Nace un escritor

Viernes 7 de octubre.

Pablo y yo empezamos solos el desayuno y Cristina llegó antes de acabar. Ella es mi amor platónico, respetuoso y oculto. Ni siquiera osaba mirar sus preciosos ojos, por si ella descubría mi atracción. Aún recuerdo la última vez que me cortó el pelo, en su peluquería de Arturo Soria. Fue una experiencia inolvidable que deseaba repetir antes de recibir el alta del hospital. Anteayer se lo cortó a su marido, no me atreví a pedírselo. De hoy no pasa. Me fui armando de valor mientras desayunaba. Mas ella me sorprendió:

—Jose, ¿te gustaría que te corte el pelo?

Me costó reprimir mi entusiasmo: —Pues sí.

El placer fue inmenso. Sentir su cercanía, su aroma y su delicadeza me excitaba. No tenía prisa, aunque me pareció que acabó demasiado pronto.

Su hijo Ángel llegó durante mi disfrute.

—No puedo venir luego, os dejo ya los certificados de alta. Vendrá un enfermero para quitaros las grapas y con medicación para varios días. En el informe tenéis los demás detalles. Podéis comer aquí.

Llamé a mi hermana y le expliqué todo. Mi cuñado Daniel vendría a recogerme. Después llamé al ambulatorio cerca de mi casa para pedir cita con mi doctora, me dieron para el martes 11.

Ambos pacientes comimos en la habitación, duchados y vestidos de calle. Con la compañía de Cristina, su hija Laura con su marido César y mi cuñado Daniel. El teléfono del hospital fue la mar de oportuno, sonó cuando terminé de comer. Era Estrella.

—Estoy a punto de salir, a casa de mi hermana.

—Tus hijos quieren estar contigo. Hoy es viernes y estarán libres hasta el lunes. ¿Cuándo vas a venir, cuando tengan que ir al colegio?

—Esa era mi idea, mi hermana insistió y le dije que sí. Espera un momento, te llamo.

—De acuerdo.

Conversé con mi cuñado:

—Daniel, prefiero ir a Fuenlabrada, ¿me llevarías?

—Pensábamos ir al campo contigo.

—Tendremos más ocasiones.

La sensatez de Pablo se impuso:

—Jose, eres padre y tu sitio está con tus hijos.

Cristina echó más leña al fuego: —Estrella no me parece la esposa ideal.

Decidí: —Opino igual que vosotros. Daniel, voy a Fuenlabrada, ¿me llevas?

—Te llevo.

Llamé a Estrella.

Vaciamos los armarios. Pablo sacó dos carpetas, una tenía escrito "Un Amor sobrenatural", la otra "Un empresario fuera de lo común". Pablo explicó:

—Es nuestra biografía escrita la primera por mí y la segunda por Cris. Aunque te cueste creerlo, todo es real. Puedes modificar, corregir, añadir pero no eliminar. Cuando acabes de leerlo, hablaremos.

Cristina agregó: —Ahí está nuestro secreto. Podéis compartirlo con África, pero nadie más.

Nos despedimos en la habitación, ellos salieron antes.

Daniel me llevó a Fuenlabrada. No me extrañó que no quisiera subir, sabía la razón: Estrella no le caía bien. Nos despedimos, salí y se largó.

Estrella y mi hijo Sergio me recibieron con cariño. Acababan de comer. Él estudiaba su tercer curso de instituto. Vicente último de primaria, comía en el colegio y se quedaba hasta las 5. La calle Creta, donde residíamos, sólo tiene viviendas en una acera. En la de enfrente está el colegio Valle Inclán, donde estudiaron ambos.

Siempre me ha gustado caminar, además desde entonces me convenía para el corazón. El problema es que Estrella no puede resistir mucho por su pierna inútil, el aparato ortopédico le pesa mucho. Por eso paseábamos solos mis hijos y yo.

Tuve libertad para desplazarme. Todo mi tiempo era libre por la baja laboral. Visitaba a mis hermanos. Mi hermana se disgustó por mi plantón el día del alta, así me dijo cuando me visitó el martes 11, para acompañarme a la cita con la doctora.

Me recetó las pastillas, me dio volante para cardiología en el centro de especialidades de Moratalaz y el informe de baja para la empresa. También pedí cita para la enfermera, para quitarme las grapas restantes.

Leía la historia de Pablo y Cristina en los pocos momentos solitarios. Me aburría el principio, tan vulgar y creíble, aunque Pablo expresara lo contrario. Cuando descubrí a qué se refería, me enganché. Pensé que sería mejor empezar por ahí. Me abstuve de corregir hasta charlar con ellos.

—¿Qué lees? —Me preguntó Estrella.

—La vida de Pablo y Cristina.

—Te tienen sorbido el sexo. Eres pobre y ellos ricos. Más valdría que te hubieran dado dinero en vez de un libro.

¡¿Qué manera de hablar es ésa a alguien que debe evitar disgustos?! Ellos me han tratado mejor que ella. ¿Dinero? ¿Para gastarlo en tu casa? Sólo le pediré cuando no pueda mantenerme. Decidí no seguir su rollo y jamás leer en su casa:

—Solo lo leo para distraerme.

Desde entonces, cada reproche suyo, por una oreja me entraba y por la otra me salía. Seguía yendo para estar más tiempo con mis hijos y aprovechaba que ella no podía andar mucho para escapar con ellos.

Yo seguía de baja cuando 2006 llamaba a la puerta. Mis Navidades fueron familiares. Nochebuena con Estrella, Sergio y Vicente. Nochevieja con mis hermanos y sobrinos. La noche de Reyes con Pablo, Cristina, sus hijos y nietos. Fueron unas fiestas felices, divertidas y sin embargo peculiares; mis primeras sin beber alcohol, por las pastillas. Pablo tampoco lo probó.

—Jose. ¿Cuánto necesitas?

—Nada.

—Una empresa te engañó, pero eso le da igual al banco. Va a reclamarte, te llevará a juicio. El juzgado te embargará la nómina y te saldrá mucho más caro. Te jubilarás y seguirás pagando.

—¿Cómo lo sabes?

—Has leído nuestra historia y crees que es real.

—Ya entiendo, no puedo tener secretos contigo.

Noté la mirada de Cristina, no me corté, vi la luz de sus ojos y su sonrisa. Pablo también sonreía, callaron esperando mi respuesta a la primera pregunta.

—No lo recuerdo, lo olvidé adrede.

—Yo sí lo sé. Toma mi regalo de Reyes y llévalo al banco.

A pesar de saber que leían mi pensamiento, no pude evitar el recuerdo de la frase de Estrella. Me sentía cohibido, sin saber qué pensar ni qué decir. Cristina me ayudó:

—Eres nuestro mejor amigo. No hay diferencia de clases entre nosotros. Deja atrás todo lo que te perjudique. Cuenta con nuestra ayuda.

Desahogué mi emoción. La nieta más pequeña me preguntó:

—¿Por qué lloras?

—Porque soy feliz con vosotros. ¿Me das un beso?

—Solo si te limpias.

Tuve el privilegio de recibir el primer regalo. Hubo para todos.

Cuando los nietos comenzaban a tener sueño, sus padres se despidieron.

La ley de matrimonio homosexual fue bien recibida en este hogar. Juan Carlos se casó con Nicolás, aunque sea casi veinte años mayor. Tenían su propia casa y fueron los últimos en despedirse.

Pablo me invitó:

—Quédate a dormir.

—Prefiero ir a casa, con el coche tardo poco.

—Sería un despilfarro. Tenemos tres habitaciones libres. Así mañana podremos charlar del libro.

—De acuerdo. Gracias.

Tenía las carpetas en mi coche. Mientras desayunábamos, pensé ir a recogerlo. Pablo demostró su poder:

—No hace falta, es sólo una copia. El original está en la memoria del ordenador.

Parecía mentira que un aparato tan pequeño contuviese tanto. La pantalla sólo medía diez pulgadas.

El primer capítulo tenía el título de “Ceuta”.

—Pablo. Me aburrió el principio. Mi idea es empezar por tu segunda visita a Gea. Empezaría los primeros capítulos contando la historia de Gea.

—Buena idea. Voy a crear un nuevo documento para que empieces a escribir.

Tocó unas teclas, escribió el mismo título y añadió mi nombre como autor.

—Pablo. Los autores sois vosotros.

—Lo aprenderás en unos años, no es lo mismo autor que narrador. Nosotros somos los narradores y tú serás el autor de las tres partes y narrador de la tercera. Tómate tu tiempo, aunque tardes años.

—Está bien.

—Puedes empezar.

El ordenador es como una máquina de escribir, con teclado similar. Recordé aquellos tiempos del colegio cuando fui un experto. Escribí el título del capítulo, “Introducción”.

Mi bisoñez me hizo ver un problema. ¿Cómo puedo leer el original si la pantalla sólo muestra la copia?

—Tranquilo. Mueve la flecha con el ratón hacia abajo, haz click en documentos. Ahora ve pasando las páginas hasta que encuentres lo que quieres copiar.

Él comenzó y yo continué hasta el día de su Primera Comunión. Encontré la entrevista con Jesús.

—Pon la flecha en el inicio, pulsa la tecla izquierda del ratón y lo mueves hacia abajo, hasta que acabe el encuentro.

Todo el texto seleccionado estaba marcado en azul.

—Pon la flecha en la zona azul y pulsa la tecla derecha, dale a copiar. Vuelve a tu documento, pulsa la tecla derecha y dale a pegar.

—¡Guau! Esto es magia.

Pasamos la mañana copiando y pegando, hasta que llegó la hora de comer. Acepté su invitación.

Los siete; Pablo, Cristina, Lourdes, Pepe, Mercedes, Sonia, Victoria y yo, charlamos del ordenador. Pablo empezó:

—Jose. Para ser la primera vez, se te da bien el portátil. Llévatelo, es tuyo.

—Prefiero escribir en mi antigua máquina.

—¿Qué dices? Ya está pasada de moda, nadie escribe así.

Mercedes, la mayor, se puso de mi parte:

—Déjale. Más vale que use lo que mejor conoce.

Cristina contraatacó:

—Escribí mi parte con varios aparatos. Te aseguro que es mucho mejor el portátil.

—Voy a ser sincero. Estoy chapado a la antigua. Tengo móvil desde sólo dos años y prefiero llamar con el fijo. No puedo permitirme el lujo de pagar a un operador conexión a Internet, no voy a poder usar el ordenador.

Pepe, el experto, casi me convence:

—No necesitas conexión para escribir.

Me quedé un rato sin saber qué decir. Pensando como convencerles de que no quería complicarme la vida con algo de lo que puedo prescindir. Pablo sentenció:

—Está bien, no insistimos.

Su hija Lourdes sugirió:

—Entonces, sería mejor imprimir lo nuevo.

Sonia fue la primera que alabó su buena idea. Victoria la segunda.

De allí fui a Fuenlabrada, decidido a pasar mi último fin de semana en aquella casa. Lo oculté hasta la cena del domingo.

—Voy a recoger todo lo mío. Dentro de poco, tendré que volver al trabajo y mi casa está más cerca.

Nadie reprochó nada. Estrella apenas habló, estaba más seria de lo normal. Me despedí de ella con un beso en los labios y a ellos en las mejillas.

Conducí liberado. Por primera vez en nuestra relación, fui yo quien tomó la iniciativa de la separación. Ahora, once años después, sigo creyendo que fue definitiva. Subí a su casa durante las primeras visitas, sin embargo la aspereza de ella me decidió a esperar a mis hijos en la calle.














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