15. No quiero quedarme en las sombras

Veo como Bastián cierra la puerta de su ático y se detiene en el espejo ovalado junto a su puerta para mirar su reflejo. Lo veo pasar los dedos por su cabello y terminar de acomodar el peinado que seguro pasó horas perfeccionando. Cuando está conforme con el resultado de su cabello, muestra una sonrisa encantadora.

Yo suelto una risa y él salta sorprendido al no saber que yo estaba mirando como disfruta su tiempo frente al espejo.

—Eres tan vanidoso, Bastián.

Él suelto un resoplido, pero mi comentario no cambia su buen humor.

—Bueno, soy atractivo. ¿Qué culpa tengo de ser tan hermoso?

Una respuesta muy típica de él.

Está de muy buen humor, algo que no esperaba porque hoy es la reunión mensual para entregar nuestro informe a Robert y este tipo de reuniones siempre ponen tenso a Bastián, quien se esfuerza el doble que los demás para complacer a su padre y escucharle decir que está orgulloso de él, aunque son palabras que jamás ha llegado a escuchar, al menos no de parte de su padre.

Robert es un hombre muy duro y algo déspota con algunas personas, creo que es entendible dado que tuvo que levantar los laboratorios casi solo y ese tipo de responsabilidad a tan corta edad, dejan marcas y te cambian. A Robert lo cambió mucho, aunque no sé muchas historias de cuando era joven, solo unas cuantas que ha contado Cristal, su hermana.

—¿Cómo estás hoy, Davina?

Es ahí cuando recuerdo porque lo estaba esperando y golpeo su brazo.

—Mis labios dicen: hola, Bastián, pero mi corazón y cerebro me gritan: mátalo.

—¿Estás loca, mujer? ¿Por qué me agredes?

Yo bajo el cuello de tortuga de mi blusa y le enseño la razón de mi enfado.

—No puedo creer que me hayas hecho un chupetón, Bastián.

Justo hoy que regreso de mis días libres después de mi corta estadía en el hospital.

—¡Nunca me habían hecho un chupetón!

—Siempre hay una primera vez y que mejor que conmigo.

Bastián se aleja antes que yo lo pueda golpear y yo golpeo con fuerza la punta de mi tacón contra el suelo.

—Lo siento —murmura.

Yo hago un gesto con la mano y empiezo a caminar hacia la escalera en forma de caracol para dirigirme al ascensor.

—No, no lo sientes.

—¿Qué puedo hacer para compensarte?

Presiono el botón del elevador y este se abre con un suave sonido, yo entro primero y Bastián entra después de mí.

—Diría que dejaras de ser un idiota, pero ya sabemos que eso es imposible.

—Y ambos estuvimos de acuerdo en que soy tu idiota.

—Sí, bueno, acababa de salir del hospital, no estaba pensando con claridad.

Él se ríe y pasa un brazo por encima de mis hombros y besa mi mejilla.

—Te recuerdo que hay cámaras en el elevador.

—Una gran pena, Vina.

—Para ti, yo sigo molesta contigo.

Nos despedimos en el estacionamiento y cada cual hace su propio recorrido hacia los laboratorios, él llega antes que yo, porque me detengo en una cafetería para conseguir el café favorito de Robert y se lo paso a dejar en su oficina antes de dirigirme a la mía.

La sala de juntas está vacía y camino hasta el proyector para empezar alistar todo y me detengo en seco cuando escucho la voz de Morgan seguida de las pisadas de Mikel.

Ambos están tan sumidos en su discusión, que no son conscientes de mi presencia.

—Mikel...

—No, déjame hablar a mí, por favor.

Yo siento que no debería estar escuchando esto, porque parece ser una conversación privada, pero no sé cómo irme sin romper el momento entre ellos.

Un momento muy tenso.

—Contigo, siempre estoy esperando algo, siempre hay alguien más antes que yo. Para ti, siempre hay algo más importante que sea lo que sea que hay entre los dos y lo entiendo. Pero, ¿qué más quieres de mí? No me puedo quedar aquí y fingir que no me afecta verte con alguien más.

Me voy unos días y ellos están ¿terminando? Aunque claro, para terminar, primero debieron empezar y jamás han tenido nada. Lo cual es un poco triste si me lo preguntan, pero Morgan tiene sus razones y yo las respeto.

—Mikel tú me importas.

—Te importo de la misma forma que te importan tus accesorios pretenciosos. Pero yo no soy un accesorio, Morgan, soy una persona.

Suena más dolido que otra cosa e incluso en la discusión que están teniendo le pide disculpas a Morgan por si sus palabras la están lastimando.

—Lamento como va a sonar esto, pero sí necesitas un amigo, por favor, ve y busca en otra parte, porque yo ya terminé de estar ahí para una persona que nunca está para mí.

Lo veo salir de la sala, Morgan lanza una maldición en alemán y camina hasta su silla y se deja caer ahí con gracia.

Vuelve a maldecir hasta que sus ojos se fijan en mí.

—Soy una persona terrible, Davina —me dice ella en un tono bajo—. Desde que soy pequeña siempre me han gustado las cosas bonitas, me gustaba tener lo mejor y disfrazaba la falta de amor de mis padres consiguiendo cosas hermosas. Pero siempre había algo mejor y terminaba olvidando lo viejo y me concentraba en mi nuevo objeto bonito. Con los años reemplace los objetos por las personas.

Ella chasquea la lengua y toma el broche de su cabello para estudiarlo con mucha atención. Tratando de ver o encontrar algún tipo de respuesta en ese adorno.

—Me gusta tomar lo que quiero y no me importa nada, ni nadie con tal de conseguir mis objetivos. Mikel no puede entender eso, él es bueno y no puedo dejar... Las cosas son mejor de esta manera.

Cuando no consigue lo que quiere, guarda el broche en su bolso y pasa una mano por su cabello para peinarlo.

—A nadie le importa lo que nos costó llegar a la cima, solo se fijan que estás ahí arriba. Pero, ¿a qué costo? Todo lo que sacrificamos, ¿vale la pena al final? Solo espero que sí.

Comenta Morgan con voz trémula y pone sus codos sobre la mesa antes de enterar su cara entre sus manos para amortiguar el grito que sale de sus labios.

—¿Lo amas? —pregunto.

Ella sigue con la cabeza baja, sumergida entre sus manos y su cuerpo se tensa de forma ligera, es tan sutil el cambio que hubiera pasado desapercibido para mí si no estuviera prestando atención.

—No amo a nadie más de lo que me amo a mí misma —responde, intentado sonar desinteresada y casi lo consigue, casi.

—Eso no fue lo que pregunté.

Morgan levanta la cabeza y acomoda su cabello antes de sonreír en mi dirección, como si toda la conversación con Mikel no hubiera sucedido.

Su sonrisa es brillante y sus movimientos seguros. Al verla, nadie preguntaría si hay algo mal, porque ella luce igual que siempre y me doy cuenta la facilidad que tenemos las personas para ocultar nuestros problemas y como nos sentimos. La facilidad con la que logramos engañar a los demás al hacerles creer que estamos bien.

—A veces, para conseguir lo que uno quiere, se debe de tener algo de frialdad y no dejarse llevar por sentimientos. Es algo que la gran mayoría no puede entender, por eso jamás consiguen llegar a nada —musita Morgan—. Y yo no voy a dejar que nadie, absolutamente nadie, se interponga entre lo que quiero y voy a conseguir.

Es Cristal, la madre adoptiva de Morgan quien dijo esa frase, lo recuerdo muy bien. La dijo poco después de la muerte del padre de Morgan a causa de un suicido, aunque por supuesto, nadie llegó a saber que se trató de un suicido como tal, eso se volvió solo otro secreto familiar.

Está familia está llena de ese tipo de secretos.

Max ingresa a la sala de juntas seguido por Mikel, quien luce mejor de lo que estaba cuando salió de aquí hace un momento, y poco a poco todos empiezan a llegar. La reunión empieza y veo a Morgan sonreír, solo que no en dirección a Mikel, tampoco hay miradas secretas entre ambos que solo ellos comprendían su significado.

—¿Querías verme, Robert? —pregunto, mientras entro a su oficina después que la reunión ha terminado.

Tuvimos que finalizar antes de tiempo la reunión porque Archer tuvo que salir por una emergencia referente a los laboratorios. Bastián fue con él. No es nada grave, pero no nos gusta correr riesgos.

Robert sonríe al escucharme y baja los papeles que está leyendo para poder levantarse y extender sus brazos en mi dirección.

—Sí, pasa hija mía.

Lo saludo y él acomoda la silla para que yo me siente antes de regresar a su asiento detrás de su elegante escritorio.

—Quería darte la lista de invitados para la fiesta, quiero que la revises y me des el visto bueno.

Tomo la hoja que él me entrega y le doy una rápida mirada antes de volver a ver al hombre frente a mí.

—¿Cómo estás, Robert? No debe ser fácil para ti dejar este lugar, ha sido tu vida por tantos años, que no me imagino como te debes sentir.

Él me habló sobre cómo empezó limpiando pisos en Silver Lab, porque su abuelo quería que aprendiera del esfuerzo que conlleva salir adelante y no obtener todo a manos llenas. Robert también me contó cómo pasó de limpiar pisos a ser conserje antes de ir a la universidad y que después de su graduación, siguió escalando poco a poco hasta que su abuelo se jubiló y él asumió el cargo de CEO.

Robert levantó este imperio farmacéutico, hizo de esta familia lo que es y debe ser difícil hacerse a un lado y ceder el mando.

—Esto debería ser tuyo, no hay nadie que pueda dirigir mejor estos laboratorios que tú. Deberías ser mi sucesora, Davina.

Hay tanta seguridad en cada una de sus palabras que me conmueven y me llenan de orgullo, al saber que él piensa eso de mí.

Robert es lo más cercano que tengo a una figura paterna y me hace muy feliz saber que él pondría su legado en mis manos, incluso sí al final, eso no es posible.

—Archer, hará un excelente trabajo. Ya verás, Silver Lab está en buenas manos.

—Lo sé, sin embargo, tú serías mejor CEO que él.

Tal vez, pero ¿qué derecho tengo yo? Ellos me criaron como parte de su familia, pero no soy una Baxter y quién tiene derecho a continuar con el legado es Archer y sé que en el fondo Robert sabe que su hijo hará bien las cosas, que está preparado para el cargo, de no ser así, él no estaría retirándose. Solo le asusta un poco pasar el mando de algo que ha sido su vida desde siempre.

—Pero no soy una Baxter y no lo merezco.

—Eres la hija que siempre quise tener, Davina. Jamás podrías decepcionarme, eres más que una bendición para mí. Si creyera en Dios, diría que fue él quien te mandó a mi vida. No me gusta que te sientas menos que Archer, Bastián o Spencer, tienes los mismos derechos sobre mi legado que ellos.

Y sí, él me puso en su herencia e incluso hay un hospital para niños con mi nombre que él construyó como regalo de cumpleaños cuando cumplí la mayoría de edad, pero en el fondo de mí, prevalece el sentimiento que no merezco esas cosas, que todo eso debería ser para sus hijos y que solo estoy en su vida, porque alguien más no me quiso.

Pero no digo nada de eso y sonrío agradecida, ya que eso es lo que Robert espera de mí.

—Créeme hija mía, si pudiera, todo esto sería tuyo.

Él no tiene idea del peso que sus grandes expectativas sobre mí, ponen en mis hombros ya rotos y cansados.

—Sabes que Robert acaba de decirme que le gustaría que yo sea la CEO de los laboratorios —le digo a Morgan mientras entro en su oficina.

Ella tiene sus tarjetas de crédito sobre su escritorio y levanta la mirada con una pequeña sonrisa felina.

—¿Y eso te sorprende? Todos sabemos que eres su favorita.

—Sí, pero jamás me había dicho de forma directa que quisiera que yo lleve su legado —comento y me acomodo en la silla mientras le paso los documentos que quiero que ella revise antes de llevárselos a Leila—. ¿Qué estabas haciendo?

Morgan toma los documentos y los examina, colocando un par de anotaciones y correcciones antes de devolvérmelos.

—Me siento algo desanimada, así que estoy eligiendo que tarjeta utilizar para ser feliz.

—El dinero no da felicidad, Morgan.

—No, la compra y los únicos que creen lo contrario son quienes no tienen dinero o quienes no saben que comprar.

Yo le sonrió y me levanto de la silla.

—Espero que tengas éxito en la compra de tu felicidad, Morgan.

—La tendré.

La asistente de Robert me dice que él no se encuentra en su oficina, pero que lo puedo esperar ahí. Yo entro en silencio y observo la oficina vacía, deambulo por el lugar observando todo, hasta el más pequeño detalle que no he observado antes. Todo esto será de Archer y sí, estoy segura que él hará un gran trabajo, pero Robert tiene razón, yo sería mucho mejor.

Está debería ser mi oficina y yo debería ser CEO de Silver Lab o al menos quedarme con el cargo de directora ejecutiva, porque lo merezco, he trabajado para ello, pero el nepotismo prevalece y ambos cargos serán para los hijos del jefe. Incluso si yo haría un mejor trabajo que ambos.

—Hija mía, ¿sucede algo?

La voz de Robert me regresa al presente y dejo de imaginar algo que no va a pasar.

—Solo vine a darte los informes que pediste en la reunión, ya todos los del equipo lo han revisado e incluso lo llevé al departamento legal.

Él sonríe con orgullo cuando toma los documentos que esperaba que yo le entregue en unos días, pero ya me había adelantado y tenía los informes listos para revisión.

—¿Tienes planes para la cena? Iré a cenar con Archer, ¿por qué no te unes a nosotros?

—Me encantaría, pero tengo planes con Bastián, Morgan y Max.

No saldremos, es mitad de semana y no nos apetecía ir al único restaurante que podemos ir, el que pertenece a los Baxter. Así que Morgan sugirió quedarnos en el pent-house. Iremos a la terraza, a cenar a la luz de la luna, porque según ella, la ocasión lo amerita.

—¿Cómo van las cosas con Bastián? ¿Se está portando bien contigo?

Ni siquiera yo sé cómo están las cosas con Bastián, no somos algo, pero tampoco somos nada. Es confuso y complicado, como casi todo lo que nos involucra, pero lo tomamos un día a la vez y parece que estamos bien.

—Estamos bien.

Robert parece ligeramente complacido con mi respuesta y besa mi mejilla cuando me despido de él.

Entro a mi oficina para terminar algunos pendientes del día y estoy apagando mi computadora cuando Bastián entra sin tocar, ya ni siquiera encuentro sentido a regañarlo por hacer eso.

—¿Tú y Archer pudieron solucionar el problema?

Él se acomoda en la silla frente a mí escritorio y me responde que sí, que hubo una exageración y las cosas fueron más fáciles de resolver de lo que pensaban.

—A Robert le hará feliz escuchar eso. Debemos darle tranquilidad ahora que se va a retirar.

—Sí o nunca dejará este lugar —dice Bastián en son de broma—. Al menos no, si no lo deja en tus manos. Tus sabías y perfectas manos.

Levanto mi cara y frunzo los labios antes de pararme y rodear el escritorio para recostar la parte inferior de mi cuerpo sobre el escritorio, cerca de donde está sentado Bastián.

—Es un poco frustrante, ver cómo ustedes obtienen lo que debería ser mío.

Él no lo comprende al inicio, pero cuando lo entiende, se para frente a mí y alisa la línea que se ha formado en mi frente.

—Entonces toma lo que mereces, Vina.

—No es tan fácil y no quiero hablar más del tema.

¿Qué sentido tiene? No vamos a llegar a ningún lado, al menos no a dónde yo quiero llegar.

—Te estaba llamando —digo para cambiar de tema—, quería ver tu informe preliminar para la reunión del lunes.

Bastián saca su teléfono y mira que tiene un par de llamadas perdidas mías, me pide disculpas y dice que puso el teléfono en silencio cuando salió con Archer.

Pero no es eso lo que llama mi atención, es la forma que me tiene guardada entre sus contactos.

—¿Me tienes guardada como mi amargadita? ¿En serio?

Requiere de mucho control de mi parte, no tomar su teléfono y lanzarlo contra la pared o contra la cara de idiota de Bastián.

—¿Qué tiene de malo? Te dije que es pegajoso. Además, ¿cómo más te iba a guardar? Se suponía que estábamos saliendo y Jerry sugirió lo de los apodos.

—¡Y yo dije que no!

—Pero yo estuve de acuerdo. Mi amargadita se queda, a mí me gusta.

Golpeo su pecho con el teléfono mientras se lo entrego y Bastián lo guarda como si no pasara nada.

—A veces no sé cómo te soporto, Bastián.

—No me mires así, eres aterradora, cuando tienes esa mirada en tu cara.

—¿Que mirada?

Él señala mi cara y yo pongo los ojos en blanco.

—La mirada que te hizo ganar el apodo de Ice Queen.

—Al menos soy una reina.

Algo cruza por su cabeza al escuchar mis palabras y me sonríe antes de inclinarse frente a mí.

—¿Qué se supone que estás haciendo?

Bastián está arrodillado frente a mí y pasa sus dedos por mi pierna izquierda, de arriba a abajo de forma lenta.

—¿No es obvio? Me arrodillo ante mi reina.

Sus labios empiezan a seguir el mismo camino que sus dedos y levanta mi pierna sobre su hombro mientras yo dejo caer la cabeza hacia atrás y suelto un jadeo.

Algo cae del escritorio, pero no me detengo al ver que es, porque los dedos de Bastián han apartado mi ropa interior y su lengua se ha hecho cargo del juego.

—¿Davina estás bien? Escuché algunos ruidos y...

Justo cuando estoy a punto de responder la puerta se abre y con la posición en la que nos encontramos Bastián y yo, es obvio que no estamos hablando sobre temas del trabajo.

Mierda.

Bastián aparta mi pierna de su hombro y acomoda mi vestido antes de levantarse del suelo y encontrarse con la sonrisa socarrona de Max, que siempre parece estar cuando algún chisme está ocurriendo. ¿Qué clase de don es ese?

—Max, esto no es lo que estás pensando —digo y me golpeó de forma mental porque, ¿qué más podría ser esto? No puedo decir que Bastián tropezó y yo puse mi pierna en su hombro para sostenerlo. No, eso no tiene sentido—. Bueno, sí es, al menos que hayas pensado que...

—¿Bastián le estaba rezando a una parte muy específica de tu anatomía? Sí, no lo creo —responde Max—. Oigan, está bien, no diré nada. Tienen mi palabra. Ahora los dejo para que Bastián siga rezando.

Él nos guiña un ojo antes de poner el seguro a la puerta y salir con una sonrisa en su cara.

—¿Cuánto crees que tardará en contarles a los demás?

—Él se llevará el secreto a la tumba si sabe lo que le conviene.

Bastián se ríe por mis palabras y me dice que le doy miedo cuando hablo así.

Sus dedos cepillan mi cabello antes de acomodar un mechón detrás de mí oreja.

—Ten una cita conmigo —me pide—. Como amigos, una cita como amigos.

Mis dedos se envuelven alrededor de su corbata que hace juego con mi color de ojos y muerdo mi labio inferior para evitar sonreír.

—Podríamos —respondo—, si preguntas de forma correcta.

Es una cita como amigos, él mismo lo ha dicho y es bueno, no quiero mezclar las cosas con nadie más con quién yo trabaje. Suficiente tengo con ignorar a Arthur y Leila.

—¿Y cómo sería eso?

—Bueno, yo soy una gran compañía y merezco una gran petición.

Él pone los ojos en blanco y masculla algo en alemán que creo es, presumida, pero no puedo estar muy segura.

—Solo di: yo Bastián Baxter, le ruego de forma amable a usted, alteza Davina, que me haga el honor de brindarme su compañía.

Intento estar seria, pero al ver su expresión no me puedo contener más y me empiezo a reír.

—Sabes que, olvídalo, ya no quiero tener una cita contigo.

Pongo mi brazo alrededor del suyo.

—Vamos, no seas dramático. Tú y yo, tendremos una cita... Como amigos.

—Sí, una cita como amigos.

#16 Sí, debí decirte una y otra vez que tú, más que nadie, merecía esas cosas, debí insistir para que las tuvieras todas. Quizás, de haberlo hecho, no hubiéramos terminado de la forma en que lo hicimos.

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