13. Los traumas que nos acompañan.
Después de años de lidiar con diferentes tipos de dolor, que se han movido dentro de mí de forma lenta y silenciosa, casi como si fuera una extensión de mí cuerpo, una parte fundamental de mi sistema, ni siquiera sé cómo es la vida sin sentir dolor, sin tener esa opresión en el pecho o el esfuerzo que hago por no desmoronarme todos los días.
Pero a veces, en unas raras ocasiones ya no siento dolor o felicidad, emoción, nada. No siento nada y eso me asusta un poco. Porque no sentir nada es casi tan desesperante como sentir demasiado o incluso peor.
—Es la cuarta vez está semana que estás aquí, Davina —comenta Jason cuando ya han salido todos los clientes.
Yo deambulo por el pequeño bar, observando las mismas imágenes en las paredes que he observado antes. Viendo la pintura sucia y desgastada, que ya necesita ser restaurada.
Me quedo viendo más tiempo del necesario una imagen que creo es nueva, dónde está Jason en la puerta de un bar en Chicago.
—¿Cuándo fuiste a Chicago? —le pregunto.
Soy muy buena evadiendo temas que no quiero tratar, cambiado de tema e incluso sí no lo hago de forma tan sutil, utilizo un tono firme que no da lugar a seguir preguntando algo que es obvio que no quiero responder.
Jason me ha tratado lo suficiente como para entender eso.
—Hace tres semanas, fui solo por un par de días. Me gustó.
Hay algo en su tono que llama mi atención.
—Estás pensando en mudarte ahí. ¿Verdad?
Él ya hablado antes sobre el tema y como siempre quiso ir a vivir a Chicago por la pizza y el viento frío, yo dudo que esas sean todas las razones, pero fue las que me dio y como jamás pasó de una conversación casual, no creía que sea algo que iba a llevar a cabo, pero si decide hacerlo, me alegro mucho por él.
Aunque ahora deberé encontrar otro lugar para ir en las madrugadas cuando no pueda dormir y mi mente no deje de bombardearme con tantos pensamientos al mismo tiempo que me cuesta concentrarme.
—Sí. Tengo pensando vender este lugar y mudarme ahí. Pero son solo ideas, aún no tengo nada decidido.
—Deberías hacerlo, es tu sueño y solo se vive una vez, Jason. Si no lo haces ahora, entonces ¿cuándo?
Él detiene lo que está haciendo en la barra y me mira.
—Tu deberías seguir tu propio consejo, Davina.
Mi caso no es tan sencillo como el suyo. Si Jason se va, la única persona por la que debe preocuparse es él mismo, pero yo tengo que pensar en cómo irme afectaría a los laboratorios, el equipo y la familia que me acogió cuando mi madre me dejó.
Robert estaría devastado si yo me voy.
¿Ves todos los errores que ellos cometen? Espero que tú no seas así, hija mía —me decía Robert conforme íbamos creciendo—. Espero que seas amable, nada rencorosa, inteligente y que pienses antes de actuar, es decir, que seas sensata. Porque tú debes ser la voz de la razón de esta familia.
Desde siempre he intentado ser como a él le gustaría que fuera su hija perfecta, al principio por miedo a que sí no cumplía con esas características, él ya no iba a querer seguir teniéndome en su vida y me dejaría sola. ¿Qué sería de mí si eso sucediera? Así que intenté ser serena, amable, sin rencores y tener una solución para cada problema. Me metí tanto en ese papel, que todos asumieron que esa era mi personalidad y hay veces que incluso yo me lo creo, pero yo no soy del todo así y jamás tuve la oportunidad de descubrir abiertamente como soy.
—¿Podemos hablar? —me pregunta Leila, quien está parada afuera del edificio donde vivo.
La vi y detuve el auto, aunque no quería hacerlo, pero estoy tan condicionada hacer lo que se espera de mí, que hay daciones que tomo en automático.
Le digo que espere hasta llegar a mi ático, porque no quiero tener ninguna clase de conversación en público.
—Bien habla, Leila.
El reloj en la mesa de café marca la siete de la mañana y este punzante dolor de cabeza no se detiene.
—Nuestra madre era una mujer inteligente, acostumbrada a las cosas caras y la buena vida. Le gustaba mucho la buena vida y no estaba dispuesta a renunciar a esa vida cuando murió nuestro padre y se dio cuenta que debía sacar adelante a dos niñas de siete y seis años —empieza a decir mi hermana—. Es por eso que te dejó y me llevó con ella de regreso a su natal Londres. Yo nunca entendí porque me llevó con ella, porque me escogió a mí, pero siempre sentí que debía ganarme su amor, que debía hacer méritos y todo lo que pueda para que ella esté feliz como una forma de agradecerle que no me haya abandonado.
Así que esta será ese tipo de conversación. Genial. Porque no hay nada mejor que conversar de ese tipo de cosas a las siete de la mañana cuando me duele la cabeza y no he dormido nada.
Cuantos traumas nos puede generar la decisión egoísta de alguien más —me digo en mi mente.
Yo tengo miedo al abandono, no es un secreto para nadie que me conozca. Por eso no dejo que las personas se acerquen lo suficiente, porque incluso si prometen no dejarme, sí parece que no quieren estar sin mí, yo siento que en cualquier momento se van a ir. Hubo un tiempo donde, cuando recién llegué dónde los Baxter, que vivía con el miedo constante a qué me dejen y cuando Leila regresó a mi vida hace un año, todos esos traumas que ella y mi madre me generaron, crecieron y sus raíces se volvieron más fuertes, agarrándose con fuerza dentro de mi pecho y oprimiéndome con cada respiración que yo tomaba. Y yo no sabía qué hacer y aún sigo sin saber.
—Mi vida con mi madre tampoco fue tan fácil como crees, Davina. El que ella se haya quedado conmigo no me facilitó las cosas. Tú si has tenido una vida fácil y me molesta que no sabes apreciar lo que tienes. Lo tienes todo. ¿Qué más podrías querer?
Ella intenta no sonar de forma acusatoria, pero no lo consigue del todo.
—¿Eso es todo lo que viniste a decirme?
Mis palabras parecen hacer clic en ella y la hacen retomar la idea principal de porque vino a verme.
—Quería disculparme contigo por la discusión que tuvimos en tu oficina. No debí decir lo de Bastián y Archer. Lo siento y debes saber que no pretendo lastimar a nadie, esa jamás fue mi intención. Solo estaba molesta.
Me cruzo de brazos y trato de escuchar la mentira detrás de sus palabras.
—Lo entiendo, Leila. Todos tenemos malos días. Es comprensible.
Le digo que dejemos a un lado ese tema y la invito a desayunar antes de ir a los laboratorios. Le pido que me espere mientras me arreglo y que es libre de hacer lo que quiera en mi ático hasta que yo termine de arreglarme.
Al salir de mi ático nos encontramos con Morgan y la invito a desayunar con nosotras, ella entiende la súplica en mi mirada y acepta.
—¡Oh dios mío! Creo que me voy a enfermar. Discúlpenme —murmuro antes de subir al ascensor y tapo mi boca antes de regresar corriendo a mi ático.
Siento la mirada de varios pares de ojo en mi dirección.
—Ella ha estado así estos días —divaga Max—. Y con otros síntomas.
Yo dejo de escuchar la conversación y con quién está hablando porque cierro la puerta para que nadie me siga.
—¿Dónde estabas ayer, Vina? —me pregunta Morgan cuando las puertas del ascensor se cierran.
—Donde siempre.
No doy mayor detalle porque Leila está presente.
—¿Toda la semana?
—Sí.
— Sí se enteran que vas ahí, van a pensar que es el padre de tu bebé.
—¡¿Estás embarazada?! —pregunta Leila justo cuando las puertas del elevador se abren en el estacionamiento privado y los hermanos Baxter junto a Max y Arthur nos miran.
Hay diferentes miradas cruzando por sus caras y veo a Archer dar un paso al frente y señalar en mi dirección.
—Vina, ¿estás embarazada? —ni siquiera me da tiempo a responder cuando vemos que se acerca hasta Arthur—. ¡Profanaste a mi hermana! ¿Cómo pudiste?
Veo que Leila abre la boca con horror y yo pongo los ojos en blanco en dirección a Archer y Arthur.
—¿Él es el padre de tu bebé? —me pregunta Spencer—. No puedo creer que seré otra vez tío. No estoy mentalmente preparado.
Dios bendito. ¿Qué clase de novela turca creen que es mi vida?
—¿Qué? Yo no profané a nadie y mucho menos a Vina. Lo juro —responde Arthur—. Juro que no la profané.
—Dios. ¿Qué hice para merecer a estos hombres en mi vida?
Morgan me mira y veo que se muerde el labio para evitar reírse al ver cómo Max intenta detener a Archer para que no golpeé a Arthur mientras Bastián está de pie mirando entre mi persona y Arthur, y casi parece estar en he estado de shock.
—Nadie me profanó y dejen de utilizar esa palabra. Además, lo que yo haga con mi vida es mi problema y no les voy a decir quién es el padre de mi bebé. Ahora quíntense de mi camino que me voy a ir a desayunar.
Tomo el brazo de Morgan y me dirijo hacia su auto porque no estoy de humor para conducir. Y cuando estamos las tres solas en el auto, Morgan, quien ya no puede seguir conteniendo la risa, suelta una fuerte carcajada al ver la mirada de horror de todos mientras nos alejamos del estacionamiento.
—No, Leila, no estoy embarazada.
Morgan se mezcla en el tráfico de San Francisco y se sigue riendo.
—¿Estás segura?
—No puedo estar embarazada porque, bueno, ya saben.
—No, no sabemos, por eso te estamos preguntando —me dice mi hermana.
No puedo evitar resoplar un par de veces antes de responder.
—Soy virgen. Está bien. Jamás me he acostado con nadie porque siempre he estado enamorada de Arthur y esperaba por él. Y sí, sé que es patético.
—Y yo que ya me estaba preparando para la fiesta de revelación de sexo y para ver tutoriales de cómo cuidar bebés —dice Morgan tratando de contener su risa—. Pero bueno, prima, no te preocupes, yo me he acostado con todos los hombres que tú no has podido.
—¿Gracias? Supongo.
Al llegar a los laboratorios debo aclarar que no estoy embarazada, que me he sentido mal estos días debido al estrés del trabajo, pero que estaré bien.
—¿Tienes un minuto? —me pregunta Arthur desde la puerta de mi oficina.
Y no, no tengo un minuto, estoy muy ocupada preparándome para una video conferencia con Alemania y tengo otra presentación con el equipo de producción y con el equipo de control de calidad.
Mi agenda está colapsando y a pesar de eso, le digo que sí y espero a que él ordene sus ideas.
—¿En qué te puedo ayudar, Arthur?
Él sabe que no merece mi preocupación. Arthur lo sabe y yo lo sé, pero mi corazón no entiende de razones cuando Arthur está involucrado.
—Leila me contó que ustedes discutieron.
—Lo hicimos, está mañana lo solucionamos.
Él sonríe.
—Lo supuse, tú no eres de guardar rencores. Eso le dije a ella.
—Pero lo soy.
Arthur me mira desconcertado.
—¿Qué?
—La Davina que no guardaba rencores, que era amable, esa ya no soy yo, tal vez lo era hace cinco o seis años, pero el tiempo cambia a las personas, Arthur. Hoy ni siquiera soy la misma persona que era ayer y mucho menos seré la misma de hace años, más que nada con todo lo que me ha tocado soportar.
¿Cómo es que él no puede ver cuánto he cambiado? Pero lo entiendo, ambos nos hemos alejado este año hasta el punto de volvernos unos extraños.
—Ahora lo que hago es intentar ser esa Davina, continuar con el papel cuando dicho papel me está desgarrando por dentro. ¿No se dan cuenta lo que ser esa Davina me está costando? Creo que no, porque les agrada mucho esa Davina.
A veces me siento muerta por dentro. Respiro y me muevo, pero estoy muerta por dentro y no sé en qué momento sucedió. Me perdí la hora del fallecimiento.
—¿Y eso dónde me deja en tu vida? ¿Aún tengo espacio en tu vida, Davina?
—Sí, como un amigo.
¿No fue esa tu respuesta hacia mí, Arthur? Espero que ahora entiendas cuánto me dolió esa respuesta hace años. Y sí, lo entiendes, porque lo puedo ver en tu mirada. Duele mucho. ¿Verdad? Ser solo amigo de la persona que amas.
Él se levanta de la silla con una sonrisa que no llega a sus ojos.
—Bien, amigos. Estoy bien con eso.
Somos interrumpidos por la asistente de Archer para avisarnos que nos esperan en la sala de juntas. Yo me dirijo primero ahí porque Arthur tiene unos papeles que recoger de su oficina.
Morgan entra en la sala de juntas seguida por Mikel, me doy cuenta que Morgan está callada, algo muy inusual en ella.
Parece que hoy todos tenemos un mal día.
—Toma —le escucho decir a Mikel mientras deja un paquete plateado frente a Morgan—. Son tus favoritos y siempre te hacen sentir mejor cuando tienes un mal día.
Dioses. Mikel es muy dulce.
Morgan gira su cabeza hacia él y le sonríe, no la sonrisa coqueta que le da a todos, si no una sonrisa genuina que muy pocos logran ver.
—¿Cómo sabías que iba a tener un mal día, Miki?
—Te conozco. Espero que su día mejore, Dra. Avery.
Morgan inclina la cabeza y le dice que su día es mucho mejor porque él está ahí.
—¿Sabes? Cuando haces esa inclinación de cabeza, como acabas de hacer ahora, te ves muy hermosa y peligrosa. ¡Pero no me malentiendas! Lo digo como un cumplido. Es que eres como una tormenta o algo parecido.
Las palabras salen de forma abrupta de los labios de Mikel y él luce algo desesperado por evitar crear un mal entendido que pueda herir a Morgan. Pero ella lo está mirando con una sonrisa tonta en su cara al escuchar los torpes intentos de Mikel de arreglar la situación.
—¿Crees que soy fascinante, Mikel?
Ambos comparten una suave sonrisa que esconde un par de secretos.
—Creo que eres la fuerza más fascinante que el mundo haya visto y yo soy un hombre afortunado por conocerte.
Hay días dónde lo único que quiero es tener un Mikel en mi vida. Pienso que no es pedir mucho, pero al mismo tiempo, creo que es mejor no tenerlo o estaría en la misma situación que Morgan.
Él no necesita mi oscuridad, mi corazón sangrante y mucho menos la locura que conlleva ser parte de esta familia —me dijo Morgan—. No puedo dejar que él se corrompa con mi oscuridad o que mi familia lo arrastre y lo convierta en alguien que no es.
Mikel es demasiado bueno, desinteresado y leal. Cualidades que se suelen fragmentar cuando hay que cruzar ciertas líneas y tomar algunas malas decisiones, porque este imperio farmacéutico no se construyó con abrazos, flores y sueños.
—Deja de verme así —espeto en dirección hacia Bastián cuando la puerta del elevador se abre y ambos subimos.
Tuve que pedirle que me traiga de regreso al ático porque no conduje hasta los laboratorios.
—¿Así cómo? —pregunta él sin ocultar la diversión en su voz—. No estoy haciendo nada malo.
—¡Detente Bastián! — ordeno, clavándole una mirada fría.
—Pero no me has dicho como te estoy mirando.
¿Acaso este ascensor es eterno?
Me cruzo de brazos y miro de soslayo en su dirección.
—Así —le digo enfatizando esa simple palabra.
—Bueno, yo quiero mirarte así.
Él copia mi postura y mi paciencia se está agotando.
—Yo no quiero que me mires así —demando en su dirección antes de girar mi cara con altivez.
Él se ríe y se para detrás de mí, yo no me muevo y trato de fingir que no me siento afectada por su cercanía.
—Te das cuenta que las únicas veces que no estamos discutiendo es cuando tenemos sexo —murmuro.
Justo en ese momento las puertas del ascensor se abren y yo salgo antes que Bastián pueda responder algo, porque solo hasta después de decirlas soy consciente de mis palabras.
Y no, no hemos tenido sexo como tal, pero si algunos derivados, como sexo oral.
—Deberíamos tener sexo todo el tiempo —susurra Bastián cerca de mí y me sobresalto porque no lo escuché acercarse—. Solo para evitar discutir.
Abro la puerta de mi ático y Bastián me pregunta si puede pasar, sé que quiere saber cómo estoy y no entendiendo porque él sigue preguntando eso sí sabe que mi respuesta será la misma, sí estoy bien.
—Davina...
Pero hoy yo no tengo tiempo o humor para eso.
—¡Detente! Solo detente Bastián. ¿Está bien? Quiero que te detengas y dejes de preguntar si estoy bien, si necesito algo. Solo quiero que te detengas, quiero que todo se detenga. Eso es todo lo que quiero.
Yo puedo decirle a Bastián que retroceda, pero ambos sabemos que él no se va alejar, porque sabe de mis problemas de abandono y que en el fondo eso no es lo que yo quiero y Bastián solo quiere protegerme. Entonces él no retrocede, se queda y espera hasta que yo estoy lista para dejarlo entrar.
—Me detengo y, ¿se supone que no debo preocuparme por ti? —me pregunta casi con la misma molestia con la que yo le solté mi discurso anterior.
—No es lo que dije. Solo... Detente. Esto es solo otro bache en el camino, solo otro mal día y ya he tenido de estos, se cómo manejarlos. Voy a estar bien, yo siempre estoy bien.
No tengo que ocultar las cosas frente a Bastián, él me ha visto en mis malos momentos e incluso ha visto cuando pierdo el control o soy impulsiva. Bastián es el único que ve cuánto me esfuerzo por reprimir ciertas cosas y como eso me está lastimando.
No puedo culpar a Archer por no notarlo, él tiene demasiadas cosas en las que preocuparse, Spencer siempre busca forma de alejarse de nosotros, pero entonces está Bastián, quien siempre me pone primero, quien me busca cuando quiero huir o me pierdo. Bastián que logra ver debajo de mí máscara y "buenas intenciones". Él mismo Bastián que me hace romper las reglas que tanto me empeño en seguir. Y no sé qué hacer con Bastián. intento, pero no lo sé.
—Davina, soy yo. Por favor, habla conmigo —suplica.
Cada célula de mi cansado cuerpo es consciente de su presencia y esa conciencia continúa vibrando conforme él se va acercando y sus manos acunan mi rostro.
—No hay nada de qué hablar —le digo.
Pero mis ojos se empiezan a llenar de lágrimas y yo me aparto de él, tratando de contener el colapso que está a punto de llegar, tratando de contener algo incontrolable.
¿Cuándo mi vida perdió el control de esta manera?
Es una falsa sensación de control la que siempre tienes —me suele decir Bastián.
—Davina...
—No puedo comer, no puedo dormir y no puedo respirar. Y no, no es por Arthur, es por todo. Todo se siente demasiado y yo ya no puedo soportarlo, Bastián. Tanto así que me duele tanto respirar. ¿Por qué me duele respirar?
Estoy así en parte por Arthur, aunque creo que él solo fue el catalizador para lo que había estado reprimiendo sobre Leila, mi madre, la presión de ser la hija que Robert siempre quiso, la presión de no perder el control en los laboratorios porque Archer me necesita y soy su mano derecha. La presión de ser la voz de la razón y siempre tener una solución.
La presión es tan fuerte que incluso cuando cierro los ojos todo da vueltas y mis pensamientos gritan con más fuerza.
—Está bien, Davina. Está bien. Te tengo, yo te sostengo, no te voy a dejar caer —me dice Bastián mientras me sostiene en sus brazos mientras yo sigo llorando con mi cara enterrada en su pecho y sus fuertes brazos envolviendo mi cuerpo.
—No puedo respirar, Bastián. Me duele mucho.
Busco sostener su mano de la misma manera que lo hacía cuando él necesitaba mi apoyo y sus dedos envuelven los míos con delicadeza mientras me susurra que él me va a sostener, que todo estará bien.
Yo me aparto un poco para poder mirarlo a los ojos.
—Bastián...
Mi visión se vuelve borrosa y mi cuerpo se siente pesado, poco a poco voy perdiendo la conciencia y lo último que recuerdo es caer en los brazos de Bastián y su voz gritando mi nombre.
#14 En ese momento debí decir tantas cosas, pero lo único que salió de mis labios fue tu nombre, y ¿qué sentido tenía decir algo más? Tú no me podías escuchar.
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