16. Ven, déjame destruirte

Toco la puerta del ático de Archer y él me dice que puedo pasar, él sabe que soy yo incluso sin preguntarlo.

¿Quién más vendría a ver cómo estoy? —me preguntaría Archer si le llego a preguntar qué como sabía que era yo.

Y sí, los demás asumirán que está bien o que lo estará porque es Archer, es el mayor y es su responsabilidad como pilar de esta familia. Por algo va a tomar el relevo de Robert y si no puede manejar un asunto tan sencillo como una discusión con su padre, ¿qué clase de pilar va a ser? Es lo que Archer seguro se debe estar preguntando, siempre exigiéndose más de lo necesario con tal de hacer feliz a su padre.

Él está sentado frente a su piano negro de cola, sus dedos se mueven por las teclas del piano y no logro reconocer la melodía que interpreta y tampoco hay partituras en el piano para poder saber. Intento reconocer la melodía, pero no sé y debo haber expuesto mi duda en voz alta porque Archer se apresura aclarar.

—Junté estas dos melodías y juntas, suenan como el paso del tiempo.

Nombra las dos melodías que juntó y tiene razón, suenan como el paso del tiempo produciendo una sensación de nostalgia y añoranza.

¿Por qué añoramos que el tiempo no pase? ¿Por qué nos gustaría que se detenga por un momento?

—Mi padre te llamó. ¿Verdad? Para que vengas hablar conmigo e intentes solucionar mis problemas. Pero yo no soy Bastián, no necesito ayuda.

Todos necesitamos ayuda —estoy a punto de responder—, solo que somos muy orgullosos como para pedirla.

Pero no respondo eso, entiendo porque Archer se pone a la defensiva respecto a la discusión que tuvo en la cena con su padre. Todo se debe a la forma que fuimos educados y como pedir ayuda se siente como una muestra de debilidad y nos enseñaron que los débiles no llegan a nada, que solo los ganadores escriben la historia.

—Acabo de decepcionar a mi padre, una vez más. Al parecer eso es todo lo que hacemos sus hijos, decepcionarlo.

Robert dice que Archer debería poner su corazón en la maleta, porque no puedes dirigir un imperio con sentimientos y buenos deseos.

Para mantener un imperio, a veces hay que tomar decisiones que no queremos y hacer cosas que no debemos —nos repite Robert.

Y a Archer le cuesta entender ese pensamiento de su padre.

—No eres una decepción, Archer.

—Pero jamás seré un orgullo a ojos de mi padre.

Diría que Archer pierde su tiempo en intentar siempre complacer y hacer feliz a su padre, pero ¿no es lo que hacemos todos? Archer y Bastián lo hacen para probar que son buenos, que valen la pena y que no fue un error elegirlos, adoptarlos. Spencer lo hace para demostrar que el sacrificio de su madre para que él nazca, valió la pena.

—Lo eres, te exige más porque sabe que puedes dar más y sí, a veces es un poco cruel, pero tu padre te ama y confía en ti, de lo contrario. ¿Crees que te dejaría su imperio? Él está poniendo años de trabajo, esfuerzo y dedicación en tus manos.

La razón de eso, está gritando en sus ojos mientras baja la mirada y sus ojos se detienen en mi rostro.

No me gusta verlo así, tan apagado, introvertido y cansado. Está exhausto y se nota en cada una de sus facciones.

—¿De verdad lo crees, hermana?

Pongo una mano sobre su espalda y le doy unas suaves palmadas.

—Sí y si te sirve de algún consuelo, sabes que yo estoy muy orgullosa de ti.

Archer sonríe, una sonrisa que no dura mucho, pero que me hace sonreír de regreso y me empieza a contar porque fue la discusión que tuvo con Robert y no se trataba solo de tener mano dura para dirigir Silver Lab, es más que eso. Son las sutiles artimañas que tenemos para destruir a nuestra competencia ahora que su CEO a fallecido y el hijo de este, un hombre que según Robert no tiene lo necesario para dirigir nada, está al frente de Denali Lab.

Pongo mi mano en el hombro de Archer y él mira en mi dirección.

—Deja el peso de esa decisión en mis manos.

¿No es lo que siempre hacen? Después de todo, incluso aunque lo intenten, no tienen lo que se requiere para tomar ese tipo de decisiones.

—Davina, no puedo. Es mi trabajo, es lo que debo hacer.

Pero no puedes —me reprimo de decirle.

Además, es mi trabajo como su mano derecha, siempre ha sido así y Robert lo sabe, él siempre ha sabido que, a diferencia de sus hijos, yo no dudo al tomar ese tipo de decisiones y que puedo pensar con cabeza fría sin dejarme llevar por mis emociones, no por nada me llaman Ice Queen.

—Archer, está bien. Somos un equipo. Yo te respaldo, hermano.

Le sonrío y me aparto de él para sacar mi teléfono y realizar un par de llamadas sobre el asunto de la familia Denali, quienes siempre han sido nuestra competencia y a quienes Vanessa casi vende informaciones importantes sobre Silver Lab y sus proyectos, por suerte, no lo hizo y los daños de sus malas acciones fueron menores y supimos calmar la situación.

Apagamos el fuego antes que pasara de ser una pequeña llama que nadie notó.

Le informo a Archer como vamos a proceder y que me voy a poner en contacto con el equipo legal y de relaciones públicas de los laboratorios para armar nuestro siguiente paso a seguir.

—¿Qué sería de nosotros sin ti, Davina?

—Nunca tendrán, que averiguarlo. Están atrapados conmigo.

Me inclino hacia él y beso su mejilla.

—Nos vemos, hermano y por favor, intenta no revolcarte en tu propio autodesprecio.

—Te quiero, hermana.

Me despido de él y me dirijo a mi ático.

Leila me escribe para saber si puede pasar a visitarme porque tiene un favor que pedirme y yo a regañadientes le digo que sí y continúo con mi trabajo hasta que ella llega.

—Pasa. ¿Quieres algo de beber?

—No, así estoy bien. Gracias.

Veo como mira las fotos que tengo en una de las repisas de vidrio, creo que es la primera vez que las observa, ella no viene mucho aquí porque en general no dejamos que nadie venga al pent-house, somos muy reservados y recelosos referente a todo.

Se queda de pie frente a una foto en particular.

—¿De dónde sacaste esta foto con nuestro padre? —me pregunta.

Sonrío al ver la foto, es de mi cumpleaños número cuatro, yo no lo recuerdo, pero en la foto estoy sonriendo en los brazos de mi papá, frente a un pastel.

—La tenía cuando me quedé con los Baxter. Tuve que haberla tomado en algún momento y la guardé entre mis pertenencias.

—Creo que físicamente te pareces más a nuestra madre, pero en lo demás, eres igual que nuestro padre.

Ella no puede saber si me parezco a mi papá, Leila solo tenía un año más que yo cuando él murió y papá pasaba mucho tiempo lejos, viajando por su trabajo. Pero sé que era un buen hombre y que me amaba mucho, tengo recuerdos vagos de él contándome historias y diciéndome que soy su pequeña princesa.

En las noches después de su muerte, cuando mi madre ya me había dejado con Robert, yo pedía que sea ella quien hubiera muerto y no mi padre. Pero mi deseo nunca se cumplió.

—Tengo una pregunta. ¿Cómo era tu mamá?

No digo, nuestra madre y, aun así, la palabra sale con amargura de mi boca, destilando desprecio en cada letra.

Leila se gira para mirarme y veo que no sabe cómo responder mi pregunta.

—Solo dime si fue una buena madre para ti —demando en un tono helado que la pone a la defensiva.

—¿Qué te puedo decir? Me siento mal y cruel al decirte que no fue la mejor madre del mundo y que a veces me hacía sentir mal, pero que me quería y a su manera me hacía sentir apreciada. Que estuvo en cada una de las actividades de la escuela y secundaria, que a veces se olvidaba de alguna fecha importante, pero que intentaba reponerlo de alguna manera —empieza a decir Leila y yo me imagino los diferentes escenarios conforme ella va hablando— ¿Qué más puedo decirte? Que se gastó nuestro dinero en apuestas y la buena vida a la que siempre estuvo acostumbrada, que tuve que estudiar mucho para ser becada porque no había dinero para mis estudios, pero que de alguna forma conseguía que yo me sienta mal por ella y que sin importar nada de lo que ella haga yo siempre buscaba una forma de justificar sus acciones porque, después de todo, ella se quedó conmigo.

Sí, ella se quedó contigo, mi madre vio en ti algo que no pudo ver en mí y siempre me pregunté qué fue eso. ¿Qué tienes de especial, Leila? Porque desde que llegaste a mi vida he tratado de verlo, pero no puedo, para mí solo eres alguien más, una persona ordinaria y ya.

Y no puedo olvidar todo para detenerme a sentir compasión por ella, sentarme a consolarla por la vida que tuvo, mi corazón se ha endurecido demasiado con los años, que su dolor me da igual.

—Ella fue una buena madre para mí —finaliza Leila.

Sí, asumo que ella fue para Leila todo lo que no fue para mí.

—¿Alguna vez ella preguntó o habló sobre mí? ¿Alguna vez se arrepintió por dejarme?

—Davina...

—Se honesta.

¿No merezco al menos honestidad de su parte? Creo que no es mucho lo que pido.

—Nuestra madre jamás aceptaba que una de sus decisiones pudo ser un error y cuando decidía algo seguía adelante sin importarle nada más, sin pensar en el daño que dejaba atrás. Y la decisión de dejarte no fue la excepción. Mi madre no volvió a mencionar tu nombre, cuando le preguntaban cuántos hijos tenía, respondía que solo tenía una hija. Para mí madre, dejarte fue una buena decisión para ella y jamás pensó lo contrario.

Yo solo fui alguien que dejó atrás. Dejarme solo fue otra decisión de la que ella estaba orgullosa de haber tomado —pienso con amargura.

No le doy la espalda o mi actitud flaquea, no voy a mostrar debilidad ante ella y no es como si sus palabras me hayan sorprendido, yo esperaba una respuesta como esa, eso no quiere decir que no me duela, porque me duele. Pero ya estoy acostumbrada a ese tipo de dolor provocado por mi progenitora y su hija mayor.

Paso una mano por mi cabello y le dedico una sonrisa.

—¿Qué querías pedirme, Leila?

Ella mira sus manos y luce algo incómoda, al ver cómo ha reaccionado por mi pregunta ya sé la razón de porque vino aquí, pero no hago nada para sacarla de su he estado.

—¿Recuerdas el permiso que solicité? Bueno, necesito que me ayudes a qué lo aprueben. No te pediría esto si no fuera importante.

Leila quiere ir a Londres por el aniversario de la muerte de su mamá.

—No te preocupes, tu permiso será aprobado. Yo me encargaré de eso.

¿No es lo que siempre hago? Es parte de mi trabajo encargarme de los problemas de los demás cuando no tengo idea de qué hacer con los míos.

Ella me agradece y mantiene una conversación casual, pero yo no estoy interesada en mantener la cordialidad y le digo que tengo trabajo que hacer, lo que no es una mentira y Leila se va, dejándome sola con mis pensamientos sobre el pasado, ella y las diferentes perspectivas que tenemos sobre la mujer que nos dio la vida.

—Dime, Bastián, que sucede —respondo cuando atiendo la llamada.

Sostengo el teléfono con mi hombro y sigo revisando los papeles frente a mí.

—Estaba pensando...

—Sí, ahora entiendo tu problema.

—Davina, déjame hablar —me regaña de forma suave—. Cómo decía, estaba pensando en nuestra cita de amigos y pensé que debería dejar que tú decidas el lugar porque sé lo mucho que te gusta controlar la situación.

A muchos les parecía algo malo que él me deje a mi elegir dónde me va a llevar, a otros les daría igual, pero a mí me parece un gran gesto de su parte y, sobre todo, me gusta que recuerde esos detalles sobre mí personalidad.

Pienso a dónde deberíamos ir, hay tantos lugares dando vueltas en mi cabeza, tantas ideas sobre citas que siempre quise tener, pero que nunca tuve porque pasé gran parte de mi vida esperando a que otra persona se decida.

Que desperdicio de tiempo, pienso.

—Me gustaría ir al acuario, una vez vi una foto de una pareja besándose ahí y me resultó muy bonito, pero también quiero ir a una cita en la feria porque nunca pude ir a una. También me gustaría ir al planetario, tener un picnic ahí, eso lo vi en una película y finalizar la noche comiendo helado mientras caminamos por la acera hablando de nuestros sueños y cosas que nos hagan felices. Solo quiero pensar en cosas felices.

Hasta ahora, no me había dado cuenta de lo mucho que me emocionaba la idea de una cita, de todos los lugares que tenía pensando ir y con que detalle he pensado en ese tema.

Me gusta la idea de salir a una cita con Bastián, incluso sí es como amigos.

—Esos son muchos lugares, Vina.

—Lo sé, te estoy dando opciones. Escoge uno de esos y sorpréndeme.

—Está bien, te recogeré a las seis. Se puntual.

Pongo los ojos en blanco porque a diferencia de él, yo siempre soy puntual.

Pongo el teléfono sobre la mesa y sigo trabando hasta que mi reloj marca las cuatro y media y recojo todo antes de empezarme arreglar para mi cita con Bastián.

Él sabe que no me gustan las sorpresas, me producen incertidumbre y no me gusta hacia donde se dirigen mis pensamientos cuando intento adivinar de que puede tratar dicha sorpresa, pero ahora me siento relajada al saber que solo podemos ir a uno de los lugares que dije y por el camino, sé que vamos a ir a la feria.

—¿Vas a ganar un oso de peluche para mí? —pregunto cuando él está estacionando el auto.

Bastián se ríe y dice que sí, pero solo si yo gano uno para él primero.

—La caballerosidad a muerto.

—Di lo que quieras, Vina, pero solo ganaré un oso para ti, sí tú ganas uno para mí.

Se baja del auto y camina para abrir la puerta y ayudarme a bajar.

Miro el estacionamiento notando que nuestro auto es el único en la feria.

—¿Cerraste la feria para mí?

Él niega con la cabeza.

—Lo hice por nosotros y porque no me gusta hacer filas y esperar.

No puedo evitar soltar una risa y tomar su mano para casi correr dentro del lugar porque siempre me emocionó la idea de venir aquí, como en las películas que solía ver y las historias que escuchaba.

Bastián me deja escoger la primera atracción a la que nos vamos a subir y yo elijo la rueda de la fortuna.

—¡Mira Bastián! Es una vista tan hermosa.

Mis pies cuelgan y los muevo, provocando que el asiento se balance un poco mientras vamos subiendo hasta la cima.

—¿Podemos quedarnos aquí para siempre? —le pregunto.

Todo se siente tan lejano desde aquí arriba, siento como si aquí nada me puede alcanzar.

Ojalá está sensación pueda durar.

—Siempre es mucho tiempo, Vina.

No el suficiente. Nunca el suficiente.

Cuando bajamos de la rueda de la fortuna, él me promete que volveremos a subir antes de irnos y pasamos a un puesto de algodón de azúcar. No soy fanática del dulce, pero está noche haré una excepción.

—¡Mira! Quiero intentar ese juego. Eso se ve muy divertido.

Es un juego de puntería, lanzar dardos y sí das en el blanco tres veces seguidas, te llevas un premio.

Arrastro a Bastián hasta el juego y él se queja un poco por mi mano pegajosa gracias al algodón de azúcar, yo pongo los ojos en blanco y paso mis manos por su cara, para que se queje con ganas.

—¡Davina! Dioses, a veces eres tan insoportable. Actúas como una niña pequeña.

Yo le sonrío y para reforzar sus palabras le saco la lengua y me río al ver su expresión de enfado.

—No seas gruñón.

—Entonces comportarte.

—El burro hablando de orejas.

Camino hasta el juego y el encargado me explica cómo funciona. Al primer intento no consigo nada y Bastián se ríe de mí, pero al segundo intento gano y me dejan escoger un peluche como premio y yo sonrío como el gato de Alicia en el país de las maravillas al ver el peluche perfecto.

Camino hasta Bastián que se ha distraído en otro juego y le sonrío.

—Tengo algo para ti, querido Bastián.

Sostengo el peluche detrás de mí espalda y Bastián me mira con cierta desconfianza y suelta un grito mientras salta hacia atrás al ver el pequeño peluche en forma de araña.

Yo me río tan fuerte, que incluso algunas lágrimas salen de mis ojos al ver su reacción de completo horror. No creo que me haya reído así en mucho tiempo.

—Hay un lugar en el infierno con tu nombre, Davina Hart. ¡Y quita esa cosa de mi cara!

Yo muevo el peluche y él aparta la mirada, con una mano sobre su pecho tratando de tranquilizar sus latidos.

—¿No te gusta? A mí sí, le voy a poner Bastián. Dile hola a Bastián la araña.

—Que divertida eres —me dice con sarcasmo—, tal vez debería dejarte aquí en la feria como payaso.

—No me vas a dejar, no podrías vivir sin mí, Bastián.

Él maldice en alemán y yo le devuelvo la maldición en sueco, porque Bastián no entiende ese idioma y pasamos al siguiente juego.

—¿Nos podría tomar una foto? —le pregunta Bastián al encargado de la rueda de la fortuna mientras saca su teléfono y lo extiende al hombre—. No tenemos fotos juntos y pensé que podríamos cambiar eso, Vina.

—Voy a comprar un bonito marco para esta foto.

Sonreímos a la cámara del teléfono y el encargado nos toma varias fotos.

Antes de irnos, tal y como me prometió, nos volvemos a subir a la rueda de la fortuna, pero el viaje termina tan rápido como el anterior y yo me quedo anhelando más tiempo en la cima, dónde nada me puede tocar.

—¿Me trajiste al acuario? ¿También cerraste el acuario para mí? Bastián, que galán. Ahora entiendo porque tienes tantas mujeres detrás de ti.

Él me hace dejar a Bastián la araña en el auto o de lo contrario no podemos ir al acuario, a regañadientes le hago caso.

Siempre me gustó el acuario, Robert solía traerme aquí cuando yo era pequeña y estaba teniendo un mal día. Nos sentábamos en el largo banco y mirábamos los peces en silencio, bañados por la sensación de luz azul producida por el agua proyectada por el acuario.

Veo a Bastián tomarme una foto y yo le quito el teléfono para tomarle a él un par de fotos.

—¿Sabes que hubiera sido hermoso? Que llenaras este lugar con cientos de tulipanes azules. ¿Te imaginas la vista?

Doy vueltas por el lugar y Bastián se ríe.

—Tal vez en la segunda cita.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo, Davina.

Le pedimos a uno de los trabajadores del acuario que nos tome una foto y sin previo aviso, tomo la cara de Bastián y lo beso.

Para el recuerdo —me digo en mi mente.

—Solo por ese beso te perdono el ponerle mi nombre a ese feo peluche de araña.

Yo enredo mis manos en su cuello y él me vuelve a besar.

Cuando nos separamos, Bastián toma mi mano y continuamos el recorrido, visitando los demás peces.

Y como debí esperar, él me lleva hasta el planetario para tener un picnic bajo las estrellas.

—Estoy caminando entre las estrellas —murmuro dando vueltas y mirando la proyección a nuestro alrededor—. Hace poco leí que, en algún momento de un futuro muy lejano, las dos galaxias más grandes del Grupo local van a colisionar. Es decir, la Vía láctea y la galaxia de Andrómeda.

Suena algo increíble y tan irreal, pero las colisiones de galaxias son muy comunes en nuestro universo.

Bastián parece fascinado con lo que le estoy contando.

—¿Te imaginas cuando eso suceda? Es una pena que no lo podamos presenciar.

Él nos sirve una copa de champán y extiende la copa hacia mí.

—Brindemos por nosotros.

—Sí —está de acuerdo Bastián—, porque no hay nada mejor porque brindar, que por nosotros.

—Y brindemos porque estamos anatómicamente entrelazados. 

—Siempre.

Tal y como sugerí, terminamos nuestra cita comiendo helado mientras caminamos por la acera.

Solo pensamientos felices —me repito en mi mente.

—Esta ha sido la mejor noche de mi vida y también la mejor cita —le digo.

—Todo se debe a la compañía.

Tal vez.

—Me gustas, Bastián —las palabras se escapan de mis labios y quiero retractarme por decirlas y dañar la hermosa cita que hemos tenido.

Veo de reojo como Bastián detiene sus pasos y espero a que diga algo, pero no dice nada y camina hasta el bote de basura más cercano y deja caer su helado antes de limpiarse las manos con una servilleta y caminar hasta mí, tomar mi rostro con cuidado y besarme.

Cuando nos separamos, junta su frente con la mía

—Tú también me gustas, Davina. Me gustas mucho.

Y todo esto que está surgiendo entre los dos, se siente tan bien que debe estar mal.

#17 ¿Me creerías si te dijera que escuché el eco final de nuestra historia esa noche? Y es por eso que siento que debí decir algo más, porque ahora ya no tengo la oportunidad.

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