17. Soy todo lo que tú no puedes controlar
Me bajo los lentes de sol para admirar el pintoresco paisaje de Santorini que se puede ver desde la terraza de la casa de Archer aquí, casa que compró porque se suponía que iba a visitar más seguido a sus hijos o esa era la idea que él tenía en su cabeza, aunque con las responsabilidades que ahora va a tener, dudo mucho que pueda.
Sonrío e inhalo el aire fresco y fragante del mar Mediterráneo.
—Vina. ¿Te pusiste bloqueador?
Yo me giro hacia Bastián que sostiene una botella de bloqueador y se unta un poco en sus brazos y cara, él es muy temático respecto a la protección contra el sol.
Yo le digo que sí y vuelvo admirar la vista, feliz de poder respirar otro aire, de ver otros paisajes y de sentir algo de libertad.
—Ojalá pudiéramos quedarnos aquí —murmuro.
Lejos de todo y cerca de nada.
—¿Para siempre?
Niego con la cabeza.
—Solo un poco más.
—Acabamos de llegar.
Pero a veces, no podemos evitar pensar en el final cuando las cosas apenas empiezan. ¿No es eso lo que hacemos cuando iniciamos una carrera? Siempre estamos pensando en llegar a la meta. Una vez que empezamos algo, pensamos en el final, porque todo lo que inicia, sin importar si es bueno o malo, va a terminar. Tiene una fecha de caducidad.
Me vuelvo a poner las gafas sobre los ojos y Bastián se para a mi lado, para contemplar la vista junto a mí.
—Y no puedo evitar pensar en el final, Bastián.
Hay algo pacífico en el blanco característico que tiene la ciudad, algo puro y casi intacto. Sin manchas de nada. El agua es de un azul cristalino y creo que es la combinación más perfecta que he visto.
¿Por qué no venimos aquí más seguido?
El cielo está despejado, solo hay unas pocas nubes en el brillante cielo azul.
—¿Por qué siempre estás pensando en huir, Davina?
Bajo el cálido resplandor del sol del medio día, la pregunta de Bastián pesa más que en otras ocasiones.
He vivido tanto tiempo atada a muchas cosas que pensar en huir es mi segunda naturaleza, incluso sí hace tiempo que dejé atrás las cadenas, aún siento el picor de las cicatrices que dejaron sobre mí.
—No lo entenderías, pero no importa. La próxima vez que piense en huir, te llevaré conmigo.
Recuesto mi cuerpo contra su calidad piel bañada por el sol y Bastián coloca su brazo alrededor de mis hombros.
—¿Lo prometes?
Escuchamos la voz de Spencer llamarnos y ambos nos separamos antes de entrar en la casa. Sin pensar que, al igual a cuando éramos jóvenes, él me acaba de pedir que prometa algo y yo jamás prometí cumplirla.
No puedes romper las promesas que nunca haces.
No es que vaya a dejarlo mañana o que esté pensando en huir, pero uno nunca sabe, la vida es incierta y no me gustaría hacer promesas que no voy a ser capaz de cumplir.
—Pero miren a quienes tenemos aquí, si son mis hermosos sobrinos.
Corro hacia donde se encuentran Alexander y Anastasia, sentados en la alfombra rodeados de juguetes que Archer y los demás han comprado para ellos.
Los niños levantan sus cabezas al escuchar mi voz y sonríen, moviendo sus brazos para reclamar mi atención. Yo me siento frente a ellos y los abrazo a ambos, deleitándome con sus voces y balbuceos en griego.
—Los he extrañado tanto mis pequeños mellizos.
Beso sus cabezas y siento a Anastasia en mi pierna mientras su hermano trae todos los juguetes que puede para que empecemos a jugar.
Fue muy difícil para todos, en especial para Archer, cuando Vanessa tomó a sus hijos y se vino a vivir a Santorini, alejando a mi hermano de los mellizos y él no tuvo otra alternativa que ceder ante ella, porque como siempre, Vanessa amenazó con ir a la prensa y divulgar toda la historia.
Ella jamás me agradó, no entiendo cómo Archer y Bastián se fijaron en Vanessa, es hermosa, de eso no hay duda, pero su belleza palidece ante su forma egoísta y manipuladora de ser. Siempre queriendo que todo gire alrededor de su persona.
—Te ves bien con niños, Vina —comenta Spencer.
—Siempre me han gustado los niños, son tan lindos.
—Menos cuando lloran, que es lo que hacen el ochenta y cinco por ciento de su tiempo —murmura Bastián—. A mí me gustan los niños siempre y cuando sean ajenos, así los puedo devolver cuando empiezan a llorar.
Bastián y Spencer chocan sus puños y yo chasqueo la lengua en su dirección.
—Yo sí quiero hijos, dos o tal vez tres. Quiero una gran familia e ir a viajes familiares, como los que teníamos cuando éramos niños. ¿Recuerdan? La pasábamos muy bien en esos viajes.
Y aun así intentabas escapar —estoy segura que es lo que me está diciendo Bastián con la mirada.
—Quiero una casa cerca de la playa, me gusta la vista que hay en esa zona.
—Parece que has pensado mucho en eso, Vina.
Miro a Bastián antes de responder.
—Un poco, en mi tiempo libre.
—¿Saben? Es bueno que Bastián no quiera hijos. ¿Se imaginan un mini Bastián atormentándonos porque no encuentra su peine favorito para su cabello? O diría: tío Spencer, tío Spencer mata esa araña porque mi papá está llorando en el cuarto.
Ni Spencer o yo contenemos la carcajada que sale de nuestros labios y Bastián se levanta furioso y se va a buscar a Max para dar una vuelta por la ciudad.
—¿Crees que Morgan nos está maldiciendo en este momento por no poder venir con nosotros? —le pregunto a Spencer.
Ella, al igual que Arthur no pudieron viajar porque deben tener que coordinar algunos asuntos de sus respectivos laboratorios.
—No lo sé, pero es Morgan. Irá de compras y se le pasará cuando regresemos con bonitos recuerdos para ella.
Los mellizos pasan la tarde con nosotros y cuando Archer regresa después de llevárselos a su madre, le pregunto sí habló con ella sobre su asistencia a la fiesta de los laboratorios y él responde que sí, pero que no salió como él esperaba. Pero es Vanessa con quién iba hablar, debió saber que las cosas saldrían mal.
—¿No has hablado con Vanessa? —le pregunto a Bastián.
Me coloco frente al espejo del tocador para ponerme los aretes y terminar de acomodar mi cabello para salir a cenar.
—No, tú me lo prohibiste.
Sí lo hice.
—No te lo prohibí, te sugerí que, si querías seguir con vida, no debías acercarte a ella.
Me coloco los zapatos de tacón y camino hasta Bastián, que está sentado en el filo de mi cama y levanto mi pierna, colocando la suela en su pecho y presiono un poco la punta de tacón en su pecho y él suelta un leve jadeo.
Le sonrió y le pido que me ayude abrochar los zapatos.
Cuando él termina, besa mi pierna con sus ojos fijos en los míos.
—¿Te gustaría ceder algo de control está noche, Vina?
Sus manos aún sujetan mi pierna y sus ojos no se apartan de los míos mientras habla.
—¿Qué tienes en mente?
—¿Recuerdas lo que utilizaste en nuestra primera cita falsa?
El recuerdo de ese pequeño juguete y la reacción del mesero vienen a mi mente.
—Sí y mi respuesta es no. Vamos a cenar con Spencer, Archer y Max, no voy hacer nada frente a ellos.
—Max no cenará con nosotros, se encontró con unos viejos amigos y saldrá con ellos.
—Da igual, porque Archer y Spencer van a estar ahí.
Bastián se ríe, pero parece muy lejos de dejar pasar el tema. Siempre nos gusta tirar del otro, intentar sacarnos de nuestra zona de confort, presionar y ver hasta dónde podemos soportar.
Creo que por eso me gusta estar con Bastián, porque sería aburrido si no fuéramos así.
—¿Y dónde estaría la emoción si no estuvieran ellos? Ya probamos ese pequeño juguete cuando estábamos solos, ahora hay que probarlo con una pequeña audiencia.
Sus manos descansan en mi cintura y su aliento choca contra mi nuca.
—Sera divertido, Vina.
Sus labios empiezan a dejar besos por mi cuello, bajando por mis hombros desnudos y sus manos me acercan más hacia él.
Dejo caer mi cabeza contra su hombro y muerdo mi labio cuando su mano sube por mi pecho hasta envolver sus dedos alrededor de mi cuello y yo giro un poco mi cabeza para encontrarme con sus labios y besarlo.
—Bien, hagámoslo —le digo cuando nos separamos.
Él besa mi frente.
—No, no tienes que hacerlo sí no quieres. Podemos pensar en otra cosa para divertirnos.
Pongo mis manos alrededor de su cuello y acerco mis labios a los suyos.
—Bastián, serías ingenuo sí creyeras que tú, podrías obligarme hacer algo que no quiero.
Retoco mi maquillaje y vuelvo acomodar mi cabello mientras él va a su habitación por el juguete, cuando regresa, lo deja en la palma de mi mano, yo le guiño un ojo y camino hasta el baño para acomodar el dichoso juguete y salgo con una sonrisa, tomo mi abrigo y bolso para reunirme con los demás en la sala.
Caminamos por el paseo marítimo disfrutando de la cálida brisa, pasando junto a los lugareños y mezclándonos con el resto de turistas felices que, al igual que nosotros, disfrutando del ambiente relajado y tranquilo que ofrece Santorini.
—Mi griego está un poco oxidado —comenta Spencer después de responderle a una hermosa morena que le acaba de lanzar un cumplido.
Bastián traduce para él y Spencer consigue el número de la hermosa mujer.
El paisaje marítimo es embriagador y saco mi teléfono para tomarle una foto y de paso, tomo una foto de Bastián, que está distraído mirando el paisaje al igual que yo.
Fue Archer quien escogió el lugar al aire libre y con una hermosa vista al Mediterráneo. Cómo es común en nosotros, ha reservado un área para que podamos mantener nuestra privacidad, a la que tanto nos hemos acostumbrado.
—Es agradable que hayamos salido los cuatro —murmuro mientras leo el menú—. Extrañaba salir con mis personas favoritas y Bastián.
—Debí dejarte en la feria —responde él.
Yo me río y Spencer murmura estar de acuerdo conmigo.
—Tal vez deberíamos traer los laboratorios a Santorini. ¿No han pensado en eso?
—No es factible —le respondo a Spencer.
—Y no se habla de trabajo. Estamos de vacaciones.
Sí, Archer tiene razón, ya suficiente estrés tenemos con el trabajo y nos merecemos un momento de relajación y descanso.
El joven y apuesto camarero se acerca a nosotros para tomar nuestra orden y yo brinco en mi asiento cuando siento como ese aparato empieza a vibrar y reprimo el impulso de mirar a Bastián.
—¿Estás bien, Vina? —me pregunta Archer.
Piensa en Jesús, Vina, piensa en nuestro señor Jesucristo —me repito en mi mente—. Incluso aunque no seas creyente, piensa en Jesús.
Pongo una sonrisa en mi cara y digo que sí.
—Creo que me picó un mosquito —respondo—, y no me puse repelente.
Spencer dice que puede ir a conseguirme repelente si quiero y yo le digo que no es necesario, que estaré bien.
Respiro aliviada cuando Bastián detiene ese aparato.
La conversación empieza a fluir, el camarero regresa con la botella de vino que hemos ordenado y Bastián enciende de nuevo el aparato y yo suelto un grito por la intensidad, ganándome miradas preocupadas de todos.
—Es solo que me encanta estar aquí con ustedes. ¡Dios bendito! Es tan bueno apreciar los... —me muerdo el labio y pateó a Bastián por debajo de la mesa para que se detenga y él lo hace, no sin antes dedicarme una sonrisa descarada.
—Momentos —completa Spencer por mí —. ¿Segura que estás bien? Porque te ves un poco acalorada.
—Es el clima —respondo.
Bastián vuelve a encender este aparato en un nivel bajo, pero si sigue así dudo que pueda pasar de los aperitivos.
Tomo un poco de vino y me remuevo en la silla.
Archer nos cuenta cómo fue su reunión con Vanessa, pero en todo lo que yo puedo pensar es en Bastián y la forma que está pasando sus dedos por su barbilla sin apartar sus ojos color miel de mi cara, deteniéndose un momento demasiado largo en mis labios.
—¡Mierda!
Tres pares de ojos me miran y yo debo hacer un esfuerzo para sonreír.
—Vina...
Empieza Archer, pero yo lo detengo.
—Estoy bien, es que creo que me picó otro mosquito y... ¡Jesucristo bendito! —exclamo más fuerte de lo que me gustaría y estoy segura que tanto Spencer como Archer, creen que estoy a punto de tener un colapso mental—. Estoy bien, solo me olvidé de rezar. ¡Amén! ¡Dios mío santo! ¡Amén!
Muerdo mi labio y casi exclamo de alivio y frustración cuando Bastián detiene el aparato y me paso una mano por mi cabello antes de beber un poco de vino para intentar calmarme.
—No sabía que eras religiosa, hermana.
Oh, Archer, sí tan solo supieras, pero es mejor que no sepas nada.
—Es cosa de Grecia y sus dioses griegos y... ¡Zeus ten piedad! —suelto cuando sin previo aviso Bastián vuelve a encender el maldito juguete—. Es que leí un... ¿Qué estaba diciendo? Sí, sí eso mismo.
Maldita seas, Bastián Baxter. Maldita seas tú y toda tu descendencia.
—Creo que deberías ir al baño a refrescarte —sugiere el idiota de Bastián.
—Sí, creo que sí —tomo mi bolso y extiendo mi mano hacia Bastián—. Préstame tu teléfono.
—¿Por qué necesitas mi teléfono?
—¡Ahora!
Él me entrega el teléfono y yo me disculpo para ir al baño y quitarme la frustración que Bastián y su estúpido juego de ceder el control han provocado.
Cuando regreso me siento más relajada y tranquila, Bastián hace un comentario al respecto, pero yo no le presto mucha atención.
—Max me mandó un mensaje para que nos unamos a él en el bar donde él está. Deberíamos ir, creo que salir un poco nos viene bien y estamos de vacaciones.
Bastián dice que sí y Archer comenta que, si yo estoy de acuerdo, podemos ir.
—Sí, vamos. Será divertido.
El club es lo que imaginaba y Max nos está esperando en la entrada para guiarnos hasta el reservado VIP del lugar.
Spencer no tarda en pedir cócteles y una botella del mejor champán del lugar para brindar por un momento de relajación bien merecido.
Ignite de Alan Walker empieza a sonar, yo amo esa canción y tomo la mano de Bastián para llevarlo a la pista de baile, a una parte donde estemos escondidos de los ojos curiosos de los demás, porque nadie sabe lo que está sucediendo entre Bastián y mi persona, y eso nos incluye a Bastián y a mí.
—¿Quieres bailar justo ahora? —me pregunta Bastián al oído.
Gira mi cuerpo y yo recuesto mi espalda en su pecho, dejando que sus manos sujeten mi cintura.
—Quiero bailar y tú quieres tocarme. ¿Verdad, Bastián?
Él no dice nada, pero arrastra sus dedos por mi cuerpo, bajando una mano hasta mi pierna por debajo del dobladillo de mi falda y yo recuesto mi cabeza contra su hombro cuando sus dedos presionan un poco más contra mi piel y su aliento choca contra mi oreja.
—Yo siempre quiero tocarte, Davina —susurra en mi oído—. Siempre.
La presión de su cuerpo caliente contra el mío produce escalofríos por mi espalda y suelto un jadeo bajo que Bastián alcanza a escuchar.
—Entonces tócame, Bastián. Por favor, tócame.
Sus labios se presionan contra mi cuello y Bastián suelta un sonido gutural ante mis palabras, subiendo más su mano por debajo de mi falda.
—¿Quieres otro trago? —me pregunta Bastián cuando la música vuelve a cambiar.
He perdido la cuenta de las músicas que hemos estado bailando y creo que solo he bebido un cóctel para calmar mi sed y una copa de champán, pero no más.
—No, no quiero otro trago —respondo.
—Bien, entonces, dime, ¿qué quieres, Davina?
Yo me muerdo el labio inferior y le digo que quiero irme y sin dejarlo decir nada más, tomo su mano y lo llevo hasta la zona VIP soltando su mano antes de llegar donde los demás para decirles que me siento mal y que Bastián me va acompañar a la casa. Y como había previsto, tanto Archer como Spencer insisten en acompañarme y yo le digo que no es necesario, que Bastián me acompañará y estaré bien. Al final ellos aceptan y yo sonrío para mis adentros.
Beso a Bastián apenas y llegamos a la casa, él me levanta y presiona mi cuerpo contra la pared junto a la puerta y yo logro murmurar la palabra habitación, algo que lo hace detener y me mira.
—¿Estás segura, Davina?
Presiono con suavidad mis labios contra los suyos antes de responder.
—Sí.
Es toda la confirmación que se necesita en este momento y él nos lleva hasta mi habitación entre besos y carisias.
Me deja en el suelo y se arrodilla ante mí.
—Sí, me gusta cuando estás de rodillas ante mí, Bastián.
—Siempre de rodillas ante mi reina.
Él se ríe y me quita mis zapatos, acariciando mis piernas y después, cuando deja mis zapatos a un lado, reemplaza sus dedos con sus labios sobre la piel de mis piernas, subiendo hasta llegar a mi centro y sus dedos deslizan mi ropa de encaje lejos, dejándolas cerca de donde ha dejado mis zapatos.
Él sigue de rodillas ante mí y yo lo detengo, con una sonrisa descarada antes de girarme para que baje el cierre de mi vestido y siento sus dedos en mi espalda conforme va bajando el cierre de forma lenta, descubriendo poco a poco la piel que estaba cubierta y cuando el vestido finalmente cae y yo me giro, la mirada en su rostro es una que nunca voy a olvidar.
—Creo que tú, Bastián, tienes demasiada ropa.
Él, sin decir nada, se quita la camisa seguido de su pantalón, quedando solo en bóxer frente a mí, me toma en sus brazos y me lleva hasta la cama, dónde me deposita con cuidado.
Nos gira, para yo quedar encima de él y Bastián lleva sus manos a mis caderas, moviéndome sobre su erección provocando un suave gemido por parte de ambos, porque hemos he estado jugando por tanto tiempo retrasando este momento.
—Los halagos no te llevarán a ninguna parte, querido Bastián. Al menos no cuando se trata de mí y a estas alturas de conocernos, ya deberías saber eso.
Mis manos recorren su torso desnudo sin dejar de mirarlo a los ojos, perdiéndome en la forma que sus ojos observan mi cuerpo desnudo, la forma que bebe con la mirada cada parte de mí.
—Oh mi dulce Davina, lamento estar en desacuerdo contigo —me dice él, en un tono similar al mío.
Su mano recorre mi espalda mientras la otra juega con uno de mis pezones y yo balanceo mis caderas de forma lenta y suave, y por la expresión de su rostro sé que le gusta.
—Porque algunos halagos me han traído justo a dónde quiero estar.
Él lleva uno de mis senos a su boca y yo suelto un gemido ronco y bajo. Clavo mis uñas en su pecho y él sonríe contra mi cuerpo.
—¿Así que aquí te gusta estar? ¿Debajo de mí? —me las arreglo para preguntarle— Que bajo han caído los grandes. Jamás pensé que el Golden Boy de San Francisco fuera tan sumiso.
Sus caricias y movimientos se hacen más descarados, dándome a entender que el momento del juego previo está pasando.
—Ambos sabemos, Davina, que puedo tenerte debajo de mí y derretirte entre mis manos en cuestión de segundos.
Después de decir eso, él nos vuelve a girar, aparta de su cuerpo la ropa que le queda y me mira a los ojos esperando una confirmación de mi parte y yo solo muevo mi cabeza, a lo que Bastián levanta un poco mi pierna y se sumerge en mí de forma lenta, un quejido se escapa de mis labios y atraigo su cara para besarlo.
Bastián me besa de forma casi posesiva y si fuera alguien más, me enojaría, pero es Bastián y sus besos solo aumentan mi deseo.
—Mataría a quienes te hayan visto así —murmura mientras deja besos en mi cuello.
—No creo que vayas a matar a tu propio amigo —le digo en broma, pero él se detiene y me mira.
Su mirada podría perfectamente descongelar mi corazón y derretir mi alma, y casi lo logra. Pero la palabra clave aquí es esa, casi.
—No bromees con eso. No ahora y jamás así. Estos momentos son solo nuestros.
Sus labios se vuelven a encontrar con los míos y me besa mientras embiste una y otra vez dentro de mí.
—Y yo soy tuyo —murmura contra mis labios—. Siempre tuyo.
—¿Propiedad de Davina Hart? —le pregunto.
—Siempre.
La energía de Santorini se va en algún momento, pero ninguno de los dos le préstamos demasiada atención a eso porque estamos tan perdidos entre besos, carisias y jadeos, para pensar en algo más que satisfacer este deseo que hemos reprimido por demasiado tiempo.
Y cuando por fin ambos hemos alcanzado nuestra liberación y estamos recobrando el aliento, el generador empieza a funcionar y la electricidad regresa.
—¿Sabes? No sé cómo he podido estar sin sexo tanto tiempo —murmuro.
Estoy recostada boca abajo y Bastián está sentado contra el respaldo de la cama mientras sus dedos suben y bajan por mi espalda desnuda. Cierro los ojos y disfruto de las suaves caricias.
Él me mira con una pequeña sonrisa.
—¿Llevas sin tener sexo mucho tiempo, Vina?
Yo me río por su pregunta.
—No mucho, solo toda la vida.
Sus dedos se congelan sobre mí espalda y siento de pronto como se aleja y el peso de la cama cambia. Me giro y lo veo ponerse su bóxer con una mirada de completo horror.
—¡Oh dios mío! ¿Pero qué hice? —se pregunta para él mismo y después me mira—¿Estás bien? ¿Necesitas algo?
Yo cubro mi cuerpo con la sábana y dejo que él siga divagando hasta que ya he tenido suficiente y le lanzo una almohada para que se calle.
—¿Y sí estás embarazada?
—¿De qué hablas? Utilizaste condón.
—¡Son solo 97% seguros, Davina!
No sé si reírme de su reacción y preocupación o lanzarle otra almohada. Al final le lanzo otra almohada que termina rompiendo una lámpara y botando un florero causando un pequeño estruendo.
—Debemos casarnos —suelta él de repente.
Y en ese momento suceden un par de cosas que estoy segura que nunca vamos a olvidar.
Primero: la puerta se abre y tres personas que hubiera querido que jamás me encontrarán así, entran por las puertas dobles.
Segundo: Estoy casi segura que escucharon la pregunta de Bastián.
Y tercero: También estoy segura que van a matar a Bastián.
#18 No me arrepiento de pedirte esa noche que te cases conmigo, me arrepiento de no decir las razones correctas de porque quería tener el honor de ser tu esposo. En ese momento, tú estarías feliz de escucharme.
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