a verlo.
No dejo que diga nada y entro en la casa, sin molestarme en formalidades o quitarme el abrigo. No hay tiempo para ese tipo de cosas.
—Hija mía, ¿qué sucede?
Hija mía —repito la palabra en mi mente y me sabe a hiel.
¿Cuántas veces a lo largo de los años me llamó de esa manera? He perdido la cuenta porque él siempre se ha dirigido hacia mí de esa forma dulce y cariñosa. No es un secreto para nadie que yo soy la hija que Robert siempre ha querido tener o eso es lo que él siempre ha dicho. Siempre hablando con orgullo sobre mí y cada uno de mis logros, teniéndome como su mano derecha y ahora dejándome como mano derecha de su hijo, diciendo que esos laboratorios deberían ser míos porque no hay nadie mejor que yo.
Y yo jamás le di importancia a ese tipo de comentarios, siempre creyendo que los decía para que yo no me sienta mal por los padres que me tocaron y la forma cruel con la que me trataron. Pero si lo que me dijo Vanessa es cierto, ahora todo cambia. Cada una de sus palabras, cada uno de sus elogios y cada momento, ahora adquieren un matiz diferente.
—Vanessa me dijo algo esta noche —empiezo a decir, tratando de controlar las emociones que flotan dentro de mí —. Ella dijo que yo soy tu hija, pero ella miente, ¿verdad? Yo no puedo ser tu hija, tú no me harías eso a mí, no serías capaz de mentirme por todos estos años. ¿Verdad que ella miente?
Por favor, dime qué Vanessa miente —le suplico en mi mente—. Favor, dime qué no me has mentido toda mi vida.
Enredo un mechón de cabello en mi dedo y lo giro con impaciencia sin atreverme a dar la vuelta y enfrentarme a Robert, al menos no hasta que él responda. Pero las manecillas del reloj avanzan y él no dice nada. ¿Por qué sigue callado? Solo debe decirme que Vanessa está mintiendo, que lo hace para lastimarnos, cómo es habitual en ella.
—Solo dime qué ella miente. Por favor, Robert, solo dime qué no es verdad lo que Vanessa dijo —le suplico y mi voz se rompe casi al final.
En este punto no me importa mucho verme débil o mostrar vulnerabilidad, solo necesito que él me diga que no me ha mentido, que todo lo que he hecho y vivido no ha sido por nada.
Pero Robert sigue en silencio y yo me giro para mirarlo.
—Hija mía...
—No, no me llamas así, al menos no hasta que me digas que es una mentira.
Robert intenta dar un paso hacia mí y yo lo detengo, poniendo ambos brazos extendidos para evitar que siga caminando en mi dirección, no necesito su cercanía ahora, solo necesito la verdad.
—Davina, necesito que te calmes, para que podamos hablar.
—¡No! He mantenido la calma desde que puse un pie en esta casa, desde que llegué a tu vida y estoy cansada de mantener la calma. ¡Solo dime la verdad! Mírame a los ojos, como lo has hecho desde que tengo seis años y dime qué no soy tu hija. Dime qué no me has mentido toda mi vida. ¡Solo dime la maldita verdad!
Los recuerdos de mi llegada a esta casa bailan sobre mi mente y cierro los ojos cuando los recuerdos se vuelven demasiado difíciles de sobrellevar, porque lo recuerdo todo muy bien, casi como si hubiera sucedido ayer.
Recuerdo el miedo y la confusión, la sensación de dolor y la desesperación cuando la puerta de esta casa se abrió y mi mamá soltó mi mano. Recuerdo la calidez de la mano de Robert y la sonrisa amable, y también recuerdo la forma que se quedaba a mi lado contándome historias para que yo deje de llorar llamando a mi mamá y a mí papá, porque ninguno de los dos iba a venir por mí.
Robert no sería capaz de verme sufrir de esa forma y no hacer nada. Él no me haría eso.
—Vanessa insistió en que era verdad, me mostró unos papeles y cartas, pero yo no puedo creerle. No puedo creer que tú me hayas mentido. Tú, que eres la única figura paterna que he tenido. Tú no podrías lastimarme de esta manera. ¿Verdad? No me harías esto.
Hija mía —la palabra se repite una y una vez en mi cabeza.
¡Di algo maldita sea! Sácame de mi agonía, quítame este dolor que va en aumento. Dime la verdad y apaga mi sufrimiento. Tan solo di algo.
—Es la verdad, Davina. Eres mi hija.
—¡No! ¡No es cierto! Tú no eres mi padre, tú no... Por favor, no me hagas esto. No me lastimes así —él hace de nuevo el intento de acercarse a mí y yo grito que se aleje —. ¿Cómo puedes hacerme esto? Prometiste no lastimarme, dijiste que jamás nadie me lastimaría y ¿no puedes ver cuánto me estás lastimando ahora? ¡Yo confiaba en ti! Hice todo y más para verte feliz, quería que estés orgulloso de mí.
Cierro los ojos y los aprieto con fuerza y grito llena de frustración porque todo este tiempo, cada cosa que hice, cada paso que di, fue para probar que yo valía la pena, para agradecer su bondad y buen corazón, para agradecer todo lo bueno que había hecho por mí, porque sentía que no lo merecía.
Me hizo luchar y esforzarme por algo que era mío.
—¿Cómo pudiste hacerme esto?
Me dio la vida y me hizo a un lado, me dejó, igual que lo hacen todos. Y después me abrió las puertas de su casa, pero no me dijo quién era, no le dijo a nadie que yo era su hija y debió decirlo, debió evitarme las miradas de pena y los murmullos de lastima. Si él hubiera dicho algo, pudo evitar las burlas y malos comentarios. Me pudo evitar tanto dolor si tan solo hubiera hablado.
¿Por qué no dijo nada? ¿No sabe el daño que hacen las cosas que no se dicen?
—Quise decírtelo, lo juro. Hubo varias ocasiones dónde quería decirte que eras mi hija, pero...
—¡No dijiste nada! He estado contigo por veinte años y no me dijiste nada.
No dijo nada para poder proteger su precioso y amado legado, para proteger los laboratorios y no manchar el apellido Baxter con un escándalo como el que tuvo el esposo de su hermana, Cristal, cuando salió a luz que Morgan era su hija.
Recuerdo que Robert crítico tanto al esposo de su hermana, hablando de cómo estaba manchando su apellido y reputación. Es un hipócrita que jugó con mis emociones y sentimientos, diciéndome que me amaba, que se preocupaba por mí, cuando ni siquiera tuvo el valor de reconocer que soy su hija.
—Davina sé que te mentí, que cometí un terrible error y me arrepiento todos los días, pero hija mía, siempre te he amado y jamás te ha faltado nada. Te lo he dado todo. Todo y más.
—No me diste un padre. No me diste el reconocimiento que merezco. No me diste el confort emocional que necesitaba para no crecer tan rota y sentirme ahora tan cansada. No me diste las cosas que yo necesitaba, solo me diste las cosas que tu dinero podía comprar.
Lo miro a los ojos y la parte de mí, la que se siente como esa niña asustada que él consoló de su pesadilla aquella noche, la niña abandonada que necesitaba una figura paterna a la que admirar, esa misma niña que se esforzaba por conseguir su afecto y amor, esa parte de mi quiere o hubiera querido, que él me acepte, que me ame no solo porque soy la hija que siempre quiso tener, sino por lo que realmente soy.
¿Era realmente mucho pedir que mi propio padre me ame por quien realmente soy? ¡Soy su hija! Soy su hija y me vio llorar, sufrir y no poder dormir y no dijo nada. Hay tantas cosas que pudo decir para acabar con mi dolor y él no dijo nada.
—Davina, hija mía, perdón. Lamento tanto el dolor que te está causando mi silencio, el dolor que te causaron mis acciones. Perdón, te juro que hubiera querido evitarte este sufrimiento.
—¡Pudiste hacerlo!
Todo el dolor que pudo evitarme, sí tan solo hubiera dicho algo.
—Davina, no era tan sencillo. Tú mejor que nadie deberías entenderlo, sabes lo mucho que hubiera afectado a nuestra reputación un escándalo como ese. No podía permitirlo, no podía dejar que las cosas se salieran de control de esa manera. Y a ti jamás te faltó nada, te lo di todo. Jamás hice distinción con mis hijos.
—Excepto que si hay una diferencia. Yo llevo tu sangre, soy tu hija. Nos parecemos en todo menos en el físico.
—Tienes razón, te pareces a mí.
Lo miro y no puedo pensar que creí que él me amaba, que yo le importaba y que quería lo mejor para mí.
Todo lo que hice, para nada.
—Hija mía, eres mi orgullo y adoración, mi favorita. No sería lo que soy sin ti y lo siento mucho, te juro que lo siento.
—Deberías, pero ya es tarde para arrepentimientos.
Robert hizo sus elecciones. Él eligió proteger su precioso legado antes que proteger a su propia hija. Él hizo sus elecciones y se condenó con cada una de ellas.
#23 ¿Había algo que yo pudiera decir esa noche? Siento que cualquier cosa que saliera de mis labios, de todas formas, no hubiera evitado el desastre que se avecinaba y nuestra destrucción.
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