Zeus, Hera y ...

Los tres desayunaron en el comedor. No hay buffet, los camareros sirvieron fruta fresca y después leche con cacao y frutos secos, todo mezclado y amargo. Pablo se extrañó, no recordaba ninguna palabra en hydrano que significara dulce. Preguntó a Atenea por telepatía, no se enteraba. Cristina habló en español:

—Cariño, me temo que aquí no tendrías futuro.

Pablo preguntó:

—¿Qué plan hay para hoy?

—A las 10, visita al Palacio Imperial.

—Supongo que Zeus nos recibirá.

—En efecto. Le conozco bien porque le presento a los extrahydrans importantes que visitan el planeta.

—Todavía no somos importantes.

—Sabemos que lo seréis. Prosigo. Zeus es callado, introvertido y sin iniciativa. Hera le tiene dominado.

Cristina no podía creerlo:

—La mitología cuenta todo lo contrario, incluso que tuvo muchas amantes.

—Tenemos la misma leyenda. Hera se hartó, aprovechó su marcha de la Tierra para lanzarle un ultimátum: Vas a hacer lo que yo te diga o te quedas aquí. Hera es la auténtica líderesa, aunque en público haga creer que es él.

—Sabemos que las naves que les llevaron a la Tierra no permanecieron. ¿Cómo llegaron aquí?

—Hermes es mensajero de todos los planetas y uno de quienes trasladan personas de un planeta a otro.

Atenea consumió el desayuno antes, pidió permiso y salió del comedor. Volvió vestida con una clámide blanca con evos negros. Explicó:

—Es obligatoria la ropa ante Zeus. Tenemos tiempo suficiente para llegar, aunque no sobra.

Numerosas preguntas surgieron en sus mentes. Son pacientes y esperaron el momento oportuno.

Después pasearon por el parque, donde empieza el único camino al Palacio.

—¿No hay vehículos?

—No en las islas pequeñas, porque se pueden recorrer caminando en minutos. Conoceréis como se controla el tráfico en el resto.

Ascendían por la cuesta, no estaban solos. Todos les saludaban.

—Es agradable vivir donde se saludan.

—No es lo habitual, sólo saludamos a quienes conocemos. Sois famosos aquí, han esperado vuestra visita durante meses.

—¿Cómo lo supieron?

—Por televisión. Es el único medio informativo.

La cuesta llegaba a su fin. Pablo y Cristina quedaron impresionados al ver de cerca el Palacio, tan idéntico a su casa.

Zeus y Hera esperaban entre las columnas, dos niños acompañaban a él y dos niñas a ella. Una duda que Cristina tenía quedó resuelta. Atenea tomó la palabra:

—Majestades, les presento a Pablo García y Cristina Rico, vienen de la Tierra.

Zeus es alto, con melena y barba castañas, ojos grandes y grises. Cuerpo ancho, no gordo. Aspecto de mediana edad. Vestido con túnica corta color dorado, tapando las rodillas. Hera es casi tan alta, con pelo rubio recogido en un moño, ojos claros y mirada fija y excrutante. Vestida con clámide dorada que deja ver las rodillas. Los niños también tienen ropa dorada. Ella habló antes, ofreciendo a Pablo su mano derecha:

—Es un honor conocer al futuro pacificador de la Tierra.

Pablo tomó sus dedos y arrimó sus labios a su mano:

—El honor es mío, majestad. Lo conseguiré gracias a la experiencia de su pueblo.

Zeus hizo lo propio con Cristina:

—Es un honor conocer a tan bella dama.

Cristina inclinó su cabeza, flexionó sus rodillas y apretó la mano. Se quedó chafado, esperaba el beso de ella. No sabía que ese saludo sólo lo hacen los hombres a las mujeres.

—El honor es mío, majestad. La belleza se puede crear y me considero experta. Puedo demostrarlo cuando sus majestades quieran.

La telepatía fue útil para deshacer estas dudas. Pablo estiró su mano y Zeus la apretó.

—Bienvenido.

—Bien hallado, majestad.

Hera y Cristina también se estrecharon la mano:

—Bienvenida. ¿Cree usted que pueda embellecer a nuestros niños?

—Bien hallada, majestad. Son todos muy guapos. La belleza no tiene límites, todo se puede mejorar. El problema es que no he traído mis útiles, están en el hotel.

—No importa. Tal vez tengamos lo necesario.

—En ese caso, sería un placer para mí.

Hera tuvo un detalle de humildad, algo poco habitual en ella, para demostrar que la pareja terrestre le causó buena impresión:

—Pueden llamarnos por nuestros nombres. Por cierto, no saben los de los niños. La mayor es Cristina, la segunda Laura, el tercero Pablo y el cuarto Ángel. Sí, supimos de vuestra visita antes de que nacieran y decidimos poner sus nombres y los de sus hijos mayores.

—Hera, Zeus, estamos emocionados. Gracias por este inmenso honor.

La loma se vuelve acantilado en la costa oeste. El acceso más directo del Palacio a la playa pasa por el parque. Debido a eso y la intimidad, hay una piscina en el jardín. Hera dio libertad a sus hijos:

—Podéis quedaros aquí. Si nos acompañáis, guardar silencio hasta que os pregunten.

El gran portón del palacio se estaba abriendo por los sirvientes. Hera tomó el brazo de Pablo, entraron los primeros; Zeus con Cristina, Atenea a continuación y las niñas cerraron el séquito.

Toda la similitud exterior es diferencia interior. Toda la planta baja es un salón, compuesto por dos paredes con ventanas cubiertas por cortinas, una terraza con vistas al mar y la entrada, ya estaba cerrada y dejaba ver una escalera ascendente y otra descendente. Bajo la primera, hay un servicio.

Cerca de la entrada hay varios sillones y sillas, todos individuales y distribuidos en círculo, con una mesa baja y redonda en el centro. Hera y Zeus ofrecieron sillones a sus huéspedes y se sentaron a su lado. Atenea y las niñas se sentaron en sillas.

Un camarero, vestido como Atenea, llegó con una bandeja que portaba siete copas de cristal y dos botellas de néctar. Cristina pensó si tendría alcohol mientras preguntaba:

—¿Es el mismo que bebíais en el monte Olimpo?

Zeus resolvió ambas dudas: —Es complicado tener los mismos ingredientes, os aseguro que sabe igual. Hace mucho que prohibimos las bebidas con alcohol, sólo traía problemas.

Pablo y Cristina ya eran expertos en telepatía selectiva, enviaron una mirada cómplice a Atenea, quien sonrió.

Zeus se levantó, los demás le imitaron, y pronunció el brindis: —Por la Paz en la Tierra.

No tienen la costumbre de chocar los vasos, Pablo lo sugirió por telepatía, lo aceptaron y les hizo gracia. Nuestros amigos se sorprendieron por el sabor dulce.

—¿Qué ingredientes tiene?

—Zumo de frutas y miel.

Pablo y Cristina rieron, nadie entendía nada. Abrieron sus mentes de par en par mientras Pablo decía en hydrano: —Así que no tendría futuro.

Todos rieron. Hera sentenció:

—Son ustedes geniales. Una puede crear belleza y el otro endulzar la vida. No puede haber nadie mejor que ustedes para vuestra misión.

—Muchas gracias.

Pablo es tan modesto que decidió cambiar de tema:

—Conocemos el destino de los hijos de Ulises, ¿es igual para los suyos?

Hera contestó:

—Tienen otra opción. Pueden quedarse aquí. Debemos servir de ejemplo, no consentiremos que tengan familia. Si quieren tenerla deberán marcharse.

Cristina preguntó a su tocaya:

—¿Puedo tutearte?

—Sí. Permítame que yo no. Le admiro tanto que no sería capaz.

—Como quieras. Estás cerca de esa edad decisiva en tu vida, y aquí más. ¿Sabes qué te gustaría?

—Lo tengo claro. Quiero ir a la Tierra.

—Te recibiremos como ustedes a nosotros, con los brazos abiertos. Aunque te aconsejo que vayas cuando cumplamos la misión.

—Prefiero antes para vivir la transformación.

—¿Hera, Zeus?

Respondió ella:

—Me gustaría que siempre viviera con nosotros; no obstante reconozco que sería injusto para ella vivir sin más Amor que el de sus padres y hermanos. Le permitimos que elija su destino.

El tema de conversación fue derivando poco a poco, hasta llegar a los recursos naturales, como el oro. Zeus explicó:

—No podíamos usarlo como en la Tierra, dándole un valor mercantil. Tuve una idea. ¿Conocéis la historia de las Moiras?

—Yo sí. —Contestó Pablo.

—Yo no. —Declaró Cristina. Su marido le explicó:

—Son el equivalente a las Parcas.

—Ya recuerdo. Las diosas que tejen las vidas de los mortales.

Zeus confirmó:

—Así es. Tuvieron su mayor actividad en la Tierra, hasta que tuvimos que irnos. Aquí se dedicaron a fabricar ropa. Con hilos de oro para nosotros, con hilos blancos y de oro para los parlamentarios y blanco y negro para los demás ciudadanos.

Zeus, mientras echaba un trago, captó los pensamientos que nuestros amigos no expresaron por respeto, el antiguo dios prosiguió:

—Cuando se promulgó la Ley de Unificación Genital, alguien presentó la moción de que la ropa ya no era necesaria, salvo para las zonas frías. Nadie pensó en las Moiras, yo sí. Propuse que siguieran fabricando ropa para momentos especiales. Ambas mociones fueron aprobadas. Esos momentos especiales se redujo a uno, cuando yo esté presente. Mi agenda se publica a diario.

Cómo prueba de lo dicho, accionó un mando a distancia. La gran televisión mostró una imagen de Pablo y Cristina y el texto:

Sus majestades Zeus y Hera no saldrán del recinto del Palacio Imperial durante el día de hoy.

10.00. Recepción en el Palacio Imperial a los futuros líderes de la Tierra.

13.00. Comida con ellos y su guía hydran Atenea.

El día era espléndido y ligeramente caluroso. La alta temperatura tropical estaba menguada por las brisas marinas. El personal doméstico colocaba todo lo necesario en la mesa de la gran terraza. Todo estaba listo a las 13 horas.

El panorama desde la terraza era impresionante, con ciudades flotantes sobre el mar, los edificios eran bajos, tres plantas como máximo y  aspecto metálico por el reflejo de Helios. Distinguían desde lo alto el escaso mar sin nada encima. La distancia entre el acantilado y la construcción más cercana sería de unos cien metros. Al fondo, tapando parte del horizonte, se veían unos rascacielos. Sin duda, no serían visibles si fueran más bajos.

Nunca vieron una mesa igual, recta por el lado próximo a la barandilla de la terraza y semioval. Junto a este lado, nueve sillas, ocupadas de izquierda a derecha por Zeus, Cristina, Pablo, Atenea, los cuatro hijos por orden de edad y Hera.

Se sirvieron dos platos fríos en primer lugar, ensalada y embutidos. De segundo, un pescado similar a la merluza, asado con verduras. Para beber, una especie de cerveza sin espuma. De postre, fruta y una porción de tarta acompañada por leche con cacao, también amarga como en el hotel. Pablo requirió:

—Suelo endulzar con una sustancia blanca y granulada llamada azúcar, ¿existe aquí?

Hera respondió: —Los únicos endulzantes son la miel y la fructosa.

—Creo que entiendo, sacan lo dulce de las frutas, lo empaquetan y distribuyen.

—Exactamente. ¿Les ha gustado la comida?

—Ha estado exquisita. Tal vez algo salada.

—Tenemos superávit de sal. Dejamos todo el mar soso para que los sumergidos puedan beber.

Cristina quiso saber:

—Supongo que la higiene será muy estricta.

—Por supuesto. Incluso las viviendas submarinas tienen zonas sin agua para sus necesidades. Van a través de tuberías a varios depósitos donde se procesan. Los residuos tóxicos sirven para abono y los inocuos vuelven al mar.

La agenda vista por televisión no especificaba ninguna actividad para después de la comida. Pablo y Cristina creían que era el momento de ahuecar el ala. Hera les corrigió:

—Son ustedes nuestros invitados mientras Helios brille. Y si quieren, cuando Selene predomine, pueden quedarse en Palacio. Tengo curiosidad por conocerles en sus oficios. ¿Se animan ahora o prefieren más tarde?

—Estoy dispuesta.

—Cristina será la primera con su homónima. Vamos todos al salón.

Hera marcó una tecla de un aparato. Un minuto después alguien subía por la escalera.

—Gea a su servicio, majestad.

—Cristina, dígale qué necesita.

—Peine, cepillo, capa, tijeras, pulverizador de agua, secador de mano, tinte dorado, papel metálico y maquillaje. También quisiera lavarle la cabeza sin champú.

Contestó mientras tocaba el pelo a su tocaya. Gea tomó nota y bajó. Hera propuso:

—Puede lavarla en el cuarto de baño.

—Sería para luego.

Colocaron sillones y sillas, excepto una, en semicírculo; frente a la otra silla. La joven Cristina, sin que nadie le dijera nada, se sentó en ella. No es alta ni baja, con pelo castaño más oscuro que el de su padre, largo por debajo de los hombros. Ojos grandes y grises.

Gea volvió con un bolso y una mesa plegable, la abrió y puso el bolso encima.

—Gracias, Gea. —Cristina no añadió nada más, aunque pensó  pedirle ayuda. Hera ordenó que se retirase.

Sólo cuento el resultado, más corto y ondulado, dejando visibles unas lindas orejas, con mechas doradas y maquillaje que modificaba su aspecto infantil por otro más mayor. La “victima” quedó maravillada y su familia también. Supongo que adivinaréis quien habló.

—Cristina, es usted mejor que como imaginé. Lamento que tengan que viajar por Hydra, me gustaría que fuese nuestra esteticista.

—Gracias, ha sido un placer. Estoy dispuesta a continuar. ¿Quién se anima?

La propia Hera se sentó en la silla:

—Quiero que me sorprenda.

Zeus empezaba a aburrirse y sugirió a su esposa:

—¿Qué te parece que lleve a Pablo a la cocina para que demuestre sus habilidades?

—Me parece bien.

Pablo fue presentado al personal. Examinó primero los aparatos, después los posibles ingredientes, similares a los nuestros, incluso tenían huevos. Decidió hacer una tarta con bizcocho y frutas variadas en lo alto.

Acabó casi a la vez que su Cris con la anfitriona. Si su hija parecía mayor, ella mucho más joven. Sin moño ni mechas, corte y peinado similar al de su hija. Lo más impactante, el maquillaje alrededor de los ojos, que les hace parecer mayores. No dijo nada al verse porque no le gusta repetirse; eso sí, abrió su mente para que Cristina tuviese su agradecimiento. Como solía ser habitual, ordenó:

—Zeus, siéntate aquí.

El antiguo dios se sentía atraído y asustado por si le quitaba algo de su magnificencia.

—¿No irá a maquillarme?

—Claro que no. Nunca lo hago a mi marido. Lo que sí le hago es afeitarle.

—Por favor …

—Zeus, le prometo que seguirá imponiendo respeto.

La barba y el pelo largos le daban aspecto mayor y entrañable. Recortó ambos para que sus duras facciones se distinguiesen.

—Es una artista. Creía que la autoridad era cuestión de parecer mayor. Parezco más joven y tengo aspecto más temible.

Cristina finalizó su tarea con Zeus. Hera se dio por satisfecha; además Helios se escondía entre los rascacielos.

La cena fue más ligera. Sopa de pescado y la tarta que hizo Pablo, encantó a todos. Comentó:

—Ha sido un día inolvidable, nos hemos sentido felices por vuestra acogida. Quisiéramos descansar en el hotel. Mañana nos encontraremos con Ulises y tardaremos menos tiempo en llegar.

¿Cómo no? Hera:

—De acuerdo. Mirad nuestra agenda. No hará falta que aviséis, siempre seréis bienvenidos.

—Cariño, has tuteado.

—¿En serio? ¡Qué más da! Seamos amigos. ¿Cómo os despedís de ellos allí?

—Así.

Pablo dio dos besos a Hera, un abrazo a Zeus y besos a los niños.  Cristina besó a todos. Zeus  cumplió su deseo. La pequeña Cristina se emocionó.
Bajaron la loma y llegaron al parque, parecían distintos iluminados con luz artificial. No se cruzaron con nadie. Atenea captó su pensamiento:

—Todos somos solitarios, no tenemos más distracciones que en casa.

—¿No hay espectáculos?

—Sí, por televisión.

Llegaron al hotel y subieron por el ascensor. Atenea recordó la noche anterior, le hubiera gustado repetirla. Se despidió así:

—Me enseñaron que no conviene abusar de lo bueno, termina aburriendo. Hasta mañana.

—Hasta mañana.

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