La urbanización parece un laberinto con calles curvas. Me sorprende que Marcos no se pierda, tengo la impresión de que volvemos a pasar por algún sitio anterior. Para frente a una verja. Al otro lado se ve el camino de piedra, que separa en dos el inmenso jardín. La mansión nos impresiona, tiene estilo clásico, con columnas y una cariátide en cada extremo que forman un porche. Sobre las columnas, una planta con ventanas. Sobre esta planta el típico frontón triangular con imágenes de dioses.
Marcos abre la verja, entra con el coche y lo para en el camino que gira a la derecha. Vuelve a salir y abre todas las puertas. El camino es ancho, para no pisar el césped.
La gran puerta de entrada se abre y aparece una joven que nos saluda con una sonrisa:
—Sean bienvenidos. Mi nombre es Sonia y estoy aquí para ayudarles. Pasen y déjenme sus abrigos.
El calor se nota nada más entrar. Sonia saca un juego de llaves y abre una puerta cuyo interior contiene abrigos y perchas vacías. Va colocando los nuestros.
El recibidor es amplio, hay varias puertas, una escalera y un ascensor. Abre una puerta y nos cede el paso. El salón es enorme, con una librería (es un decir) a la izquierda, sin ningún libro. Con televisión de treinta pulgadas por lo menos, cadena musical, condecoraciones y un sinfín de fotos que deben ser de ellos cuando eran más jóvenes, destaca la de bodas, él con uniforme y ella con vestido blanco. A la derecha, dos tresillos; uno de estilo inglés con los apoyabrazos a la misma altura que el respaldo. Don Sebastián y doña Lourdes se levantan de los sillones de éste cuando entramos. Él da un apretón de manos a cada uno de nosotros; ella igual a Paul, Miguel y Rafa; nos besa a mamá y a mí. Él saluda:
—Bienvenidos. Pedimos perdón por no recibiros antes, pero a nuestra edad no nos conviene pasar frío.
Miguel responde: —No se preocupe, ya ha demostrado su generosidad.
—Muchas gracias. Creo que es el momento oportuno de pediros que nos hablemos de tú, para que nos tratéis como parte de vuestra familia, aunque no tengamos lazos de sangre.
Lourdes toma la palabra, impidiendo cualquier respuesta:
—Sentaos donde os plazca. ¿Qué os apetece tomar como aperitivo? Os recomiendo un vino andaluz que nos regalaron esta Navidad y que no habíamos abierto hasta celebrar un acontecimiento importante, como éste que nos reúne.
Todos accedemos y nos sentamos respetando los sillones suyos.
Poco después, Sonia y Marcos traen tres bandejas; una con siete copas y dos botellas de manzanilla de Sanlúcar, otra con aceitunas, jamón serrano y queso y la tercera con los mismos alimentos. Colocan todo en las mesitas junto a cada tresillo y llenan cada copa por la mitad.
Sebastián hace el brindis: —Por el miembro de la familia que está por llegar y sus progenitores.
Noto la emoción en Paul, pero sabe contenerse. Brindamos de pie y el vino nos sabe a gloria. Sebastián comenta:
— ¿Para qué probar caviar y otros platos extranjeros si tenemos aquí estas delicias?
Todos asentimos y disfrutamos. Miguel vuelve a ser nuestro portavoz:
—Muchas gracias. Aún me cuesta creer que haya gente como vosotros.
—Tu hijo y su esposa se lo merecen. Si sólo tenéis una pequeña parte de su bondad, también vosotros. Voy a explicaros el motivo de esta reunión: Tengo cáncer, no sé lo que me queda de vida, por eso quiero declarar herederos a Pablo y Cristina. Cuando lo supe busqué a alguien, mira por donde leí esta mañana la entrevista a un muchacho fuera de lo común. Quise conoceros mejor y me bastaron dos preguntas para decidir que seréis mis herederos.
Paul ya no puede contener la emoción, estamos sentados entre ellos, Lourdes expresa cogiéndole la mano: —Pablo, estás demostrando que mereces mucho más de lo que podamos darte, bebe, te sentará bien.
Ella acierta, el vino deshace su nudo en la garganta.
Sonia nos avisa a las 9 que la cena está a punto. Vamos al comedor, cuya puerta está entre los tresillos. Tiene el mismo tamaño, con una mesa para doce comensales. Sebastián se sienta en una parte estrecha y Lourdes en la otra, Miguel a la derecha de ella, mamá a la izquierda, Rafa al lado de su padre. Paul a la izquierda de Sebastián y yo a la derecha. Hay tres sillas sin ocupar y tres cubiertos más.
Aparece alguien que faltaba por conocer, Lourdes la presenta:
—Mercedes, nuestra cocinera.
—Es un placer conocerles. Para empezar, me pareció que una sopa de marisco nos vendría bien.
Advertimos desde el principio que los empleados se tutean con sus señores. Paul sugiere:
—No me parece justo que nos habléis de usted. Prefiero que todos nos tuteemos.
Ya estamos todos sentados y saboreando la sopa. Paul aparta algo. Sólo yo noto su repugnancia.
—Paul, dame el huevo.
Todos ríen como si hubiera contado un chiste. Paul se ruboriza. Explico que es alérgico al huevo. Y que sólo puede comerlo en tortilla.
El segundo plato es cordero al horno, está exquisito.
Antes del postre, Lourdes nos sorprende:
— ¿Quién quiere helado? —Nuestra incredulidad se refleja con el silencio. Ella prosigue: —Hay de chocolate, fresa y vainilla, podéis combinarlos. Conocemos a un fabricante que lo hace todo el año y nos lo envía.
1971 acaba, fue un año triste para nosotros. Pero no debemos olvidarlo, porque nos va a servir como experiencia para un año mejor.
1972 comienza con las uvas que llaman de la suerte. No las necesitamos porque no sólo tenemos la esperanza, sabemos que será mejor. Aunque tendremos una nueva desgracia y un conflicto que contaré en su momento oportuno.
Después brindamos por el Año Nuevo con champán francés. Lo tomamos con turrón, mazapán, polvorones y otros dulces navideños. Sebastián vuelve a hablar:
—Antes de retirarnos, queremos enseñaros vuestras habitaciones para siempre. Desde ahora, esta casa es vuestra.
Pablo rehúsa: —Disculpa, Sebastián. Esta casa está apartada de mi trabajo y queremos vivir más cerca.
Marcos responde: —Yo te llevaré a la pastelería.
—Debo entrar a las 6 y me parece injusto que tengas que madrugar.
—Cuando Sebastián estaba en activo, yo debía madrugar para llevarle a la capitanía general. Sería como volver a los viejos tiempos.
Sebastián insiste: —Pablo, Cristina. Queríais una casa con muchas habitaciones, ya la tenéis.
Nuestra mente es una. Paul no se convence por sus palabras, sino porque descubre mi sueño.
—De acuerdo, viviremos aquí.
Lourdes indaga: —Cristina, no has dicho nada.
—Estaré junto a mi marido.
Los dos matrimonios subimos en el ascensor, salimos en medio del pasillo. Vamos a la izquierda, Lourdes abre la última puerta de la derecha. Vemos una cama más grande que la que compró Paul, con una colcha en tonos rosa y verde, nuestros colores, un armario de cinco cuerpos, dos mesillas y una cómoda con silla y espejo. Lourdes comenta:
—Podéis cambiar todo lo que queráis, la ropa de casa y vuestra están sin pagar. Detalle de un amigo que se dedica a venderlos. Las cortinas no están por falta de tiempo.
—Gracias, sois maravillosos. No cambiaremos nada, me basta ver a mi marido para saber que le gusta.
— ¡Qué bien compenetrados estáis para estar separados tanto tiempo!
—Nos conocimos hace ocho años. Hemos crecido separados en lo físico, pero unidos en lo sentimental.
Paul me ha contagiado sus frases lapidarias que dejan a todos sin saber qué decir. Sebastián es el primero en reaccionar:
—Sigamos con el resto de las habitaciones.
Fuimos recorriendo una a una, acabando en la de ellos, con dos camas. Pregunto por qué y Lourdes contesta:
—Para hacerme a la idea de estar sola.
Algo me intriga y quiero salir de dudas:
—Perdón por la osadía, ¿vuestra habitación era la nuestra?
—Sí, hasta que lo supimos. Nosotros nos quedamos aquí, bajad y celebrad el año nuevo. Sólo os pedimos el favor de no hacer mucho ruido. Mañana el desayuno será a las 10.
Nos despedimos todos con un beso a Lourdes y un apretón de manos a Sebastián.
Bajamos y nos reunimos con el resto de nuestra nueva familia. Mercedes tiene treinta años, apenas fue al colegio para ayudar a su madre en el restaurante familiar, que aún perdura. La cocinera anterior se jubiló y ella entró con veinte años. Marcos tiene también treinta años, fue destinado en el servicio militar al cuartel que dirigía Sebastián y se convirtió en su chófer. Aquí conoció a Mercedes y se casaron.
Sonia es más joven, veinticinco años. Nació en Murcia, hija de militar. Su padre conoció a Sebastián y se hicieron amigos, aunque cada uno vivía lejos del otro. Cuando Sebastián necesitó a un ama de llaves, consultó a su amigo y Sonia vino a Madrid. Pregunto:
—Sonia, ¿no tienes novio?
—Nunca lo he buscado. Estoy a gusto, nos tratamos como una familia y tengo todo lo que quiero.
Marcos explica: —Este verano, Sebastián leyó tus sueños que ayudaron a la policía. Se quedó sin palabras, algo raro en él. Cuando supo de su enfermedad, se acordó de ti porque te veía como el heredero ideal. Sólo recordábamos que trabajas en una pastelería, pero no dónde. Aquí no guardamos ningún periódico. Cuando leyó vuestra entrevista esta mañana, decidió ir a visitaros. Ha sido la única vez que ha salido desde la mala noticia.
Pregunto: — ¿Cómo pudieron traer la ropa si las tiendas han cerrado por la tarde?
—Cuando anunciasteis vuestra llegada, llamaron al número personal del dueño de la tienda. Lourdes quedó con él en la tienda y eligió todo.
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El despertador suena a las 9.30. Me levanto, no hace frío. Tal vez la calefacción haya estado puesta toda la noche. Paul se hace el remolón, aunque está despierto. Tenemos nuestro cuarto de baño propio, la bañera tiene espacio para nosotros, me apetece baño mejor que ducha, abro el agua caliente. Veo un albornoz rosa y otro verde colgados de un perchero. Paul entra y me acaricia, está dispuesto:
"Olvídate. No tenemos tiempo."
"A la orden, mi diosa."
"No me gusta esta broma. Sebastián no nos ha tratado como militares, sino como su familia."
"Lo siento, estoy avergonzado."
"Ya lo sé, tonto."
Disfrutamos del agua calentita hasta que se tornó templada. Salimos y vemos ropa nueva, que nos queda perfecta, Lourdes tuvo buen ojo. Además, es ropa moderna, no al gusto de ella. ¡Qué detallazo! Alguien llama a la puerta.
— ¿Quién es? —Pregunta Paul.
—Sonia. El desayuno se sirve en cinco minutos.
—Entra, quiero hablar contigo. —Ella entra y le pido —No encuentro los sujetadores, ¿sabes dónde están?
—En la mesilla.
—Sólo están las bragas, hay otro cajón, pero está cerrado.
—No está cerrado, es que la madera ha dilatado y cuesta abrirlo.
Hace un poco de fuerza y lo abre. Dentro hay seis sujetadores. Sonia sale para avisar a los demás.
Sebastián, como no, inicia la conversación durante el desayuno:
—Rafael, así que estás de permiso. ¿Dónde te han destinado?
—A la Unidad Obrera Topográfica, vuecencia.
—Un buen sitio, tranquilo y con servicio de oficina. Un chollo como decís los jóvenes. Te iba a recomendar algún cuartel similar, pero mejor que ese no encontrarás ninguno.
—Gracias, vuecencia.
—Me halaga ese tratamiento. No voy a insistir en el tuteo porque has aprendido bien en el campamento. ¿Solicitaste el destino?
—Sí, vuecencia, mi tío Aquilino me lo recomendó.
— ¿El sargento Aquilino García?
—El mismo, vuecencia.
—El mundo es un pañuelo. Dale mis recuerdos.
—Se lo daré de su parte, vuecencia.
Tras el desayuno. Falta por conocer la planta baja. Mercedes nos enseña la cocina, con electrodomésticos que ni sabemos que existían.
La biblioteca. Los libros ocupan todas las paredes, con altura hasta la palma de la mano de un hombre alto como Sebastián. Abundan los libros militares y de historia. También libros clásicos, los más modernos son de autores de la Generación del 98. Pero hay un libro que Paul y su familia desconocen que existe. La misma clienta que me vendió los libros de Tolkien comentó un día que su marido le trajo de Londres "El Decamerón" de Bocaccio. Lo ojeo y compruebo que está escrito en español.
—Sebastián, ¿no está prohibido este libro?
—En efecto. Nos casamos en plena república. Yo era tan torpe en la cama que Lourdes me lo regaló.
Paul pide: —Me gustaría leerlo, ¿me lo prestas?
—Todo lo que hay en esta casa es tuyo. Eres menor de edad y necesitas el permiso de tu padre.
El aludido pregunta: — ¿De qué va?
—Un grupo de jóvenes de ambos sexos se reúne en una casa de campo huyendo de la peste. Para distraerse, cuentan relatos algo subidos de tono y otros más inocentes.
—Pablo, puedes leerlo. No creo que te enseñe mucho más de lo que sabes.
Comento con la tranquilidad que brinda saber que no tendré problemas:
—La simple idea de la reunión ya es suficiente para prohibirlo. La iglesia obliga a que todos formemos parte de su rebaño.
Sebastián nos sorprende gratamente:
—Cristina, tienes toda la razón. Franco es militar, pero la iglesia le tiene sorbido el seso. Manda más la iglesia que el ejército. Muy a mi pesar, he tenido que someterme para no tener problemas. Cuando me retiré, comprendí que ya no necesito su influencia y me aparté. ¿Vais a misa?
Mamá contesta: —Todos nosotros hemos sufrido pérdidas de seres queridos y decidimos dejar de ir.
Paul escucha todo sin intervenir, su mente está más ocupada por la fiesta vespertina. No se atreve a interrumpir. Casi a la vez, lo cual me hace sospechar si tienen también telepatía; pero no, es una simple coincidencia, Sebastián manifiesta:
—Lourdes y yo hemos comentado acerca de vuestra celebración de boda. Nos hubiera gustado que se hubiera celebrado aquí, pero comprendemos que puede ser muy precipitado. No vamos a ir por dos razones: la primera es por mi salud, que no es todo lo buena que deseo; la segunda es por cuestión de confianza, apenas nos conocemos y hay otros que se pueden sentir cohibidos con nuestra presencia. Celebradlo que sois jóvenes, junto a vuestros amigos como os merecéis.
Insisto: —También merecéis una tarde agradable, nos encantaría que fuerais.
—Gracias, Cristina, pero no. Estamos decididos.
—Paul me ha dicho que quiere ir para preparar los pasteles y la tarta para la celebración. Hemos pensado que la mejor hora para irnos sería a las 2. No comeremos porque el desayuno y la merienda son abundantes.
—De acuerdo, aunque nos gustaría estar más tiempo con vosotros. Pero con una condición, prometed que pasaréis aquí esta noche y las siguientes.
—Lo prometemos. —Confirma Paul.
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Paul se queda en el obrador, los demás subimos a la casa de Miguel. Mamá me ayuda a recoger todas mis cosas y después, recoge las suyas. No quiere separarse de mí ni en pintura.
Termino agotada por estar de pie llenando la maleta. Me tiendo en la cama, dispuesta a dormir para recuperar fuerzas en Gea. Jesús y mis allegados siempre me cargan energía positiva. Pero alguien no me deja:
"¡Qué pesada eres, chispita!"
"Mamá, oí voces nuevas, ¿quiénes eran?"
"Los conocerás. Duerme y déjame dormir, ¿quieres ir a Gea?
"¡Sí, mamá! Me lo paso muy bien con los abuelos."
Mano de santo, no tardamos en dormir.
—Cris, Cris.
Respondo sin despertar del todo:
— ¿Paul? ¿Qué hora es?
—5.20. Me apetece un baño, ¿te quedas o me acompañas?
—Abrázame, te necesito.
—Claro, ¿qué te pasa?
—Una pesadilla. Jesús, tú y yo bajamos al infierno, fue terrible.
—También lo soñé antes de curarte. No te preocupes, será una simple visita.
—Prometimos no ocultar nada.
—Está bien, para que te quedes tranquila.
Paul abre su mente de par en par y sirve para tranquilizarme. Disfrutamos de un baño relajante y vitalizador, dando rienda suelta a nuestra imaginación.
Nos hacemos de rogar, entramos en la pastelería pasadas las 6. Yo llevo un vestido rosa de batista con flores blancas bordadas. Paul viste con traje y corbata verdes, la corbata más clara y camisa blanca. Nos reciben con un VIVAN LOS NOVIOS estridente y un aplauso. Nos sentamos en dos mesas unidas con un único mantel. Mamá y Miguel ocupan los extremos y nosotros el centro. Los cuatro de cara a los invitados, Una mesa estaba ocupada por Luis, Noelia, Antonio y Ana y otra por Rafa, Laura y Aurelio. También invitamos a Jose y su familia, pero no han venido ni han explicado por qué.
Las mesas ya están repletas de pasteles vistosos y muy ricos, así como una botella de sidra, porque es más dulce que el champán y nos gusta más. Luis hace el brindis: ¡Por los novios!
Si deliciosos son los pasteles, más aún la tarta. Sólo escribirlo me hace la boca agua: con chocolate por el borde y en lo alto, corazones de nata y fresa, acompañados por piñones, almendras y nueces.
Acabamos después de las 8. Nos han regalado de todo, incluso ropa de bebé. Cuando Antonio. Ana, Noelia, Laura y Aurelio se han ido, llamamos a casa. ¡Qué raro se me hace! Marcos llega diez minutos después.
Ya han cenado cuando llegamos, casi a las 9. Mercedes prepara infusiones para todos. La siesta me impide tener sueño, por eso pido tila, Paul también. Nos recogemos todos muy temprano.
Pero aún queda otra ceremonia por celebrar: nuestra Unión. En nuestro cuarto y todavía despiertos, aparecen papá y Mary como testigos. Hacemos la Promesa:
"Cris. Prometo darte Paz y Amor todos los días de mi Vida."
"Paul. Prometo darte Paz y Amor todos los días de mi Vida."
Papá se funde conmigo y Mary con Paul para mostrarnos su felicidad. Aún no somos Uno, falta el Acto que debemos hacer sin compañía. Pero me queda una duda:
"Papá, Mary. ¿Debemos esperar al amanecer para separarnos? Paul debe irse antes."
Ambos confirman: "Consultamos a Jesús y nos comunicó que no hay problema."
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Lunes 3 de Enero. Sebastián, Lourdes, Miguel y yo vamos al banco donde Sebastián tiene la cuenta corriente. Traspasa todas sus inversiones a la cuenta. La suma nos da mareos: mil doscientos veinticinco millones, seiscientas cincuenta mil y doscientas trece pesetas.
Sebastián pide: —Quiero dejar en mi cuenta sólo lo necesario para mantenernos hasta que yo falte, cien mil para no quedarme corto. El resto irá a una cuenta nueva a nombre de Pablo y Cristina, como son menores, Miguel y Lourdes actuarán como apoderados hasta su mayoría de edad.
El director del banco responde: —Permítanme sugerir algo mucho más rentable. Traspasar la mayor parte a un depósito a plazo fijo con vencimiento de cuando Pablo llegue a su mayoría de edad.
Paul está confuso: — ¿Significa que debemos esperar al 25 de Abril de 1976?
—Sí para el depósito, pero podéis disponer del dinero en la cuenta.
—Entonces la cuestión es elegir una cantidad alta para que rente lo más posible y guardar en la cuenta lo suficiente para mantenernos hasta nuestra mayoría de edad.
El director tiene cara de asombro: —Ha puesto usted el dedo en la llaga, Miguel, yo estaría orgulloso de tener un hijo como Pablo.
—Muchas gracias, lo estoy.
Sebastián aconseja: —Pablo, si quieres ayudar a tus familiares y amigos, sugiero que guardes mil millones en el depósito y el resto en la cuenta.
— ¿Más de doscientos veinticinco millones en la cuenta? Me parece mucho.
—No es mucho, debes acostumbrarte a tu nuevo status, no es nada barato.
El director opina igual, Paul se convence, y el director añade:
—En caso de necesidad, podrán pedir créditos a pagar cuando venza el depósito.
La secretaria escribe todos los documentos a máquina. Según va acabando, vamos firmando Lourdes, Miguel, Paul y yo.
Paul no cambia su actividad normal, sólo ha pedido dos mañanas libres para esta visita al banco y la segunda al notario para que firmemos con los mismos tutores las escrituras de dos viviendas. Sebastián ha querido hacerlo así para no pagar el cincuenta y cinco de impuestos de sucesión.
Sebastián era propietario de otra vivienda cerca de su último cuartel. Esta vivienda está alquilada para soldados que sirven en el mismo.
La ausencia de Paul en la pastelería no pasa desapercibida para los clientes. Cuando el río suena, agua lleva. Gustavo pasa cerca del río y visita la pastelería cuando Paul acaba su jornada.
—Hola, Pablo. ¿Tienes algo que contarme?
—Prefiero no contar nada.
—Quieres guardar tu intimidad, pero recuerda lo que el comisario te explicó.
—Más o menos, que hay detalles que no se pueden ocultar. Pregunta.
— ¿Dónde estuviste esos dos días?
—En el banco y en el notario.
— ¿Para la herencia?
—No hay herencia. Cuando seamos mayores de edad, seremos millonarios y propietarios de dos viviendas. No contestaré más preguntas.
—Tengo suficiente. Publicaré una crónica con dos preguntas en vez de una entrevista.
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Volvemos a vivir la misma experiencia que en enero del año pasado, pero con protagonista diferente, aunque Sebastián no lo demuestra. Su vitalidad es la de siempre. Hasta que tiene que ir al médico. El tumor se ha extendido, es operado de urgencia, pero no pueden extirpar todo.No sale del hospital. El fatal desenlace es cuestión de días.
Noto los primeros síntomas en la tarde del 25 de enero. No me precipito, sé que hay tiempo a que Paul vuelva. Llega antes porque recibe mi mensaje, cenamos pronto y Marcos nos lleva al hospital, mamá y Lourdes nos acompañan.
La medianoche se acerca, nunca he visto a Paul tan inquieto, su tranquilidad natural está afectada por la ilusión de que Laura nazca un 25. Hasta que descubre en mí: Nacerá a las 25 horas y 25 minutos del 25 de Enero.
En efecto, Laura nace el día 26 de Enero, a las 1.25. Pesa tres kilos y medio, no está mal para ser niña. Lourdes está entusiasmada:
—Es preciosa, sale a su padre.
Paul está emocionado, le entrego su hija.
"Hola, chispita. Desde ahora cuidaré de ti como mi mejor tesoro."
"Hola, papá. No soporto tanta luz, estaba mejor dentro."
"Ya te acostumbrarás. No llores."
"¿Por qué lloras tú?"
"Por felicidad. Te Amo."
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