Madrid

Gea era un planeta rico en recursos minerales y orgánicos, daba a sus habitantes todo lo que necesitaban. Ellos tomaban solo lo que necesitaban sin derrochar ni acaparar. Adoraban a su planeta sobre todas las cosas y la nombraban Madre Gea. Sus prioridades eran la Paz y el Amor, todo lo supeditaban a esas prioridades.

La Paz no significaba lo mismo que para nosotros, porque nunca hubo guerra. Era progreso, bienestar y cooperación.

~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~

A pesar de su nombre expreso, el tren tardó más de doce horas en su recorrido. Es cierto que en movimiento daba impresión de ir rápido, pero con tantas paradas, el viaje se hizo largo.

El departamento tenía capacidad para seis pasajeros. Por ser mitad de semana, la afluencia de pasajeros era escasa, ocupamos todo el departamento. Unos operarios ascendieron dos respaldos y los sujetaron haciendo una litera a cada lado, papá y mamá se tumbaron en los asientos, Rafa y yo en las literas.

El traqueteo del tren me impedía dormirme, pero era peor cuando paraba. Las despedidas de quienes ingresaban y los saludos de quienes salían me desvelaban.

Cuando amaneció todavía nos faltaban dos horas de viaje. Seguimos tumbados y despiertos hasta que los operarios volvieron a dejar las literas en posición de asiento.

El andén de la estación de Atocha estaba abarrotado por los viajeros y los familiares que fueron a recibirles. Buscamos a mi tío Pablo, pero no pudimos verle. Esperamos a que todos se fueran, cuando así fue le vimos llegar.

-Lo siento, a esta hora el tráfico está fatal. ¿Qué tal el viaje?

-Una paliza, estamos derrotados. -Respondió mi padre mientras abrazaba a su hermano.

-Os llevaré derecho a casa para que podáis descansar. María, sigues tan guapa como siempre.

-Gracias, cuñado. ¿Has sentado cabeza?

-Pues sí, una andaluza me ha enganchado en Madrid. ¡Pablito! ¡Qué alto estás! ¿Sigues comiendo lentejas?

-Sí, tito. Me gustan.

-Hola, Rafa. Eres casi un hombre.

-Gracias, tito. Me alegro de verte.

Mi tío cogió las dos maletas, pese a las protestas de papá, se lo consintió y añadió:

-Antes de llevarnos, ¿podríamos desayunar?

-Hay una cafetería en la estación, vamos.

Los hermanos casi se pelearon por pagar, mi tío es más cabezota y lo pagó.

Después fuimos al aparcamiento de pago, junto al coche había un parquímetro por tiempo. Había que pagar un suplemento porque el tiempo estaba vencido. Esta vez, mi tío consintió ante la insistencia de mi padre. Le salió más barato que el desayuno. Mi tío metió las dos maletas en el maletero del Seat 1500, un coche grande donde los cinco cabíamos a nuestras anchas.

Comprobamos lo que mi tío contó respecto al tráfico. Nos llevó por el Paseo del Prado, con el Museo a la derecha. Plaza de Neptuno, Plaza de Cibeles. Giro a la derecha, Puerta de Alcalá en la calle del mismo nombre, Parque del Retiro. Nos contó que la calle Alcalá es de las más largas y que las mejores tiendas están en ella. Acababa en la Plaza de Toros de las Ventas, después giró por la derecha a la Avenida de Daroca. Llegamos a un sitio con una iglesia y detrás unos árboles largos y estrechos, pregunté qué era eso.

-Un sitio que es mejor no visitar, el cementerio de la Almudena.

Lo dejamos atrás porque giró a la izquierda a la calle Lago Constanza. La tercera calle era la Avenida de Trueba, giró a la derecha y paró entre dos tiendas: una churrería cerrada y una peluquería de señoras abierta.

-Hemos llegado. Miguel, toma las llaves. La única entrada es a través del local. Detrás hay un patio con una puerta a la izquierda y la de vuestra casa está al fondo. Volveré.

Le dimos las gracias y nos despedimos.

La churrería era más grande que la de Ceuta, no nos entretuvimos en observar. La casa tenía lo suficiente para vivir. La entrada era directa al salón, con una mesa con cuatro sillas, un tresillo y un aparador. A la izquierda, la cocina. A la derecha, un pasillo que llevaba a las dos habitaciones y el cuarto de baño.

Rafa y yo vaciamos nuestra maleta y colocamos la ropa en el armario. Estábamos en ello cuando alguien llamó a la puerta. Pudimos oír la charla.

-Buenos días, me llamo Eugenia y soy vuestra vecina.

Mamá respondió:

-Buenos días, encantada. Me llamo María. ¿Eres la peluquera?

-Sí, cuando quieras puedes pasar, no cobro mucho.

-Gracias, perdona que no te invite. Acabamos de llegar y me temo que no tengo nada.

-Para eso venía, para invitaros y echaros una mano.

-Gracias. ¿No deberías estar en la peluquería?

-Ahora no tengo a nadie que atender.

Así de bien entramos en Madrid. Eugenia nos dio la bienvenida y nos invitó a un café y galletas. Nos contó que tiene una hija llamada Cristina y que estaba en el colegio. Tuvo la suerte de que no llegara ninguna clienta hasta que acabamos.

Eugenia y mamá hicieron tan buenas migas que una ofreció comida y la otra hacerla para compartirla en nuestra casa.

Eugenia y su hija Cristina llegaron cuando la niña volvió del colegio. Sentí algo extraño, difícil de contar. Tenía la impresión de conocer a Cristina, pero era imposible. Nunca estuvieron en Ceuta y nosotros nunca en Sevilla. Es más alta que yo y menos que Rafa, rubia, con ojos grandes azules claros, con bonita sonrisa. Mamá le preguntó:

- ¿Cuántos años tienes?

-Diez.

Siguió preguntando por el colegio y en pocos minutos supe a qué colegio iba a ir. Claro está, con la condición de que haya plaza con el curso empezado. Cristina se ofreció voluntaria para informarse y darnos la respuesta esa misma tarde.

Tras la comida, Cristina volvió al colegio, Eugenia a la peluquería y nosotros a la cama parta dormir la siesta.

Cristina nos trajo buenas noticias, había plaza para mí.

Mamá y yo fuimos al colegio el sábado por la mañana para formalizar la matrícula. La propia secretaria me llevó a la primera clase, escritura en concreto. El profesor me puso en la última fila. Me sorprendí al ver la gran cantidad de alumnos, más de veinte. El profesor solo me presentó y no volvió a nombrarme.

No me costó adaptarme, porque más o menos se enseñaba lo mismo que aprendí en Ceuta durante el mes pasado y dos días de octubre. Yo mantenía la misma actitud por aprender y ayudar a mis compañeros, así gané su confianza y la de los profesores.

Cristina me avisó el viernes que llevara mi material. La secretaria me dio los libros fiados, mamá los pagó el lunes siguiente.

Vuelvo al primer día, los sábados solo hay clases por la mañana. La última fue de Matemáticas. Algunos compañeros me entretuvieron un poco a la salida. Cristina me esperaba en la puerta, cuando me vio, me llamó.

-Pablo, te acompaño a casa.

Mis compañeros se sorprendieron porque una chica mayor me esperase, uno de ellos me preguntó dónde vivía, contesté orgulloso:

-En la churrería de la avenida de Trueba.

Julio contestó:

- ¡Claro! Ella es tu vecina, la hija de la peluquera. Yo vivo en la misma avenida.

Cristina, Julio y yo íbamos y veníamos juntos todos los días. Fueron mis primeros amigos en aquel barrio, aunque algunos compañeros no entendían cómo se puede ser amigo de una niña. Según avanzaba el curso y el siguiente bromeaban con que seremos novios.

Cristina era quien mantenía la conversación durante el camino. Averiguó más acerca de mí que yo de ella. Incluso me pareció que sabía cosas que nunca le conté, supuse que se enteraría por su madre, amiga de la mía. Julio apenas hablaba; primero, porque no podía meter baza; segundo, porque ella no se interesaba por él.

..........................................................................................................

La churrería ya estaba habilitada cuando llegamos. Su anterior empresario era también el propietario del local y la vivienda. Llegó a la edad de jubilarse y decidió dejar de trabajar para vivir de la renta.

Según se entraba, enfrente había un mostrador con chapa para conservar el calor. Detrás del mostrador, en la pared derecha había una cocina con dos fuegos. A continuación de ésta una mesa para hacer la masa. En la pared del fondo, junto a la puerta del patio, un fregadero. Varias mangas de dos tamaños, ambas con boca de estrella, la mayor con la boca más gruesa que la menor. Una sartén grande y otra mayor.

Papá se dedicó a hacer churros aconsejado por su hermano, porque los ingredientes eran baratos y fáciles de conseguir: agua, harina, sal y aceite. Mezclaba harina y sal con agua hasta que la masa no se pegara a los dedos. La introducía en una manga grande de tela, con una boca gruesa para las porras. En la sartén mayor, con aceite hirviendo, echaba la masa haciendo una espiral llamada rueda. Con la habilidad que daba la experiencia, con dos varas largas de madera, daba la vuelta a la rueda. Con las mismas varas, sacaba la rueda y la dejaba en el mostrador de chapa. Cortaba las porras con cizalla, una especie de tijeras grandes.

Para los churros, introducía la misma masa en la manga menor, la echaba en la sartén pequeña también con aceite caliente. Hacía una especie de lazo girando a la mitad para juntarse cerca de las dos puntas y cortar.

Mi tío Pablo nos visitaba una o dos veces al mes. Casi siempre, para recuperar su préstamo de ayuda a nuestra llegada. La familiaridad del principio se iba enfriando. El negocio nos funcionaba bien y papá pudo pagar todo antes de vernos obligados a una nueva mudanza.

..........................................................................................................

Cada mañana, Cristina me esperaba para ir juntos al colegio. A veces coincidíamos con Julio y otras no. Yo iba más a gusto solo con ella que los tres.

-Pablo, eres muy callado, tengo que sacarte las palabras con calzador.

-Voy pensando en el colegio.

- ¿Vas a gusto conmigo?

-Sí, claro.

-Yo también. ¿Sabes por qué?

- ¿Por qué no quieres ir sola?

-Oye, machote. No es por mí, sino por ti. Si fuera por eso, hubiera preferido a un chico mayor y fuerte, no un debilucho con mareos.

Me hirió en lo más hondo. Quise llorar, enfadarme, irme solo y varias cosas más, ninguna buena. Mi orgullo masculino me hizo responder:

-Nunca me he mareado en Madrid.

Me abrazó y me dio un beso en cada mejilla. Un hormigueo atravesó mi espina dorsal. Se disculpó:

-Perdóname. He metido la pata.

- ¿Te lo dijo mi madre?

-No, sabes que tu madre y la mía son buenas amigas y se cuentan todo. Mi madre me dijo que te acompañara todos los días. Pero si tú no quieres...

-Sí quiero y te perdono. Vamos, que se nos echa la hora encima.

Hasta ese día, las murmuraciones de los compañeros me molestaban porque yo opinaba que eran infundadas. Desde ese día, me seguían molestando, porque habían atinado en la diana. Me tocó soportar las bromas de mis compañeros el resto del curso, que fue el último en ese colegio para Cristina y para mí.

Parecía que el destino no quisiera que echáramos raíces en ningún sitio. De nuevo la construcción se interpuso en nuestras vidas. Los locales y las casas fueron construidos a principio de siglo y su estado era decrépito. El propietario nos avisó que debíamos abandonarlo para poder construir un edificio nuevo. Menos mal que tuvimos tiempo para acabar aquel curso.

Barrio del Pilar.

"De Madrid al cielo" es un dicho muy conocido, la ciudad crecía a lo largo y a lo alto. La primera fase del Barrio del Pilar, en la zona norte, ya estaba habitada pocos años antes y se inició una segunda fase entre las calles Melchor Fernández Almagro, Avenida de Betanzos, Monforte de Lemos y Ginzo de Limia. Cuando llegamos, los primeros bloques ya estaban construidos entre las tres primeras calles, la última aún no existía. La segunda fase estaba diseñada por plazas, unidas por vías peatonales que los coches no podían atravesar, solo podían entrar y salir por la misma calle.

Vivíamos en la plaza de Verín, en un bloque con tres portales y doce pisos de altura. Llegamos a principio de Julio de 1965.

Mi padre Miguel no era supersticioso. Pero recién casado, una vieja se ofendió con él y le maldijo: "nunca levantarás cabeza". Antes no creía en maldiciones, pero esta nueva desventura le hizo pensar que tal vez fuera cierto.

De momento, no quiso saber nada de churrerías ni otro negocio. Compró el periódico YA, que era el que publicaba más anuncios de trabajo. Leyó varios anuncios que no cuajaron y sí éste que escribo: "Almacén de mercería precisa representante a comisión". Bueno, el anuncio era más largo, pero esto es todo lo que me han dejado escribir.

Mi padre, antes de trabajar con su hermano, había hecho de todo: albañil, pintor, dependiente e incluso representante o lo que es lo mismo: vendedor a las tiendas. Por eso, ya tenía experiencia en el gremio y fue contratado, le asignaron la zona norte de Madrid con lista de clientes. La zona era amplia para aumentar la clientela.

Se suele decir que los vendedores son mentirosos y embaucadores, por poner un ejemplo: "es capaz de vender hielo a un esquimal". Se puede engañar una vez a uno, pero en la siguiente visita, no compra. Por eso mi padre siempre iba en plan de ayudar al cliente, ellos se lo agradecían y compraban cada vez que les visitaba. Su jefe le aconsejó al principio: "Es mejor tener amigos que clientes".

El don de gentes de mi padre contribuyó a que la clientela creciese y las ganancias subieran. En poco tiempo, pudo comprar un Seat 600 de segunda mano, así pudo ganar tiempo en los desplazamientos y visitar a más clientes.

Instalaron el teléfono, compramos muebles, frigorífico, televisor, ropa para la casa y nosotros, excepto mamá; a pesar de la insistencia de papá. Siempre decía: "Si puedo hacerla, ¿para qué gastar más?" Incluso papá tuvo la idea de comprar una lavadora, pero mamá no quiso porque podía lavar sola.

En fin, como mi abuelo contó a su hijo Miguel: "Has elegido bien, tienes una mujer para un pobre."

Mi hermano Rafa empezó a trabajar. Le gusta oír música los ratos libres en casa. Se compró un pick up, un tocadiscos pequeño sin altavoces, se conectaba a la radio para escuchar los discos en mono. De todos lo discos que compró, yo prefería los Beatles, aunque no entendía nada. Algunos discos tenían la letra de las canciones, me compré un diccionario para traducirlas. Así nació mi afición por ese idioma, mucho antes de estudiarlo en el colegio.

..........................................................................................................

Había un pequeño colegio en la misma plaza de Verín donde estudié mis dos últimos cursos de Primaria. Solo repetiré que me gané la confianza de compañeros y profesores.

Allí conocí a Jose. No pude creer como dos personas pueden tener tantas coincidencias. Nacimos en Ceuta el 25 de Abril de 1955. Sus padres, Antonio y África se casaron, como los míos, el 25 de Septiembre de 1945. Él tiene dos hermanos y una hermana, su segundo hermano nació el mismo día que Rafa, 31 de Diciembre de 1949. Llegaron a Madrid el mismo mes y año que nosotros. Su padre y el mío trabajaban para el mismo almacén, aunque el suyo visitaba otra zona. Lo que más cuesta creer es que no nos hayamos conocido antes. Tal vez fuera porque ellos vivían en otro barrio de Ceuta.

Nos hicimos amigos el primer día. Somos parecidos, estatura media alta; complexión normal, ni gordo ni delgado; pelo castaño, el mío más largo; ojos marrones, nariz larga y orejas grandes. Tímidos, optimistas, introvertidos y fuertes de voluntad. Nos gusta aprender y ayudar a los demás. Teníamos un pique amistoso por conseguir las mejores notas. Hablamos poco.

El colegio era tan pequeño que solo daba clases de Primaria. Debíamos buscar un instituto para empezar el Bachillerato elemental. No había muchos y elegí el Jovellanos, en la primera fase. En la Avenida de Betanzos, cerca del cruce con Monforte de Lemos, hay un callejón con la misma entrada y salida para coches. El final de ese callejón es la parte trasera de un edificio con dos plantas, el instituto Jovellanos. Junto a la entrada hay un patio de arena que no es exclusivo del instituto, no hay ningún muro alrededor.

Las aulas femeninas ocupan la planta baja; las nuestras, la superior. La segregación persiste en el patio. Cuando ellas vuelven del recreo, nosotros salimos. Es por eso que, en la segunda semana de mi primer curso, tuve la mayor sorpresa de mi vida. Los únicos momentos en que coincidimos chicos y chicas son al llegar al colegio y a su salida y nuestra entrada al recreo. Ella llegó sola, su estatura destacaba sobre ellas y se iguala con la nuestra. Bien desarrollada, no como el cuerpo de niña que yo recordaba. Pelo más largo y ondulado, también rubio. No la hubiera reconocido por estos detalles, pero sí por su sonrisa y su mirada, con esos ojos que me siguen recordando al mar de Ceuta un día soleado.

-Hola, Pablo. ¡Cuánto has crecido!

Me invadió todo un ejército de recuerdos, nuestro primer encuentro, los paseos al colegio, la única vez que ella me abrazó. Deseé repetir ese momento, pero ese ejército se enfrentaba a un enemigo muy poderoso: la vergüenza. Que me hizo recordar las burlas de los compañeros y no quise que se repitieran. Por eso, me limité a saludar:

-Hola, Cristina.

No sucedió nada extraño ese día, por lo que a mí respecta. Pero sí el día siguiente. Salí de casa, como siempre, a las 8.45. Una compañera de ella, que no quiero nombrar, salía de su portal cuando yo pasaba.

-Hola, Pablo. ¿De qué conoces a Cristina?

-Éramos vecinos.

- ¡Anda! Igual que yo. Parece que te gusta, porque ayer te pusiste colorado.

-Me cae bien, pero no me gusta. -Mentí creyendo que zanjaría el tema, pero me equivoqué.

-Tal vez Jose te guste más, me extraña que ahora no esté contigo.

Yo era tan inocente y sin picardía que no capté la indirecta:

-No es extraño que no coincidamos.

- ¿Sabes que gustas a muchas chicas? A mí por ejemplo.

-Por favor, yo no quiero saber nada de chicas. Lo único que me interesa es estudiar. Por favor, ¿podemos cambiar de tema?

Se calló. Me había metido en un sitio por donde no pasaba nadie sin que me diera cuenta hasta que me vi entre la pared y ella. Me abrazó, su frente llegaba a mi mentón. Sentí como aplastaba sus dos bultos en mi pecho. Sujetó mi nuca con sus manos y bajó mi cabeza hasta que nuestros labios se unieron.

Sentí asco por la humedad, pero disfrutaba por el roce de nuestros cuerpos. Ella acariciaba mi espalda y donde acaba. Arrimó nuestros vientres.

-Está blanda. Eres marica.

Jose y yo sufrimos los chismorreos durante toda la semana. Los compañeros nos dieron de lado y ninguno quiso hablar con nosotros.

Yo no entendía nada, ¿debía saber con solo doce años toda la verdad? Jose tampoco lo entendía y no nos atrevimos a hablarlo con nuestros padres.

El sábado siguiente, mientras Jose y yo salíamos juntos del colegio, Cristina nos esperaba, nos saludamos solo de palabra y ella inició la conversación:

-Habéis sufrido mucho esta semana y quiero ayudaros. Pero antes, quiero haceros una pregunta: ¿Os gusto?

Respondí que sí y Jose también, ella prosiguió:

-Estupendo, es lo que esperaba. Esa estúpida es tan ignorante que todavía no se ha enterado que aún sois niños y vuestro cuerpo no responde a estímulos sexuales.

Pregunté: - ¿Cómo sabes todo eso? ¿Lo enseñan en el colegio?

-Claro que no. Me lo enseñó mi madre. Tengo un plan: Mañana id al cine a primera hora, sacad dos entradas para el gallinero. Nos encontraremos en el recibidor y yo cambiaré mi entrada con la tuya, Jose.

Jose y yo fuimos juntos al cine desde casa. La cola no era larga y tuvimos que esperar a Cristina, pero por poco tiempo. Hicimos el canje, Jose entró por la parte baja y nosotros subimos por las escaleras. El acomodador nos llevó a nuestros asientos.

Escuchamos "Cascanueces" por repetido. La primera por ser la música ambiental cuando las luces estaban encendidas, segundo porque la película proyectada era "Fantasía" de Walt Disney.

No se llenó el cine, nadie más que nosotros estaba sentado en la última fila. Las luces se apagaron. Comenzaron los anuncios y después el NODO, contaba que el Caudillo inauguró un nuevo pantano.

Comenzó la película. Cristina estaba pendiente del acomodador para arrimarse a mí y darme besos y caricias. Cuando estuvo lejos de nosotros, ella me dio un beso largo. Después deslizó sus labios hacia mi oreja y susurró:

- ¿Cuál te ha gustado más, éste o el de la estúpida?

-Éste. -No quise decir más porque mi voz es muy estridente y debía hacer un gran esfuerzo para no llamar la atención. Añado ahora que fue un beso tierno, limpio, sin humedad y muy placentero. Ella susurró en mi oído:

-No necesito seguir. A partir de ahora, seguiremos viendo la película sin estas demostraciones. Para que tu conciencia se quede tranquila.

Así ocurrió. Acabó la película, se encendieron las luces y bajamos al recibidor, nos encontramos con Jose. Aún quedaba por ver otra película, pero Cristina no quiso quedarse. Jose y yo subimos juntos al gallinero.

Mi reputación y la de Jose en el instituto mejoraron gracias a Cristina. Seguíamos sin coincidir con las chicas, excepto en la entrada. Me hice muy popular y todas querían estar conmigo. Cristina no volvió a acercarse a nosotros durante el curso. Nuestros compañeros volvieron a tratarnos y me pedían ayuda cuando no entendían alguna lección.

Yo temía que todas estas habladurías llegaran a los oídos de mis padres y tener que dar explicaciones, pero los alumnos vivíamos en un mundo exclusivo, cuyas noticias nunca llegaban al mundo de los adultos.

Cerca de los exámenes finales, la estúpida me esperó a la salida de la tarde.

-Pablo, quiero pedirte un favor. Mis padres me han dicho que si no apruebo, no tengo vacaciones. Voy fatal y necesito tu ayuda.

-Lo siento mucho. Yo ayudo a mis compañeros porque estudio lo mismo que ellos. Tú estás en tercero y no tengo ni idea de ese curso.

-Seguro que si estudias mi libro, lo entenderás y podrás ayudarme.

-Estudiar no es solo leer un libro. Es atender al profesor, comprender la lección y hacer los deberes.

-Solo te tengo a ti. Recuerda aquel día cuando nos escondimos. Si de verdad te gustan las chicas, disfrutarás mucho más conmigo que con esa engreída.

-No lo entiendes, solo tengo trece años, no soy hombre todavía. Además, me estás pidiendo que peque y no lo haré.

-Pecaste con Cristina.

-Eso es cierto. Pagué mi penitencia y recibí la absolución. Voy a darte un consejo: concéntrate en tus peores asignaturas. Tienes que comprender lo que enseñan. Dedica todo tu tiempo a estudiar, incluso cuando comas, mees o estés acostada. La mente humana es poderosa, puede lograr todo lo que se proponga.

-No soy tan optimista como tú. He vagueado todo el curso y no voy a conseguir aprobar todo.

-Con esa actitud no conseguirás nada, toma el ejemplo de David frente a Goliat. Cuando supiste la historia, ¿creías que sería capaz de vencer? Voy a darte tu honda: si apruebas todo, haré lo que me pidas.

-Me has dado más que una honda, bombas para destruir a todos los gigantes malos. Gracias, Pablo.

Le quedaron dos asignaturas para septiembre. Sus padres comprobaron su esfuerzo y tuvieron vacaciones. Yo me sentí aliviado por no tener que cumplir mi palabra. Lo disimulé muy bien, no creía que pudiera aprobar todo.

Ese curso acabó con más gloria que pena. Me sentí satisfecho no solo por mis notas, también porque todos mis compañeros aprobaron. Era el fruto de las ayudas de Jose y mía.

Lo más destacado del segundo curso para mí fue que Cristina no empezó el suyo cuarto. Esperé en el patio el primer día. Llegó Laura, su mejor amiga, cuando yo ya estaba a punto de entrar. Le pregunté y respondió:

-Ha dejado el colegio por tu culpa.

Esta frase me atormentó durante varios días. Supuse que fue debido a aquel encuentro en el cine. ¿Se sacrificó por mí? No volvimos a estar juntos. ¿Qué hice mal?, ¿me odia? Decidí hablar con Rafa.

-Pablo, no te comas el coco. Las chicas son muy raras y hacen cosas que no podemos entender.

Su consejo y el estudio me ayudaron a olvidarla. Todo iba viento en popa durante los siguientes cursos.

...........................................................................................................

Antes de acabar este capítulo, creo que debo explicar la causa del distanciamiento de ambas familias.

La amistad no entiende de creencias religiosas. Cuando vivíamos en la avenida de Trueba, mamá nos llevaba a Rafa y a mí a misa cada domingo, mientras papá se quedaba solo en la churrería. Eugenia y Cristina no iban a misa.

Mamá se decepcionó, pero estaba agradecida por el recibimiento y la ayuda de Eugenia, por eso la amistad prevaleció. La única sombra de discordia que mamá guardaba es que veía nociva para mí la influencia de Cristina por no ir a misa.

La mudanza fue la oportunidad que mamá esperaba para que la influencia de Cristina no me contaminara. Continuó visitando a Eugenia y le confesó su temor. Eugenia no se ofendió y aceptó que Cristina y yo creciéramos sin vernos hasta que llegara el momento oportuno.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top